EDITORIAL
¡No nos representáis!
8/02/2017
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Pocas semanas después de la aparición del movimiento 15M, que asombró al mundo y fue objeto de emulación en muchas partes, el diario británico The Guardian escribió que se trataba del acontecimiento político más interesante desde la muerte de Franco, en 1975. ¿Qué tiene que ver la despiadada lucha orgánica por el poder que, a la vista de todos, amigos y enemigos, se ha abierto en Podemos --heredero directo de aquel movimiento-- y que tanto recuerda a la viejísima izquierda, con los valores del 15M que trataban de impugnar el sistema y que lograron que los partidos tradicionales se pusieran al fin las pilas?
Ciertamente, Podemos es un partido-movimiento joven, construido de forma apresurada bajo presión política-electoral, y tiene el derecho y el deber de discutir de forma abierta y democrática sus propuestas organizativas y políticas de futuro; sin embargo muchos nos preguntamos: ¿qué tiene que ver esa antipática y cada vez más cainita guerra de reproches entre los dos principales representantes de la formación morada con la discusión ideológica --instituciones versus calle, y el grado de utilización de cada una-- con la que se abrió el debate en la formación morada para Vistalegre 2, que tanto interés tiene en nuestro país y en muchas otras zonas del mundo en las que han aparecido o están apareciendo movimientos similares, incluyendo EE.UU.?
La discusión, aplazada en la izquierda alternativa nada menos que desde Mayo del 68, debe definir si ésta podrá llegar a gobernar (para que pueda gobernar la gente tiene que visualizar que es capaz de gobernar) o sólo puede crecer en la excepcionalidad.
¿Qué tiene que ver la despiadada lucha orgánica por el poder, que a la vista de todos se ha abierto en Podemos y que tanto recuerda a la viejísima izquierda, con los valores del 15M que trataban de impugnar al sistema?
Este fin de semana se celebrará el congreso de Podemos. Se cerrará una etapa y se abrirá otra. No corresponde a este editorial (aunque sí a otros futuros, pendientes del resultado de la Asamblea) enjuiciar la discusión en términos partidistas, sino democráticos. Desde las últimas elecciones al Parlamento Europeo, en 2014, el concepto de "desafección política" pasó de moda. Ya no era el más determinante para definir la situación política en España. Podemos había cobijado a muchos millones de ciudadanos, ilusionados de nuevo (especialmente, aunque no sólo, aquellos más afectados por la brecha generacional que convirtió a los sectores más jóvenes de la población en los más golpeados por la crisis). Unos y otros observan ahora con estupor y dolor una polémica letal, permanente, que nada tiene que ver con sus intereses y con su modo de pensar y actuar.
Si Vistalegre es una oportunidad fallida y Podemos no se olvida de la bronca para ponerse a la urgente tarea del cambio volverá la desafección, no sabemos en qué términos, y acompañada de buenas dosis de nihilismo. Mucho más si se considera al mismo tiempo la situación del centro izquierda, la vieja socialdemocracia. ¿Alguien puede creer todavía que el fracaso de Podemos arrastraría de nuevo a millones de votantes al seno de un PSOE liderado, por ejemplo, por Susana Díaz? Aunque quizá abriera una pequeña ventana de oportunidad para el PSOE de Pedro Sánchez, el análisis coste-beneficio de esa situación es muy negativo en su conjunto, para la democracia y para la izquierda.
La hipótesis de un futuro y creciente desapego político se sustenta en las enormes dosis de irritación que muestra mucha de la gente anónima que ha acompañado durante los últimos tres años la construcción de Podemos, y que ahora se desespera ante la hipocresía de unos dirigentes que constantemente piden perdón y se lamentan por el espectáculo que están dando, y al momento siguiente vuelven a hacer una declaración hiriente contra el antiguo compañero, asesinando en cada cuchillada el espíritu fraterno del 15M.
Entre las virtudes de Podemos ha estado la de desvelar la táctica del establishment de enfrentar a los débiles entre sí mientras los poderosos se fumaban un puro. Sus dirigentes en liza están haciendo estos días algo similar sin necesidad de que nadie los empuje desde fuera: se enzarzan y dividen, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la izquierda: se devoran a sí mismos y debilitan al conjunto.
Los miles de ciudadanos que de forma anónima se levantaron, rompieron el viejo bipartidismo y gritaron "¡Que no nos representan!" tienen derecho a volver a hacerlo ahora y espetar a Pablo Iglesias y a Íñigo Errejón: "¡No nos representáis!".
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