Crónicas hiperbóreas
Les impurs sont les autres
Las acusaciones de colaboracionistas, los periódicos como banderines de enganche, los intelectuales invocando la fuerza bruta, legítima, no son nada nuevo en la historia
Xosé Manuel Pereiro 22/09/2017
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Quizá con tanto ruido mediático generado por la “cuestión catalana” (lo bueno de la política española, como en las modas y el pop, es que todo vuelve, en este caso de finales del XIX) puede que se les haya escapado lo de Juan Marsé. Normal en estos días de excepción no promulgada (ahora las guerras se hacen sin declaración previa, las independencias se proclaman siendo económicos en el cumplimiento de la legalidad, los estatutos de autonomía se suspenden sin acuerdos formales y las leyes se sortean por el método de invocarlas). Pero para eso me tienen.
Una bibliotecaria de Cambrils puso en su Twitter --que ahora ha cerrado a las personas que no la siguen-- que en algunos libros de Marsé habían aparecido escritas cosas, y no precisamente anotaciones al margen. No precisaba en cuántos libros, pero sí lo escrito con caracteres e intención igual de gruesos: “botifler” (que si no me equivoco viene siendo algo así como colaboracionista, término que nos retrotrae a la II Guerra Mundial). En otro ejemplar habían tachado en la solapa el lugar de nacimiento del autor, Barcelona, sustituyéndolo por “renegado”. Un castellanohablante o un amante del western, aventuro. Abandonen la imagen del usuario de biblioteca usando su carnet de socio para dejar plantada su opinión sobre el autor en la obra. Al parecer --la noticias es de esas llenas de alpareceres-- los libros fueron descubiertos --el lenguaje policial, en el original-- en una caja de volúmenes destinados al bookcrossing, práctica consistente en dejar libros sueltos en lugares concertados, al libre albedrío de los lectores, que los cogen, los dejan, los intercambian, y en este caso, los pintarrajean. No solo a la bibliotecaria de Cambrils, a la mayoría de la gente le dolería ese maltrato. Salvo, me atrevería a decir, a Marsé, que a estas alturas supongo que estará por encima de todas esas pijoterías.
En particular, le dolió a Antonio Muñoz Molina, que escribió un texto, Los impuros, que encabeza glosando las excelencias personales y literarias de Marsé. Algo que le honra, aunque también es del todo punto innecesario, porque los escritores mediocres deberían estar asimismo a cubierto de la crítica del rotulador Edding 800. Sin embargo, como era previsible, la glosa era el exordio para zurrar la badana: “Ahora los patriotas del banderazo y la hoguera han decidido señalarlo con lo que para ellos es el peor de los insultos: renegado... Los héroes de la libertad de los pueblos no sienten el menor interés por la libertad de las personas. Los pueblos son abstracciones a las que se puede atribuir cualquier virtud y hasta cualquier impulso de ira justiciera. Para mantener siempre su pureza necesitan enemigos exteriores y chivos expiatorios. Cualquier sátrapa y cualquier aspirante a comisario político puede ejercer con éxito la ventriloquía patriótica o justiciera y presentarse como portavoz del pueblo”.
Ante todo, mucha calma, que decían mis paisanos y sin embargo amigos de Siniestro Total. Una cosa es que uno ―o varios― pollospera corroboren aquello de Hippolyte Taine de que no hay nada tan peligroso como una idea amplia en cerebros estrechos. Y otra es que lo de sátrapa (el que gobierna despóticamente: no me imagino a Puigdemont o a Junqueras tirando de rotulador de punta gruesa en un bookcrossing) o autoerigido portavoz del pueblo les quede muy grande a esos tipos, por mucho que acierten a distinguir el nombre de Marsé en las cubiertas de los libros. En cuanto a las motivaciones internas de los libertadores de pueblos me pasa como a Churchill con los franceses, no puedo dar mi opinión sobre ellos porque no los conozco a todos. De hecho, no conozco a ninguno (héroes libertadores). Solo sé que si triunfan, se les recuerda como benefactores, de George Washington a Simón Bolívar, de Gandhi a Nelson Mandela (que pasó de terrorista a héroe en punto coma) y si no, se quedan en terroristas o en chicos con buenas intenciones que escogieron el mal camino. Lo que sí tengo claro es que los que no sienten ningún aprecio por la libertad de las personas son los opresores de pueblos. Y del siglo XVI al XIX, como diría Gila, “alguien ha oprimido a algún continente entero y a países sueltos... y no me gusta señalar…”.
