García en el país favorito de la Divina Providencia
Capítulo IV. Donde se lía parda
Guillem Martínez 5/08/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
RESUMEN DE LO PUBLICADO: García, que vive en piso compartido, ha pillado despacho. El aún no lo sabe, pero ojalá que no lo hubiera pillado.
A la mañana siguiente fui el primero en levantarme. Más relajado -tenía, recuerden, despacho-, empecé a preparar el desayuno de Giovanni. El máximo estrés de mi vida cotidiana, en los últimos meses, consistía, precisamente, en conseguir alimentos para mi hijo. En ocasiones la cosa estuvo tan al límite, y mi desánimo al respecto fue tan profundo, que medité seriamente inscribirle en Master Chef Junior, donde nunca le faltarían tres ingestas diarias. Posiblemente tan imaginativas como la que me disponía a preparar en ese momento. Cogí el túrmix y mezclé sabiamente leche, cacao, avellanas y azúcar hasta conseguir una textura que, sorprendentemente, tenía el mismísimo aspecto, sabor y consistencia que, para qué nos vamos a engañar, un truño. Hice un experimento. Unté una tostada y se la di a Pepé, que por lo visto no había dormido contemplando los ratones de su copa de vino, de manera que había estado de cuerpo presente en la cocina mientras yo reinventaba la nocilla.
-¿Está bueno, Pepé?
Pepé me sonrió, como siempre que le preguntaba algo. Probó el mejunje. Al pasar por su paladar la nocilla apócrifa, moduló la típica expresión de dispárenme-coma-quiero-dejar-de-sufrir. Cuando la logró sofocar dijo:
-Mucho perfecto para mí.
Acto seguido abrió su bolsa, y de ella extrajo un pote de Nocilla trade-mark.
-Soit dit en passant, j'ai acheté ce petit cadeau pour votre enfant.
Me quedé de pasta de boniato. Era la primera vez, desde que llegué a Ca la Núria, hace tres meses, que Pepé decía algo más que mucho-perfecto-para-mí. Aproveché el filón.
-Soit dit en passant aussi, j'ai oublié à obtenir de l'argent dans le boureu de la Banque d'Anglaterre. Ne vous avez pas 20 euros pour un taxi?
Pepé sacó del bolsillo de su americana lo que los poetas metafísicos norteamericanos conocemos como un Rollo de Chicago. Es decir, esa seña de identidad de corredores de apuestas y camellos de meta-anfetamina consistente en un cilindro formado por la agrupación de 10.000 dólares entrelazados. En este caso, euros. Me arreó los 20 euros.
-Bien sûr, mon cher ami.
Era la primera vez en años que esas paredes veían una cantidad superior a 20 euros, por lo que en las paredes aparecieron, durante unos segundos, las caras de Bélmez. Hacían chiribitas. Una de ellas dijo:
-Anda que no.
Como pude, no dije lo que quería -je me'n merde sur les châteaux de la Loire-, sino lo que debía -oh, vous êtes très gentil. Merci-. Y salí pitando con mis 20 pepinos, más contento que un niño con 20 euros nuevos. En el pasillo me encontré con Núria.
-¿Piras?
-Piro. ¿Vas a trabajar?
-No me entra. Me quedo. Hablaré con Pepé. No me entra tampoco, pero alguien tiene que hablar con él antes de que se beba la Rioja.
Ya en la puerta, mientras salía, vi a Núria entrar en la cocina. Llevaba puesta esa cara de tenemos-que-hablar que tanto nos jode a los hombres. A su vez, Pepé ponía esa cara cabizbaja de oh-no-ella-quiere-hablar, que tanto jode a las mujeres. Salí a la calle. Pillé, en una terraza aledaña, cortadete, vichí, marlboros y un calippo. Leí la prensa. Y, en ella, mi articulazo del día. Tesis: ayer el Procés había avanzado dos casillas. Medité que, si me pagaran por casillas, sería millonario. Luego me fui a mi despacho.
