Un dolor desgarrador
Testimonio de una trabajadora humanitaria en un campo de desplazados en Kirkuk (Irak)
Mariko Miller (MSF) 7/03/2017
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Un grupo de personas me rodea. Me miran fijamente con sus ojos inquietos. Jamás me había sentido tan vigilada. Al mismo tiempo, observo a un crío en los brazos de su madre. Sus manos tratan de asir con desesperación cualquier cosa, pero sólo hay aire. Tiene hambre. Tanta, que duele mirarlo. Frente a él, en una caja, hay un paquete de galletas. El pequeño no le quita el ojo de encima. Finalmente lo alcanza y trata de arrancar el envoltorio plástico. Es una imagen que se me ha quedado grabada en la mente. Es demasiado pequeño para estar tan hambriento, demasiado pequeño para entender la decisión que ha tomado su familia para sobrevivir. O cómo este viaje definirá su futuro. Alrededor de él, hay varios grupos de personas sentadas en el suelo. Están apiñadas alrededor de cajas de comida, comiendo con desesperación después de seis días de hambre y dos años de sufrimiento bajo el control de grupos armados.
El niño está entre 647 personas que han llegado sanas y salvas de Hawija, un lugar ahogado por el sufrimiento. Todas ellas decidieron emprender un camino al que no todos sobreviven. A los que atrapan en la huida, los ejecutan. Y aquellos que logran salir de Hawija deben recorrer siete kilómetros en plena noche a través de un desierto trufado de minas y de artefactos explosivos caseros. Y también donde los francotiradores están al acecho de sus “objetivos”. La otra noche, sin ir más lejos, un grupo de familias fue ejecutado cuando intentaba escapar. Pero los que hoy tengo delante lo lograron. Ellos están vivos.
Un niño de ocho años me reprocha que su hermanita pequeña esté enferma. Él no ha dormido en días porque, durante la noche, las mujeres duermen y los chicos deben hacer guardia
Muchas mujeres se dirigen a mí con los ojos llenos de lágrimas y me hablan de las familias que han dejado atrás. Atrás, en un lugar que ha estado sometido a durísimos bombardeos y donde todavía se espera una nueva ofensiva. Hay una joven que perdió a toda su familia ayer cuando pisaron una mina en la oscuridad. Su dolor es desgarrador.
Otras personas están sentadas en silencio. Con la mirada perdida y los ojos fijos en el vacío. Unos ojos que han visto cosas que nadie debería ver. En un estado de conmoción tal que se adivina impenetrable. Aunque necesario porque ellos aún no son libres. Deben seguir luchando por sobrevivir.
Hay un anciano que está sentado solo. Respira con dificultad y su falta de resuello es notoria. Le proporciono algo de Ventolín, pero en lugar de mejorar, rompe a llorar. Su hijo sigue en Hawija. Y es todo lo que necesita decir.
A veces lo más duro es escuchar estas historias y no perder la hechura profesional. Sobre todo cuando siento las lágrimas a punto de desbordarse. No sé qué decir más allá de “Inshallah (si Dios quiere), tu hijo llegará a salvo”. El hombre me mira con ojos cristalinos y repite “Inshallah”, mientras mira al cielo.
Dos niños han perdido a su madre por la explosión de otra mina, también ayer en la ruta de salida de Hawija.
El aire que respiro está impregnado de sufrimiento.
Un niño de ocho años me reprocha que su hermanita pequeña esté enferma. Dice que él no ha dormido en días porque, durante la noche, las mujeres duermen y los chicos jóvenes deben hacer guardia. Lo dice muy serio y con convicción, aunque no hay rastro de emociones.
Veo a niños que esconden comida en sus bolsillos y ver esto duele. Como digo, ellos siguen luchando por sobrevivir.
Durante la última semana, varios niños han llegado con heridas debidas a explosiones. Nuestros equipos médicos les han extraído la metralla y el metal de sus pequeñas extremidades, y los han transferido con total seguridad a uno de los hospitales a los que damos apoyo. Vemos solamente a aquellos que lo logran, a aquellos que han superado el peligroso viaje y han alcanzado los puntos de entrada a Kirkuk más allá de la línea del frente. Pero sabemos que hay muchos otros que han quedado atrás.
En uno de los puntos de entrada, un hombre joven se desploma nada más salir del camión en el que ha llegado. No responde y está pálido. Lo llevamos a una de nuestras clínicas y mientras intento reanimarle veo que de sus ojos brotan sendas lágrimas. Permanece quieto, paralizado sobre el suelo mientras solloza, hasta que finalmente es capaz de sentarse. Me cuenta cómo sus padres fueron asesinados hace poco y que su hermano sigue en Hawija. Su mujer está embarazada de su primer hijo y él se siente superado por la incertidumbre. Nos sentamos en el suelo y su mujer se une a nosotros. Terminan llorando los dos. Él cree que le he salvado la vida y tras un apretón de manos dice que rezará por mi cada noche. Su coraje me abruma.
Estamos construyendo nuestro proyecto desde cero, y nos estamos preparando para lo que viene. Hemos iniciado la capacitación de personal sanitario de los principales hospitales para emergencias. Además, estamos trabajando en los puntos de acceso a esta zona para proporcionar atención de emergencia a los recién llegados y a los heridos. Los equipos médicos están creciendo para aumentar nuestra capacidad de respuesta. Y la solidaridad de todo el equipo lo está haciendo posible. La unión del humanitarismo y la medicina en este lugar nos recuerda la identidad de MSF.
La necesidad de nuestra presencia es notoria. La gratitud de nuestros pacientes, un ejemplo de humildad.
A pesar de la complicada situación, estamos exactamente en donde debemos estar.
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Mariko Miller es una enfermera canadiense que trabaja para MSF en Kirkuk (norte de Irak), donde MSF está proveyendo asistencia médica a la población que se ha visto obligada a huir de sus hogares debido al conflicto armado. Además, MSF apoya a dos hospitales locales en sus servicios de urgencias.
Traducción de MSF.
Muchos de los desplazados que llegan son de Hawija, un distrito al suroeste de Kirkuk que ha estado bajo el control de grupos armados durante más de dos años. Desde que se intensificaron las operaciones militares para retomar el distrito en agosto del pasado año, más de 80.000 iraquíes han huido de Hawija, según ACNUR. Muchas familias hablan de falta de comida y combustible en la zona. Y también del peligroso camino que conduce a la seguridad. A pesar de la magnitud de las necesidades de la población, la asistencia humanitaria es terriblemente insuficiente.
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Mariko Miller (MSF)
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