Si una gamberrada es tratada mediáticamente como si fuesen las quemas de libros de los nazis de la “Acción contra el espíritu antialemán”, algo falla. (No exagero, si los nazis estuviesen apuntados en la SGAE, se forraban: ayer oí a un señor de prestigio en la radio comparar “lo de Cataluña” con la “Noche de los cristales rotos”). Aquellos que normalmente escriben sobre la llegada o la despedida de la primavera o hacen cantos al ir y venir del común de las gentes, es decir, se trabajan honradamente el costumbrismo, ahora se mojan. Más bien se zambullen a favor de corriente, compitiendo en darle más y mejor la razón al gobierno. Hay secciones de opinión que parecen unánimes banderines de alistamiento (de los demás). Un periódico coruñés alertaba de que una asociación cultural independentista de la ciudad había habilitado urnas para que votasen los catalanes, sin reparar (o sí, pero no dejes que la realidad, etc.) en que la convocatoria decía que se habilitarían papeletas con Sí, No, Nulo y Depende, y que fieles a su militancia reintegracionista (partidarios de la unidad lingüística del gallego y el portugués), habría observadores internacionales de países lusófonos. En el periódico llegaron a pedirle declaraciones a la Delegación del Gobierno donde, muy en su papel, respondieron que naturalmente tomarían todas las medidas para impedir un referéndum ilegal, caso de producirse.
Claro que no le podemos pedir mucho a redactores agobiados por aportar su granito de arena a la línea editorial de su medio, mientras dos centenares largos de profesores universitarios, algunos muy ilustres (y los que no lo son, igualmente imparten saber en los templos del ídem), piden el uso de la fuerza, legítima, por supuesto, contra la cosa. Máxime si entre ellos hay prestigiosos historiadores que firman un texto que cita como causantes de dos guerras mundiales a “los nacionalismos”. Así, en general. Aquí un nacionalismo ha ocasionado una guerra mundial y nosotros no queremos señalar. Creo que hasta en Hazañas bélicas (cómic de Boixcar para Ediciones Toray) quedaba claro que fueron los nacionalismos de Estado. No fueron las ansias de independencia de Baviera lo que provocó la invasión de Polonia. Los dos millones de armenios que fueron masacrados en 1915, lo fueron por el gobierno de los Jóvenes Turcos (nacionalistas que, paradójicamente, llegaron al poder reclamando reimplantar una constitución). En cuanto a la atribución de las circunstancias “no menos dolorosas por las que atravesó nuestro país en el siglo pasado”, que hace el manifiesto, creo que Franco se revolvería bajo la losa del Valle de los Caídos si se viese mezclado con los nacionalistas que fusiló y las instituciones autonómicas que liquidó.
Todo esto (los colaboracionistas, los periódicos como banderines de enganche, los intelectuales invocando la fuerza bruta, legítima) no es nada nuevo. Creo que era Unamuno quien describía (aunque a mí me lo contó Manuel Rivas) una tertulia de prohombres de 1898, que clamaban en su tertulia del casino contra la insurrección de Cuba y pronosticaban un fin rápido y favorable a la guerra con los Estados Unidos. Cuando llegaron las noticias de que tenían razón en lo primero y se habían equivocado en lo segundo, sobrevino un silencio incómodo que rompió uno deslizando: “¿Y qué me dicen de lo de Cataluña?”. Ahora le tocó a la “cuestión catalana”. Después les tocará a otros.
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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1 comentario(s)
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shiodome
(yo me llamaba shiodome :)
Hace 7 años 1 mes
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