¿Sánchez de nuevo, o el nuevo Sánchez?
El exlíder socialista se está enmendando a sí mismo, quiere liderar un partido libre y reaparece junto a Pérez Tapias asumiendo sus propuestas. Ya no quiere parecerse a Valls y Renzi, sino a Corbyn y a Hamon
Miguel Pasquau Liaño 1/02/2017
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A Sánchez lo hizo pequeño y romo el apoyo de las estructuras más poderosas de su partido en aquellas primarias que ganó por encargo, y podría hacerlo grande y con filo la determinación de enfrentarse a esas mismas estructuras después de que decidieran prescindir de sus servicios. No es un vaticinio, sino una posibilidad.
Los liderazgos casi nunca son el resultado de una programación metódica. No dependen demasiado de las cualidades personales, de la maquinaria propagandística ni de los caballos que se cabalgan. Por lo general tienen más que ver con haber sido capaz, en el momento oportuno, de jugar a la contra, de buscar la confrontación a fondo perdido sin reservarse nada por si acaso. A Sánchez no se le vieron cualidades de líder cuando tuvo caballos y propaganda y se fotografiaba en camisa blanca con Renzi y Valls: más bien parecía una resultante neutra de vectores que pugnaban entre sí. Ahora, en cambio, enfrentado a los caballos, se presenta a sí mismo como díscolo y plantea su candidatura como un asalto desde fuera, en clave de disputa y no de consenso, y quiere armar su liderazgo desde su condición de víctima del aparato del partido. Hace bien, y nadie podrá reprochárselo: lo leal es pelear en tiempo de pelea y conciliar cuando se ha ganado. Lo contrario, es decir, esgrimir el consenso en la batalla para luego simplemente mandar porque se ha ganado, es hacer trampas.
En el PSOE el mal mayor sería optar por el mal menor. Cualquier actitud defensiva y conservacionista sería pedir una prórroga para seguir muriendo despacio
Con Rajoy sucedió algo parecido. El dedo de Aznar lo hizo pequeño, y el liderazgo lo consiguió mucho después, cuando en 2008 perdió las segundas elecciones contra Zapatero y significados barones de su partido tiraban la piedra escondiendo la mano detrás de la mano de poderosos periodistas, que decidieron que valía mucho pero ya no servía. Se plantó, incluso frente a Aznar por fin, hizo frente, tomó sus decisiones, jugó sus cartas y hubo ganadores y perdedores. Dejó de ser un aplicado vicepresidente, un alto funcionario de la administración o un brillante orador parlamentario, para convertirse en un político.
La impresión es que Sánchez va a perder, porque lo que tiene enfrente no es sólo una Gestora, sino a la gran mayoría de cuadros y voces conocidas del partido, que por lo general son reflejo de la mayoría de la militancia. Sus rivales sabrán organizarse y es seguro que tienen diseñada una estrategia: tiempo han tenido, gracias a la largueza y generosidad de la Gestora. Pero Sánchez, es verdad, cuenta con dos bazas importantes para jugar: una es la libertad de quien nada tiene que perder; y la otra, el marchamo de que se enfrenta a lo irremediable con un discurso político atrevido. Digo que son bazas importantes porque son precisamente las que necesita el PSOE para revertir su avanzado proceso menguante hacia un partido menor, sin vocación mayoritaria: darse cuenta de que ya nada importante tiene que perder (más que acaso la suerte personal de quienes conforman un declinante resto de poder regional), y el atrevimiento frente a las renuncias que han ido estrechando su espacio. En el PSOE hoy día el mal mayor sería optar por el mal menor. Cualquier actitud defensiva y conservacionista sería pedir una prórroga para seguir muriendo despacio. Y la actitud de ataque requeriría no sólo agresividad retórica o aclamaciones congresuales hacia adentro, sino un doloroso soltar lastre y romper algunos platos. La famosa “catarsis” que necesita el PSOE desde hace una década no podrá venir de la mano de un amaño cosmético ni de pactos de no agresión. No son costuras superficiales lo que necesita el PSOE, sino desgarros a fondo y votaciones dramáticas que conformen una decisión entre alternativas no conciliables: justo lo contrario, por cierto, de aquello que lastró al viejo Sánchez, empeñado en resistir sin decidir.
Es curioso que Sánchez haya cambiado en tan pocos meses el discurso del sí por el discurso del no. En la repetición electoral del 26-J, Sánchez jugó, con su partido a cuestas, a la propaganda del “sí”; ahora, en cambio, quiere edificar su candidatura sobre la piedra del “no es no”. Recuerden aquel “sí” enorme de letras blancas sobre fondo rojo. Ya sé que no era un sí a Rajoy; pero tampoco el “no es no” de ahora es sólo un no a Rajoy: si lo piensan bien, es un no a sí mismo, a lo que significó durante todo 2016, al partido que lo ató a una hoja de ruta de la que sólo a última hora quiso escapar de una manera que aún no ha explicado con detalle. Aquel “sí” fue un sí perdedor, porque no se sabía bien a qué señalaba, qué apostaba, hacia dónde quería ir. El “no” de ahora, en cambio, tiene contenidos muy claros y desde luego más fáciles de definir. Es un no a aquellas líneas rojas ortodoxas que condujeron al partido a un callejón sin salida, y al que él mismo puso cara durante un año agónico. Sánchez se está enmendando a sí mismo, y en su retorno parece proponer un partido dispuesto a la heterodoxia, tanto en la política económica como en la idea misma de España. Tengo la impresión de que quiere liderar un partido libre capaz de hablar de república, de autodeterminación y de socialismo. Quizás sean afirmaciones aventuradas mías, pero hay algo que ayuda mucho a entender este viraje y que podría darle la credibilidad que, de otro modo, Sánchez no encontraría: me refiero a la presencia significada de José Antonio Pérez Tapias entre quienes le apoyan.
