Crónica Judicial / Gürtel
El dinero negro también se llama ‘pastuqui’
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 14/12/2016
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La sala se estaba incendiando por varias partes. El interrogatorio de la fiscal ahondaba en el dinero que, según la acusación, llegó a los bolsillos de José Luis Peñas por parte de la trama. Él negaba haberse beneficiado, a pesar de los asientos contables del Excel de la caja B gürteliana que figuraban a su nombre. En la sala se cebó un barullo de palabras no dichas, de quejas, reproches y gritos mudos que se podían deducir de las miradas entre defensas y acusados, de los tirones de toga entre abogados y de los cambios de postura y los crujidos de sillas. La tensión ardía de ese modo, a un nivel apenas perceptible. Hubo que esperar al receso para verla estallar y materializarse. De nuevo, el artificiero fue Correa. Se palpaba la guerra minutos antes porque el capo, cuando se enrabieta, se repeina con la palma de la mano; no lo puede evitar: se descompone por dentro y trata de recomponerse por fuera. El juez Hurtado suspendió la sesión por un cuarto de hora.
Don Vito se levantó fingiendo pereza y merodeó de forma que su paso por la puerta del fondo coincidiera con la salida de su viejo amigo al que ahora llama Peñitas, con ese afán de pisoteo y escarnio que tienen los diminutivos. Correa recorrió el pasillo gruñendo: “Golfo, golfo”. Al toparse con él en la puerta, le increpó: “Golfo, sinvergüenza, bien que te llevabas la pastuqui… la pastuqui… cada mes”, recriminó Correa, usando palabras de parking de discoteca. Ya sabemos que detrás de la Gürtel hay mucho de noche y de vejez sin asumir. Peñas se rebotó y le recordó que iba a acabar en la cárcel. Salieron al vestíbulo y Correa siguió acusándole mientras caminaba hacia el baño. Peñas levantó las manos y juntó las muñecas en el aire, fingiendo estar esposado: “Vas a tener tiempo… vas a tener tiempo para pensar”.
Peñas confesó que no recordaba ningún caso en que alguien votara en contra si desde arriba no informaban de algún problema
El encontronazo describió dos tipos de personas diferentes. La rabia de Correa era una saña invasiva, que buscaba la cara de su interlocutor y derivaba hacia una mueca sardónica, ácida. En el caso de Peñas predominaba la evitación; no se tomó el esfuerzo de mirarlo directamente, se dirigió, más bien, al aire que lo rodeaba, no le hablaba al ser humano, sino al mafioso, al personaje: “Vas a tener tiempo de pensar”, había más una intención de escapar que de devolver el ataque.
Correa regresó del baño y se le oyó gritar. Volvió más despatarrado que de costumbre y se paseó por el vestíbulo como ave ojeadora. Hasta se acercó a los periodistas (y eso que los periodistas le dan gases) y se puso a despotricar: “O sea, que le he estado pagando a un muerto”. Si la expresión “vamos, no me jodas” pudiera traducirse en una forma de moverse, se correspondería exactamente con los andares que traía Correa por la Audiencia durante ese receso.
El tal muerto viajero era un señor llamado José Peña a través del que Peñas se excusó de los cobros de la caja B de la trama que se le achacaban. Distintos asientos de un Excel que se proyectó en la sala atribuían al acusado haber recibido pagos que, por ejemplo, en 2004 ascendían a 27.000 euros. La fiscal Concepción Nicolás, después de dedicar horas a radiografiar la trama a través del testimonio del delator, estaba enfocándose ahora en justificar los seis años de prisión que se le solicitan.
Nicolás quiso aclarar el papel del delator en el desarrollo de la Oficina de Atención al Ciudadano (OAC) de Majadahonda. Además, Peñas había votado a favor de las prórrogas a los contratos de las empresas de la Gürtel. “Nos dijeron que estaba favorable y que se podía votar sin ningún problema”. Confesó que no recordaba ningún caso en que alguien votara en contra si desde arriba no informaban de algún problema. Así, desveló uno de los cebos de los que come la corrupción: el automatismo de la burocracia, la reducción a trámites de procesos en los que, tal vez, debería invertirse mayor atención. El concepto con el que, según había apuntado Peñas, Correa amasaba millones adquirió, de pronto, una asombrosa claridad: “Teniendo al alcalde, los negocios le salían redondos”, había señalado el día anterior. La corrupción se nutre la homogeneidad de pensamiento de los grupos políticos.
El delator relató cómo las plicas de un concurso para una contrata de basuras se sacaron con alevosía de las dependencias del ayuntamiento para trasladarlas a un hotel donde, más cómodamente, las manipularon para beneficiar a la empresa FCC.
Actos furtivos que no eran operaciones pergeñadas por cuatro políticos de pueblo, sino el fruto de una connivencia nacional bastante habitual. Por ejemplo, tras las elecciones de 2003, Génova envió a los ayuntamientos unos faxes en los que indicaban las empresas que habían financiado la campaña para que remuneraran de alguna forma sus aportaciones. El fax, según le contó Ortega El Rata, venía de gerencia o de tesorería. En la sala, algunos recordamos, de pronto, que el asiento de Bárcenas estaba vacío.
La acción de Gragera nos recordó que un abogado sirve, entre otras cosas, para filtrar la mala leche del defendido y traducirla a términos legalmente procedentes
Durante la sesión anterior, Peñas había demostrado una pericia comunicativa y una solidez que le aportó credibilidad, en cambio, el día 14 hubo tramos en los que titubeó o usó la sonrisa como subterfugio para tomarse tiempo y medir respuestas. En el caso de las cajas B que provocó la bronca, esquivó los indicios de delito gracias a una imprecisión de la fiscalía, que le atribuye a él las anotaciones a nombre de José Peña. Sin embargo, parece que la ausencia de la ‘s’ no era un lapsus de los contables de Correa: José Peña, de la empresa Sufi, ya fallecido, había salido a la luz ya en el caso relacionado con gestiones en Suiza. El procesado usó el descuido para desmarcarse de esas cantidades y, tangencialmente, adjudicárselas al muerto. “Ese dinero nunca ha acabado en mi poder, nadie podrá probarlo jamás”. Además, dudó en voz alta de que esos apuntes no fueran fabricados. Peñas cree que Correa se olía que lo había denunciado a la fiscalía: “No sé si querían hacer pruebas para chantajearme”.
El letrado de Correa, Juan Antonio Gragera, llevaba un rato revolviéndose y cotilleando con la defensora de Crespo e Izquierdo, que vive continuamente al límite de su paciencia. Gragera se indignaba y rebuscaba en sus papeles y levantaba las cejas y, aunque no lo vimos, debió dedicar un puñado de minutos también a afilar la patilla de las gafas. Esa patilla fue su principal instrumento interrogador cuando le llegó el turno, apuntó con ella a Peñas sin parar. El defensor estaba levantisco, hiperactivo. De hecho, el juez Hurtado tuvo que pedirle que dejara de menear el micrófono porque luego no se grababa bien.
La acción de Gragera nos recordó que un abogado sirve, entre otras cosas, para filtrar la mala leche del defendido y traducirla a términos legalmente procedentes. El letrado se expresaba con agitación, cortaba las respuestas de Peñas, que se reía unas veces y otras enrojecía. La defensa llevó sus propias transcripciones y sus propios cortes de audio con el objetivo de demostrar que el delator había trincado y que, cuando dejó de trincar, tomó la grabadora para seguir trincando por la vía del chantaje. Se reprodujeron fragmentos de 15 o 20 segundos. Frases en las que se oía a Correa recordarle a Peñas los 20 o 25 millones que se había embolsado con la adjudicación de una carretera. El aludido lo negó. Gragera resaltó también la desproporción entre las 80 horas que el acusado afirmó haber grabado y las 18 que finalmente aportó a la causa. Peñas se escuda en problemas de sonido y en el respeto a la privacidad: “Lo único que iban a aportar es un aspecto un poco lóbrego de la persona que todos tenemos”, había explicado el día anterior.
Lo cierto es que algo suena a roto en la versión de Peñas, algo que sonaría más fuerte si lo oyéramos de otros implicados. Hemos rodeado al señor de los polos de un aura de indulgencia, tal vez de agradecimiento, y al final lo miramos con una presunción de buena fe. A veces, no obstante, uno sospecha que la figura del ‘delator’ nos impide ver la del ‘arrepentido’.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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