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London Review of Books

Cuanto más se lucha por ‘más Europa’, menos Europa se consigue

CTXT reproduce el intercambio de cartas entre Wolfgang Streeck, sociólogo alemán y autor de 'How Will Capitalism End?', y el historiador británico Adam Tooze tras la publicación de la crítica de este al libro del primero

Wolfgang Streeck / Adam Tooze 19/04/2017

<p>Wolfgang Streeck y Adam Tooze.</p>

Wolfgang Streeck y Adam Tooze.

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Cartas

Vol. 39, nº 2 – 19 de enero de 2017

El arrebato de Adam Tooze es materia para una futura anatomía de la retórica de clase del falso cosmopolitismo que está floreciendo entre una clase media urbanita y académica que está en fase de introspección en esta época del posbrexit. (London Review of Books, 5 de enero). Aquellos de nosotros que no cumplimos los exigentes estándares del utopismo universalista podemos consolarnos con el hecho de que cuando se trata de asuntos terrenales hasta los habitantes de la alta autoridad moral han demostrado en el pasado un saludable sentido del pragmatismo, como por ejemplo cuando se abstuvieron de hacer un llamamiento para que el Reino Unido se uniera a la Unión Monetaria Europea o durante los acuerdos de Schengen, y esto me hace sospechar que ellos también saben distinguir entre las diferentes construcciones institucionales europeístas o globalistas, y entre los diferentes intereses o necesidades nacionales que están en relación con ellos mismos.

Aunque Tooze representa algunos aspectos de mi trabajo con justicia, me resulta bastante incómodo que sostenga que mi intención era afirmar la ‘primacía de la nación’. (Otros aspectos también, pero por falta de espacio no podré aquí referirme a ellos). Conozco este tropo por las discusiones que tienen lugar en Alemania, donde se denuncia cualquier referencia positiva a las fronteras nacionales o a la soberanía nacional como si implicara ‘volver al Estado-nación del siglo XIX’, o incluso como si fuera un llamamiento al Abschottung (aislamiento, encerrarse por el pánico). No sé si diría ‘primacía’, pero si hablamos de la política europea actual o de los próximos diez o veinte años, prefiero un sobrio empirismo (¿Británico?), puesto que todo lo demás es altamente inflamatorio.

En Europa, el Estado-nación (no suelo nunca hacer referencia a la ‘nación’, sino al Estado-nación, que es una institución, una organización política y no una hermandad de sangre étnica) está vivito y coleando como se puede ver en el Reino Unido, pero también en Escocia, que es un Estado-nación en espera. (Bastantes de mis amigos antibrexit estaban a favor de la independencia). No puedo imaginarme una Unión Europea, se desarrolle como se desarrolle en los próximos años, en la que los históricos Estados-nación de Europa no desempeñen un papel importante, y seguramente un rol constitutivo. Europa no puede ser un sistema de gobierno unitario, por innumerables razones. No me preocupa tanto ‘afirmar la primacía de la nación’, sino saber cómo nuestros históricamente heredados Estados-nación podrán conformar un tejido europeo en el que puedan vivir en paz los unos con los otros y también consigo mismos, entendiendo por esto segundo, o yo al menos así lo entiendo, protegerse de las fuertes presiones, tanto internas como externas, que buscan conseguir una reestructuración neoliberal de las economías y las sociedades. En este sentido, demasiada centralización es contraproducente, como se ha podido observar a raíz del surgimiento en todas partes de partidos antiintegracionistas y nacionalistas, y de la salida de Europa de un país como el Reino Unido, que a lo sumo estaba solo mínimamente integrado en ‘Europa’, para empezar. Cuanto más se lucha por ‘más Europa’, menos Europa se consigue.

La democracia es más importante que la globalización, y puesto que la democracia global no es más que una quimera, un poco menos de globalización estaría también bien si pudiera conseguirnos un poco más de democracia

Todo esto sobre la política. Sobre la economía política, ‘Europa’ (es decir, la Unión Europea y, en particular, su unión monetaria) se ha convertido en una magnífica máquina de racionalización neoliberal. Yo lo vi venir, y avisé, a principios de la década de 1990, cuando se produjo el giro de la segunda Comisión de Delors hacia una política económica basada en la oferta. Atrás quedaba la ‘dimensión social’, sobre todo por la influencia británica (y no recuerdo que los remainders que querían seguir en Europa hayan hablado con sus gobiernos, conservadores o nuevos laboristas sobre la necesidad de dotar a una ‘Europa unida’ de recursos eficaces que permitan defender el Estado del bienestar europeo en el ámbito nacional y en el supranacional. Hace tiempo que pasó ese tren. Me gustaría pensar que historiadores como Tooze son conscientes de que existe lo que los científicos sociales llaman ‘dependencia de patrones establecidos’. La democracia, definida como la posibilidad institucionalizada de que la plebe recuerde a los patricios que siguen existiendo, está todavía presente hasta cierto punto en el ámbito nacional, aunque de manera residual (si no, pensemos en el voto del brexit), sin que parezca que vaya a extenderse a los elevados círculos de los Junckers y los Draghis, por razones institucionales, organizativas, lingüísticas o las que sean. Mi argumento es que la democracia es más importante que la globalización, y puesto que la democracia global no es más que una quimera, un poco menos de globalización estaría también bien si pudiera conseguirnos un poco más de democracia. Aunque quizá la batalla ya esté perdida.

