Escritoras ante el canon (II)
Laura Freixas, Mercedes Cebrián, Natalia Carrero
El Ministerio 3/02/2017
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Entre las muchas recusaciones que el canon ha sufrido en el siglo XX, quizás la más persistente (y pertinente) haya sido la de la “perspectiva de género”. En paralelo a la ganancia de derechos de la mujer se ha sometido al canon (entendido como el variado conjunto de listas de lo que hay que leer “antes de morir”) a una doble interrogación: qué escritoras han sido soslayadas de estas listas por su condición de mujer y qué inercias podrían estar impidiendo la consagración de nuevas escritoras. Esta empresa tiene un peso y un contorno tan definido que desde El Ministerio hemos elaborado un cuestionario para intentar conocer cuál es el estado de estas reivindicaciones y que influencia o tensiones eventuales supone a las escritoras vivas. Las respuestas se prolongarán en varias entregas para facilitar una pausa de reflexión. Éstas son nuestras preguntas:
1. ¿Qué papel juega el canon (la tradición, si se prefiere) en su trabajo creativo? ¿Una orientación, un estímulo, una molestia?
2. ¿Encuentra sesgos discriminatorios de género en el canon? ¿Podrían integrarse o subsumirse en otras clases de discriminación?
3. ¿Cuál sería su receta para atenuar o suprimir estas discriminaciones?
4. ¿Cree que ha cristalizado una idea “canónica” de “literatura femenina”? De ser así, ¿considera que se trata de una literatura feminista?
5. ¿En qué medida las listas de “mejores libros del año” reflejan las supuestas “cuotas” o cree que para entrar en ella se exige que se satisfaga cierta idea de literatura femenina?
6 ¿La idea de “posteridad” (incluso en proporciones modestas) tiene alguna incidencia en su trabajo? ¿Cuál es su baremo de satisfacción, el indicador de que su trabajo está bien hecho?
Laura Freixas
1. El canon es un marco común de referencia que creo necesario conocer, pero dentro o fuera del cual intento, como cualquier escritor/a, formarme mi propio canon, elegir mi genealogía. O mejor, genealogías, en plural. En mi caso, me siento descendiente de los llamados moralistas franceses (Pascal, La Bruyère, Madame de Sévigné, Jules Renard, Proust...) y de la tradición de literatura de mujeres, especialmente ciertas autoras del siglo XX como Virginia Woolf, Colette, Rosa Chacel, Simone de Beauvoir, Clarice Lispector, Sylvia Plath, Esther Tusquets, Annie Ernaux...
2. El canon está total, absoluta y escandalosamente sesgado en favor del sexo masculino. Otras discriminaciones las conozco menos bien (puesto que no las sufro y no las he estudiado), pero las sospecho.
3. No es fácil, puesto que no se trata solamente de añadir nombres de escritoras, sino de revisar conceptos subyacentes. Hay que revisar la jerarquía de los géneros literarios, que considera secundarios los practicados por autoras (por ejemplo, los epistolarios). Hay que redefinir las generaciones, reescribir la historia: por ejemplo, si se etiqueta la generación española de los años 20 y 30 como “generación del 27”, se relega ipso facto a las mujeres al margen, puesto que ninguna participó en el homenaje a Góngora; para ellas, la fecha clave es 1926, año de la fundación del Lyceum club femenino. Una solución de consenso sería definir la generación como “la de la República”. Pero en este caso, como de costumbre, se procede como sigue: se define algo tomando como referencia únicamente a los hombres; y luego se desecha a las mujeres pretextando que no encajan en la definición. Y hay que hacer algo mucho más difícil y radical: cuestionar la actual jerarquía entre subjetividades. Me refiero a la exaltación de la subjetividad asociada –por razones históricas y sociales– al varón: una actitud autosuficiente, solitaria, desdeñosa con la felicidad, toda esa fantasía del héroe solitario, hecho a sí mismo, desengañado... y el correspondiente descrédito de los valores tradicionalmente asociados a lo femenino y que se descalifican como “cursilería, sensiblería, ternurismo, buenismo” o “cotilleo”...
4. No creo que haya una literatura femenina que se considere canónica, salvo los casos de Jane Austen, Emily Dickinson y Virginia Woolf (cuya admisión en el canon no creo que se deba solo a su calidad, sino a la envidiable fortaleza del feminismo en el ámbito universitario anglosajón). En cuanto a la distinción entre “femenino” y “feminista”, implícita en la pregunta, creo que es falsa y sesgada. Falsa porque las mujeres no se dividen en “femeninas” y “feministas” (¿dónde colocaríamos a Colette, por ejemplo?, ¿o a Clarice Lispector?), y sesgada porque da a entender que una mujer feminista es menos femenina. Además, sabemos qué es el feminismo, porque sus protagonistas lo han definido, pero no sabemos qué es lo femenino, ejemplo de heterodesignación donde los haya (en román paladino: son los hombres quienes han descrito-prescrito a las mujeres en qué consiste la “feminidad”).
