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Tribuna

Tomándonos en serio la pluralidad nacional del siglo XXI

Tan contingente y legítimo es el marco institucional vasco o catalán como el propio Estado. Las reivindicaciones canalizadas institucionalmente, es decir, la vivencia del hecho político nacional no es exclusiva de los nacionalistas

Ander Errasti 1/02/2017

<p>Cartel del ‘Aberri Eguna’ de 1934.</p>

Cartel del ‘Aberri Eguna’ de 1934.

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En un excelente artículo del 28/12/2016 (El pluralismo nacional en serio) el profesor Jorge Cagiao y Conde abordaba la cuestión, latente en buena parte de las disputas políticas y jurídicas presentes en el estado, del pluralismo nacional en España. Lo hacía, de ahí el calificativo de excelente, desde un rigor que por lo general brilla por su ausencia en el panorama mediático (véase al respecto el análisis, más o menos exhaustivo, planteado por Ignacio Sánchez-Cuenca en La Desfachatez Intelectual). Ya sea por exceso de vinculación emocional - en el mejor de los casos - o por intereses políticos o partidistas que poco o nada tienen que ver con la materia, la cuestión de la diversidad nacional en España rara vez es abordada con la profundidad que requiere. El artículo del Profesor Cagiao y Conde, en ese sentido, resulta una grata excepción.

En el señalado artículo, el autor presenta la siguiente cuestión: ¿existe, realmente, el pluralismo nacional en España? En caso afirmativo, ¿en qué consiste? Es decir, ¿a qué nos referimos cuando afirmamos que España es un Estado Plurinacional? Plantea el interrogante, además, dejando de lado con buen criterio una pregunta que abarca otra cuestión posterior: una vez definido en qué consiste, ¿qué hacemos con el pluralismo nacional? ¿cuál es la forma más adecuada de canalizarlo? No obstante, si bien ambas cuestiones están estrechamente ligadas (tal vez más de lo que se desprende del artículo del profesor Cagiao y Conde), el análisis sobre la primera cuestión no necesariamente define la respuesta a la segunda pregunta. Siendo así, ¿en qué consiste, de acuerdo con el citado artículo, el pluralismo de naciones en España? La respuesta que plantea, grosso modo, es que se trata de un conflicto entre nacionalismos. 

La convivencia entre diversos podrá generar tensiones que el marco político deberá encauzar, pero en ningún caso se llega a cuestionar la legitimidad del propio marco político

Para llegar a esta conclusión el artículo sostiene (siguiendo a Bikuh Parekh) que no debemos confundir pluralismo nacional con diversidad cultural. Esto último se refiere a los conflictos que pueda haber entre distintas visiones de la sociedad que conviven en un mismo marco político, citando el feminismo y el ecologismo como ejemplos de este tipo de diversidad. Tampoco debemos confundir, prosigue (en base a los planteamientos de Will Kymlicka), pluralismo nacional con diversidad étnica o polietnicidad. Este tipo de diversidad resulta, por lo general, del flujo migratorio y la pluralidad de comunidades etno-religiosas resultantes que conviven en un mismo marco político. Una circunstancia que, conforme indica, se podría aplicar igualmente a la presencia de sujetos de nacionalidades ajenas a la del marco institucional (un Español en Francia, por ejemplo) que no hacen de ese marco un contexto plurinacional. En todos estos casos que presenta el artículo, sostiene el profesor Cagiao y Conde, la convivencia entre diversos podrá generar tensiones que el marco político deberá encauzar, pero en ningún caso se llega a cuestionar la legitimidad del propio marco político. Circunstancia que, de acuerdo con la postura sostenida en el artículo, sí ocurre en el caso del pluralismo nacional o de nacionalismos.

Ahí reside precisamente el elemento problemático del análisis: en la idea de que hay un marco político neutro o a priori en el que se dan, como si se tratara de factores exógenos al propio marco político, conflictos entre filiaciones nacionales. Este análisis, que bien pudiera servir para estudiar la formación de las comunidades nacionales durante el siglo XIX y hasta bien entrado el XX – es decir, la formación de la actual división entre estados-nación -, difícilmente es aplicable en un entorno de creciente complejidad e interdependencias como el actual. 

