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conversaciones ctxt / gonzalo torné, autor de ‘años felices’

“Todavía se espera que un novelista elabore un discurso sobre la actualidad”

Ignacio Echevarría / Guillem Martínez 29/04/2017

<p>El escritor Gonzalo Torné.</p>

El escritor Gonzalo Torné.

Anagrama

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Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) acaba de sacar novela. Una novela saludada casi con honores de obra maestra, o al menos como una obra de temprana madurez, en la que cuajan las expectativas abiertas por sus libros anteriores. Se trata de Años felices (Anagrama), publicada a comienzos de este año. Con este pretexto nos reunimos para hablar con él. ¿De su novela? Llegamos tarde para eso. Esa es nuestra especialidad, ya se sabe. Así que, dejando de lado su novela, hablamos de la fatiga de ser entrevistado, del valor de las entrevistas, de Javier Cercas, de Barcelona y sus tensiones culturales, del Procés, de los escritores de la Transición, de los más nuevos, de los relevos generacionales, de cómo se vive la cultura sintiéndose un intruso, de las redes. 

Gonzalo Torné. El fenómeno nuevo es que ahora publicas un libro y te hacen cuarenta entrevistas. Imagino que hace unos años uno hablaba en su novela, luego callaba y esperaba a ver qué respondían los críticos. Las bases de este intercambio están distorsionadas. Debo de llevar cuarenta y tres entrevistas, hablo tanto que no me da tiempo a escuchar a nadie…

Guillem Martínez. ¿De verdad tantas? ¿Hay cuarenta y tres medios en España?

Ignacio Echevarría. ¿Y ésta? ¿Cuenta como dos o como una sola?

GT. Como una (risas). Al final ya no sé ni lo que he dicho. Es un vocerío. 

IE. Con cuarenta entrevistas a cuestas, ¿puede decirnos cuál es el hit-parade de las preguntas que le hacen?

GT.Me hacen muchas preguntas sobre “técnica literaria”, redes sociales, asuntos de política local… Y con esta novela, si es “optimista” o “pesimista”. 

IE. ¿En qué sentido?

GT. Entiendo que pretenden averiguar si creo en la esperanza. Es una técnica: te preguntan para extraer el mensaje secreto de la novela. Si los personajes se divorcian, te preguntan cuál es tu idea del matrimonio. Si los personajes discuten, me preguntan cuál es mi idea de la amistad. Es un poco molesto para todos, porque las novelas no sirven para transmitir una idea concreta sobre un aspecto de la vida. No funcionan así. 

GM. Le han traducido a varias lenguas, ¿cuál es el rol de la entrevista en otros países?

En Estados Unidos se piensa en el novelista más como artista que como intelectual. No hay tantos escritores que escriban columnas

GT. Me han entrevistado en Inglaterra y en Estados Unidos. Las entrevistas estaban más centradas en los personajes y en las situaciones. En parte porque, al presentarme como un escritor “de Barcelona”, no podían recurrir al comodín del contexto cultural, y en parte porque en Estados Unidos se piensa en el novelista más como artista que como intelectual. No hay tantos escritores que escriban columnas. En España todavía se espera que un novelista sea capaz de elaborar un discurso público sobre los problemas del día. 

GM. Y no faltan quienes lo hacen. Allí está el caso de Cercas, que parece focalizar esa dinámica local de emitir discurso sobre temas del momento, en su caso vinculado a la cultura oficialista. Se diría que últimamente se ha abierto la veda contra él, precisamente por este motivo. Algo un tanto sorprendente, dado que no se trata de un caso excepcional.

GT. Cercas es un caso evidente de novelista que considera una obligación pensar en público. También es cierto que si a mí me hacen cuarenta entrevistas a él deben de hacerle cien o más, y está mucho más expuesto. En cualquier caso, lo importante ya no es tanto lo que los críticos dicen sobre el contenido de un libro sino lo que se dice sobre él en las entrevistas.

