El Hacha
Griezmann, purasangre con espíritu gregario
El jugador sigue quemando etapas, aumentando su radio de acción en el juego y su margen de mejora sigue siendo espectacular
Rubén Uría 22/03/2017
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Ahora que casi todo el fútbol se analiza con pantallas, flechas, datos y números, basta sondear el mapa de calor habitual de Antoine Griezmann para corroborar que, en ocasiones, las estadísticas sí ratifican las sensaciones. El irreductible Asterix de esa aldea gala que comanda Simeone y resiste al invasor del duopolio Madrid-Barça ha vuelto a demostrar que es un jugador superlativo. Uno con el don de la omnipresencia. El francés jugó como enganche, como volante, como interior, como extremo por la derecha, como estilete por la izquierda y como delantero centro improvisado durante unos minutos. De propina, su presencia se multiplicó por todos los rincones de la alfombra del Calderón, llegando a aparecer para hacer coberturas al lateral diestro y también al zurdo. En coberturas defensivas, Antoine. En mediocampo para presionar, Antoine. En ayuda de los defensas para achicar cuando el rival aprieta, Antoine. Entre líneas, Antoine. Para conducir el contragolpe, Antoine. Para centrar al área, Antoine. Para anotar en boca de gol, Antoine. Y para ejecutar un tiro libre made in Luis Aragonés, de esos que quitan las telarañas de la escuadra, Antoine.
Tiene uno contra uno, visión de juego, capacidad para asociarse, para driblar, para asistir, para rematar y además, para ser determinante en las faltas directas
No es casualidad que un tipo de genética ganadora, energía positiva y método meticuloso, como Simeone, considere a Griezmann como el único tipo que tiene licencia para interpretar los partidos, leerlos a su gusto y jugar con absoluta libertad, tanto táctica como posicional. Estamos ante un jugador con una capacidad de aprendizaje brutal. Al punto de que ya no es un extremo fino, elegante, que ve puerta con asiduidad. Ahora también ha superado esa época en la que era un delantero eléctrico con olfato de gol y llegada mortal con espacios. No. Ahora Antoine es mucho más que todo eso. Griezmann sigue quemando etapas, aumentando su radio de acción en el juego y su margen de mejora sigue siendo espectacular. Tiene uno contra uno, visión de juego, capacidad para asociarse, para driblar, para asistir, para rematar y además, para ser determinante en las faltas directas. Antoine ha mejorado sus registros de manera admirable. Pegada de colibrí con ambas piernas, instinto de cobra en el área, finura en cada regate, velocidad endiablada en cada galopada, desmarque inteligente en cada lance y una visión de juego que no para de mejorar.
Griezmann completa todas y cada una de sus múltiples virtudes, que ya venían de serie, con tres ingredientes extraordinarios que le ha inculcado Simeone. El primero, liderazgo. Este Antoine ya no es aquel gran jugador que no se atrevía a ser fantástico por temor a fracasar. Ahora las pide todas, jamás se esconde y siempre compite con una ambición desmesurada. El segundo gen que ha asimilado Antoine es el del trabajo. Pocos cracks mundiales añaden a sus virtudes futbolísticas un sacrificio tan extraordinario en beneficio del equipo. Simeone le convenció de que, si ponía sus cualidades al servicio del equipo, el equipo potenciaría su carrera y sus logros. Ahora Antoine, además de engordar sus números, es más generoso. La cuadratura del círculo del siete del Atleti es bestial: es la suma de un pie de seda y un espíritu gregario impropio de una estrella. Y el tercer y definitivo gen cholista que adorna aún más las virtudes de Griezmann es su espíritu guerrillero y ganador. Uno que cada vez crece más y más, hasta límites insospechados, y que es su gasolina interior. Antoine está teniendo lo que se merece porque, como bien dice Simeone, el trabajo siempre paga.
El Cholo dirige su tropa de elite sin reservas, con mano de hierro y ardor guerrero. Su regla de oro, nada ni nadie por encima del equipo. Antoine, en su proceso de aprendizaje, ha procesado la lección más importante de todas para un jugador de su talento: no preguntarse qué puede hacer su equipo por él, sino qué puede hacer él por el Atleti. Un pequeño paso para un profesional. Uno gigantesco para la carrera de Griezmann. Nadie podría reprocharle que no alcance la estatura mundial de Cristiano, ni que nunca pueda siquiera compararse con el mejor de todos los tiempos habidos y por haber, Messi. Lo que es digno de admirar es el trabajo incansable de un tipo que se ha convencido de que todavía puede seguir creciendo, de que el equipo es lo único que importa y de que, aunque la perfección absoluta no exista, su deber es perseguirla.
En sus más de cien años de historia, el Atlético de Madrid ha tenido grandes jugadores en sus filas. Ninguno con la capacidad de aprendizaje, inteligencia y sacrificio de Antoine Griezmann. No tiene techo. Eric Olhats le descubrió, la Real le moldeó y el Cholo le perfeccionó. Tenía mil cualidades que ya venían de serie, pero ahora es un jugador total. No hay ninguna estrella en el firmamento del planeta fútbol capaz de asimilar que el talento, sin trabajo, no basta. Antoine es un purasangre que sabe que, como sostiene Simeone, el trabajo siempre paga.
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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