A pesar de la pluralidad de diagnósticos que se hayan podido plantear sobre el origen de las naciones y del nacionalismo (siendo Ernest Gellner, Erik J. Hobswam y Anthony D. Smith los referentes más citados), es indiscutible que la vinculación entre Estado y Nación tuvo un desarrollo relativamente estándar que se corresponde con lo planteado por el profesor Jorge Cagaio y Conde. En ese sentido, la configuración del actual marco institucional está basada o es el resultado de conflictos entre nacionalismos. Unos nacionalismos que, asimismo, se sostenían en tres principios clave: la homogeneización a través de la estandarización cultural, una lógica perfectamente delimitada de inclusión del “propio” y exclusión del “ajeno” (la visión de la sociedad como contenedor, siguiendo a Ulrich Beck) y una interacción de suma cero con el resto de naciones del mundo (es decir, lo que yo gano lo pierden otros y viceversa). Todo ello sostenido sobre la creación de una comunidad de destino compartida, necesariamente ficticia (o imaginaria) auspiciada, siguiendo a Michael Billig, por elementos banales o cotidianos como la bandera, la nomenclatura del callejero o el deporte.

La configuración del actual marco institucional está basada o es el resultado de conflictos entre nacionalismos

Si bien es cierto que esas expresiones nacionalistas propias de la primera fase de la modernidad continúan estando presentes en buena parte del panorama político actual (como prueba el nuevo auge del nacionalismo en Europa, en sus expresiones más o menos radicales), no tengo claro que sirvan para analizar los casos de las naciones minoritarias, al menos en el caso de España. En primer lugar, porque las reivindicaciones - que no derechos - nacionales que existen en el estado no son otra cosa que la institucionalización de un hecho social: los colectivos de vascos y catalanes que, en su diversidad interna e independientemente de que se proclamaran o no como naciones, eran previos a la existencia del Estado. La institucionalización de ese hecho social es la que hace, precisamente, que las naciones vasca o catalana, no teniendo efectivamente la dimensión material de una piedra o un árbol, puedan considerarse hechos políticos objetivables. Tan objetivables como el propio Estado o el régimen de integración europea, dado que en todos los casos su institucionalización ha avanzado en paralelo a las de las naciones que contienen, llegando hasta el actual grado de confluencia o cohesión.  Frente al caso vasco y catalán, no todos los hechos sociales se constituyeron como naciones, es decir, se institucionalizaron. Analizar esos casos y determinar si exigen de algún tipo de reparación es una discusión relevante. Sin embargo, en los casos vasco y catalán la institucionalización, con todas las variaciones que hayan podido tener (desde el consejo de ciento o los parlamentos forales, pasando por los gobiernos en el exilio hasta la pertenencia a la Unión Europea), es una realidad sostenida en el tiempo.

En ese sentido, lo que el artículo no parece asumir es que tan contingente y legítimo es el marco institucional vasco o catalán como el propio Estado, sin que reconocer esta realidad implique necesariamente conflicto. Precisamente porque reconocer el pluralismo nacional no implica reconocer el cuestionamiento del “marco general de la comunidad política nacional” o “proponer otro marco nacional en sustitución”, sino plantear su interacción en términos menos jerárquicos, más bilaterales, más complejos. La contingencia del marco general hace que su legitimidad dependa en buena medida de su interacción con las partes que lo componen, así como de su interacción con otros marcos. La legitimidad de los marcos institucionales, sean del ámbito que sean, es contingente y está siendo permanentemente negociada. Asumir que las naciones minoritarias en España son el resultado ad hoc de una dinámica nacionalista que promueve el conflicto entre naciones y nacionalidades implica ignorar la realidad socio-política de aquellos territorios en los que se generan estas reivindicaciones. Una realidad que poco o nada tiene que ver con la del auge de los estados-nación en el siglo XIX-XX.

