¿Qué fue de quienes creímos en la Transición?
¿Qué sienten ahora los que impulsaron con sinceridad la Transición, aspirando a un cambio profundo de nuestro sistema político hacia una democracia?
Jesús López-Medel 26/04/2017
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En aquel tiempo, tras la muerte del dictador, hubo un profundo debate sobre la línea a seguir: reforma o ruptura. Dos conceptos que no eran incompatibles. Entonces, muchos, la gran mayoría, nos inclinábamos por la primera. Y la gran mayoría valoramos lo que suponía la Constitución como la opción por un sistema democrático de convivencia plural.
En este sentido, considerábamos muchos que esa reforma implicaba verdaderamente y de facto una ruptura. Tiempo después algunos reconocemos que no fue así. En aquel entonces yo estrenaba mayoría de edad y tanto mi voto como mi entusiasmo y mis pósteres en la pared de mi dormitorio expresaban la satisfacción de alcanzar un sistema de libertades y la aspiración por conseguir una “sociedad democrática avanzada” como expresa el Preámbulo.
En aquel tiempo, eran muy minoritarios los abiertamente partidarios de una ruptura. Era una extrema izquierda muy minoritaria y sin representatividad. La inmensa mayoría, incluido el PCE, estaba por la línea del consenso y el mirar adelante. Era el PCE del exilio, de la clandestinidad, de la lucha muy arriesgada el que supo o consideró debía ser pragmático. Y algunos están juzgando con ojos de cuarenta años después lo que era entonces dar un paso inmenso en favor de la democracia.
El ver en un mismo Parlamento a personajes como Pasionaria, Fraga, Ramón Rubial, etc. era una gran alegría para la gran mayoría de los españoles que optaba por una convivencia plural
Eso no era una revancha, pese a que los vencedores de la Guerra Civil habían gobernado casi cuarenta años con mano dura. El ver en un mismo Parlamento a personajes como Pasionaria, Fraga, Ramón Rubial (este en el Senado), etc. era una gran alegría para la gran mayoría de los españoles que optaba por una convivencia plural. Sólo los más extremos en la izquierda no participaban de esa opinión. Y eran muy minoritarios y no representativos. Tampoco la derecha extrema estaba satisfecha pero alguno de sus sectores se resignó… y se adaptaría.
Es cierto que bajo la apariencia del consenso y la amnistía se colaron elementos que dieron continuidad al régimen fenecido y supusieron un indulto a lo acontecido en la represión. La idea del “perdón” les benefició. Pero de ahí a decir que eso fue la base para perpetuar el régimen hay un abismo. Algunos revisionistas sólo ven maldades en aquel proceso de transición. Incluso Alberto Garzón se atreve a declarar recientemente que “al PCE de entonces le engañaron”. ¡Qué disparate!
Que nadie se engañe, pues en aquel tiempo había no poca gente a la que no le parecía mal el franquismo. Las imágenes de las colas para despedir al general están ahí y que no fuese una minoría quien se alegrase en su casa con las persianas cerradas. La mayoría social era el espejo de la familia Alcántara. Otra cosa es que aquellos, una vez muerto y enterrado aquel, considerasen que había que pasar página.
En aquel tiempo, pasar página y hasta cambiar de libro era transitar, como la familia de Cuéntame, del franquismo moderado a una derecha civilizada como era UCD. Muy poco después, pasar página fue apoyar al PSOE en un cambio lleno tanto de marketing naíf angelical como de ilusión convencida de que creían iban a cambiar España. Pero no. La madre que la parió la seguiría reconociendo. ¿Se acuerdan cuando Alfonso Guerra era o se hacía pasar por un izquierdista? Ahora está muy en la derecha como Corcuera y algunos del PSOE de entonces.
Esa primera etapa socialista, aun con contradicciones, evolucionaba al principio de una manera notable con gente de firmes convicciones democráticas y sociales como Maravall en Educación, Lluch en Sanidad, etc. Esos dirigentes, sostenidos en el Parlamento por una gente militante de las ideas, sindicalistas históricos como Nicolás Redondo (hasta que se fue), etc. dejó paso a otra gente profesional y vividora de la política, cuyo motor de su presencia política ya no eran sus convicciones sino sus intereses.
