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Llevo ocho años largos escuchando la misma cantinela, contra viento y marea, con una contumacia suicida y una caradura a prueba de bombas. Los malos tiempos ya han pasado, estamos en el buen camino, hemos salido del agujero, ahora todo es coser y cantar. El año que viene vamos a crear dos millones de puestos de trabajo, precario, mal pagado y sin derechos sociales, pero menos es nada. En verano aumentará el número de camareros inexpertos y de piculinas morenas, a disposición de los turistas ingleses. En Navidades y Año Nuevo disminuirá el paro, gracias a  las necesidades de servicio de temporada de los grandes almacenes. Los niveles de pobreza energética seguirán bajando, porque algunos pobres desaparecerán. Los emigrantes continuarán debilitando el mercado laboral, gracias a Dios. Dos más dos volverán a ser cinco, como antes. El número de universitarios proseguirá mermando y aumentando el número de analfabetos. Las expectativas de vida también bajarán, por la desaparición de los menesterosos.

Estamos creciendo a un ritmo superior a la media europea, después de haber descendido a unos estratos del Tercer Mundo. Las chicas guapas seguirán alegrando nuestras calles, según los genomas de nuestra mejor tradición erótica. Crecerán los días de sol, disminuirá el viento gélido y proliferarán los mendigos en las esquinas. Los pensionistas seguirán muriéndose de hambre y que Dios los acoja en su seno misericordioso, porque seguirán copagando las medicinas de su supervivencia. El populismo, alentado por el oro de Moscú y el petróleo venezolano, se quedará sin argumentos. Trump nos vendrá a ver. Total que vamos viento en popa.