Llevaba puesta esa cara de tenemos-que-hablar que tanto nos jode a los hombres. A su vez, Pepé ponía esa cara cabizbaja de oh-no-ella-quiere-hablar, que tanto jode a las mujeres
Mi despacho estaba a escasos cinco metros de mi portería. Y, en efecto, estaba tan cerca de mí que no lo había visto. Se trataba de un club de cannabis, Luxurious, sito en mi mismo inmueble. Además, era socio. Me había hecho socio un día que quedé allí para hacerle una entrevista al Obispo. El Obispo, para nuestro encuentro, me propuso tres locales discretos y con luz tenue, pero el único que aún no entraba de cuatro patas en el campo semántico Código Penal, ni conllevaba penas de 20 años, era este. Por lo que lo escogí. Además, hacerse socio solo costaba 10 pepinos. Recuerdo que era un sitio amplio, limpio, con música chill out bajita, gestionado por unas asociadas que iba vestidas de chicas Bond. No había alcohol, por lo que no me podría meter, entre pecho y espalda, mi splitz de las 12 am. Pero los cafés iban a euro. ¿Qué más podía pedir?
En recepción expliqué mi caso. En breve vendría un señor, señora o señorita con el que había quedado, así que agradecí que me comunicaran su llegada, a fin de que pudiera inscribirle como socio y hablar, en mesa a parte, sobre el sentido de la vida. La chica Bond de recepción me contestó con mi palabra favorita: Ajá.
Dispuse mi mesa de trabajo. Controlaba visualmente la portería, la sala y la escalera de acceso a la sala inferior. Estaba francamente aliviado. La crisis del despacho había finalizado. Hoy vendría alguien del diario a darme la brasa con las urnas, con el referéndum, o con cualquier chorrada. Le diría mi palabra favorita y a otra cosa, mariposa. Si esto fuera una novela de agosto, hubiera sido, en fin, una novela corta, que finalizaría hoy mismo. No sabía que, en breve, mi vida daría un vuelco, y que, lejos de lo previsto, me pasaría tantas horas en este club de cannabis que las chicas Bond que lo gestionaban me acabarían dando, por aclamación, el Premio Amy Winehouse a la Constancia.
Hoy vendría alguien del diario a darme la brasa con las urnas, con el referéndum, o con cualquier chorrada. Le diría mi palabra favorita y a otra cosa, mariposa
Ajeno a mi futuro inmediato, abrí mi ordenador, dispuse mi marlboro a la vera y, para matar el rato, empecé a escribir el artículo de mañana, firmemente decidido a hacer avanzar al Procés no tres, ni cuatro, sino cinco casillas. A mitad del artículo se me coló Puigdecabanes y uno de sus oscuros planes que sólo a mi me comunicaba. En esta ocasión, la creación, en una comarca de los Pirineos, de los Navy Seals catalanes, a quienes en breve el TC declararía, todo apuntaba a ello, inconstitucionales. Finalicé con un "Como el lector podrá comprobar tras esta lectura, desde ayer el desafío catalán ha avanzado siete casillas". Es decir, dos casillas más de las previstas inicialmente. Estaba sembrado. En eso, escuché un murmullo en recepción que me hizo salir del trance.
En efecto, había cierto alboroto en la entrada. Alguien, rodeado de chicas Bond, estaba increpando a la chicas Bond. Y lo peor de todo es que su vozarrón me sonaba. Lo dejé todo y me acerqué hasta el grupo. En medio de él estaba, en efecto, el Capitán Estadella, leyenda viva del periodismo constitucionalista español.
Lo dejé todo y me acerqué hasta el grupo. En medio de él estaba, en efecto, el Capitán Estadella, leyenda viva del periodismo constitucionalista español
-Hombre, García. Con usted quería hablar.
-¿Es usted el enviado del diario? ¿De qué quiere hablar?
-De Dios y de las urnas.
Sin mediar palabra, cogí a Estadella del brazo y me lo llevé al chiringuito de admisión de nuevos socios, y le expliqué que tenía que apoquinar.
-¿Y por qué tengo que pagar?
-Es la tasa de acceso por visita. Esto, debe saberlo, es un centro de coworking I+D. ¿Ve aquel grupo con rastas alrededor de un portátil?
-Lo veo.
-Están refundando Google. Se llamará Lejía Conejo.
-Me parece muy bien. Pero los 500 euros que me pide por mi pase me parecen también excesivos.
Cinco minutos después Estadella cedió. Estaba en forma. No lo sabía aún, pero menos de lo que necesitaba.
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí