Un paseo por la zona negativa (y II)
El autor culmina su repaso de títulos publicados originalmente en euskera que sirven para entender “literariamente” lo que ha pasado en el País Vasco en las últimas cinco o seis décadas
Iban Zaldúa 28/10/2017
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Uf: falsa alarma. Ningún monstruo ultraterreno me acecha y la Zona Negativa sigue tranquila –relativamente. De manera que puedo volver a recoger algunas de las mejores muestras de esa literatura en euskera sobre el conflicto vasco –alias La Cosa– que mucha gente ni siquiera vislumbra en el “mundo real”. Antes de que me interrumpieran mis temores, había guardado una decena larga de títulos a mi entender recomendables, empezando por el clásico 100 metros de Saizarbitoria, y deteniéndome en algunos libros de finales de la década de 1990. Y había intentado explicarme la mayor atención que, aparentemente, ha dedicado la literatura vasca sobre el tema a la figura del victimario. Aunque, como voy a comprobar con mis siguientes hallazgos interdimensionales, eso no es siempre y del todo cierto…
Testigos y Víctimas: Zorion perfektua, de Anjel Lertxundi (Alberdania, 2002). Uno de los grandes de las letras eusquéricas aborda directamente, por primera vez, el tema de La Cosa, dando voz literaria a aquellos que han resultado ser testigos mudos de la violencia terrorista, y la opresión moral que ha supuesto el silencio que ha reinado durante tantos años en la sociedad vasca. La joven pianista protagonista cuyo trauma se nos cuenta podría ser, en cierto sentido, y según el crítico Ibon Egaña, una metáfora o representación del pueblo vasco e incluso de la propia literatura vasca. Se puede leer en castellano (Felicidad perfecta, Alberdania 2006), e incluso se llegó a rodar, con el mismo título, una película basada en la novela (Jabi Elortegi, 2009), con una inverosímil Anne Igartiburu como protagonista (no decía “Hola, corazones” en ninguna de sus escenas…). Anjel Lertxundi, uno de los intelectuales vascos que más claramente se ha posicionado contra ETA desde que yo tengo uso de razón, lo intentó de nuevo con la novela Etxeko hautsa (Alberdania, 2011), traducida ese mismo año como Los trapos sucios, con peores resultados, a mi entender: los personajes y la historia, en la que se superponían una reflexión sobre la memoria y las vivencias de un amenazado –y su familia– por la extorsión del “impuesto revolucionario”, resultaban demasiado mecánicos.
Cómo Han Cambiado Las Cosas, Camarada: Denboraren izerdia, de Xabier Montoia (Elkar, 2003; la traducción sería El sudor del tiempo). Esta es una excelente y cruel novela en torno a un exmilitante de ETA político-militar que, reinsertado, devenido progre y convertido en exitoso productor de cine –entre otras, de la película Libertad, muy crítica con nacionalismo vasco–, se convierte a su vez en víctima, primero de El Mundo, que “redescubre” su turbio pasado, y luego de la banda terrorista, cuando regresa a su ciudad natal, entre otras cosas, a cuidar de su madre (la cuestión de la dependencia tiene un papel importante en la obra). Posteriormente el autor ha abordado el tema también, desde diferentes perspectivas, en algunos de sus relatos, y, sobre todo, en la novela Azken afaria (Susa, 2013, ‘La última cena’), que se centra en las consecuencias de la represión contra la “kale borroka” y el entorno social de la izquierda abertzale. Son dos libros, sobre todo el primero, que merecerían, y mucho, ser traducidos al castellano (o a cualquier otro idioma, claro). El marco temporal que maneja Denboraren izerdia, por cierto, me recuerda en parte el de otra novela que se publicó durante la misma época, Hamar urte barru, de Joxe Belmonte (Erein, 2003; Al cabo de diez años, 2006), en la que el autor sigue las trayectorias vitales de cuatro jóvenes bilbaínos entre los años setenta y los ochenta, vidas que, evidentemente, están atravesadas por los cambios políticos de la época, la violencia terrorista y policial, y la epidemia de la droga. En la novela aparece una de las primeras referencias literarias, que yo recuerde, a los movimientos por la paz que empezaron a aflorar en el País Vasco durante los ochenta. Creo que habría llegado a ser una mejor novela si el autor no hubiera escogido un registro tan retórico para su narrador.
