Pequeña, nueva, universal, colonial
La (extraña) Edad de Oro de la literatura vasca
Iban Zaldúa 16/06/2017
Una mujer camina bajo la lluvia en una calle de Bilbao.
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1. Uno de los problemas de la literatura vasca es que puede ser demasiadas cosas al mismo tiempo, o, mejor dicho, serlas según quién sea el interlocutor. Puede ser, en su versión más reducida (y estricta, y simple), la literatura en euskera. O puede ser, en su versión Estado de las Autonomías, la literatura escrita en euskera y castellano en la Comunidad Autónoma Vasca e incluso, a veces (pocas), en la Comunidad Foral de Navarra, esa Valencia del norte. O, en su versión más ampliada, la literatura escrita en euskera, castellano, francés (en el País Vasco continental), inglés o cualquier idioma que se nos ocurra (siempre que surja de alguna de las diásporas con las que los vascos hemos honrado al globo terráqueo: da igual la distancia generacional que haya entre el autor y los conquistadores/colonizadores/emigrantes originales, con tal de que el tema de la escritura sea “vasco”), como proponen algunos de los representantes de nuestros Cultural Studies (sí, las plagas académicas no respetan ninguna frontera…).
Yo aquí, por comodidad, porque es la que mejor conozco y porque sospecho que es por lo que El Ministerio me ha pedido esta colaboración, hablaré de la literatura vasca en su primera acepción, es decir, en la de literatura escrita en lengua vasca. Sin que eso suponga que rechace ninguna de las otras dos: yo estoy muy a favor de la geometría variable, sobre todo en el campo de la literatura (no tanto en el de la aeronáutica militar).
2. En ese sentido la vasca es, qué duda cabe, una literatura pequeña. Estamos hablando de una comunidad de hablantes que cuenta con unos 800.000 efectivos, con competencias lingüísticas muy diferentes y que de ninguna manera se puede asimilar al número máximo de potenciales lectores, que según las cifras más habituales habría que situar entre unos utópicos 90.000 y pico --el número máximo de ejemplares que ha logrado vender un libro que haya podido hacerse a la vez con el mercado cautivo de secundaria y el de la enseñanza del euskera para adultos, como es el caso de la nouvelle cómica Kutsidazu bidea, Ixabel, de Joxean Sagastizabal (Alberdania, 1994)--, los optimistas 40.000 en que cifra el sociólogo y escritor Harkaitz Zubiri el número de “lectores moderados” en euskera, la más realista de 10.000 que suele asomar cuando conversas con algunos editores (tan reacios a proporcionar cifras de cualquier tipo), o la derrotista de 1.700 que aparece al pie del título de la lujosa revista Erlea, que dirige Bernardo Atxaga y publica la Real Academia de la Lengua Vasca (“1.700en aldizkaria”, “la revista de los 1.700”, que sería el número de lectores fieles, apasionados o verdaderos en euskera). Se publican unos cien títulos al año de lo que podríamos llamar estrictamente literatura para adultos (dejando a un lado el libro técnico y académico), hay cinco editoriales con un catálogo literario de importancia y unas cuantas más de menor tamaño y producción (destacan entre las ‘pequeñas’ las que se dedican a la traducción de literatura extranjera al euskera), una crítica periodística bastante consolidada (y una industria creciente en el campo de la crítica académica) y una buena red de talleres de lectura, asentada sobre todo en el País Vasco peninsular.
No está tan mal, teniendo en cuenta la penosa trayectoria de la literatura en euskera hasta los años sesenta o setenta del pasado siglo.
