Libros
Llegó Octubre
Que un centenario deje obras tan útiles debería servir para que revaloricemos este tipo de efemérides y el centenario de los procesos revolucionarios de 1917 llega este mes
Andreu Navarra 4/10/2017
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Es (o era) inevitable. Llega octubre de 2017, y las librerías se inundan de novedades relacionadas con el Centenario de la Revolución Rusa, la segunda gran Revolución política de la Humanidad contemporánea, cuya influencia presidió el siglo pasado, cuyas derivaciones y consecuencias aún hoy no han acabado de medirse y analizarse. La baraúnda, el ruido, serán considerables. Pero ante el caos y la excesiva proliferación de productos académicos, tendremos que plantearnos, como antaño Chernichevski y Lenin, ¿Qué hacer? En primer lugar, no cabe duda, tratar de orientarnos.
Octubre, de China Miéville (Akal, 2017), quiere ser una historia de la Revolución Rusa escrita en clave de relato ensayístico. Hay más literatura en este volumen que en otros de su generación u onda: Miéville es un escritor británico potente y heterodoxo. Su nervio estilístico no le abandona en ninguna de sus páginas. Quien busque atinados y rápidos retratos de los protagonistas de 1917, los encontrará en este libro. Sin embargo, no es la mejor síntesis sobre las crisis de aquel año turbulento. Si el lector busca un auténtico resumen, el mejor libro es el de Julián Casanova (La venganza de los siervos, Crítica, 2017). Miéville, lo explica en el prólogo, no concibió un libro académico, sino un libro literario. No aspiraba a la objetividad, sino a la ecuanimidad, lo cual no es exactamente lo mismo.
Como acopio de datos, La venganza de los siervos supera a Octubre; pero, como relato panorámico, la prosa poderosa de Miéville no es nada desestimable. Por esta razón, cree necesario obtener unas conclusiones claras, unas demandas presentistas francas y acusadas: “Aquellos que se cuentan del lado de la revolución deben afrontar estos fracasos y crímenes. Hacer otra cosa es caer en la apología, en hacer excepciones, en la hagiografía; y arriesgarse a repetir tales errores”. También la principal virtud del libro de Casanova se basa en la marginación de los argumentos idealistas y de origen ético, en beneficio de la auténtica información verificable, que siempre es la que procede de los archivos.
La sustitución de los prejuicios ideológicos y las historias sesgadas por los relatos verificados quizás sea la aportación más relevante del centenario en curso. Antes de lanzarnos a la glorificación o el rechazo frontal, se impone saber realmente lo que pasó, porque lo que pasó es siempre sorprendente, y barre toda clase de mitos y desfiguraciones. En este sentido, no es raro que el libro colectivo 1917. La revolución rusa cien años después (Akal, 2017), coordinado por Juan Andrade y Fernando Hernández Sánchez, haya agotado ya su primera edición. Si lo que buscamos es una prospección realmente ambiciosa sobre los significados de los procesos iniciados en 1917, en todo el mundo y en todas las épocas, sin depender de una voz única, sino del agrupamiento de una galaxia de auténticos expertos, este es nuestro libro.
Lo abre el maestro Josep Fontana con una asombrosa síntesis de la historia política del siglo XX, desde que la socialdemocracia alemana abandonó el camino revolucionario, hasta que los neoconservadores estadounidenses proclamaron a los cuatro vientos que “América” había vencido a la URSS en la Guerra Fría. Los textos menores que Fontana publica aquí y allí constituyen manejables síntesis de lo que viene desarrollando en algunos de sus últimos libros: Por el bien del Imperio: una historia del mundo desde 1945 (Pasado & Presente, 2011) y El siglo de la Revolución (Crítica, 2017). Actualmente, Fontana anuncia que volverá a su siglo XIX. Leopoldo A. Moscoso y Pablo Sánchez León radiografían la Europa revolucionaria anterior a 1917. Wendy Z. Goldman aborda una cuestión central y habitualmente marginada, que también Casanova trata como se merece: el papel de la mujer en la Revolución Rusa. Rosa Ferré explora, como hizo Vázquez Montalbán en su delicioso Moscú de la Revolución, el apasionante mundo de la creación artística durante los primeros pasos de la sociedad soviética. Serge Wolikow nos habla sobre el aspecto internacional del leninismo, encarnado en la Komintern.