IE. Pero hay que considerar que Cercas tiene una resuelta voluntad de intervención, no sólo en sus novelas,  también en sus columnas de El País. 

GT. Creo que a Cercas no solo le están atacando por su último libro, sino por muchas cosas que ha dicho durante los últimos años en sus columnas. 

GM. Insisto en que Cercas no es demasiado original en sus opiniones. Hasta cierto punto, es uno más, entre muchos. ¿Por qué la emprenden con él?

IE. Algo tendrá que ver, digo yo, la representatividad que ha acumulado. Su rol de columnista estrella de El País, su apología de la Transición. Los consensos que ha suscitado fuera y dentro de España. Los elogios que ha recibido por parte de personalidades como Vargas Llosa o Susan Sontag...

GT. Por lo demás, es cierto que toma partido en asuntos que están en discusión, como el Procés o la Transición. Los episodios nacionales de Almudena Grandes, por ejemplo, son como viñetas que ilustran una posición ya cristalizada sobre la Guerra Civil. No se buscan problemas con nadie. Carecen de conflicto, no entablan debate. Ya no es que no sean novelas políticas, es que casi no son novelas. Por el contrario, justo cuando miles de jóvenes cobran conciencia de que la Transición fue una chapuza, sale Cercas en su defensa. Las ideas y el tono con que las defiende lo hacen parecer mayor que otros escritores de su generación. Conozco a muchos jóvenes que tienen como referencia a Magrinyà, a Gopegui, a Casavella, a Orejudo. No conozco a ninguno que tenga a Cercas como modelo. 

IE. Decía antes que en el extranjero se posiciona como escritor de Barcelona. ¿Es percibido así también en España, fuera de Cataluña? En sus novelas no deja de hacer señales en este sentido, e incluso emplea con deliberación una lengua característicamente barcelonesa, plagada de catalanismos. 

Si hay un espacio en Europa refractario al prejuicio nacionalista de que la convivencia de dos lenguas solo puede saldarse con la destrucción de una, es Barcelona

GT. Reclamarme novelista de Barcelona no deja de ser un delirio de escritor que quiere ser lo más idiosincrático posible (pertenecer solo a su calle) y a la vez llegar a todo el mundo. Al final también ha terminado por ser una reivindicación política, una manera no articulada pero bastante extendida de expresar cierto hartazgo tanto respecto al nacionalismo español como catalán. En ese sentido me siento muy cómodo en Barcelona, una ciudad con la que nunca han sabido qué hacer ni el nacionalismo español ni el catalán, que molesta más o menos igual a CiU (o como se llame ahora) y al PP. Si hay un espacio en Europa refractario al prejuicio nacionalista de que la convivencia de dos lenguas solo puede saldarse con la destrucción de una, es Barcelona. Si hay un sitio donde se desacredita la idea de que el castellano sufre en convivencia con el nacionalismo catalán, también es Barcelona. Aquí todo el mundo cambia de idioma y escribe como le da la gana. En este sentido, ser un escritor de Barcelona no deja de ser una manera de decir que prefiero anteponer los problemas sociales (la distribución de oportunidades y beneficios) a las matracas territoriales, y un reconocimiento expreso del bilingüismo como la experiencia fascinante de que dos lenguas convivan, enriqueciéndose sin destruirse, aunque no sin tensiones, claro, como hay tensiones en las reuniones de vecinos, y en las familias, y en el trabajo.  

IE. Por parte de lo que cabe entender por cultura catalana, ¿se ha sentido cuestionado, acosado, reclamado?

GT. La mayoría de escritores catalanes que me interesan me leen, me interpelan, y muchas veces me reclaman diálogo, a sabiendas de que no estamos de acuerdo en unas cuantas cosas. He escrito sobre ellos, he presentado algunos de sus libros, nos traducimos mutuamente, tramamos cosas juntos… Esta complicidad entre escritores de lenguas diferentes pero vinculados por su ideología o por preferencias estéticas, llegó a ser muy viva, pero en algún momento se rompió… Creo que por cuestiones de mercado… El motor de muchas alianzas literarias es el mercado (o sus representaciones: ferias, fiestas, festivales…), y en tanto que el mercado catalán y el castellano se han dado la espalda, la relación ha dejado de ser fluida.  

Creo que también me respetan porque trato de discutir las cosas de una en una. El Procés nunca ha dejado de parecerme una payasada, un intento por parte de CiU de iniciar un viaje en el que sus impulsores no creen para camuflar los recortes y la corrupción, y mantenerse en el poder. Pero las reivindicaciones nacionalistas no son un delirio, no se pueden despachar atribuyéndolas a una sensibilidad inmadura, o a una manera paleta de estar en el mundo. Están asociadas a una serie de valores culturales amenazados. La lengua catalana padeció durante cuarenta años una brutal represión. Todavía hoy hay que disculparse por hablar en el Congreso. De manera que estoy absolutamente a favor de la inmersión lingüística. 

IE. Su opción por el castellano, siendo el catalán su lengua madre, ¿por qué se da?

El Procés nunca ha dejado de parecerme una payasada, un intento por parte de CiU de iniciar un viaje en el que sus impulsores no creen para camuflar los recortes y la corrupción

GT. Es un proceso complejo. Yo empecé escribiendo en catalán (ensayo y teatro), pero los grupos en que me integré (el de compañeros con aspiraciones literarias y el del grupo de estudio que reunió mi maestro, Enrique Lynch) se expresaban en castellano. Estudiar filosofía en catalán era prácticamente imposible. Y en cuanto a leer escritores extranjeros, mientras un autor como Bernhard apenas tenía dos obras traducidas al catalán, al castellano estaban todas… No estaba politizado en ningún sentido, me dejé llevar… Y luego estaban Benet, Mendoza, Marías… Yo quería escribir así. 

IE. ¿No hubo ningún tipo de cálculo estratégico? Me refiero a niveles de divulgación, visibilidad, ventas...

GT. Ninguno. Hace poco intenté recuperar el catalán como lengua literaria, pero ya no me servía, por mucho que haya días en que no pronuncio una sola palabra en otro idioma. Un idioma literario exige ejercicio y deliberación. 

IE. Me consta que es un escritor tardío. Primero se dedicaba a otras cosas (el básquet, los cómics), y antes que la literatura le atrajo la filosofía. Se le nota la mirada de quien ha llegado tarde a la fiesta. No sólo lee de manera más concienzuda, sino que lo hace con brújula y mapa. Desde este punto de vista, carece de inocencia. Está siempre cartografiando el espacio en el que se mueve.

GT. Me reconozco en esa descripción en dos cosas. Una es que, para bien o para mal, mis lecturas son de adulto, muy deliberadas. La otra es que siempre tengo la sensación de que me pueden echar del mundo literario en cualquier momento. 

IE. Es nuestro Gran Gatsby, vamos. 

GT. ¡Sí! (risas). Tengo una ética del trabajo fundada en la cobardía, en que cualquier día me echan.

GM. Según Josep Pla, ese terror es la pobreza.

GT. Debe de ser eso (risas). Lo que decías del mapa también es verdad. Cuando empecé no conocía a ningún periodista, no sabía quién era quién, qué connotaciones tenía publicar acá o allá. Supongo que quien llega al mundo literario con cierta ignorancia es más consciente de lo que aprende a medida que lo aprende. La ventaja de no tener alianzas previas es que he podido decir lo que me daba la gana porque me daba igual cómo reaccionasen. 

La ventaja de no tener alianzas previas es que he podido decir lo que me daba la gana porque me daba igual cómo reaccionasen

IE. Pero esta condición de advenedizo podría condenarle a una especie de soledad. Una vez ingresado en el campo literario, ¿ha establecido complicidades, ya sea desde el punto de vista generacional, estético o ideológico?