3. Porque la vasca, tal y como la conocemos hoy, es una literatura (relativamente) nueva. Tenemos nuestros ‘clásicos’ (Etxepare, Axular, Mogel, Agirre, Lizardi, Orixe…), pero, en conjunto, y como he señalado antes, el balance es relativamente pobre y el interés literario de dicho corpus, pasto de filólogos, muy limitado: taras de la combinación de un pequeño número de hablantes más unas élites que miraban hacia otra parte (casi siempre hacia la administración de la Monarquía Hispánica o, una vez iniciada la industrialización, hacia el estrecho “mercado nacional” español) más la falta de oficialidad o co-oficialidad del idioma más la fagocitación del mismo, en sus versiones escritas, por parte de la Iglesia (sobre todo la católica). La batalla contra la agonía franquista del idioma que, en el campo literario, llevaron a cabo pioneros como Txillardegi, Gabriel Aresti o Ramon Saizarbitoria (que asumieron por primera vez que había que hibridar, de una manera u otra, euskera y vanguardia), la refundación y revitalización del (los) nacionalismo(s) vasco(s), el proceso de estandarización del euskera (del que se cumplen cincuenta años) y, a partir de la Transición, la co-oficialidad y el desarrollo de la lengua vasca en el ámbito educativo (en la Comunidad Autónoma Vasca, y, más débilmente, en Navarra e Iparralde) propiciaron un borrón y cuenta nueva cuyo resultado es la literatura vasca actual, que, sin duda, está viviendo su Edad de Oro.
Una Edad de Oro que sólo puede postularse, por fortuna o por desgracia, en relación al Mordor literario por el que transitábamos previamente, claro está. Y que, irónicamente, nos ha sobrevenido en el momento histórico en que más baja es la consideración de la literatura por parte de la sociedad en general, aquí y en todas partes.
Decididamente, no se puede tener todo.
4. De hecho, puede decirse que, para bien y para mal, la literatura vasca es parte ya de la literatura universal, si por ‘literatura universal’ entendemos la que se practica en el Occidente postindustrial y turbocapitalista. No es poco: como mostraba en el punto anterior, eso no es algo que pudiera decirse hace cuarenta o cincuenta años. Evidentemente, nuestra literatura sigue teniendo peculiaridades, tanto a causa de su pequeño número de hablantes (cfr. el punto segundo), como por la situación de diglosia que padece la lengua (hablaré de esto más adelante). Pero entre los que postulan la alteridad radical de la literatura vasca, y los que señalan sus rasgos de normalidad o asimilación con respecto a lo que ocurre entre las literaturas de las lenguas de nuestro alrededor, yo diría que mi posición se acerca más a las de estos últimos. No estoy muy de acuerdo con Joseba Sarrionandia cuando postula que “actuar en favor del euskera aún es una manera de ir en contra de la normalidad”: en el campo literario, al menos, no creo que sea así, o no tanto al menos (bueno, lo que me ocurre quizá es que tengo un déficit de romanticismo, lo que muchas veces es un problema a la hora de lidiar con las citas de Sarrionandia…). Y digo esto porque las modas literarias, sin ir más lejos, llegan casi al mismo tiempo que a las literaturas circundantes, como ha ocurrido con el guerracivilismo, la autoficción y el autobiografismo de autoayuda, o la llamada no-ficción; antes podían pasar generaciones hasta que eso ocurría, si es que llegaba a ocurrir. El hecho de que ahora, al contrario que hace cien años, se escriba para un lector (como poco) bilingüe e hiperconectado tiene mucho que ver con eso, claro.
Ciertamente, el hecho de que la literatura vasca actual sea nueva, en el sentido que he señalado en el punto tercero, ha dado lugar a unos cuantos episodios de regocijo adanista en estas últimas décadas, aunque yo no esté tan seguro de que eso sea tan positivo como postula Xandru Fernández al hablar de la literatura asturiana. Por ejemplo, cada vez que se publica una novela de ciencia-ficción en euskera se jalea casi como si fuese la primera vez que se hollase ese territorio, y el actual boom internacional de la novela-negra-devenida-en-vulgar-thriller, que ha dado lugar a unas cuantas imitaciones vascas (a mi entender) en general bastante anoréxicas, ya ha producido una semana de la literatura vasca negra (o negra vasca) que se celebra anualmente, cómo no, en el Baztán, y una beca de creación que amenaza con perpetuar y engordar la nómina de obras en esa línea.
