Tribuna
¿Qué celebramos en Roma?
Es sintomático que los únicos que reivindican las virtudes de la UE de forma ritual sean los miembros de una clase política muy desacreditada. Es urgente un plan alternativo que inevitablemente colisionará con la arquitectura de la actual Unión
Miguel Urbán 24/03/2017
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Este sábado [25 de marzo] se celebra el aniversario del Tratado de Roma, acuerdo fundacional de la Unión Europea. Podríamos decir que sesenta años después de su fundación, la Unión Europea se ha convertido en la mayor máquina de generar euroescepticismo, al poner en práctica el conjunto de políticas que están llevando a la pauperización de las mayorías sociales, la extensión de la xenofobia institucional, al auge de la extrema derecha y a perpetuar el desastre humanitario en nuestras fronteras. Y lo cierto es que, hasta el Brexit, ninguna de las consecuencias en términos de derechos sociales o dramas humanitarios ha parecido hacer mella en el inquebrantable armazón de la UE. Al contrario de lo que podíamos pensar, la crisis que nos ha marcado los últimos ocho años, lejos de debilitar las políticas neoliberales, ha supuesto un refuerzo de las mismas. Un espaldarazo y una justificación para las políticas de austeridad, los mecanismos de gobernanza económica y los planes de ajuste estructural, el discurso de la necesidad de la Europa-fortaleza o las nuevas negociaciones de tratados de libre comercio como el CETA o TTIP.
Pero no podemos decir que sea una crisis nueva, sino que viene de lejos y tiene sus inicios en la extensión a escala continental de la revolución conservadora y el thatcherismo: un proceso que favoreció la mutación neoliberal de la UE sentenciada en el tratado de Maastricht y que es la base del sabotaje al propio proyecto europeo. En efecto, el Tratado de funcionamiento de la Unión inscribe en su tercer artículo el objetivo de fomentar la conexión económica, social y territorial así como la solidaridad entre los Estados miembros. Sin embargo, las políticas efectivas de la UE han ido en sentido opuesto: con una Unión Monetaria defectuosa desde su comienzo, que ha contribuido a polarizar Europa entre un Sur deudor y un Norte acreedor, y unas políticas de austeridad y desmantelamiento del Estado social que han recortado los derechos de las clases populares. Porque, como hemos recordado en muchas ocasiones, las llamadas “políticas de austeridad” son en realidad un plan estructurado para el control de la actuación de los Estados miembros, tanto en el ámbito económico como en el estrictamente social y laboral pero también en ámbitos como la sanidad o la educación.
No podemos olvidar que el armazón jurídico/político de la UE implica la constitucionalización del capitalismo
La realidad nos demuestra que la UE de la democracia, la paz, la igualdad y los derechos humanos no existe ni su creación ha sido el principal objetivo del proyecto. Al contrario, no podemos olvidar que el armazón jurídico/político de la UE implica la constitucionalización del capitalismo y que esto no es una contingencia más o menos accidental sino el corazón mismo del proyecto neoliberal. Desde la misma fundación del proyecto Europeo, la lógica de mercado, y sus principales condiciones monetarias y presupuestarias, se ha colocado fuera del alcance de toda voluntad democrática.
De esta forma, la generación de desigualdad y la pobreza de las políticas de austeridad se ha convertido en el objetivo y en la prueba más palpable del secuestro de la democracia y las instituciones por parte de las élites como denuncia el informe de Intermon Oxfam (Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica). En este contexto de creciente desigualdad es en donde la pobreza se construye como enemigo, pero en realidad el objetivo no es tanto acabar con la pobreza como acabar con los pobres. Hemos pasado de atender la pobreza desde la extensión del Estado social a combatirla desde la profundización de un Estado policial que estigmatiza y criminaliza a las personas empobrecidas. Ante la imposibilidad de solucionar la inseguridad derivada de las políticas de ajuste y austeridad, la precarización del mercado laboral y la pérdida de derechos y prestaciones sociales, se estigmatizan fenómenos como la migración o la pobreza.
