Rafael Riqueni / Guitarrista
“La prisión ha sido un reencuentro con el flamenco”
Esteban Ordóñez 24/06/2017

Rafael Riqueni, después de la entrevista.
Manolo FinishEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
El genio renacido es más grande en el escenario. Se colocó la guitarra sobre las piernas. Fuera de los Teatros del Canal, los gorriones escudriñaban en las fuentes buscando posos de agua; dentro, un hombre que venía del incendio y de la congelación, de esa extinción perpetua del trastorno bipolar, interpretó su primer disco después de 20 años de vacío. Quiere decirse que nos regaló la savia de un tormento. Detrás de la guitarra, parecía sólido, eterno. La tarde siguiente, en la terraza de la novena planta del hotel Vincci Capitol, Madrid es tan inabarcable como ajena, y él, Rafael Riqueni (Sevilla, 1962), se gira, sonriendo, y ofrece una estampa más delgada que la que se percibía sobre las tablas. Nos tiende la mano y un abrazo: la mano, débil; el abrazo, hueco como un hueso de gaviota.
Acaba de finalizar su tránsito por prisión por una agresión cometida en pleno apogeo de su enfermedad. Ocurrió en 2010 y lo internaron en 2015, cuando ya se estaba recuperando. Aquello terminó. “Ya estoy libre, sí”, dice sin euforias.
- ¿Fue un trago duro?
-Noo, para nada. Estaba tocando todos los días, me ha facilitado las cosas con la guitarra y estoy muy contento. Había mucho gitano y mucha afición a la música. La prisión ha sido un reencuentro mío con el flamenco, muy bonito.
Dentro, el maestro Riqueni tocaba, a veces, para que cantaran. “Cualquiera decía que no cantaran”. Volaban por los pasillos de la cárcel las armonías de quien fue un niño prodigio de la guitarra. A los 14 años había ganado dos grandes premios: el Concurso de Arte Flamenco de Córdoba y el Certamen Nacional de Guitarra de Jerez. ¿Y cómo se siente uno en esa precocidad? “Ni te enteras, tú ganas y los mayores se lo gastan en copas”, ríe. Comenzó a aprender a los 8 o 9 años. Riqueni era un niño tímido con callos en la yema de los dedos. Un día, en su cuarto, puso un casete de Paco de Lucía y se echó a llorar. “Conocí a Paco con 12 o 13 años, mi padre me llevaba a verlo”, cuenta. A su padre le debe la música. “Era muy aficionado a la guitarra, aunque no tocaba. Me llevaba a ver a los grandes: Paco, Manolo [Sanlúcar] y el Niño Miguel. Ser guitarrista hoy se lo debo a mi padre, es el que tiene la verdad de eso”. “Paco era muy lindo conmigo, él comentaba que había un niño de 14 años que tocaba muy bien”, recuerda Riqueni cómo fue bendecido por el gran chamán de las cuerdas. “Dice la gente que yo era el que más le gustaba. Se emocionaba cuando yo tocaba y eso es lo más grande que me puede pasar, qué más quiero”.
A los 14 años había ganado dos grandes premios: el Concurso de Arte Flamenco de Córdoba y el Certamen Nacional de Guitarra de Jerez
Su padre, guardián de la verdad de su guitarra, se suicidó en 1997 y él resbaló al pozo del psiquiátrico.
- ¿En algún momento, en estos 20 años, abandonó la guitarra?
- Sí, estuve enfermo y no tocaba. Estaba amargado… casi que prefiero no hablar de eso-, vuelve la cara hacia el paisaje.
- ¿Y ahora?
- Estoy de puta madre, pletórico, con muchas ganas de tocar y todo por delante, muy a gusto. Voy a seguir haciendo música y viviendo tranquilo, muy relajado con mis hijos, con mi vida, y aquí estoy para darle muchas satisfacciones a España que se merece tener un guitarrista como yo, que represente al país.
Los ojos del genio, debajo de la maleza de sus cejas, hoy mantienen la fuerza de una vieja redondez, aunque ofrecen un eco de derribo, de haber mirado mucho desde abajo y haber tenido que luchar para levantarlos. El día anterior, en el concierto, miraba la guitarra y sonreía a los jaleos del público. La violonchelista le vigilaba los dedos y mecía la cabeza, deleitada. La actuación duró dos horas. Primero interpretó Parque de María Luisa, su último trabajo, de impronta clásica, y luego cambió de tercio y se puso flamenco “Tocar en Madrid es difícil. Es la capital, la gente sabe mucho y hay que dar el do de pecho… para buscarse las habichuelas hay que tocar bien”, explica. Se considera una persona muy insegura. Dice que no tocó como quería, que puede hacerlo mejor.