Sí, supongo que la normalidad también es eso…
5. De todas formas, habría que añadir que, por muy moderno, universal y normal que resulte a su escala, el vasco es en gran medida un sistema literario colonial, es decir, dependiente o subordinado (en parte) al sistema literario español. Aunque ha habido intentos de “puentear” a la española con el fin de que los productos de nuestra literatura llegaran directamente a circular por la República Mundial de las Letras (probablemente fuera Kirmen Uribe quien más lejos llegara por esa vía, y el instituto Etxepare, nuestra versión del Cervantes o el Llull, también ha contribuido a ello, en estos últimos años), lo cierto es que el espacio español sigue siendo parada y marco ineludible para las letras eusquéricas. Tanto por la influencia, de cara al mercado literario español (pero también al propio vasco) que tienen galardones estatales como los Premios Nacionales (que han ganado en sus diversas modalidades autores como Bernardo Atxaga, Unai Elorriaga, Mariasun Landa, Kirmen Uribe o Anjel Lertxundi), como por las (mayores) posibilidades que ofrece para la profesionalización, bastante escasa entre los autores vascos, y más aún después de la crisis de la clase media literaria, que también ha tenido su reflejo por estos pagos. La literatura en euskera, junto a la gallega, la asturiana y (quizá en menor medida) la catalana, forma parte de la periferia de la literatura española, a la que proporciona regularmente, vía traducción o autotraducción, una serie limitada de productos más o menos exóticos, algunos de los cuales, gracias al punto de apoyo que ofrece el sistema literario español, acceden con mayor o menor fortuna, primero al mercado hispano del libro, y, por lo general después, a los del resto del mundo. Aunque algunas editoriales vascas como Elkar, Erein, Txalaparta o Pamiela hayan creado divisiones especializadas en publicar traducciones al español de obras escritas originalmente en euskera, su distribución a nivel peninsular suele ser deficiente, y la mejor manera de lograr algún eco en el mercado español sigue siendo a través de editoriales radicadas en los centros de Madrid o Barcelona.
Este colonialismo es algo que también habría que contemplar desde el lado de la demanda: los lectores euskaldunes del País Vasco, como he señalado antes, son bilingües (casi) en su totalidad y, por lo tanto, los libros escritos o traducidos al euskera no son los únicos que compiten por ellos: también lo hace la aplastante producción literaria en español o en francés, que no es extraño que gane por goleada diglósica, a causa de su mayor abundancia y diversidad (no tengo más que acordarme de esto cuando leo o escucho el lamento de algún escritor en español, no pocas veces superventas, por las enoooormes ayudas que recibe la producción literaria en euskera por parte de las instituciones autonómicas: hay gente con muy mala baba).
Lo único que cabría añadir al hecho de que el vasco es un sistema literario colonial, integrado dentro de la economía-mundo española, es que yo diría que lo es… por fortuna. No dudo que tenga sus aspectos negativos o distorsionadores, y yo (no voy a ser menos que la Carta de las Naciones Unidas) también estoy, en principio, por la descolonización. Pero que les pregunten a los escritores vasco-franceses: una Itxaro Borda o un Ur Apalategi, que escriben en euskara en el País Vasco continental, jamás tendrán la posibilidad, a consecuencia de la asfixia jacobina que el Hexágono impone a sus periferias, de ganar un Goncourt o un Renaudot; España, al menos en su configuración actual, le hace un hueco, aunque sea pequeño, a sus literaturas periféricas.
Es decir: algo es algo (aunque toquemos madera, porque, conociendo los vaivenes de la historia española, es posible que pronto nos sacuda otro acceso de fiebre nacionalista centralizadora…).
6. ¿Y qué es lo que puede vender la literatura vasca al centro de la literatura hispánica, primero, y a la República Mundial de las Letras, después? ¿Qué podría marcar la diferencia, en qué ámbito podría obtener su comercio literario exterior algún tipo de ventaja comparativa o absoluta? Durante algunos años hubo gente, como el escritor navarro Jokin Muñoz o como (me acuso) yo mismo, que pensamos, ingenuamente, que El Terrorismo Vasco / El Conflicto Vasco / Las Circunstancias Político-Históricas Por Las Que Estaba Atravesando El Pueblo Vasco (o, como solíamos abreviar, La Cosa) habría podido ser su tema estrella, como The Troubles podía serlo para la literatura irlandesa, las guerras balcánicas para las exyugoslavas o el narcotráfico para la mexicana. De hecho, si un tema había marcado la agenda de la literatura vasca desde su refundación a principios de los setenta y, sobre todo, a partir de los noventa, ese fue el de La Cosa, tal y como explicaba en mi reseña de Patria (de manera que no voy a alargarme en el asunto). Por cierto, una de las razones que, después de atravesar los yermos de la literatura clásica vasca, propiciaron que yo volviera a leer libros en euskera fue esa: que algunos de ellos hablaban, mejor o peor, de lo que nos estaba pasando.