La contingencia del marco general hace que su legitimidad dependa en buena medida de su interacción con las partes que lo componen, así como de su interacción con otros marcos

Las naciones ya no tienen un anclaje territorial como entidades aisladas o aislables. Como tampoco los ciudadanos que forman parte de esa reivindicación nacional reflejan un patrón estático y estanco, una pauta homogénea. La relación entre las instituciones, los territorios sobre los que rigen las instituciones y los ciudadanos que canalizan sus reivindicaciones a través de esas instituciones se ha vuelto más plural y porosa. Se ha cosmopolitzado. En la Euskadi o Catalunya del Siglo XXI esas reivindicaciones canalizadas institucionalmente, es decir, la vivencia del hecho político nacional no es exclusiva de los nacionalistas. Como tampoco lo son en el caso de Escocia o de Quebec, incluso cuando las ciudadanas consideraron necesario refrendar si sus reivindicaciones podían continuar canalizándose a través del marco institucional compartido. De hecho, el propio nacionalismo ha asumido otra dimensión: primero abandonando el paradigma de la primera modernidad en la que constituirse como Estado era un fin en sí mismo. Segundo, asumiendo que la preferencia por un marco institucional determinado - el propio - no debe impedir reconocer su contingencia, la relativa arbitrariedad y porosidad de su delimitación (con los consiguientes deberes de justicia para quienes no compartan esa delimitación) así como los retos compartidos a los que están sujetos sus ciudadanos. Autores como Daniel Innerarity, Joxerramón Bengoetxea, Neus Torbisco, Alain Gagnon, Nicola McEwan o Patti Lenard dan buena cuenta de esa transformación. Eso no impide que aún haya rémoras, a veces muy sonadas y exaltadas (“Espanya ens roba”, “Alde hemendik” o “Españoles, hjijos de p…”), de un nacionalismo que se corresponde con la taxonomía presentada por el profesor Cagiao y Conde. Cualquier ideología está expuesta a dinámicas extremas y execrables. Unas rémoras que adquieren una dimensión preocupantemente visible en el caso del nacionalismo español o castellano liderado por el Partido Popular y ciertos sectores jacobinos del Partido Socialista Obrero Español, si bien también se comienza a percibir su inexorable transformación. Sin embargo, no son más que eso, dinámicas que debemos trabajar por superar y no tanto características inherentes a ninguna nación o expresión nacionalista que debamos asumir como ineludibles.

Siendo así, compartiendo la pretensión del artículo de abordar con rigor el debate sobre la pluralidad de naciones en el Estado, considero que el profesor Cagiao y Conde lo hace desde unas categorías que no se corresponden con la nación y el nacionalismo vasco y catalán del siglo XXI. Unas naciones que dejaron de ser patrimonio exclusivo de los nacionalistas, en el sentido afirmado en el artículo, y cada vez más pertenecen a sus ciudadanos y ciudadanas. Así como sus respectivos nacionalismos hace tiempo dejaron de ser excluyentes, homogeneizadores e insolidarios para pasar a defender la coexistencia pacífica y cooperativa de las instituciones que defienden como propias con el resto de marcos institucionales comunes, ya sean municipales (cada vez más relevantes), nacionales, estatales o supranacionales. Porque el nacionalismo del Siglo XXI no se define en contraposición ni como rechazo, sino como una interacción justa y mediada entre la pluralidad de reivindicaciones que los ciudadanos canalizan a través de una pluralidad de instituciones. Que esa pluralidad genere beneficios para todas las partes o termine por perjudicar a todas las ciudadanas dependerá de cómo se canalice. No cuestionar su existencia y aceptar el reto de abordar la cuestión desde el rigor académico no implica resignarse y limitar el análisis a las categorías del Siglo XX. Porque es evidente que la pluralidad de hechos políticos que denominamos como “nación” sigue siendo relevante. Siendo igual de evidente que se ha transformado. Asumir, analizar y encauzar debidamente esa transformación es uno de los grandes retos y obligaciones del Siglo XXI. Eso sí sería tomarse en serio la pluralidad. Y buena falta nos hace. 

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Ander Errasti Lopez. PhD candidate in Ethics and Political Philosophy. Universitat Pompeu Fabra. Visiting Doctoral Student (2016) University of Oxford. Project Manager. European Project SIforAGE. Grup Interdisciplinar de Reflexió i Solucions Matemàtiques per a Entitats. Universitat de Barcelona. Globernance (Instituto de Gobernanza Democrática de San Sebastián) Ikerlaria.

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