GT. Todas mis amistades y alianzas literarias son a título personal, las he establecido una por una. Lo que no habla muy bien de los grupos previamente constituidos, que no debían de ser muy compactos. Con los de mi edad, la relación al principio era un poco tensa porque estaban arremolinados en torno al vanguardismo mutante, que fue una ridiculez. Pero no tuve tiempo de sentirme solo, enseguida recibí tu apoyo, por ejemplo, el de Andreu Jaume, el de Roberto Valencia en Quimera, el de mis editores, y el de muchos escritores jóvenes. Suele decirse que el mundo literario es un avispero, pero mi experiencia es la de un sitio donde todavía hay espacio para la nobleza, donde no importa mucho de dónde vengas ni quién eres: si has hecho algo de valor, es muy probable que te reconozcan. Eso es algo que he aprendido de los que estábais antes que yo y que asumo como una responsabilidad: estar atento a lo bueno que ha de venir. 

GM. Los escritores sin sucesores me parecen un concepto clave de la época que estamos viviendo. Llevamos cuarenta años con maestros –o lo que sea– que, cuando mueren, desaparecen del todo, no sólo en los medios. La correa de transmisión cultural parece rota...

GT. Pienso que la correa de transmisión la cortan los escritores de la llamada Nueva Narrativa. Ellos tuvieron una relación relativamente fluida con los maestros de las generaciones anteriores (Ángel González, Marsé, Benet…), pero, por su parte, parecen no mirar a los que vienen a continuación. Nunca nombran a autores más jóvenes. Al menos yo nunca les he escuchado hablar de Marcos Giralt o de Ray Loriga. Por lo que sea, viven ensimismados.

GM. Es como si formaran parte de una sociedad de apoyo mutuo... 

IE. Yo lo atribuyo más bien a que en los 80 el campo literario es intervenido y colonizado, de forma cada vez más descarada, por el mercado, y de ello se desprende una remodelización del escritor como marca. Ya no se habla de tendencias, sino de marcas. Y las marcas son intransferibles, arraigan en lo individual.

GT. En cualquier caso, el mecanismo de transmisión se va reconstruyendo. Los escritores de mi generación sí han reconocido el magisterio de los novelistas nacidos en los sesenta. Casavella tiene muchos seguidores, en el mejor sentido de la palabra. Gopegui influye en casi todos los escritores interesantes de mi edad. Magrinyà es una referencia para Elvira Navarro y para mí, entre otros. Con los escritores más jóvenes el problema es que lo tienen dificilísimo para publicar, mucho más que nosotros. 

IE. Cuando nos conocimos, Guillem, en los 90, discutimos muchas veces sobre el efecto del llamado “tapón” generacional. Según tú, durante la Transición una generación –la que entonces contaba entre treinta y cuarenta años– copó los puestos clave de la representación y la gestión cultural, sobre todo desde El País. Y esa generación se perpetuó en sus puestos durante tres décadas. Tú eras muy sensible al hecho –que parece estar disolviéndose poco a poco, por un proceso de simple extinción natural– de que los mayores copaban las vías de acceso a los campos de representación y éxito. ¿Comparte ese sentimiento, Gonzalo?

GT. La verdad es que no. Ocupar un espacio de representación es ahora más sencillo que hace diez años, aunque el pastel a repartir sea menor. Lo que sí es impresionante, al menos en España, es que estamos a punto de entrar en la era del crítico nonagenario. El único límite para dejar de ser crítico literario parece ser la muerte. También es impresionante la falta de un control de calidad sobre algunos escritores. Muñoz Molina lleva diez años escribiendo artículos de turismo cultural en Nueva York y contando cómo descubrió a escritores que llevan doscientos años descubiertos. Todo esto da mucha vergüenza ajena. Pero no le doy ninguna credibilidad al escritor de mi edad que se queja sin enfrentarse. Si quieres sacar a alguien de un sitio debes desalojarlo. No va a salir solo. 

