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Hace más de diez años hice una entrevista a los directivos de una agencia de publicidad. Al terminar comenzó la sesión de fotos, ese momento para el que casi nadie está preparado ni muestra entusiasmo. El fotógrafo, al ver lo encorsetado de las poses, les pidió que sonrieran. “¡Mejor que nos haga ella un striptease, y ya verás cómo nos reímos!”, dijo el presidente de la compañía. “Ella ha venido a trabajar”, dijo mi colega. Disparó su cámara y nos fuimos. No volvimos a hablar de ese tema, ni él ni yo.
Han pasado esos más de diez años y he ganado en arrugas y en sarcasmo. También tolero menos determinadas cosas. Pero mi memoria no sólo recuerda aquellas palabras. También recuerda las risas, las malditas risas de los cómplices. Los que rieron la gracia ante la testosterona del jefe, no vaya a ser que. Los que asienten, los que miran para otro lado, los que se escudan en el “a mí no me gusta meterme en líos”, los que alimentan a esos tipejos.
Son los mismos que le rieron la agresión a Teresa Rodríguez. Una mujer que cayó en manos de un tipo que consideró oportuno arrinconarla, taparle la boca e intentar besarla en un acto oficial. Un tipo que pidió perdón y que puso el alcohol como culpable de su actitud deplorable y llena de bajeza. “Estaba ebrio, me pasé siete pueblos”, dijo Manuel Muñoz Medina. Pero esa actitud, esa “broma desafortunada” provocó las risas de algunos, los que consideraron gracioso y hasta normal que un hombre haga eso con una mujer. Teresa Rodríguez lo denunció y aprovechó su cargo y su notoriedad para poner voz a las mujeres que han sufrido y sufren ese tipo de vejaciones. La agresión, según explicó la propia Rodríguez, ocurrió sin que nadie interviniera y con la connivencia de los presentes. El presidente de la Cámara de Comercio de Sevilla, dice, "se limitó a seguir la broma diciendo 'ten cuidado que te vende un mueble'" y otros tres hombres que se encontraban en el lugar se rieron.
Imaginemos que en vez de ser una representante política la agredida hubiera sido una camarera o una azafata
Porque imaginemos ahora que en vez de ser una representante política la agredida hubiera sido una camarera o una azafata que en esos momentos estuviera trabajando en ese acto público. La misma actitud, las mismas risas… ¿qué habría hecho la víctima? ¿habría denunciado a su agresor o se habría zafado de él, huyendo avergonzada a otro sitio donde no pudieran ver su cara de miedo, su estupor ante lo ocurrido? No tengo la respuesta a esta pregunta, pero me temo que se parece más a la segunda de las opciones.
Muñoz Medina ha dimitido de su puesto como vocal de la Cámara de Comercio de Sevilla, pero imagino que lo seguirán invitando a actos institucionales. Ya saben, se pasó siete pueblos pero es que se había tomado unos vinitos de más. Con tal de que a partir de ahora sólo le acerquen la bandeja con los refrescos, solucionado. Sigue siendo un empresario, uno de los nuestros, un hombre hecho a sí mismo.
Mientras tanto, los medios hemos aportado nuestra dosis de complicidad al asunto. “Teresa Rodríguez denuncia a un empresario que simuló besarla”, tituló el diario ABC el día de Nochebuena. A ver, simular besar a alguien no es lo que le ocurrió a la líder de Podemos en Andalucía. Y ese titular suaviza la agresión por una única razón: la ideología. Ahora imaginen que un concejal de Podemos en Andalucía comete esa misma agresión con una política del PP. Ahora imaginen que sus colegas le ríen la bravuconada, hacen chistes para completar el festival de humor. Ahora imaginen el titular de ABC. Malditos cómplices, y maldito silencio.
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Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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