Puede que los liberales como Mario Monti, un experimentado funcionario tanto de las altas finanzas como de las altas esferas europeas que prometió a los cosmopolitas de Europa que convertiría a los italianos en alemanes (en una entrevista para un periódico poco antes de que unas elecciones sellaran su destino), vean las cosas de manera diferente, y por supuesto Tooze es libre de opinar igual. Sin embargo, el juego sucio de verdad comienza cuando convierte mi inocente distinción analítica entre ‘el pueblo del Estado’ y ‘el pueblo del mercado’ en una conceptualización esencialista, racista e implícitamente antisemita de la política y de la economía política. Los pasajes correspondientes de mi libro están dedicados a explicar dos presiones contrapuestas que existen dentro de la política democrática en épocas de deuda elevada: presiones por una parte de los propietarios de pasaportes que exigen un derecho a voto (Staatsvolk) y por otra de los propietarios de los bonos y los bienes inmuebles que exigen el derecho a vender (Marktvolk).

No digo nada sobre su constitución, excepto para mencionar que los derechos de voto son nacionales y los derechos de venta son internacionales (lo que es verdad). Nada en concreto sobre ninguna etnia, por ninguna parte. ¿Existen solapamientos personales entre los dos ‘pueblos’? Seguro, y los cito de manera explícita, entre los ricos (cuya movilidad internacional, no obstante, es mayor que nunca antes en la época moderna) y los menos ricos (aquellos que tienen dinero en los fondos privados de pensiones). Tooze insinúa, dejémoslo claro, que mi Staatsvolk es un Volksgemeinschaft y que mi Marktvolk es una conspiración internacional, probablemente judía. Esto es inaceptable y hace que me quede sin palabras.

Una última observación sobre Europa. El periódico The Sun llamó a Oskar Lafontaine el ‘hombre más peligroso de Europa’ poco después de que fuera nombrado ministro de Economía a finales de 1998. Tooze olvida mencionar que The Sun y otros periódicos británicos, si no recuerdo mal, adornaron su imagen con una esvástica, porque en su primera visita a Londres había defendido una armonización fiscal para Europa. (Si eres alemán, sabes que cualquiera que esté en desacuerdo contigo te aplica rápidamente una esvástica; y hasta puede ser suministrada con un trémolo de Marco Antonio, como Tooze: ‘No me gustaría imputarle eso a Streeck’). Por aquel entonces yo era miembro de un grupo que había creado la cancillería alemana en conjunto con los ‘agentes sociales’ (en la jerga alemana: los sindicatos y las asociaciones de empresarios). Se nos encargó que diseñáramos formas de superar lo que por entonces era una grave crisis laboral. (No las reformas Hartz, que se adoptaron en 2003 cuando nuestro grupo ya había sido disuelto hacía tiempo).

Coincidiendo más o menos con la visita a Londres de Lafontaine, participé en una conferencia en Ámsterdam en la que mencioné cómo los países europeos atraían a las oficinas centrales de las compañías multinacionales mediante acuerdos fiscales especiales. Entre el público se encontraba un alto funcionario del partido holandés Partij van de Arbeid (Partido del Trabajo), que durante las siguientes reuniones me gritó como si yo aspirara a ser el próximo Gauletier de los Países Bajos. No se me ha olvidado todavía. Allí aprendí lo complejas que son las políticas europeas, tan complejas que la idea de que sería suficiente con un gobierno R2V (2 rojos y un verde) en Alemania para que se volatilizaran los intereses y las obsesiones nacionales es ridícula. Puede que a otros con menos experiencia sobre el terreno les cueste comprender por qué tanta gente en Europa considera la europeización de Alemania de Habermas como una germanización de Europa. Sin embargo, el universalismo puede ser imperialismo. Cuando hago un llamamiento a preservar un mínimo de soberanía nacional en cualquier tipo de construcción europea que resulte finalmente, lo hago porque quiero que los europeos vivan en paz los unos con los otros, algo que en mi opinión necesita, entre otras cosas, que los países dispongan de una capacidad medianamente efectiva de defenderse de las presiones competitivas y del control alemán, y en concreto de las primeras impuestas por el segundo. El gran capitalismo ya es un tipo lo suficientemente duro de combatir.