Lo que sí es impresionante, al menos en España, es que estamos a punto de entrar en la era del crítico nonagenario

IE. Eso mismo le decía a Guillem años atrás. Que si la botella de champán se agita, el tapón salta. Y si no, pues se utiliza el sacacorchos.

GT. Lo que por mi parte detecto en la gente más joven que yo es una política muy activa contra los columnistas de su propia franja generacional, los voceros de la derecha y del extremo-centro… 

GM. Deme nombres.

GT. No disparo hacia abajo. Son seguidores de Pérez-Reverte o del pobre Sostres, gente así... da igual. Lo importante es que quienes los atacan parecen haber asumido que si quieres desalojar a alguien de una posición de poder es mejor que empieces a hacerlo antes de que de verdad la ocupe. 

GM.  Usted mismo parece suscribir una beligerancia, un comportamiento y una poética que, desde los 80 y al menos hasta 2011, no eran muy bien acogidos en el ecosistema cultural.

GT. Supongo que tiene que ver con mi carácter. Pero también con la convicción de que si te ofrecen un espacio público tu obligación es defender lo que crees aunque nadie quiera escucharlo. No me atribuyo ningún mérito. A veces sí me llega el miedo ajeno: que no digas eso, que no digas esto, que te va a pasar… No sé, mi impresión es que cuanto más expongo mis disidencias más caso me hacen. 

GM. Su última novela, Años felices, se impone al lector con notable autoridad. Recuerdo un artículo suyo en el que explicaba la sensación que, con Marías y su Corazón tan blanco,  tuvo su generación de asistir a la confirmación de un gran escritor. Un espectáculo, vamos. Algo parecido me parece que está pasando con su novela ¿Cómo lo vive?

GT. No sé qué decirte. La percepción que tengo de las propias novelas es muy imprecisa. Durante años trabajas sobre un material informe, que no sabes cómo será. Te mentiría si dijese que no me siento orgulloso de Hilos de sangre o de Divorcio en el aire, pero si sigues escribiendo tienes que volver a empezar. Escribir una novela supone una extrañísima combinación de ambiciones y modestia. En lo que sí estoy concentrado es en no hacerme fantasías sobre mí mismo, en no convertirme en un imbécil.  

IE. La condición de escritor debe revalidarse constantemente. En su última novela, La parte soñada, Rodrigo Fresán habla de eso. Viene a decir que cuando un escritor deja de escribir, deja de ser escritor. Que no se trata de un título adquirido vitaliciamente.

GT. Pues lo dice muy bien. Ahora no puedo escaparme de “ser escritor” porque participo de varias maneras en la vida cultural. Pero trato de que no ocupe todo el escenario. Si me voy de viaje, por ejemplo,  me olvido de que soy escritor.  

IE. Se ha convertido en un observador público de la Red. Interviene en ella a través de  Twitter. ¿Cree que los usos de la Red, o la Red misma, imprimen un cambio de rasante en la condición de escritor, entre los que la usan o no? ¿Es una herramienta de estrategia literaria? ¿Los nuevos escritores la utilizan para posicionarse?

GT. Las redes sociales te sirven para estar más cerca de un editor, de un crítico, de un colega. Pero si luego lo que escribes no se aguanta, no valen para nada. Es cierto que si consigues una posición, cierto número de seguidores, es una manera de crear corrientes de opinión alternativa, mapas inesperados. Yo nunca me he puesto de acuerdo con la gente con la que hablo, pero quien me sigue sabe a qué escritores elogiamos y a qué escritores denostamos. Es una corriente de opinión modesta, pero importante, porque se trata de gente muy concernida.

IE. La correlación de fuerzas entre la prensa convencional, hegemónica, con patrón papel, y la Red como sistema no jerarquizado todavía, ¿cómo la valora?