Pero estábamos equivocados. Quizá porque lo que nos estaba ocurriendo, por muy trágico que fuera, no resultara en realidad tan importante para el público lector español, y menos aún para el hispánico o el mundial (y cada vez menos, desde que otros conflictos mucho más graves ocuparan su lugar en los telediarios). O puede que los enfoques desde los que los escritores vascos abordaban La Cosa no fueran los que dichos públicos querían encontrar.
O que fuera simple cuestión de suerte, que (abjuro por un momento de mi materialismo artístico à la Hauser) a veces también juega su papel en el devenir literario.
7. El caso es que los productos que el Reino de España, primero, y la República Mundial de las Letras, después, requirieron con más asiduidad del ultramarinos literario vasco tenían que ver mayormente con un cierto neocostumbrismo o un folclorismo más o menos rural; me estoy refiriendo, claro está, a las obras de Bernardo Atxaga, empezando por la imbatible Obabakoak (Erein, 1988), que me sigue pareciendo un gran libro de cuentos, y a Kirmen Uribe con su Bilbao-New York-Bilbao (Elkar, 2008); algo más difícil de encajar en ese esquema es la narrativa fantástico-amable de Unai Elorriaga, que también tuvo su momento, aunque, quizá no por casualidad, el tratamiento cinematográfico que a su SPrako tranbia (Elkar, 2001, traducida al español como Un tranvía a SP) le dio el malogrado director Aitzol Aramaio (Un poco de chocolate, 2008) apuntaba un poco en esa dirección pintoresquista. Los intentos por otros de nuestros grandes autores como Ramon Saizarbitoria o Anjel Lertxundi por asaltar el mercado central con libros de carácter más universal (o ligados al tema de La Cosa), a veces desde grandes editoriales (entonces) muy españolas y mucho españolas como Espasa o Alfaguara (recordemos obras excelentes como Los pasos incontables, Guárdame bajo tierra o Un final para Nora), se saldaron con resultados (de venta) más bien discretos, tanto que ambos volvieron a publicar sus obras traducidas al español en sus editoriales locales, con poca repercusión fuera del ámbito de los lectores en castellano del mismo País Vasco. Por cierto, puede que no sea fortuito el hecho de que Unai Elorriaga no haya publicado aún en español su última novela, Iazko hezurrak (Susa, 2014; en castellano se titulará Mapas y perros), que a mi entender es la mejor que ha escrito y trata por primera vez directamente de (vaya) La Cosa (entre otras cuestiones). Todavía no tiene editor, que se sepa.
Vale, quizá también sea casualidad que haya sido ese tipo de literatura la que más hemos exportado. Aunque, como soy mala persona, tiendo a sospechar de todo…
8. Sin embargo, tengo que reconocer que la irrupción de Patria, el super-hit de Fernando Aramburu (Tusquets, 2016), me ha hecho reconsiderar (en parte) mis opiniones sobre el tema. Quizá La Cosa no estaba destinada a ser la salvación de la literatura vasca en euskera, sino, paradójicamente… de la literatura vasca en castellano. Bueno, seguramente a Fernando Aramburu, que siempre ha jugado en otra liga (la de la literatura española), nunca le ha interesado demasiado el ámbito de la literatura vasca en castellano, salvo como plataforma para atacar a la “subvencionada” y “cautiva” literatura en euskera; por fortuna, entre las nuevas generaciones de escritores vascos en español, que también juegan con todo derecho en esa liga, hay muchos autores (algunos de ellos bilingües), como Txani Rodríguez, Aixa de la Cruz, Juan Carlos Márquez, Nere Basabe, Iban Petit o Lucía Baskaran, que conocen y no desprecian por sistema la producción en lengua vasca, y mantienen abiertas, esperanzadoramente, vías de comunicación entre (perdón por la metáfora) las dos orillas.
En todo caso, volviendo a lo que nos ocupaba, el éxito de Patria no sólo ha eclipsado la aportación eusquérica al tema de La Cosa, sino también la que realizaron antes que él autores en castellano como Raúl Guerra Garrido, Ramiro Pinilla o Luisa Etxenike, por citar algunos de los más señeros. Y lo hace, por desgracia, apelando al cliché y al esquematismo, renunciando a la complejidad que reclamaba Edurne Portela en su libro El eco de los disparos (Galaxia Gutemberg, 2016) para que la “imaginación ética” y la empatía se pongan en marcha, aunque todo esto ya lo intenté mostrar en mi crítica, citada más arriba.
Si lo vuelvo a traer aquí es por lo que he adelantado antes, sobre la cuestión de que quizá los escritores eusquéricos no hayan dado en “la diana de La Cosa” porque no han escrito lo que una buena parte del público español (incluyo aquí al vasco, por supuesto) quería encontrar: una visión simple y unívoca, que confirmase lo que de hecho ya sabían sobre la cuestión del terrorismo en el País Vasco. Yo, en ese sentido, tiendo más a apreciar la literatura que se escribe “a la contra”, de frente a las expectativas del lector. Y eso es algo que, en lo que respecta a este tema, ha hecho mucha de la mejor literatura que se ha escrito en euskera sobre La Cosa: poner en cuestión las convicciones y los mitos de los lectores abertzales, que son mayoría en el público vasco; es, como digo, lo que han intentado (entre otras cosas) autores como Jokin Muñoz, Ramon Saizarbitoria, Bernardo Atxaga, Xabier Montoia, Arantxa Urretabizkaia, Juanjo Olasagarre, Anjel Lertxundi, Mikel Hernandez Abaitua, Harkaitz Cano o Itxaro Borda, entre otros.
Y temo que el éxito de una novela-apisonadora como Patria pueda borrar de un plumazo toda esa historia (eso sí que sería adanismo, del malo además), o convertirse a partir de ahora en la vara de medir de toda la literatura postETA. Aunque se me ocurre que quizá no esté todo perdido. Por una parte, porque, con un poco de suerte, es posible que la serie de televisión basada en la novela (y cuyo rodaje se anunció, significativamente, al poco de la publicación de la misma) la ‘sepulte’ una vez sea emitida: no sería la primera vez que lo que quede en la memoria colectiva sea la serie o la película, y no el libro en el que se basan. Y por otra, porque hay recomendaciones que, simplemente, son letales, y Patria ya ha recibido dos que deberían hacer dudar al menos a los buenos lectores de literatura: la de Mariano Rajoy, presidente del gobierno y habitual consumidor del diario Marca, y la de Belén Esteban, princesa del pueblo y residente en Sálvame. Sin comentarios.
En fin: la esperanza (de que un éxito de ventas no anule cualquier posibilidad de justicia literaria) es lo último que se pierde.
9. Por otra parte, y en contraste con el panorama que revela un éxito de ventas tan masivo como el de Patria, autoras como Eider Rodríguez han postulado que la literatura en euskera sigue estando, por su pequeño tamaño, relativamente protegida de los vaivenes de los mercados: la literatura vasca, como antaño el rock euskaldún en la canción de Hertzainak, no da beneficios económicos y eso permitiría, por ejemplo, que la proporción de libros de cuentos con respecto a la de novelas sea bastante mayor que la que podemos encontrar en el ámbito español, lo que tiene su reflejo en la vitalidad que el género goza en nuestro sistema literario, con autoras y autores como la misma Rodríguez, Karlos Linazasoro, Uxue Apaolaza, Ana Malagón etc. Eso no quiere decir que la novela no continúe su imparable avance: las editoriales saben que, aunque las ventas de una novela sean escasas, siempre serán más, en general, que las una recopilación de relatos, por lo que, sin dejar de publicar cuentos, impulsan más un género que el otro (de hecho ha habido una editorial que, bastante sistemáticamente, ha sugerido a sus autores, y a veces ha conseguido, que transformasen los libros de relatos que les habían presentado en novelas, con –frankensteinianos– resultados no siempre satisfactorios, según mi criterio).