La Cosa (No) Es Un Cuento: Bizia lo, de Jokin Muñoz (Alberdania, 2003; traducción: Letargo, 2005). Para mí, uno de los mejores libros sobre el conflicto vasco que se ha escrito; cinco cuentos imprescindibles y duros sobre el tema que nos ocupa: parte de las penurias de la posguerra y termina con una visión apocalíptica, casi fantacientífica, de la espiral de violencia en la que estuvo enredada la sociedad vasca, pasando por lo que no se dice entre un padre y una madre que esperan la confirmación –o no– de que su hijo ha muerto mientras preparaba un artefacto explosivo, o el análisis del espacio-tiempo en que se cruzaron la lucha armada y el azote de la heroína. Temas que, por cierto, ya se había insinuado en su temprana y aún titubeante novela Joan zaretenean (Alberdania, 1997; Sin vosotros, 2007), a partir de la relación entre un antiguo creyente en la causa y el terrorista al que tiene que dar refugio en su casa. El esfuerzo novelesco más ambicioso de Jokin Muñoz hasta la fecha ha sido, sin embargo, Antzararen bidea (Alberdania, 2007; El camino de la oca, 2008), otro libro en la que se ligan, como en El hijo del acordeonista, Guerra Civil y violencia de ETA, aunque de una manera distinta a la que reflejaba Atxaga. Aquí, aparte de que la conexión se establece a través de los esfuerzos por recuperar la memoria histórica en unas excavaciones que se están realizando en fosas comunes de la Ribera navarra –Muñoz es natural de esa zona–, es la violencia terrorista que ejercieron en su día carlistas y falangistas la que, de alguna manera, se contrasta, en paralelo, con la contemporánea de los militantes de ETA. Por cierto, otra vuelta de tuerca al tema de los lazos entre Guerra Civil y Cosa, distinta a la de Muñoz, es la que planteaba Koldo Izagirre en su novela Agirre zaharraren kartzelaldi berriak (Elkar, 1999; Nuevas prisiones del viejo Aguirre, Ttarttalo, 2001), en la que un viejo miliciano vuelve a la cárcel –cavando un túnel: aquí también hay un cierto humor– y, entre otras cosas, entabla un insólito “diálogo” con los presos de ETA que se encuentran allí. Se me ocurre que estaría bien que un estudioso como David Becerra Mayorechara una ojeada a la literatura guerracivilista vasca, también en auge durante estas últimas décadas, y su relación con La Cosa, y la comparara con lo que él ha estudiado sobre el tema en el campo de la literatura española contemporánea.