5. Hasta hace muy poco, dichas listas las confeccionaban jurados compuestos por una gran mayoría d e hombres, y nadie se planteaba siquiera la cuestión de la perspectiva de género. El resultado eran listas que ejemplificaban la cuota que no está escrita en ningún sitio pero que se aplica en todos los ámbitos donde está en juego poder, dinero o prestigio: entre un ochenta y un noventa por ciento de hombres. Últimamente, y sin duda gracias a la acción de asociaciones por la igualdad en la cultura como Clásicas y Modernas, CIMA o MAV, algunos jurados convocados por suplementos literarios para elegir los mejores libros del año son paritarios y, como era de esperar, las listas resultantes son también más paritarias. Respecto a la segunda parte de la pregunta, no lo sé, no he reflexionado sobre ello.
6. Buena pregunta. Hasta hace unos años, yo creía en un cierto número de “metros de platino iridiado” –como determinados críticos (hablo en masculino porque por desgracia en España ninguna mujer ha conseguido ocupar un puesto parecido al de Michiko Kakutani en el New York Times), suplementos, premios o editoriales de prestigio– que podían cumplir esa función de baremo. Por desgracia, cada vez dudo más de todos y cada uno de ellos. En parte porque el mundo cultural ha cambiado: las grandes editoriales buscan la rentabilidad inmediata (como explicó Schiffrin en La edición sin editores) y las pequeñas están aun en proceso de definición; los suplementos literarios responden a intereses comerciales o políticos, etc. En parte, porque he podido comprobar la sistemática discriminación de las mujeres. (Ayer mismo, al terminar un libro publicado por una prestigiosa editorial, conté los “Últimos títulos publicados” cuya lista aparece en las últimas páginas. De 53, 51 autores varones.) Y en parte, supongo, porque me he hecho mayor y ya no creo en los Reyes Magos. La posteridad, en cambio, siempre me importó y creo que ahora confío aun más que antes en ella. Porque he visto cómo autoras que en su tiempo fueron atacadas (Simone de Beauvoir), desdeñadas (Colette), o al menos muy minoritarias (de Virginia Woolf a Adrienne Rich, Clarice Lispector o Lucia Berlin), y cómo textos que sus autoras no publicaron en vida (las cartas de Madame de Sévigné, Oculto sendero de Elena Fortún, los diarios de Plath, Woolf, Pizarnik, gran parte de los de Nin...) se han convertido en referentes para un público femenino (y masculino, pero mucho menos) ávido de referentes, maestras, madres simbólicas (esas a las que se refería Virginia Woolf cuando escribía: “we think back through our mothers”).
Laura Freixas Revuelta (Barcelona, 1958) es autora de novelas y ensayos, así como crítica literaria y articulista en diversos medios. Fundó en 1987 de la colección literaria «El espejo de tinta», que dirigió hasta 1994. Destaca por su labor investigadora y promotora de la literatura escrita por mujeres, en cuyo contexto fundó en 2009 –y dirige desde entonces– Clásicas y Modernas, asociación para la igualdad de género.
Mercedes Cebrián
1. Por fortuna, juega un papel menor. Obviamente, no es que piense que estoy descubriendo la pólvora con cada texto que escribo, pero creo que al ser mujer me siento inevitablemente algo periférica respecto de ese canon principalmente masculino. Creo que lo más productivo para mí es seguir abordando la escritura como lo hacía en la adolescencia y primera juventud, sin ninguna presión externa, cosa difícil, por no decir imposible en ocasiones.
2. Me parece que el canon es principalmente masculino y blanco, ¿no es así? Pero a estas alturas, tampoco me sorprende.
3. Entiendo que a lo largo de los siglos estas discriminaciones irán atenuándose, aunque a velocidad lentísima, si confiamos en el progreso digamos “moral” de la humanidad. A la vez, creo que tampoco podemos hacer milagros, como viajar atrás en el tiempo y publicar la obra de esas mujeres que escribían en secreto, o de esos afroamericanos que tampoco lograban difundir lo que escribían.
5. Me parece que hay una sensibilidad imperante en Occidente y las listas están hechas a su imagen y semejanza. Por ejemplo, los libros que presentan a mujeres que no desean ser madres o que reniegan de la maternidad son peor recibidos, resultan crispantes. Cuanto más se aleja un texto de esa sensibilidad convencional, más lejos está de entrar en la lista. Parece que las listas buscan la novedad, pero ha de ser una novedad mansa; tal vez de vez en cuando algún un escandalito para épater le bourgeois. En general, aunque yo misma participo a menudo en la concepción de listas (y probablemente no pueda escapar de esa sensibilidad imperante a la que me referí más arriba, por más que quisiera), creo que, tras quince días, todo el barullo que surge alrededor se olvida. En general, es tal la avidez de novedad en todos los campos que es imposible recordar algo durante más de un mes.