Wolfgang Streeck
Colonia


Respuesta de Adam Tooze

Wolfgang Streeck me acusa de convertir su ‘inocente distinción analítica entre ‘el pueblo del Estado’ y ‘el pueblo del mercado’ en una conceptualización esencialista, racista e implícitamente antisemita de la política y de la economía política’. Esta lectura revela más sobre las inseguridades de Streeck que sobre cualquier otra cosa que yo haya escrito. Aunque en realidad la ‘inocente distinción analítica’ es profundamente problemática y una mirada somera al cuadro que emplea Streeck para ilustrarla demostrará por qué:

Staatsvolk

Marktvolk

nacional

internacional

ciudadanos

inversores

derechos civiles

demandas

votantes

acreedores

elecciones (periódicas)

subastas (continuas)

opinión pública

tipos de interés

lealtad

‘confianza’

servicio público

servicio de deuda

 

Esta distinción es inocente, insiste, y está desprovista de referencias a ninguna etnia. Salvo por supuesto en los encabezamientos de las dos columnas, en los que aplica el término Volk, y no solo al Staat, sino que, gracias a su neologismo, se lo aplica también al mercado. Según declara, Streeck prefiere discutir el ‘Estado-nación’ antes que la ‘nación’, aunque en su esquema el primer atributo del ‘pueblo del Estado’ es su nacionalidad. Insiste en que no defiende un regreso al nacionalismo del siglo XIX, pero en su discusión sobre lo que constituye un demos nacional hace referencia al papel constitutivo que tienen dos siglos de historia, uno de los cuales se supone que será el XIX, e invoca ‘experiencias, prácticas y perspectivas… entendimientos… historias, valores, aspiraciones y compromisos’ mutuos, que son las características principales del nacionalismo cultural. No pretende que Staatsvolk evoque la comunidad racial de los nazis (Volksgemeinschaft). Nunca dije que lo hiciera, pero lo que pasa es que el locus de solidaridad social que decide priorizar Streeck es justamente la nación. Y como seguramente sabrá, fue precisamente la 1ª Guerra Mundial la que forjó esa nueva asociación entre la nación y lo social, y fue a partir de esta que surgió la noción de una Volksgemeinschaft, el término del que se apropiaron después los nazis y que, me atrevería a decir, más tarde pasó al corporativismo solidario de la República Federal. Si durante la posguerra fue cuando se cosificó lo social, no fue solo el equilibrio de las fuerzas de clase lo que produjo ese efecto; la lógica de la movilización de las masas en tiempos de guerra también tuvo algo que ver, y en el caso de Alemania, eso significa el Tercer Reich.

¿No sería mejor que Streeck aceptara un consejo bien intencionado y reconsiderara por completo su desafortunado esquema, en lugar de protestar por acusaciones que nadie ha hecho?

En cualquier caso, el problema de verdad no está tanto en el concepto del Staatsvolk, sino en el concepto del Marktvolk. Si tomamos el cuadro de Streeck al pie de la letra, y no parece indicar por ninguna parte que se trate de un entrecomillado irónico, lo que propone es que imaginemos un ‘pueblo’ que es internacional, y que consiste en una serie de inversores que persiguen unas demandas en lugar de reivindicar los derechos civiles, que están constantemente interesados en medir el mundo en términos de rentabilidad, que no se preocupan por la lealtad sino por la confianza del mercado y que dan prioridad a exigir lo que les corresponde antes que a promover los servicios públicos. Puede que esta sea la motivación de las empresas, los bancos y otras compañías a causa de su funcionamiento interno, su estructura legal y su estrategia competitiva. Puede que convenga hablar sencillamente de cómo el ‘mercado’ ejerce tales presiones, pero ¿qué tiene que ver el pueblo, el Volk, en todo esto? Sin duda, esta es una de las características de los antisemitas y de otros seguidores de las teorías de la conspiración, que asocian estos rasgos con ‘pueblos’. Y ya que Streeck parece haberse molestado claramente con una afirmación en este sentido, ¿no sería mejor que aceptara un consejo bien intencionado y reconsiderara por completo su desafortunado esquema, en lugar de protestar por acusaciones que nadie ha hecho?

Streeck se opone a mi uso del término ‘primacía de la nación’. Tiene razón, lo usé de forma imprecisa. Lo que afirman sus recientes manifiestos no es la primacía de la nación, sino su indispensabilidad y su calidad de insuperable como objetivo de la política democrática. A Streeck no le gusta lo que considera la hostilidad del cosmopolitismo hacia la nación. Él cree que contra el cosmopolitismo antinacional la nación debería otra vez reafirmarse tanto en su papel de ‘existencia real en forma de comunidades morales y económicas de entendimiento mutuo y solidaridad institucionalizada’ como por su ‘derecho moral a existir como tal’.

Esto nos conduce al ataque verbal directo que abre el artículo de respuesta de Streeck. Sería poco apropiado en un intercambio como este quejarse de un cierto gansterismo. De hecho, sería una lástima perderse los exabruptos de Streeck: ‘urbanita’, ‘clase media’, ‘académico’, ‘cosmopolitismo’, ‘falso’, ‘en fase de introspección’, ‘arrebato’. Un extraordinario encadenamiento de asociaciones despectivas que reduce una crítica seria de su trabajo a simple ‘materia para una anatomía futura de la retórica de clase’. Aunque cuando menos sirve para algo bueno: para confirmar de manera indirecta el argumento central de mi reseña, que Streeck no deja ninguna duda del lugar en el que elige situarse dentro de la política cultural de nuestro tiempo.

Traducción de Álvaro san José.

How Will Capitalism End? Essays on a Failing System. Wolfgang Streeck. Verso, 2016.

Estos textos fueron originalmente publicados en London Review of Books.

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