Nada equivale de momento a ser portada de un suplemento cultural o a que te publiquen una entrevista de dos páginas…

GT. Bueno, la Red ya está jerarquizada. Pero no, no es comparable. Nada equivale de momento a ser portada de un suplemento cultural o a que te publiquen una entrevista de dos páginas… En política se ve: Podemos gana la partida de la Red, pero pierde la de las elecciones. Las redes sociales movilizan a un porcentaje bajísimo de población. Además, siempre se compara la prensa convencional con las Redes, cuando en realidad la batalla se da entre la televisión y Twitter. Del 15-M hasta aquí, la Red ha ganado batallitas, pero viene perdiendo la guerra. Lo que pasa es que la Red te ofrece ideas e información que no encuentras en otras partes. Y te permite crear corrientes de opinión que no dejan de tener una influencia efectiva. Esas airadas reacciones de algunos escritores consagrados contra las redes en general, como si fuesen un canal con una programación regular, se producen porque les afecta lo que en ellas se dice. Pero fuera de eso… Si la televisión dice que el paro desciende, en las casas se cree que el paro desciende. Si dicen que mejor votes al PP porque lo demás es peor, la gente sale a votar al PP. Y tampoco creo que las redes estén aquí para quedarse. Están sujetas a expansiones y contracciones. Los usuarios se cansan y se van. Twitter cada día es más pequeño.

IE. ¿Hay en las redes una tensión polémica que quienes no las usamos nos perdemos? ¿Hay más vida en Internet de la que vemos en su superficie?

GT. La única red en la que hay polémica y debate es Twitter. Y Twitter es una especie de juegos olímpicos en los que todo el mundo corre con una pierna atada. Todo en 140 caracteres. Funciona a fuerza de titulares sensacionalistas, reducción paródica y trazo grueso.

GM. Y luego están las comunidades de unanimidad.

GT. Lo interesante sería que fuéramos capaces de articular toda esa energía en espacios que nos permitiesen discutir por extenso.

IE. ¿Ocurre de alguna forma?

GT. No ocurre. Casi parece de mal tono. El otro día un escritor catalán que es algo así como la Pantoja del Procés decía: “Lo que pasa en Twitter se queda en Twitter”. Pues hombre, no. Es una frase que vale para el deporte, los futbolistas crean un “conflicto artificial” que se llama partido. Pero el conflicto cultural (ya no digamos el político) no es artificial, y deberíamos poder extrapolarlo fuera de Twitter. Pero, ¿dónde? La mayoría de periódicos son comunidades de unanimidad con algún clown discrepante para que no se diga. ¿Por qué los espacios institucionales no proponen debates con gente que no esté de acuerdo? 

IE. ¿Cómo lo ves tú, Guillem, desde el periodismo político?

GM. Igual. Unanimidades y sorpresas. Hay sorpresas individuales. Y un censo muy raro. En Twitter no sólo hay personas, sino personajes, sin nombre, gente a la que le va mal el día o la vida.

IE. ¿No se puede hablar entonces de un nuevo ecosistema cultural?

GM. Más bien de una nueva actitud. En Twitter, la beligerancia se da por supuesta, algo raro en la cultura española. En Twitter debes tener atributos. No es un buen sitio para una persona sin atributos, como es mi caso y el del grueso de la humanidad desde el siglo XX. ¿Tú cómo vives todo esto sin Twitter?

IE. No lo vivo. Me limito a oír tambores lejanos.

GT. Sin Twitter los periódicos ya no se entienden. Alguien que lee El País y ve a sus editorialistas hablando de posverdad no entiende nada de lo que dicen si antes no ha pasado por Twitter. Desde los medios se tapan las ideas sin discutirlas, demonizándolas de antemano. Imagino que quien no pasa por Twitter debe de abrir el periódico o escuchar el telediario con una cara de susto: “¿De qué me están hablando ahora estos tíos? ¿Qué diantres es la posverdad? ¿Qué me importa a mí Venezuela?”.   

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Autor >

Ignacio Echevarría

Es editor, crítico literario y articulista.

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Guillem Martínez

Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).

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