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“La diferencia entre ricos y pobres vuelve a ser tan grande como hace casi un siglo. Piense usted que en Estados Unidos, en los años sesenta, el director ejecutivo de una corporación cobraba doce veces más que el empleado medio. En el año 2000, la diferencia era de 531 veces. El 1% de la población de EEUU se ha apropiado del 93% de la riqueza creada desde que estalló la crisis financiera, mientras que el resto de la población se ha distribuido apenas el 7%. Este es el mundo en el que vivimos: riqueza para muy pocos, austeridad para la mayoría. Y lo que es peor, no tenemos ni idea de cómo acabar con esa tendencia.”
Zygmunt Bauman, en 2013
Es ya tradición que al final de cada año y comienzos del siguiente proliferen artículos y crónicas que resuman algún aspecto de ese tiempo supuestamente pasado. Imposibles contenedores, suelen reflejar perspectivas sucintas de una realidad estática (que no líquida: Bauman in memoriam) algunas veces forzada y retorcida en posturas propias de un saltimbanqui del Circo del Sol. Léase como ejemplo “Las paradojas del progreso: datos para el optimismo” (El País. Kiko Llaneras, Nacho Carretero, 30-12-2016) donde se afirma que “a pesar de que los políticos populistas se aprovechan del pesimismo de la población, estamos mejorando en casi todos los parámetros”.
Documentado y colmado de datos y gráficos, este artículo ha tenido una gran difusión entre algunos periodistas y medios de corte liberal, en el sentido ultramoderno del término.
somos más críticos, mucho menos tolerantes ante los errores e injusticias del sistema. Nunca antes la humanidad había sido tan exigente consigo misma
“El científico cognitivo y profesor de Harvard Steven Pinker es uno de los autores que han aportado más datos en defensa de esta tesis. Su libro Los ángeles que llevamos dentro trata de demostrar que vivimos en la época más pacífica y próspera de la historia. “La gente a lo largo y ancho del mundo es más rica, goza de mayor salud, es más libre, tiene mayor educación, es más pacífica y goza de mayor igualdad que nunca antes”, señala Pinker en El País. “Todas las estadísticas señalan que mejoramos. En general, la humanidad se encuentra mejor que nunca”. Si los datos muestran mejora, ¿por qué existe la percepción de que empeoramos? Hay muchas respuestas. Todas correctas y ninguna completa. La primera es que somos más críticos, mucho menos tolerantes ante los errores e injusticias del sistema. Nunca antes la humanidad había sido tan exigente consigo misma. (...) La percepción, el poso final que queda por culpa de estas tragedias, es que hemos alcanzado cotas de horror inéditas. Los datos —que dicen lo contrario— quedan sepultados bajo la oleada de malas noticias. A todo esto cabe sumar otro factor: la nostalgia. (...) Quizás lo que añoramos no es el mundo de nuestra juventud sino nuestra juventud misma.”
La errónea percepción de que el mundo va mal es, según esto, culpa de las redes sociales –no podía ser de otra manera-- y, atención: el sentido crítico de los ciudadanos y su nostalgia. O sea: nuestra. La exhibición de tanto dato y estadística para concluir con explicaciones fútiles o poco rigurosas nos lleva a sospechar que la intención final del artículo y de sus autores, quizá con esa inocencia propia de los optimistas, sin mala fe, sea poner en bandeja a algunos malintencionados las balas para pegar unos tiros a la ya casi cautiva y desarmada idea de progreso humano; la de toda la vida. Dicho a la “manriquiana” manera, aunque inversa: cualquiera tiempo pasado fue peor y vivimos en el mejor de los mundos, donde debemos confiar en la natural bondad del devenir de la Historia y vivir el presente en una cómoda espera hacia el futuro esplendoroso en el Cielo del Eterno Progreso. Un Progreso alcanzado de una manera indolora y como por generación espontánea. Fuera rebeldías: Tout va bien.
“Somos más libres que nunca antes y también más impotentes que en ningún otro momento. Sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada” (Bauman en 2014).
Es curioso que algunos de los medios y periodistas abonados durante los no muy lejanos tiempos pasados a la propagación de la idea de la “incertidumbre” política, del desastre económico fruto del “ascenso de los populismos” y la amenaza global del terrorismo, se hayan convertido en profetas del happy flower, antes tan criticado por irresponsable y buenista. Parece que 2017 se inaugura declarando una nueva guerra (dialéctica: de las otras ya tenemos suficientes) librada entre los estilosos del flow y los cenizos rancios; entre lo trendy y lo caduco, el futuro brillante y el pasado lúgubre. Una nueva raza de opinadores, la de los conservadores autodenominados progresistas –neo todo--, ha dejado de lado la moda pesimista y abrazado como un must la nueva tendencia del optimismo, quizá después de haber leído algún libro de autoayuda o un meme de Paulo Coelho. (¡Ese título de “Los ángeles que llevamos dentro”!).
Así las cosas, quizá el artículo de marras contenga un poco de juego de manos tipo tahúr del Missisipi. ¿Cómo no reconocer que los europeos estamos mejor ahora que en el siglo de la peste negra? O, sin ir tan atrás montados en la máquina de H.G Wells, ¿alguien querría bajarse en 1936? ¿O en cualquier fecha entre 1938 y 1945? Desde luego que las condiciones de vida en el mundo han mejorado: resulta de una obviedad sonrojante declararlo de forma tan altisonante. Sobre todo, habría que preguntarse cómo y por qué se alcanzaron esas mejores condiciones generales y si está puesto en discusión, por qué y por quienes.
En España, a diferencia de otros lugares, no se ha progresado todo lo deseable, sino más bien lo contrario, aunque sea debido a “alteraciones puntuales”
A pesar de su optimismo refulgente, en el artículo hay algunas excepciones: en España, a diferencia de otros lugares, no se ha progresado todo lo deseable, sino más bien lo contrario, aunque sea debido a “alteraciones puntuales”.
“En España parece aventurado decir que vivimos mejor que en el año 2005. Este país atraviesa la crisis más grave en décadas y ha retrocedido en los últimos años debido al bache económico. Pero eso no implica que, en términos generales y a largo plazo, estamos empeorando. El PIB por habitante está al nivel de 2004. Pocos indicadores nos han devuelto más allá de 2000 y muchos no han dejado de mejorar. Se trata de alteraciones puntuales —que provocan sufrimiento a miles de individuos, claro—, pero que forman parte de un proceso que abarca siglos.”
“España, el segundo país de Europa con mayor número de pobres”
“Un 13,2 por ciento de los trabajadores era pobre en 2014.”
(Diario 16, 26-12-2016)
“Más de tres millones de trabajadores están atrapados en un bucle que alterna empleo precario y paro” (InfoLibre, 26-12-2016)
“Luis de Guindos: “El núcleo de la reforma laboral no se puede modificar”
(El País, 1-1-2017)
“El precio de la luz sube un 32% en enero tras dispararse en el mercado mayorista”
“El parón de 21 de las 58 nucleares francesas y el desplome de las renovables vaticinan nuevas subidas”
(Levante, 10-1-2016)
“La ministra de Sanidad admite que estudia subir el copago farmacéutico a los jubilados que más ingresan”
“Dolors Montserrat aclara que no está en la agenda retirar el copago”
(El País, 10-1-2017)
“El rescate bancario ha consumido ya la mitad del dinero público comprometido: 60.718 millones de euros”
(eldiario.es, 10-1-2017)
Entendemos que la estadística del jolgorio tampoco va con los sirios ni los yemeníes, por ejemplo. Serán también “alteraciones puntuales”. En entrevista con Carlos Alsina en Más de uno (Onda Cero) uno de los autores admite que en el texto han olvidado citar algunos datos importantes, como el asuntillo ese del cambio climático, para algunos apocalípticos más peligroso que todos los terroristas del mundo juntos y sobre el cual un pesimista como Zygmunt Bauman tiene algo que decir: “Hoy por hoy estamos ya consumiendo el equivalente a un planeta y medio. Al ritmo actual, a mediados de siglo nos harán falta de cuatro a cinco planetas para mantener nuestro estilo de vida. Espero que seamos capaces de reaccionar antes de llegar a ese extremo.”
Si compartimos la inocencia primigenia de los autores dedicados a la humanitaria actividad de alegrarnos la vida, nunca sospecharemos que estén tratando de crear un clima de opinión adverso a quejas
Por supuesto, esta repentina proliferación de declaraciones optimistas aliñadas con estadísticas seductoras carece de intención “ideológica” –palabra con gran futuro, se verá--. Si compartimos la inocencia primigenia de los autores dedicados a la humanitaria actividad de alegrarnos la vida y llenarnos el bolsillo de esperanza, nunca sospecharemos que la línea editorial de sus respectivos medios esté tratando de crear un clima de opinión adverso a quejas, proclamas, manifestaciones, algaradas callejeras o utopías fantasiosas. Ni falta que hace, que ya sabemos todos cómo acaban esas ocurrencias.
Sí, vivimos en el mejor de los mundos en el mejor de los tiempos, pero no por lo que los fans del optimismo calculado creen. Como rezaban las viejas pintadas en los muros ochenteros: “No hay futuro a menos que crees uno”.
“Mi tesis, cuando estudiaba, fue sobre los movimientos obreros en Gran Bretaña. Para mi sorpresa, descubrí que hasta 1875 no se mencionaba que estaba teniendo lugar una revolución industrial, había sólo informaciones dispersas. Que alguien había construido una fábrica, que el techo de una fábrica se hundió… Para nosotros es obvio que estaban en el corazón de una revolución, para ellos no. Es posible que cuando entreviste a alguien dentro de 20 años le diga: cuando fue a entrevistar a Bauman a Leeds estaban en medio de una revolución y usted le preguntaba a él por el cambio.”
Zygmunt Bauman para MAGAZINE. (2-11-2104)
“La diferencia entre ricos y pobres vuelve a ser tan grande como hace casi un siglo. Piense usted que en Estados Unidos, en los años sesenta, el director ejecutivo de una corporación cobraba doce veces más que el empleado medio. En el año 2000, la diferencia era de 531 veces. El 1% de la población de EEUU se...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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