MILAGROS COTIDIANOS
Zapatillas para pisar mejor América Latina
Manuel Astur Guadalajara , 14/01/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
____________
En enero CTXT deja el saloncito. Necesitamos ayuda para convertir un local en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga Esperanza.
Donación libre:
____________
Llegamos a Guadalajara dos días antes de que comience la Feria. El hotelito donde nos alojamos está frente al Palacio de Congresos, que es un edificio inmenso de metal y cemento. De su fachada cuelgan las banderas y el gran cartel que anuncia que este año el país invitado a la Feria no es un país, sino toda América Latina. Nada ni nadie se mueve en los alrededores. Me recuerda a una gigantesca nave nodriza que haya aterrizado en mitad de la ciudad pero cuyos ocupantes aún no han establecido contacto alguno. Un puñado de terrícolas llegados de todas las partes del mundo esperamos a que se abran las escotillas y desembarquen esos alienígenas de una planeta muy lejano donde se venera la literatura, capitaneados por el almirante Vargas Llosa.
Unos cuantos lamentos
Como tres días antes estaba en la selva y, además, tengo un agujero en la cabeza por las drogas y el alcohol del viaje de venida, el tiempo se me escurre entre lamentos tratando de recordar la sencillez de las cosas, así que cuando me quiero dar cuenta la FIL ya ha abierto sus puertas.
Si era impresionante por fuera, por dentro me deja sin aliento. Nunca, jamás, en toda mi vida, había visto tantos libros juntos. Pero, sobre todo, nunca jamás había visto a tantas personas con ganas de leerlos. Me sorprende muchísimo que en esta feria, además de profesionales haciendo aburridas pero lucrativas cosas de profesionales y de escritores fingiendo ser encantadores, en ésta, repito, hay sobre todo lectores. Miles de jóvenes recorren los stands con avidez y llenan las charlas y conferencias sin que nadie les obligue a hacerlo. Me cuenta una editorial que también tiene presencia en España que en un solo día aquí venden más libros que en dos semanas en la Feria del Libro de Madrid.
No me gusta criticar mi país, porque desde hace décadas es el recurso fácil de los que se creen más listos que los demás y buscan recibir aplausos de esos a los que desprecian. Pero cada día tengo más claro que si bien en España todo el mundo sabe leer, cada día más personas dejan de hacerlo por miedo a descubrir que están equivocadas, encerrándose así en una cómoda ignorancia.
Me viene a la mente un poema chino del siglo VI antes de Cristo:
Cuando el hombre superior descubre la sabiduría
hace cuanto puede por practicarla.
Cuando el hombre medio la descubre,
a veces la conserva, a veces la pierde.
Cuando el hombre inferior escucha la sabiduría,
se ríe a carcajadas.
Si no se riera, no sería sabiduría.
Pero trato de no tomarme muy en serio mis lamentos: estaré más luminoso cuando se me pase la resaca.
Amante asturiano
Unos cuantos amigos vamos a cenar con Margo Glantz, una de las mejores escritoras vivas del mundo. Margo es una anciana hermosa a la que beso la mano cuando por fin nos presentan. Sus ojos, marrones y brillantes como la madera de un violín antiguo, me observan atentos. Dice que tenía ganas de conocerme y luego añade que le gusta mucho Asturias. Explica que vivió en Luarca, una pequeña villa en la costa. Muy sorprendido, le pregunto que cuándo fue eso. «Hace unos pocos años», dice, «en 1958», y se ríe. Tenía un amante asturiano que era muy bueno. Vivió allí hasta que su marido le pidió perdón por algo que le había hecho y fue a buscarla.
Margo, joven y libre, paseando por el puerto entre barcos de pescadores. Margo tomando un café y redactando una carta en el bar del pueblo, y las miradas curiosas, como un enjambre de moscas. Escribiendo en una mesa frente a una chimenea, escuchando la lluvia que cae fuera y las olas contra el acantilado. Sentada, tal vez leyendo, en un banco de madera pintado de blanco, en el parquecito, frente al quiosco de música, al llegar la primavera. Tumbada en un prado, sobre un mantel a cuadros, bajo un avellano. Saltando los charcos de las calles sin asfaltar. Ella, sonriendo entre los puestos del mercado donde los vaqueiros de las montañas y los campesinos venden las bendiciones de la tierra. Ella, mirando el mar de mi infancia mucho antes de mi infancia. Ella, una flor exótica del futuro, en una sociedad del siglo XIX.
Pienso que, aunque lo dejara, ese asturiano fue muy afortunado.
Una romería vacía
En la fiesta de inauguración de la FIL regalan a los asistentes unas pantuflas que llevan escrito «América Latina». Alguien comenta que es para que la pisemos mejor. La fiesta me deja descolocado. Parece la boda de un narcotraficante hortera. Una carpa blanca gigantesca. Sofás de terciopelo. Camareros de levita. Hombres trajeados y mujeres pintadas como puertas. Y un escenario donde actúa un grupo que es a la salsa lo que Los del río son al flamenco. Me disgusta este desprecio por la música. Es como si, por ejemplo, en la fiesta de inauguración del Festival Primavera Sound regalaran libros de Belén Esteban. El mundo de la literatura está siempre clamando al cielo porque nadie lo respeta, pero luego en la feria del libro más importante del mundo actúan grupos de música «divertida» y, encima, después, un DJ cabrón pincha canciones de reguetón. Decido irme. De la que me alejo, observo el lugar: me recuerda a una romería vacía de madrugada; a unos coches de choque a las afueras de un pueblo de Castilla.
Tortas
Nos tomamos la mañana libre y vamos a dar una vuelta por el centro de Guadalajara. Es domingo, y el casco antiguo se pone la camisa limpia y los zapatos recién lustrados para que las familias paseen tranquilas y desocupadas. Hay niños jugando a la pelota frente a la catedral, familias tomando helados en los bancos bajo los soportales del ayuntamiento. Hay un ajedrez de piezas enormes y muchísimas personas contemplando la partida. Hay puestos donde se venden artesanías indígenas, pero no hay turistas. Hay palomas a las que los niños echan barquillos desmenuzados. Me recuerda a una época que no viví, cuando no tener nada que hacer era un placer y las ciudades de provincia no se avergonzaban de ser un lugar sencillo y bueno donde vivir.
Vamos a comer tortas ahogadas al restaurante La chata. Veo a unas señoras en la cocina que hacen tortillas a una velocidad pasmosa tan sólo con sus manos y una pequeña prensa rudimentaria. Probablemente lo hagan nueve o diez horas al día sin casi descanso. En Europa no lo permitiríamos: pondríamos una máquina a hacer las tortillas y las dejaríamos sin trabajo.
Comenzar a usar gafas
Vamos a cenar a casa del escritor tapatío Antonio Ortuño. Como no conozco a casi nadie y soy tímido cuando estoy sobrio, me paso casi todo el tiempo hablando con la escritora María Fernanda Ampuero y el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.
En Europa no lo permitiríamos: pondríamos una máquina a hacer las tortillas y las dejaríamos sin trabajo
A eso de la una, vamos a la fiesta que organiza la editorial Sexto Piso. En el bar suena una música fantástica y, encima, me dan una pulsera para la barra libre. A la media hora tengo que ir al baño a vomitar, como un romano decadente, y ya puedo comenzar. Compro una cápsula de MDMA y me pongo a gritar, saludar, abrazar y abofetear indiscriminadamente. Me presentan a Malcolm Otero Barral, editor de Malpaso, que halaga a mi maravillosa novia, Raquel, y decidimos que somos los mejores amigos del mundo y que hay que celebrarlo todavía un poco más. Todas las personas son increíblemente simpáticas, guapas y tienen una conversación apasionante, aunque el volumen de la música no me permita escuchar lo que dicen. Por supuesto, el más guapo y listo soy yo mismo.
Por la mañana, me meten en un taxi y continuamos la fiesta en una habitación del hotel. Recuerdo que había un equipo de música y bailé encima de la mesa. También recuerdo que alguien puso la canción de Ojalá de Silvio Rodríguez. La luz clara del sol recién estrenado se filtraba por los listones de la desdentada persiana veneciana e iluminaba los rostros pálidos y derrumbados, pero felices por cantar esa canción el día de la muerte de Fidel Castro.
A la mañana siguiente me contaron que no paraba de repetir que quería ser madre.
–¿Te vienes a la fiesta? –Le pregunté la noche anterior a Antonio Ortuño.
–No, güey, no mames, estoy muy mayor –contestó riendo–. La última vez que fui tuve que comenzar a usar gafas.
____________
En enero CTXT deja el saloncito. Necesitamos ayuda para convertir un local en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga Esperanza.
Autor >
Manuel Astur
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí