Tribuna
Después de la moción
Si esta se limita a denunciar la corrupción y el expolio de la “casta”, si su único propósito es la regeneración democrática, Podemos puede muy bien ser sustituido por un Sánchez
Emmanuel Rodríguez 14/06/2017
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Final de acto. La moción ha terminado con los resultados previsibles. Sarcasmo de Rajoy, que gana cada año un par de puntos en humor (se los debe a algún asesor). Pasividad del PSOE. Y vuelta al soporífero verano que nos golpea con la primera ola de calor.
El guión venía anunciado en la moción “pequeña”, la de Madrid, donde los populares de Cifuentes respondieron a Podemos con fotos tuiteras en un McDonald’s de Vallecas. Allí estuvieron atiborrándose de hamburguesas y patatas fritas, con bien de grasas trans, azúcar refinada y sonrisas de dentaduras blanqueadas. Curioso alarde de lo que entienden por “popular”: centro comercial y comida basura. Sea que Madrid no deja de ser una provincia, y como en todo lugar donde se ama la fiesta y la peña, los populares siquiera aguantaron hasta el final del solemne acto institucional. Mediada la tarde abandonaron el hemiciclo, a gritos. ¿Tan sobrados están?
Quien conozca algo al PP por dentro convendrá en que nunca se le debería comparar con la Mafia siciliana. Su forma es napolitana, camorrista: un número variable de familias que en los momentos de bonanza se mancomunan en el negocio. Pero que cuando vienen mal dadas se matan entre sí, iniciando un proceso de “destrucción creativa” que en el PP parece (a medida que vamos conociendo escándalos y la trama de las mutuas traiciones) no tener fin.
Podemos ha empleado la madre de todas las bombas parlamentarias, la moción, pero ¿qué ha logrado y qué no con este ataque masivo? Rajoy, que cuando le escriben los discursos no es tonto, lo ha expresado con claridad. “Ustedes saben que no van a ganar la moción”, “Ustedes que han llamado a esto ‘moción del pueblo’ han hecho esto de cara a la calle”. Y en efecto, si se traduce calle por minutos de televisión, esa era la intención de la máquina comunicativa del partido-empresa llamado Podemos. Por eso, sus comunicadores nos dicen sin descanso: hemos concentrado la atención mediática, hemos desplazado a un PSOE prerrenovado por la victoria de Sánchez pero incapaz de apoyar las mociones, hemos apuntado al PP con nuestra implacable imagen de la “trama”. Y ciertamente, las mociones han caído como agua de mayo para los morados; en el momento justo en que conocíamos algo más de la Operación Lezo y se abrían los expedientes de investigación a Cristina Cifuentes.
El partido empresa funcionó de maravilla mientras la ola que se levantó en el 15M se dirigía a toda prisa contra el edificio institucional
De todos modos, ¿ha conseguido la doble moción de Podemos ese efecto que Rajoy todavía le dejaba a Podemos, movilizar la calle? El mismo Rajoy, que cuando le escriben los discursos no resulta nada tonto, lo explicaba también: “No tanto”. Y así hablaba del semiéxito / semifracaso de la consulta interna de Podemos, de la concentración en la Puerta del Sol y de la propia moción. El tiro de Rajoy estaba perfectamente equilibrado. Aderezado con recordatorios de episodios algo bochornosos como las carteras del gobierno Podemos tras las primeras elecciones de diciembre de 2015, le venía a decir a Pablo Iglesias: “Bienvenidos al juego parlamentario, no da mucho de sí, ¿verdad?”. Incluso se permitía recomendarle que abandonara la “política espectáculo”.
El problema de Podemos es sencillo de formular, pero muy difícil de resolver. El partido empresa funcionó de maravilla mientras la ola que se levantó en el 15M se dirigía a toda prisa contra el edificio institucional. Cuando esta ola se disipó o se fragmentó, decepcionada con la política institucional (“mérito” también de Podemos), al partido apenas le quedó nada más que el juego parlamentario. Juego difícil, al que los propios padres intelectuales de Iglesias solían acusar de autismo, o en sus palabras, de “cretinismo parlamentario”. Y un juego que se parece mucho a un arte teatral, pero de género bufo.
Por eso Podemos atraviesa un campo sometido a tensiones gravitatorias para las que no tiene solución. A un lado, la necesidad de “existir”, que en un partido sin cuadros, con una implantación social que sólo puede ser delegada en movimientos y colectivos cada vez menos alineados con los morados, pasa por “estar en los medios”. De ahí el abuso mediático, la retórica exagerada, la búsqueda del titular. Valga al caso la suerte de Errejón, marginado de las cámaras, y por eso de toda existencia política, ¡cómo no compartir su lamento y su protesta!
De otra parte, la necesidad de una estrategia, de un plan de acción en el medio o largo plazo, más allá del Parlamento. Y aquí de nuevo las dudas: ¿partido de gobierno o de oposición? ¿Dejará el PSOE gobernar en algún momento a Podemos? ¿Conviene a Podemos una alianza con los socialistas después de las próximas elecciones? ¿Cuánto vale y de qué metal está hecha esa moneda que en Podemos llaman nuevo “proyecto de país”?
Existe en Podemos, en Iglesias explícitamente, una tentación setentista e italiana. Un referente particular, apenas conocido en España, pero que en su momento sirvió de inspiración a Carrillo. Se trata de Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista de Italia, el mayor de los PC de Europa Occidental. A finales de la década el PCI estuvo al borde de abrazar el gobierno con el 35 % del voto. Para este gigante de la posguerra europea, la llave del Estado no era el Partido Socialista, sino su principal oponente, la Democracia Cristiana. Según la metáfora de otro de sus secretarios generales, Palmiro Togliatti, la esperanza de llegar al gobierno e iniciar una nueva revolución democrática en Italia —recuerden para España la fórmula de la “Transición inconclusa”-- consistía en atraerse el “alma popular” de los democristianos, al tiempo que se conjuraba su “alma reaccionaria”.
Berlinguer apenas supo leer la situación caótica y compleja de su tiempo. Lo apostó todo al gobierno. No lo consiguió
Tan “espiritual” estrategia fue bautizada con el nombre de “Compromiso Histórico” y pasó por hacer piña con las políticas de Estado de la DC, enfrentándose y conteniendo la ola de movimientos que entonces barría ese país. De acuerdo con el guión del Compromesso, el PCI avaló las medidas de austeridad, combatió las huelgas y colaboró en la estrategia de excepción antiterrorista. El resultado —no me extiendo— fue la inmolación de los comunistas que atravesaron los ochenta sin pena ni gloria, hasta desaparecer en la crisis del sistema italiano de partidos que dio origen al berlusconismo. Berlinguer apenas supo leer la situación caótica y compleja de su tiempo. Lo apostó todo al gobierno. No lo consiguió. Y se enajenó casi todo aquello que de vivo había en esa sociedad y que obviamente apuntaba en otra dirección.
La España de 2017 no es la Italia de 1976 o 1977. Pero la paradoja es que Podemos bebe antes de estos referentes que de los que pueda aportar una época todavía confusa. El llamado populismo de Podemos apenas innova nada respecto de la vieja tríada característica los partidos de izquierda europeos: el partido como eje de vertebración del cambio, el gobierno como objetivo del partido y el Estado como instrumento de ese cambio. Sobra decir que hoy los partidos no son creíbles, los gobiernos están lejos de ser el centro del “poder” y los Estados (valga el caso de España) han sido convertidos en juguetitos de los mercados financieros.
De vuelta al “proyecto de país”, y aunque lo de un “país” aplicado a esta modesta provincia europea no deja de ser herencia de un lenguaje caduco, Podemos haría bien en pensar bien y calibrar mejor el contenido de la palabra “proyecto”. La moción, según parece, la apoya casi la mayoría de la población. La cuestión es que si esta se limita a denunciar la corrupción y el expolio de la “casta”, si su único propósito es la de la regeneración democrática, Podemos puede muy bien ser sustituido por un Sánchez. En cambio, si “proyecto” significa mostrar con toda su crudeza el definitivo colapso del empleo formal y de la clase media, el radical clasismo de lo que aún queda de Estado bienestar, la propia impotencia de las instituciones aisladas de una sociedad desarmada, esto es, los problemas fundamentales del “país”, Podemos no gobernará. Pero sin duda será de utilidad a la hora de reconstruir una alternativa social y política cuando las sirenas de la recuperación económica nos dejen ver de nuevo los imponentes acantilados de la crisis de largo recorrido que atraviesan la Unión Europea y el capitalismo financiero occidental.
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Autor >
Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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