El volumen casi alcanza los setecientos folios: páginas de una densidad inusitada, cuyos pormenores no podemos detallar por razones de espacio. Otros colaboradores aportan información difícilmente encontrable en nuestra península: Michelangela Di Giacomo y Novella di Nunzio escriben sobre el Partido Comunista Italiano; Aurora Bosch, sobre la influencia del bolchevismo en Estados Unidos; Elvira Concheiro se ocupa de América Latina. Sebastiaan Faber y Ángel Duarte, el campeón de los estudios sobre republicanismo, se ocupan de la cultura política española hacia 1917. Francisco Erice nos explica cómo nació el PCE. Josep Puigsech, cómo se desarrollaron los imaginarios soviéticos en el contexto de nuestra guerra civil. Lo que comentan especialistas como Enzo Traverso, José María Faraldo y José Luis Martín Ramos, entre otros, merecería tres o cuatro artículos de comentario específico. Las derivaciones estudiadas son exhaustivas y generosas. La tarea de los editores ha sido, pues, hercúlea, útil, original y oportuna. En lugar de construir un frankenstein de refritos, se nota en la dirección de esta obra una voluntad manifiesta de abrir nuevos caminos y agotar los ya explorados. Por ejemplo, el que recorre Constantino Bértolo, quien se ocupa del papel de la militancia comunista en la narrativa española reciente. Por su parte, Guillem Martínez se pregunta cómo leeremos la Revolución Rusa en un futuro inmediato.
Voces diversas, para un legado inmensurable, que no hemos hecho más que empezar a digerir.
El centenario de los procesos revolucionarios de 1917 debería servir también para reforzar nuestro conocimiento de las fases posteriores de despliegue y declive del régimen soviético. No teníamos a mano estudios muy extensos sobre las etapas de Jruschov y Breznev. Entre todas las publicaciones, traducciones y reediciones de libros sobre la Unión Soviética, el que me ha parecido más relevante ha sido El equipo de Stalin, de Sheila Fitzpatrick (Crítica, 2016), fundamental para entender la naturaleza de la tercera revolución rusa, la emprendida, a finales de los años veinte, por el equipo que fundó y sostuvo el estalinismo. Se trata de la biografía coral de los hombres que hicieron posible la industrialización masiva del país, así como la génesis de los espeluznantes crímenes que protagonizaron, especialmente Molotov, el hombre clave de las burocracias soviéticas, increíblemente ausente de la mayoría de historias de la URSS. No se pueden entender figuras fundamentales como Beria, Jruschov, Ordzonikidze, Mikoyán, Malenkov, Kaganóvich, Zhdánov, Zhúkov, Voroshílov, Yenukidze o el carnicero Yezhov, así como al mismo Stalin, sin esta obra increíblemente documentada. Personajes que desempeñaron ministerios y cargos claves entre 1924 y los años sesenta. Para conocer los mecanismos internos de la cúpula del poder durante esos años, no conozco una obra mejor.
Parte de estos temas atraviesan también Billete al fin del mundo (Península, 2017), de Christian Wolmar, la apasionante historia de la construcción del ferrocarril Transiberiano, traducida por David Paradela. Aunque el tema del poder político no sea aquí central, se trata de una obra que atraviesa toda la Rusia contemporánea, desde la de los primeros sueños liberales hasta el declive y colapso final de la Unión, con atención también a los años menos estudiados. Una obra útil a la hora de entender el tipo de nacionalismo tecnológico que fue uno de los ejes de la construcción estatal que este año se rememora.
Que un centenario deje obras tan útiles debería servir para que revaloricemos este tipo de efemérides. Yo valoro estos aniversarios como oportunidades para aprender, para acceder a filones de oro que contrarrestarán las interferencias ideológicas y las intoxicaciones dogmáticas propias de ciertas prensas.
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Andreu Navarra
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