En UCD, como partido de derecha con carmín y colorete de centro pero en cuyo seno había también gente de espíritu progresista (F. Ordoñez, Moscoso…), sucedió parecido. A gente notable que en los primeros años había sido honestamente demócrata, generosa y con un buen perfil profesional, les sucederían los vividores primero, los disfrazados y luego los profesionales. Hoy, son los que abundan.
El entramado del poder económico-financiero con el político ha supuesto en España una rendición de aquel
No pocos de los que han perdurado como “dueños” del país tuvieron su pátina democrática entonces que aprovecharon no para construir la democracia sino sus asentamientos de riquezas. El ejemplo de fortunas (y el modo de hacerlas) de Villar Mir o del entonces concejal ucedero dueño ahora del palco futbolero con más negociantes es una muestra de que son intocables. Años después, esta clase oligarca muestra este hilo continuista e incluso reforzado y con total impunidad. El entramado del poder económico-financiero con el político ha supuesto en España una rendición de aquel.
La izquierda representada por el PSOE de entonces (así era) y por el PCE tomó el cambio de la reforma pactada, pensando que eso iba a suponer verdaderamente una ruptura. Muchos lo creímos así. Incluso, hasta votantes ilusionados por el cambio democrático y que votaron a UCD y luego al CDS. La evolución posterior es desmoralizante en todos los sentidos de esta expresión.
Los votantes de AP no estaban en esa línea. Entonces se hablaba del valor de Fraga al incorporar a la democracia a sectores franquistas. Esto siempre se puso en el haber del ministro franquista. Él no lograría el gobierno, salvo el de Galicia, pero sí es significativo que veinte años después, en 1996, llegase al poder Aznar, afiliado a esa inicial AP y con planteamientos internos bastante derechistas aunque escondidos y envueltos en celofán centrista que resultó, al menos para mí, una mentira. En su segunda legislatura, en 2000, con mayoría absoluta, le salió lo que verdaderamente era. El Fraga de su etapa final no fue muy afecto a Aznar y nunca lo fue de Rajoy, del que desconfiaba. A Fraga, con todos sus defectos, se le veía venir y era claro. Sus sucesores resultaron ser mucho más taimados.
A Fraga, con todos sus defectos, se le veía venir y era claro. Sus sucesores resultaron ser mucho más taimados
Junto con el gran voto de un franquismo muy vivo hacia el PP, lo peor es que su espíritu ha calado, se ha inhalado por otros partidos, donde la verticalidad, el ordeno y mando y la reverencia y temor al poder han calado en todos (una gran parte de la dirigencia del PSOE es ejemplo claro). Pero también en las instituciones que deberían ser contrapoderes equilibradores del Ejecutivo pero que han sido domesticados en gran manera por el Ejecutivo y los poderes de su entorno, a cuyo servicio están, más que al de la democracia.
Pero de eso tiene tanta o más responsabilidad el PSOE. Era en 1978 un partido con unas ideas más de ruptura por sus bases pero que optó por una línea de reforma profunda pensando que esta implicaba aquella. Así fue en algunas cosas cuando gobernó en 1982 (con no pocos votos provenientes tanto de UCD como del PCE) pero luego fue inoculado no sólo por una moderación (sin duda legítima) sino por una involución respecto de sus esencias.
Y llega a la situación actual donde no solo está muy roto sino que cualquiera de sus candidatos ofrece unas perspectivas escasamente ilusionantes para la ciudadanía. Solo falta de candidato Rubalcaba, aunque él prefiere quedarse como druida manejando pócimas para, tras estar treinta años en primera línea, asegurarse que todo sigue igual de controlado. Es el sistema. La trama. O como quieran.
Por eso desde el PP, los medios financieros que les manejan y los voceros de los medios informativos no temen al PSOE. Al contrario, es una garantía del continuismo. Su único temor es Podemos y que a Ferraz llegue alguien capaz de entenderse con ellos. Aunque desde los morados, reproducción ahora de IU, también se hacen méritos para no conseguir ni un voto más pero quedar consolidada su dirigencia en el fracaso del cambio que muchos anhelamos.
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Jesús López-Medel
Es abogado del Estado. Autor del Libro “Calidad democrática. Partidos políticos, instituciones contaminadas. 1978-2024” (Ed. Mayo 2024). Ha sido observador de la Organización de Estados Americanos (OEA) y presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la OSCE.
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