En este sentido, la propia gestión de la crisis de los refugiados con el cierre de fronteras es una consecuencia directa del orden que imponen las políticas de austeridad que, más allá de los recortes y privatizaciones, son, como afirma el economista Isidro López, la "imposición" para un 80% de la población europea de un férreo imaginario de la escasez. Un "no hay suficiente para todos" generalizado, que fomenta mecanismos de exclusión, canaliza el malestar social y la polarización política por su eslabón más débil (el migrante, el extranjero o simplemente el "otro"), eximiendo así a las élites políticas y económicas responsables reales del expolio.
La campaña del Brexit ha sido un buen ejemplo de cómo la polarización política se puede expresar de forma contradictoria
Es sintomático de la crisis del proyecto europeo que los únicos que reivindican las virtudes de la UE de forma ritual tal y como veremos este sábado en Roma son los miembros de una clase política muy desacreditada, que no parece tener cultura ni valores. Cuanto más gala hacen estas élites en decadencia de su creencia en la UE, más la descalifican, incluso ante mucha gente que jamás ha dado muestras de la menor simpatía por el antieuropeísmo conservador, nacionalista o xenófobo. Favoreciendo que el voto protesta anti-establishment sea fundamentalmente canalizado por las opciones de extrema derecha euroescépticas. La campaña del Brexit ha sido un buen ejemplo de cómo la polarización política se puede expresar de forma contradictoria en una revuelta anti-establishment como una combinación de nacionalismo excluyente, demagogia antiinmigración y hartazgo ante la desigualdad social.
Con motivo del 60º aniversario del Tratado de Roma, la Comisión Europea presentó el Libro Blanco sobre el futuro de Europa. La retórica vacía y grandilocuente de los documentos y declaraciones comunitarias a pesar de la crítica situación que vive la Unión Europea sigue estando muy presente en el Libro Blanco. Pero en este caso no se trata sólo de retórica, sino de una mezcla de ceguera y autismo en donde la salida que está emergiendo de la crisis de la UE es una combinación de los cinco diferentes escenarios que plantea el Libro Blanco y significa al mismo tiempo más y menos Europa; un escenario caracterizado por un muy intenso desequilibrio en las relaciones de poder, en beneficio de las oligarquías y de los países con mayor potencial competitivo y con unas instituciones deslegitimadas democráticamente y privadas de recursos para acometer políticas redistributivas. Ante esta crisis la única apuesta de esta UE es la militarización con el Fondo Europeo de Defensa que solo beneficia a las empresas de armamento y a sus lobbies de Bruselas.
Cuando la austeridad se convierte en la única opción político-económica de unas instituciones alejadas de los intereses de la ciudadanía, esta UE realmente existente se vuelve un problema para las mayorías sociales y construir una Europa diferente emerge como la única solución a la deriva que vivimos. De esta forma, un cambio de rumbo no solo es posible o deseable, sino que resulta urgente y necesario. Un plan alternativo para Europa que exija un conjunto de medidas que no solo se queden en desterrar la mal llamada austeridad sino que aborden una regulación bancaria y la intervención en este ámbito, la armonización fiscal y laboral progresiva, el impago de las deudas ilegítimas instrumento de disciplinamiento político de los pueblos del sur o la necesidad de un plan de inversiones europeas que no reconozca el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Estas medidas, sean tratadas a escala nacional o mejor aún a escala supranacional o incluso paneuropea, inevitablemente colisionarán con la arquitectura de la actual UE a la que no quedará más remedio que desobedecer.
Desobedecer como una forma de construir una propuesta política en clave europea que impugne la actual construcción de la UE y que recupere las raíces democráticas del antifascismo partisano, de la solidaridad, la paz y la justicia social. Un proyecto europeo del que no se excluya y expulse a nadie, un proyecto del que nadie quiera irse. Esta es la tarea que hoy más que nunca se torna imprescindible.
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Miguel Urbán. Cofundador de Podemos y eurodiputado.
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Miguel Urbán
Es eurodiputado de Anticapitalistas.
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