6. Esa idea en cambio sí tiene cierta incidencia. Como no puedo escapar a escribir sobre mi tiempo, me planteo dudas frecuentes en relación con el posible envejecimiento rápido de lo que escribo. Aunque al igual que “beauty is in the eye of the beholder”, la vejez de los textos puede radicar en la actitud de los lectores hacia estos: no olvidemos que los lectores del siglo XXI son también consumidores.
Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es escritora y traductora. Es autora, entre otros, de los libros El malestar al alcance de todos (2004), Mercado común (2006), La nueva taxidermia (2011), El genuino sabor (2014) y Malgastar (2016).
Natalia Carrero
1. No soy consciente de esa tradición (o canon), pero como somos animales culturales seguramente esté presente en el aire que respiramos y metabolizamos. Dicho así parece que hablamos de algo demasiado abstracto, por lo que prefiero centrarme, y hablar de, algunas concreciones pertenecientes a dicha tradición de textos, en los títulos exactos de unas cuantas obras y sus autorías. Y ahí encuentro, según los intereses y las derivas, una orientación, un reto, incluso documentos que parecen pedir ser triturados, desempolvados, remasterizados. La tradición escrita, entonces –y no en sus dimensiones inabarcables, al menos para mí–, como una suculenta caja de herramientas con la que seguir aportando construcciones.
2. Discriminación me resulta un término demasiado fuerte, pero no niego haber experimentado algo parecido respecto al género. Intento explicarme. Con frecuencia, al leer percibía rechazos, formas sintácticas y discursos que se alejaban o desmarcaban demasiado del mundo tal como yo lo veía, y solía interpretarlos en mi contra. Pensaba algo así como “Yo no llego”. Pero luego me di cuenta de que más bien era al revés. Esos textos no me llegaban, “no me decían nada” porque eran excluyentes, no incluían la posibilidad de una perspectiva diferente a la que proponían. Tardé en darme cuenta de que eso podía deberse al punto de vista patriarcal que ha predominado en nuestra cultura desde hace milenios, un punto de vista que no suele cobijar ni respetar otras alternativas.
3. Si consideramos que esas discriminaciones no son tales, no nos sentiremos discriminadas y nos encontraremos en disposición de intervenir, aportar nuestras letras bien organizadas. Si convenimos en que esas discriminaciones sobre el papel son más bien fallas, ausencias y carencias reparables, entonces la receta consistiría en rellenar las casillas, trabajar para que la perspectiva literaria en su conjunto, el canon, la tradición, sea cada vez más completa, lo menos parcial posible y, por supuesto, mucho menos patriarcal y autoritaria.
4. Eso de “literatura femenina” a lo mejor se refiere a literatura escrita por mujeres. Como estas dos preguntas me resultan muy difíciles, paso a referirme a mi caso. Quizá demasiado pronto me acostumbré a calibrar lo que me resulta literatura suculenta, y en esa zona de la biblioteca hay mucha escrita por mujeres, pero no sólo. Más en concreto, la literatura suculenta que me interesa y que lleva un nombre de mujer bajo el título suele coincidir con la tradición feminista, que también tiene su historia.
5. Apenas leo esas listas, pero este año me han tocado de cerca. Las he reflexionado más bien como termómetros de la cultura, como modo de comunicación “cultureta”, de interés sólo para ciertos círculos que se mueven por el ímpetu de estar al día en todo, también en la literatura del momento, y en ese espacio llamado “listas” sí hay “cuotas”, sí hay cierta etiqueta de “literatura femenina”, sí hay “best-sellers”, término que significa algo así como ‘mejores vendedores’, y también hay muchas variables interesantísimas. Sin embargo, creo que no hay una “literatura masculina”.
6. La primera pregunta la respondería un verso de Baudelaire que ahora no encuentro pero que bebí desaforadamente. Incidencia y trascendencia. Respecto ala segunda, nunca sé si el trabajo está bien hecho, pero después de muchas vueltas siempre vuelvo a la tradición, regreso, la encuentro, y suelo interpretar eso como que estoy viva, que sigo saltando por los campos literarios, que son tan anchos
Natalia Carrero (Barcelona, 1970) ha publicado los libros Soy una caja (2008), Una habitación impropia (2011) y Yo misma, supongo (2016). Es articulista y ensayista gráfica, y colaboradora de El Ministerio.
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