Crónica parlamentaria
La democracia ‘est quod est’
A veces, en el Congreso, se tiene la sensación de estar oyendo misa
Miguel Ángel Ortega Lucas 15/02/2017
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Nadie tiene claro todavía si España es un Estado laico, aconfesional o ateo-católico-folclórico. En cualquier caso, y salvando los días en que un arzobispo se levanta con ganas de salir en la tele y que suba el pan, hace tiempo que Dios anda lejos del debate público (seguramente le prejubilaron). Y, sin embargo, no es la cuestión tan sencilla. Si uno hace oído en el Congreso, si no atiende a la literalidad de las frases y al festival adolescente de lugares comunes, si escucha bien la música y trata de mirar la letra del adagio mil veces repetido con ojos nuevos, puede de repente caer en la cuenta, atónito, de que no está oyendo un pleno, sino misa.
La sociedad occidental asume, se jacta incluso, de no tener Dios; por haber asimilado en su seno a todos los dioses, o por haberlos matado. Pero sí que lo hay: esa deidad llamada Democracia. Un principio divino mayor que cualquier otro por haber sido el hombre-dios mismo, señor del Cosmos por la gracia de la razón y la ciencia, quien lo alumbró: una ley tan incontestable como el Antiguo Testamento pero mucho más respetable por haber nacido con el consenso de todos. Basta invocarla, entonces, para que quien lo haga quede investido de la legitimidad arcana que da la madre tierra, y para amedrentar al hereje más furioso. Así, un pleno del Congreso de los Diputados puede recordar a esos cónclaves medievales de El nombre de la rosa en que se debatía acaloradamente entre órdenes religiosas sobre la preferencia de Cristo por la pobreza, pero jamás sobre la naturaleza del mismo.
La democracia es incuestionable, las instituciones hacen la democracia, ergo las instituciones y quienes las sostienen son incuestionables también. (¿Quiénes son las instituciones? Ego sum qui sum, respondería Jehová). En la mañana de la primera sesión de control al Gobierno después de los congresos de Podemos y PP, reforzados sus líderes y con respectivos conflictos internos de fe (Errejón, Cospedal) que el tiempo irá resolviendo, las instituciones fueron de nuevo el dogma que el Ejecutivo blandió cual crucifijo, una y otra vez, para ahuyentar infieles, con claro éxito.
Verbigracia: Antonio Hurtado, del PSOE, pregunta al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro “¿cómo valora las últimas informaciones en materia de fraude fiscal?”. Se refería a Rodrigo Rato, cuyo título como mejor ministro de Economía de la historia de España se va quedando corto a la luz de su talento sobrenatural para con el dinero (“blanqueaba capitales” cuando era jefe del FMI, trincaba de continuo con las tarjetas black en Bankia, recibía subvenciones...: 6,8 millones de euros de fraude público en total, se calcula). Montoro responde que “la aparición en prensa” de esas noticias sobre el currículum de Rato “no hace más que confirmar que las instituciones funcionan, que lo que no funciona es la impunidad para nadie”. Tras la réplica, a cuenta de por qué no meter la mano en la caja de los defraudadores a los que el Gobierno otorgó una amnistía fiscal, vuelve a responder, perplejo: “¿Pero podrá decir que no se investiga”, cuando el destape de todo el tinglado “es fruto de la función de la Agencia Tributaria?”. Las instituciones funcionan; y si hay algún problema es que las instituciones funcionan porque se dan cuenta de que no funcionan.
También Montoro, un poco después, al diputado de Podemos Antonio Gómez Reino –que aludió a la familia siciliana por el posible nombramiento de Arsenio Fernández de Mesa, “amigo de Rajoy”, y gestor de la crisis del Prestige, como consejero de Red Eléctrica Española–: “El respeto”, respondió Montoro, recogiendo la llamada al orden de la presidenta de la Cámara, y sin darse cuenta de que efectivamente citaba a Marlon Brando: “¡Respeto! ¡Qué gran palabra para la democracia! Pero a algunos no les va, no les va... Y les recuerdo que están en instituciones democráaaticasss, con procedimientos democráaaaticosss... No descalifique a personas que han ejercido lo mejor que han sabido puestos de responsabilidad en la [aquí viene de nuevo] democracia española”. (La democracia es incuestionable, las instituciones son la democracia: quienes hayan tenido cargos en instituciones democráticas son igualmente incuestionables, por ser la democracia misma). La reacción indignada de Montoro provocó los desaires mayores en la bancada de Podemos, con voces y gestos cruzados con los populares, pero tampoco llegó a mayores (“tienen la piel muy fina”, dijo luego Celia Villalobos).
Antes de él, Albert Rivera había preguntado a la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, por el runrún que ya se oye en torno a los nuevos nombramientos del Tribunal Constitucional, por parte del PSOE y del PP, y la supuesta “separación de poderes” del Estado, conminándola a unirse en una reforma del sistema de elección de los tribunales de justicia. “Les pido que sean valientes y acaben con el bipartidismo judicial”. Santamaría: “Este gobierno valora la independencia de todas las instituciones, de la primacía de la ley y del interés general”. “La mayor muestra” de la independencia del Constitucional, según Santamaría, “es su unanimidad en los asuntos más importantes para el país”. Unanimidad: independencia.
Antes de eso, ya había planeado esa cuestión en el hemiciclo, a primeras horas del debate. Cuando Gabriel Rufián, de ERC, preguntó a Mariano Rajoy si “está de acuerdo con que una urna te lleve a un juzgado [en relación con la consulta soberanista catalana] y un micrófono al despacho de un ministerio [en referencia a la información del diario Público, conocida ayer, según la cual Alicia Sánchez-Camacho, del PP catalán, habría filtrado a Interior grabaciones sobre el dinero de la familia Pujol en Andorra], Rajoy respondió diciendo que eran “dos cosas muy distintas”: “Una es el debate político [¿?], y otra el cumplimiento de la ley, que nos obliga a todos. Esto no es nada exótico, ocurre en todos los países democráticos del mundo”. Después de recordar a Rajoy unas cuantas actividades dudosamente legales del PP, Rufián zanjó: “Permítame que le diga que no hay ley por encima de la democracia, y que la democracia es imparable. [Estaba claro que hablaban de dos deidades distintas.] Nos vemos en las urnas, señor Rajoy”. “Con toda franqueza”, le respondió el presidente, “escuchándole a usted me viene a la memoria aquella frase, no recuerdo ahora de quién, de que en política no hay absurdo imposible”.
Rajoy había ya explicado a Antonio Hernando, portavoz del PSOE, el contenido de su conversación con el nuevo presidente de EE.UU., Donald Trump: le trasladó su “visión de la economía española, del Brexit, de la UE”; que “nuestras relaciones bilaterales son buenas y deben seguir siéndolo; “le hablé de las relaciones comerciales y de seguir cooperando en seguridad, defensa y lucha contra el terrorismo”. A Hernando dice parecerle “vergonzosa” la postura de Rajoy respecto al nuevo líder americano, pero a Rajoy no le preocupa en absoluto; ni Trump ni el escándalo hernandiano, ya que “si hubiesen estado ustedes [el PSOE] en el Gobierno, habrían hecho exactamente lo mismo”. No podemos saberlo, pero es probable que, con todas sus discrepancias teológicas, no haya tanta diferencia entre el Dios del PSOE y el del PP; entre el del PP y el de Trump. Es sabido que los caminos de la Democracia también son inescrutables.
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Autor > Miguel Ángel Ortega LucasEscriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza. Suscríbete a CTXT
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