No es casualidad, por cierto, que al hablar de los autores de relatos que más aprecio haya citado sobre todo a mujeres: un rasgo importante de la evolución de la literatura vasca en estos últimos años es el de la mayor presencia de escritoras (lo mismo que ocurre en las literaturas de nuestro alrededor). Hay quien ha hablado incluso de boom, aunque no creo que pueda decirse tanto: según mis cálculos sólo algo menos del 20% de la actual literatura vasca para adultos es obra de mujeres (el porcentaje sube a cerca del 30% si incluimos la literatura infantil y juvenil, que es un sector más feminizado), lo que no me parece mucho aún y, desde luego, me hace sospechar que quienes hablan de boom (siempre hombres, en general escritores, habitualmente a la hora de la sobremesa) lo hacen más bien movidos por el miedo a perder espacios y privilegios que basándose en un análisis realista de la situación. En todo caso, aunque falte mucho para la paridad y el progreso sea lento, el aumento en el número de obras publicadas por mujeres es significativo (en el quinquenio 2001-2005 apenas llegaba al 10%) y eso implica un aumento de la diversidad dentro del colectivo, lo que no puede ser más que positivo. Aparte de todas las citadas hasta ahora en este texto (que son para mí las mejores), yo destacaría a otras autoras como Arantxa Iturbe, Castillo Suarez, Mari Luz Esteban, Katixa Agirre, Miren Agur Meabe o Danele Sarriugarte, por ejemplo.
Algo parecido a lo que he señalado sobre el género cuento puede decirse de la crítica vasca: es posible que, a falta de un mercado realmente competitivo, la sumisión de la misma a los intereses comerciales o de la publicidad editorial sea mucho menor que la que se detecta en algunos suplementos culturales españoles. Pero eso no quiere decir que funcione de una manera más sana, y que cumpla de cara al lector con el cometido de separar el grano de la paja: los amiguismos, el proteccionismo cultural (“cómo vamos a llevarnos mal entre nosotros, con los pocos que somos y lo amenazado que está nuestro pequeño mundo…”), la cercanía, incluso física, entre escritores y críticos (que pueden cruzarse cualquier día o cualquier noche en un callejón oscuro…), pueden dar lugar a efectos tan distorsionadores como los que la búsqueda del beneficio empresarial causa en sistemas literarios de mayor tamaño.
De artefactos como los Premios de la Crítica, mejor ni hablar: si Ignacio Echevarría daba cuenta de lo vidrioso de los procesos que llevan a su concesión en el ámbito de la lengua española, de los correspondientes a la literatura en euskera sólo podemos decir que un grupo de colegas llevamos tiempo reivindicando que deberían pasar a llamarse los Premios del Crítico, porque, sí, prácticamente es una sola persona la que desde hace años toma la decisión sobre los mismos…
10. Supongo que podría seguir, pero me da la impresión que ya me he extendido más de lo necesario, y, en todo caso, creo que he intentado proporcionar algunas pistas sobre el devenir de la literatura vasca, y, espero, algunas sugerencias, siempre discutibles, sobre autores y obras que podrían resultar interesantes. Animo a quien quiera a seguir investigando: en la literatura vasca, como en todas las literaturas de países similares al nuestro, hay muchos libros malos, un montón de mediocres y algunos buenos, y eso no se podía decir de la de hace cien años, cuando la mayoría de la producción caía en el lado de lo horroroso o, directamente, tendríamos dificultades para calificar a muchas obras como literarias. Ojalá alguien, a partir de estas páginas, llegue a alguno de esos buenos. O, al menos, se haya hecho una idea de lo que se cuece por aquí, en la extraña e irónica Edad de Oro de las letras vascas.
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Iban Zaldua ha escrito, entre otras cosas, libros de cuentos como Etorkizuna (Alberdania 2005, traducido como Porvenir, Lengua de Trapo 2007) y Biodiskografíak (Erein 2011, traducido como Biodiscografías, Páginas de Espuma 2015), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo 2005) y ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo 2012), algunas de cuyas ideas (no todas) se han colado, inevitablemente, en este artículo (o lo que sea),
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