Los torpedos llegarán pronto. Es fácil imaginar que en el argumentario está presentar su ambición política como una ambición de poder sin ideología
Recuerden. José Antonio Pérez Tapias disputó a Sánchez la secretaría general con las armas del “no” y del enfrentamiento dialéctico y programático. Él era el outsider en aquel embate. Madina, un político que entonces parecía mucho más atractivo y ambicioso que Sánchez, estaba por medio, pero la rivalidad entre Madina y Sánchez parecía más bien orgánica, y por eso el debate entre ellos apenas tenía contenido: en realidad lo libraban otros desde sus organizaciones regionales. Pérez Tapias peleaba contra ambos desde fuera, y buscó centrar la disputa en un terreno ideológico, en el que se sentía cómodo, porque era el terreno en el que podía conectar con más militantes. Pérez Tapias proponía un PSOE más rojo y más parecido a España (es decir, comprensivo de las nacionalidades, y no sólo de las regiones), apto para entenderse con Podemos y con partidos nacionalistas en un cambio de ciclo político que habría de comportar reformas constitucionales a las que, en su opinión --si no la interpreto mal-- , el PSOE no acaba de atreverse por estar encerrado en una función subalterna que le da para vivir y poco más. Quizás también por un vértigo electoral a corto plazo, que es el mismo que lo llevó a abstenerse en la investidura de Rajoy. ¿No es verdad que aquella decisión, pese a todos los intentos de justificarla en razones de responsabilidad, fue percibida como una falta absoluta de confianza en su capacidad política? ¿No dio la impresión de haber pedido un préstamo con garantía hipotecaria para poder pagar sus deudas?
Bien, pues ahora Sánchez, hasta hace tan poco una antítesis de lo que proponía Pérez Tapias, reaparece junto a él y, lo que es más importante, asumiendo su lenguaje y sus propuestas. De repente ya no es el joven de camisa blanca parecido a Valls y Renzi, sino alguien que quisiera parecerse a Corbyn y a Hamon. Sánchez dice querer liderar el PSOE para “unir a la izquierda”, y no para distinguirse de ella. Pronto dirá que también para “unir a España”, cosa que hoy día sólo parece posible con el reconocimiento de la realidad, y no con su negación. Eso suena a Pérez Tapias.
La clave está en si Sánchez es capaz de convertir sus propios errores como secretario general en un argumento a favor de la necesidad de apartarse de aquella dinámica de renuncia a la ambición política
Los torpedos llegarán pronto (alguno ha llegado ya, de boca del señor Cornejo), y alguno alcanzará a Sánchez. Es fácil imaginar que en el argumentario está presentar su ambición política como una ambición de poder sin ideología: el énfasis de sus palabras cuando era la boca del aparato socialista está en la hemeroteca, y no será complicado que alguien concluya que vende sus principios a cambio de sillones. La clave está en si Sánchez es capaz de convertir sus propios errores como secretario general en un argumento a favor de la necesidad de apartarse de aquella dinámica de renuncia a la ambición política que dejó clavado al PSOE en un espacio sin atractivo alguno. Pero para ello sería imprescindible una narración detallada y creíble de lo que le ha hecho comprender que estaba equivocado: las presiones a las que no supo resistir, los sapos que tuvo que tragar, los compromisos, las inercias, los intereses de quienes aún tienen un poder regional que conservar, las estrategias de los grupos mediáticos, etc. Porque lo que puede hacer atractivo a Sánchez no es más que esa impresión que quedó al final de que no le dejaron entenderse con las fuerzas que quieren transformar algo más que el nombre de los ministros. ¿Será Sánchez capaz de apostar por aquí, o en vez de a un nuevo Sánchez nos encontraremos a Sánchez de nuevo?
Patxi López, Pedro Sánchez. ¿Y Susana Díaz? Se da por segura su candidatura, pero yo creo que hay calculadoras de por medio. No puede descartarse que, si los cálculos no le salen, la federación socialista andaluza vuelva a jugar a no perder, apoyando a Patxi López, en cuyo caso éste sería el secretario general. El mal menor. El que apostó por abstenerse en la investidura, pero “sólo un poquito”. Si, en cambio, Susana Díaz formaliza su candidatura, la batalla será dura pero al menos tendremos por fin una respuesta a la pregunta que tiene bloqueado el panorama político: ¿quo vadis, PSOE? O Sánchez entra de lleno en esa pregunta, sin querer contentar a todos, o no será un nuevo Sánchez, sino un Sánchez 2.0.
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(Úbeda, 1959) Es magistrado, profesor de Derecho y novelista. Jurista de oficio y escritor por afición, ha firmado más de un centenar de artículos de prensa y es autor del blog 'Es peligroso asomarse'. http://www.migueldeesponera.blogspot.com/
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