El disco dedicado al parque sevillano recuerda al mejor Ennio Morricone. “Es un paseo por el parque en forma de cuento”, indica. Ha trabajado en él unos 10 o 12 años. Como público, no podíamos adivinar qué esconde ese periodo de ausencia: solo lo vimos aparecer, escuchamos el conjuro que traía preparado y, de pronto, se convirtió en Zaratustra, un profeta que regresaba después de un extenso retiro y pulsaba las cuerdas que lo explican todo. Este Zaratustra flamenco, además, se peina como Beethoven.
En un par de ocasiones, durante la entrevista, se pone la mano en la espalda y confiesa: “Estoy reventado del concierto”. Interpretar Parque de María Luisa es recorrer 50 años de vida. “Este disco supone un recuerdo continuo. Le he puesto corazón, intimidad, creo que va a ser un trabajo histórico en mi carrera”. “Hay memorias de infancia”, sigue, “pero, sobre todo, de cuando tenía 19 o 20 años: mi soledad con el parque pensando cosas sobre el arte, sobre lo que tenía que hacer con la música”. Riqueni ha estudiado música, sabe composición, crea partituras para orquesta; ha sido siempre un investigador de la guitarra. Su discografía lo demuestra. “Siempre trato de hacer algo radicalmente diferente a lo anterior”. Trabajos como Mi Tiempo dan fe de la elasticidad de su diafragma creativo. La historia de la canción Trino ejemplifica su empeño de exploración: “Iba un día paseando solo por el parque y me puse a escuchar a los pájaros, a identificar los semitonos, los cuartos de tono. Andaba y sacaba las notas, esto es un re bemol, esto un la… me volvía loco con los pájaros. Estudié cómo lo hacían, cómo se contestaban, luego cogí la guitarra y lo saqué”. Hay motivos, como la evocación a las aves o al agua, que se repiten a lo largo de las canciones: el espíritu de Parque de María Luisa es sinfónico.
Riqueni ha estudiado música, sabe composición, crea partituras para orquesta; ha sido siempre un investigador de la guitarra. Su discografía lo demuestra
El artista se confiesa muy inseguro con lo que compone. Muchos lo consideran el sucesor de Paco de Lucía. Él, en cambio, no cree haberse consagrado todavía. “No lo estoy, pero estoy más cerca, me falta un poco”. ¿Y qué le falta al maestro para pensar que lo ha logrado? “Me gustaría que me hicieran honoris causa de ese”, arruga el gesto, medita y se arrepiente, “bah, eso es una tontería; pero bueno, sí querría sentirme más tranquilo, estar más relajado”.
Riqueni toca igual que respira: “Nunca la dejo, me hace falta la guitarra”. Ahora prepara un nuevo disco con Universal. “Parque de María Luisa lo quiero dejar aparcado, lo seguiré tocando en directo para la gente, pero yo me aburro enseguida de lo que hago y paso a otra película, en mi tierra decimos penícula”, ríe.
- Su toque ha evolucionado hacia mayor sencillez y atención al detalle. ¿Hay que desnudar la música de virtuosismo para que llegue al corazón?
- Sí… Pero ¿qué es el virtuosismo? [quiere que responda]
- Un toque más rápido, quizás enfocado más al espectáculo…
- El que presume de virtuosismo no tiene el don de la virtud. Más virtuoso que soy yo, poca gente; pero lo hago fácil. El que es virtuoso no presume de ello. Corren mucho y tienen pocos silencios -reflexiona y continúa-. La guitarra flamenca está mal, ¿eh?
- ¿En qué sentido?
- No está tan bien como creemos. Hace falta asentamiento. A mí no hay nadie que me guste, me gusta Tomatito, de los demás, ninguno.
Terminamos. Se despide un par de veces, agradecido. Da otro abrazo y de nuevo, la impresión de ingravidez y de oquedad. Nos sigue hasta la calle porque quiere pasear antes de la siguiente entrevista. La Gran Vía quema. El semáforo está en rojo, pero él cruza, es el único que se atreve entre las decenas de peatones. Entra en Callao, avanza decidido pero frágil. Aunque no hay viento, se diría que un aire se lo está llevando, un aire que solo el genio es capaz de sentir.
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí