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No cabe ninguna duda, a estas alturas, de la importancia que se otorga a los sistemas educativos para afrontar los retos que se vienen llamando “del siglo XXI” o de la “sociedad del conocimiento” o de “un mundo cada vez más cambiante e incierto”. En cualquier caso, se supone que afrontar dichos retos requerirá una (nueva) revolución educativa que adapte las instituciones de enseñanza, en todos sus niveles, al paradigma de la llamada “nueva educación” –cuyo profeta más mediático es, actualmente, César Bona–. En realidad, el paradigma en cuestión tiene bastante poco de nuevo, pues en realidad no es otra cosa que la traducción al lenguaje tecnocrático-pedagógico (o pedabóbico, dirá alguno) de las directrices y orientaciones que la patronal quiere implantar en la educación desde hace más de 50 años. Las sucesivas reformas que en España hemos sufrido en el ámbito educativo, desde la Ley General de Educación (LGE) de 1970 hasta la reciente Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE) y, seguro, la que finalmente salga de la subcomisión parlamentaria actualmente en curso para lograr un pacto educativo, han sido pasos cada vez más evidentes para adaptar el sistema educativo a las exigencias y necesidades de los empresarios. Sin embargo, hasta hace poco al menos, esto no podía presentarse así de clara y descarnadamente; había que preparar el terreno y, como recomendaba la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) en 1987, “crear el clima social adecuado”. Esta misión fue encomendada a una legión de pedagogos y gurús educativos que, promocionados por los medios de comunicación, han ido difundiendo el nuevo evangelio educativo hasta conseguir el objetivo perseguido. Este objetivo siempre se viste con los ropajes de la necesidad de una “revolución educativa” presuntamente muy progresista y, puesto que se avecina una nueva reforma, hay que redoblar la ofensiva propagandística a favor de las bondades de esta enésima revolución y en contra de trabajos críticos y parece ser que muy molestos como, entre otros, nuestro Escuela o Barbarie. Los gurús de la educación, junto con los grandes medios, se han puesto manos a la obra. Tomemos, por ejemplo, el diario El País. Sin pretensiones de exhaustividad, en los últimos meses encontramos en él un artículo criticando el sistema de oposiciones (Por qué las oposiciones son un mal sistema de selección de funcionarios, 9/4/2017) y proponiendo métodos más “científicos” al estilo de los departamentos de recursos humanos de las grandes empresas; un editorial cantando las bondades de la desaparición de los títulos y abogando por la “cualificación personalizada” (Pasar la ESO, 22/4/2017) en la línea de las “tarjetas personales de competencias” que proponía la CEE en 1995 haciéndose eco de una vieja pretensión patronal; una columna de opinión de un asesor del Banco Mundial apoyando las mismas tesis (Abajo las barreras al aprendizaje, 4/5/2017) y, más recientemente, un artículo –significativamente, en la sección de economía– haciendo propaganda de un nuevo máster de la Universidad Carlos III llamado Laboratorio de la Nueva Educación, aunque el titular del artículo iba un poco más allá y aprovechaba para atacar la condición misma de funcionario de los profesores (El fin del profesor ‘funcionario’, 6/6/2017).
Parece ser que, en consonancia con las recomendaciones de la Fundación Qatar, en un futuro los conocimientos académicos no serán tan importantes y se valorarán cualidades personales como la empatía o la toma de decisiones
En este máster, según sus promotores, “no se forma al profesor convencional, sino al educador del siglo XXI”. Parece ser que, en consonancia con las recomendaciones de la Fundación Qatar, en un futuro los conocimientos académicos no serán tan importantes y se valorarán, en cambio, cualidades y habilidades personales como la empatía o la toma de decisiones. Para ello, la nueva piedra angular para tener “educadores del siglo XXI” de la calidad requerida (por los empresarios, naturalmente) es la creatividad, en vez del conocimiento. De hecho, en su reciente informe sobre la educación, la CEOE habla de las 4 C (creatividad, pensamiento crítico, comunicación y colaboración) necesarias para los empleadores, que valoran mucho más las actitudes y el carácter que los conocimientos de sus futuros empleados. Si observamos las definiciones que ofrece la propia CEOE vemos qué se entiende por creatividad y por qué es la nueva piedra filosofal de la alquimia pedagógica del siglo XXI. En efecto, creatividad significa la capacidad de “generar soluciones imaginativas en un mundo complejo” y “producir innovaciones efectivas que añadan valor para la industria y los servicios”; el pensamiento crítico se ciñe a “distinguir lo fundamental de lo superfluo en la actividad empresarial” e identificar “los errores y los aciertos y aprender de ellos para la mejora del desempeño laboral”; la comunicación sirve para “transmitir ideas y conocimientos de interés para los negocios” y la colaboración significa “capacidad para trabajar en equipo, particularmente en los modernos ambientes laborales”. En definitiva, el educador del siglo XXI debe adoptar el enfoque competencial, abandonando el vetusto academicismo de la transmisión de saber, y convertirse en un coach capaz de entrenar correctamente al “capital humano” demandado por el mercado laboral. Por ello, las empresas deben intervenir en la concreción del currículo ya que, como dice el Foro Económico Mundial, “las compañías no pueden ser por más tiempo meros consumidores pasivos de un capital humano ‘precocinado’. Requieren una nueva mentalidad para cubrir sus necesidades de talento y optimizar, a un tiempo, las consecuencias sociales”. Y hete aquí que llegan un grupo de pedagogos, educadores y arquitectos (que probablemente hace décadas que no pisan un colegio) para “revolucionar” la forma de enseñar de los maestros de infantil y primaria. Lo más revolucionario es que los alumnos del máster pagarán 5.500 euros por ¡crear ellos mismos los contenidos del máster! Todo ello con el objetivo de formar, a través de metodologías como el aprendizaje por proyectos y el énfasis en la inteligencia emocional, “individuos inquietos, que quieran estar aprendiendo durante toda su vida”. Otra forma de decirlo sería que quieren obtener emprendedores ignorantes, pero muy activos y sonrientes, capaces de adaptarse acríticamente a cualquier demanda empresarial. Pero claro, así dicho no queda tan bonito. Muchos docentes se han echado las manos a la cabeza al conocer el proyecto revolucionario del máster, pues ya saben demasiado bien de qué va la cosa. Uno de ellos, por cierto, está elaborando una serie de definiciones en Twitter con el hashtag #nuevodiccionariodelacalidadeducativa.
en su reciente informe sobre la educación, la CEOE habla de las 4 C (creatividad, pensamiento crítico, comunicación y colaboración) necesarias para los empleadores, que valoran mucho más las actitudes y el carácter que los conocimientos
Reproducimos dos de ellas porque no pueden ser más certeras:
“Evaluación por competencias.- Dícese de la práctica evaluadora que premia al alumno que manifiesta comportamientos queribles para los empresarios: se autoforma, dialoga rudimentariamente con la máquina, obedece órdenes de equipo, sonríe. Aunque no tenga puta idea de quién fue Cervantes, cómo es el mundo que habita o qué carajo es eso de la Revolución Francesa.”
“Inteligencia Emocional en la Escuela.- Reduccionismo simplista e interesado del complejísimo mundo de la sensibilidad/comportamiento humano, que pretende prevenir la disidencia entrenando al alumnado en el pensamiento positivo. Este será indispensable para que en el futuro aguante todo tipo de contratos basura y trabajos indignos sin agenciarse un bazuca. Por idéntica razón encontramos mucho de esto en los Cursos de Formación del Profesorado.”
Nosotros, por nuestra parte, hemos intentado modestamente deshacer los sofismas que rodean a la “nueva educación” en nuestro libro Escuela o Barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda. Artículos como los que mencionamos y el máster de la Carlos III no hacen sino confirmar, por desgracia, las tesis que en él defendemos. No somos los únicos, otros muchos, como Alberto Royo o Javier Orrico, por mencionar solo a algunos, también están en la misma batalla por salvar el conocimiento en las escuelas y universidades y defenderlas del tipo de basura que entre El País, la CEOE y ciertos “expertos” quieren hacernos tragar como la revolución que nos conducirá a la arcadia feliz empresarial del perpetuo buenrollismo innovador.
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Carlos Fernández Liria, Olga García Fernández y Enrique Galindo Ferrández son los autores de Escuela o Barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda (Akal, 2017). Puede consultarse una entrevista en CTXT.
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Carlos Fernández Liria / Olga García Fernández / Enrique Galindo Ferrández
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