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Iglesias anuncia la moción de censura de Podemos.
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“Y mil en la calle”, sostiene el lema con el que la dirección de Podemos caracteriza la política del nuevo rumbo adoptado tras Vistalegre II. Poco a poco se ha ido desarrollando este principio en una secuencia de iniciativas de diverso cariz y variado éxito: convocatorias de manifestación, viajes del Tramabús, enfrentamiento con la Cadena SER y, recientemente, la decisión de proponer una moción de censura. Tal vez sea prematuro hacer un juicio valorativo sobre esta línea de acción, pero quizás no sea ocioso observar algunos rasgos sobre los que en un plazo más largo puede sopesarse el rendimiento de este proyecto.
En primer lugar, diría que hay un hilo conductor que da coherencia a la diversidad de las iniciativas: mantener la expectación pública a través de una serie de acciones y propuestas que combinan la sorpresa con la reacción oportuna (u oportunista, dependiendo de quién juzgue) a las circunstancias del momento. La visibilización de la exclusión y la popularización del concepto explicativo de “trama” han sido dos elementos centrales en las varias performances que ha puesto en marcha la dirección. La coherencia que está en el trasfondo de esta estrategia viene dada por la interpretación novedosa que la dirección da a la idea de “mil pies en la calle”. Como supongo que no se les escapa a los estrategas que lo de “mil pies” es bastante literal, es decir, que en estos momentos, salvo que haya nuevas circunstancias, es difícil reunir más de mil pies en la calle alrededor de cualquier convocatoria, me parece claro que la estrategia consiste en rentabilizar lo máximo posible la repercusión de la magra cantidad mediante un ejercicio de imaginación mediática.
Los medios y partidos más tradicionales se han apresurado a denigrar esta estrategia como mera escenografía circense, como si fuese una adición a la presencia continua en las pantallas. Independientemente del juicio particular que pueda hacerse de cada una de estas intervenciones, me parece que la acusación de voluntad escenográfica no acaba de entender la visión política que subyace en esta posición. Desde el punto de vista puramente táctico, la dirección de Podemos está rentabilizando sus fortalezas con el objetivo de apantallar sus debilidades. No creo que nadie niegue que la potencia comunicativa, el manejo de las redes y el sentido de la oportunidad mediática son una de las características que definen a la nueva política, sobre todo si la comparamos con las viejunas recetas de Izquierda Unida. Desde el punto de vista más filosófico, se empieza a vislumbrar que esta modalidad de actuación corresponde a una adaptación al nuevo entorno técnico en el que se mueve la esfera pública contemporánea. La atención se ha convertido ya en el bien económico y político más preciado por el que compiten todos los poderes, los dominantes y la resistencia. Y este es un capital político en el haber de Podemos que se demuestra precisamente por la irritación que causa entre quienes se ven obligados por la fuerza de la noticia del día a tener que seguir a quienes desearían arrinconar en la sombra de la noticia.
Chapeau. No tengo objeciones de fondo a esta estrategia que ha causado que la nueva dirección se rodee de asesores de imagen y comunicación más o menos originales o perceptivos (eso es más controvertible, pero marginal a mi argumento). Por lo demás no es incompatible con una filosofía política de la democracia en las circunstancias contemporáneas. Andrea Greppi, en su reciente libro Teatrocracia, desarrolla con inteligencia una valoración de las modalidades y matices que tiene el término “representación” en la democracia. Y el doble sentido de la palabra es importante para entender lo que ocurre en la esfera política, como también en la económica y la cultural. El “No nos representan” adquiere ahora un nuevo sentido de crítica teatral que ha dado a Podemos una ventaja sobre otros partidos mucho menos hábiles en lo representacional de la democracia.
Hasta aquí los mil pies. Veamos ahora qué ocurre con el pie de las instituciones. Si atendemos al historial de representaciones en la calle, se puede observar que su éxito ha sido bastante modesto. Ciertamente han recibido una respuesta en los medios, pero el juicio y la rentabilidad política que recibió la dirección de sus primeras iniciativas no eran como para celebrarlos. Hasta el Tramabús y la moción de censura. Pero, curiosamente, por razones muy diferentes. El Tramabús comenzó su rodadura bajo la mirada irónica y distante de la gente. Hasta que la detención de Ignacio González resignificó y transformó completamente lo que había sido una apuesta más bien arriesgada en un premio gordo mediático. La moción de censura, por las razones que ya todos conocen, ha sido un éxito político desde el comienzo: ha obligado al resto de los partidos a reunirse en el desprecio a la medida aumentando las arcas del capital político de Podemos con una cantidad que hubiese sido imposible de otro modo. Una gran jugada.
Obsérvese, sin embargo, que lo que es el éxito obtenido, sin embargo, contradice fehacientemente el lema de la dirección. Ha sido precisamente el buen funcionamiento de las instituciones lo que ha dado el éxito a Podemos y no su intervención más o menos efectiva en la calle. En el caso del Tramabús, ha sido la Fiscalía, el poder judicial por tanto, el que, en su aceptable funcionamiento a pesar de las fuerzas gubernamentales, ha hecho que el pequeño autobús se convierta en un tren de alta velocidad. Han sido las instituciones las que han dado movimiento a los mil pies de la calle y no a la inversa.
En el caso de la moción de censura, por fin, la dirección de Podemos ha caído en la cuenta de para qué sirve un Parlamento en la democracia. Hasta ahora lo había usado, como decía Benjamin en ‘La obra de arte en la era de la reproducción técnica’, como un recurso instrumental para hacerse presente ante las cámaras, objetivo último de acuerdo con la estrategia que he comentado anteriormente. Pero ahora han reparado en que la Constitución y el Reglamento de la Cámara dotan de recursos muy importantes a los representantes que tienen efectos políticos directos, y no indirectos a través de la mediación de la prensa. ¡Aleluya! Podemos acaba de descubrir la política. La política de las instituciones.
Posiblemente no tiene aún preparación técnica suficiente para hacer rentable este descubrimiento: que lo mediático y lo institucional se pueden combinar si uno pierde el suficiente tiempo en leerse los reglamentos, las leyes, los presupuestos, los detalles aburridos de la letra pequeña de los decretos, la tediosa actividad diaria de las cámaras de representantes. Y que todo ese trabajo se puede hacer rentable si los representantes piensan en las necesidades reales de la calle, conectan con los estados de ánimo, escuchan a la gente. Pero todo ello sin abandonar su trabajo en las instituciones. No es casual que los ayuntamientos y parlamentos regionales vayan, en este sentido, unos metros por delante de la dirección de Podemos. Han ido aprendiendo sobre la marcha en qué consisten las políticas de representación en sus aspectos nuevos y viejos.
Parafraseando el fatigado consejo del viejo: “Hasta ahora la dirección de Podemos ha tratado de interpretar la política, es el momento de que empiece a transformarla”. Con un pie en las instituciones, con el que quiera, pero sin equilibrios inestables.
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Fernando Broncano. Departamento de Humanidades: Filosofía, Lenguaje y Literatura. Universidad Carlos III de Madrid.
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Fernando Broncano
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