(Tanto Bizia lo como Antzararen bidea ganaron el Premio Euskadi de Literatura de los años en que se publicaron, pero sigo pensando que el libro de relatos de Muñoz, aunque fue anterior, es superior a la novela, como no podía ser de otra manera. La literatura vasca ha producido un buen número de cuentos en torno a La Cosa, pero no han tenido demasiada visibilidad, porque pocos se han publicado, como los de Jokin Muñoz, en volúmenes íntegramente dedicados al tema, sino dispersos dentro de libros de variado pelaje. Uno de los que más se acerca a esa unidad temática –aunque no por completo– y me gustaría destacar aquí es Euri kontuak, de Jose Luis Otamendi (Susa, 1999), un libro de relatos de gran calidad evocadora –no en vano su autor es, sobre todo, poeta–, centrado en las diversas consecuencias, sociales y personales, de la violencia, en este caso desde una óptica cercana a la de la izquierda abertzale; su libro de poemas Kapital publikoa (Susa, 2014) explora, en ese mismo sentido –y entre otras cosas–, las consecuencias de la traumática salida de la espiral violenta a partir del alto el fuego definitivo de 2011. Sin embargo, como he dicho, lo más normal es que los autores de cuentos no publiquen volúmenes exclusivamente dedicados a La Cosa, lo que dificulta clasificarlos dentro de ese supuesto subgénero: es lo que ocurre, por ejemplo, con los de Eider Rodriguez, una de las voces más interesantes del panorama literario contemporáneo, y que podemos encontrar rebuscando entre las tres colecciones de relatos que ha publicado: Eta handik gutxira gaur, Haragia y Katu jendea, publicados respectivamente en 2004, 2007 y 2010, y traducidos al español como Y poco después ahora (Ttarttalo, 2007), Carne (451 Ed., 2008) y Un montón de gatos (Caballo de Troya, 2012). O el último libro de cuentos del ya citado Koldo Izagirre, Franco hil zuten egunak [‘Los días que mataron a Franco’] (Susa, 2016), algunos de los cuales pueden asociarse también a la literatura de La Cosa. En todo caso, otra vía para acceder a lo que el cuento vasco ha dicho sobre el asunto es recurrir a antologías temáticas como Haginetako mina (en la que Mikel Soto compila narraciones de diversos autores; Txalaparta, 2008; la traducción al castellano del título sería ‘Dolor de muelas’, por el título de uno de los cuentos de Otamendi precisamente) y Nuestras guerras. Relatos sobre los conflictos vascos (editado por el crítico Mikel Ayerbe, a cuyo cargo está la detallada introducción; Lengua de Trapo, 2014). En todo caso –y soy consciente de que estoy barriendo para casa más que el Roomba del Baxter Building–, los cuentos de nuestros escritores tienen mucho que contar sobre el conflicto vasco).
La Cosa Sale del Armario: Ezinezko maletak, de Juanjo Olasagarre (Susa, 2004). Este escritor, navarro como Muñoz, nos presenta otra historia construida desde la memoria de los años de plomo, en este caso la de una cuadrilla de la Sakana que, un día, decide montar un comando: la novela narra, a partir de la muerte de uno de los miembros de aquel grupo de amigos, homosexual desarmarizado en Londres, en qué anda cada uno de los que quedan, a veinte años vista de los hechos. Es una novela donde la cuestión de la identidad sexual se enfrenta, de alguna manera, con la de la identidad nacional (hubo traducción: Las maletas imposibles, Bassarai, 2008). Olasagarre volvió a abordar la cuestión del conflicto en la, en mi opinión, menos lograda T (Tragediaren poza) (Alberdania, 2008; La alegría de la tragedia, 2012), aunque merece la pena por las intervenciones de un personaje, el catedrático Andrés Barrutia, trasunto de los furibundos conversos al constitucionalismo de nuestro mundillo intelectual. Y lo ha hecho, aunque más tangencialmente, en la reciente y notable Poz aldrebesa [‘Felicidad inapropiada’] (Susa, 2017), en la que, pese a que La Cosa no es el eje principal, realiza aportaciones muy relevantes sobre el tema del duelo en la sociedad vasca postETA. Algo parecido podría decirse de la primera novela de Uxue Apaolaza, Mea culpa (Erein, 2011), aunque aquí, en lugar del tema del duelo, sea el de la culpa el que aflora, como el propio título indica: el de la culpa en un espacio y un tiempo que ha dejado de sentirla como el catolicismo mandaba. Y puede que La Cosa no sea quizá su tema principal –durante un viaje a Las Landas, la narradora de la novela se convierte, aparentemente, en la asesina de algunos de sus antiguos compañeros de secundaria–, pero el trasfondo de los años de adolescencia de los personajes en un pueblo marcado por la preeminencia de la izquierda abertzale y, más concretamente, de la organización juvenil Jarrai, es clave para entender la obra. Una vez más, libros que merecerían la atención de las editoriales españolas, de cara a su traducción: nadie va a enriquecerse con ellos, desde luego, pero es lo que les sucede a las editoriales con la mayoría de las traducciones, ¿no?
La Guerra Nunca Ha Sido Limpia: Twist, de Harkaitz Cano (Susa, 2011; hay traducción con el mismo título en Seix Barral, 2013). Esta novela es, hasta la fecha, la obra cumbre de Cano, uno de los escritores de la ya no tan joven generación –junto a Kirmen Uribe, Unai Elorriaga o Karmele Jaio– que empezó a disputar, a principios del presente siglo, la preeminencia en la pirámide trófica de las letras vascas a “dinosaurios” como Saizarbitoria, Atxaga, Lertxundi, Izagirre etc. Twist, un libro de clara inspiración bolañesca, nos lleva, a través de un ficticio tercer miembro del comando –que sale vivo y más tarde se convertirá en escritor–, al episodio de tortura y asesinato a manos del terrorismo de Estado de los etarras Soto y Zeberio, en los que no es difícil reconocer, tal y como el autor se encargó de subrayar en su día, a los históricos Lasa y Zabala. La novela está hábilmente construida, pero, en una segunda lectura, yo diría que hace uso del conflicto casi como excusa para profundizar en temas típicos de la literatura del autor como el de la creatividad literaria, el significado y los límites del arte, y las relaciones familiares y amorosas en el contexto de la postmodernidad. De hecho es significativo que, según mi impresión, la publicidad que rodeó a la edición en euskera del libro insistiese en los aspectos políticos del mismo, mientras que en la que se hizo en castellano se incidiese más en los otros, de mayor carga –por decirlo así– “literaria”. En este sentido, con Twist ocurriría un poco lo contrario de lo que señalaba antes sobre Martutene, que no parece una novela de La Cosa aunque a la postre es sobre todo eso. Ese aspecto –el de ser una novela que utiliza el tema de La Cosa, más que una obra sobre La Cosa en sí– me parece más acusado aún en el anterior intento de Cano por abordar el tema, la novela Pasaia Blues (Susa, 1999; traducida con el mismo título por Ttarttalo, en 2012), que a mí no me acabó de parecer bien resuelta. La próxima novela de Cano parece que va a seguir abundando en La Cosa, en este caso inspirándose en la desdichada historia del cantante Imanol, algo que, de partida, me parece muy interesante. Por cierto, ya que hemos hablado de Twist, en relación a los años del GAL y la guerra sucia otra novela que merece la pena reseñar es Gerra txikia, de Lander Garro (Susa, 2014), notable mezcla de Bildungsroman y crónica de las vicisitudes de una familia de refugiados en el País Vasco-francés desde el punto de vista del hijo de un militante de ETA, durante el difícil período de su infancia y su adolescencia, en pleno auge del terrorismo de estado, pero también de otros fenómenos como el rock radical vasco etc. La editorial Txertoa lo va a publicar este mismo otoño, bajo el título de Pequeña guerra.
Ampliación del Campo de Batalla: Iazko hezurrak, de Unai Elorriaga (Susa, 2014). El fin de la violencia de ETA ha traído, aparentemente, una mayor abundancia de ficciones sobre y en torno al conflicto vasco, algo que se nota, por ejemplo en que autores que hasta la fecha no habían hecho del asunto parte central de sus obras empiecen a acercarse al mismo. Algunos con poca fortuna, a mi entender –sería el caso de Kirmen Uribe en el trabajo que publicó el año pasado–, y otros con más enjundia, como Unai Elorriaga, un autor que en su última novela, que, de publicarse en castellano se titularía Mapas y perros, dibuja una muy atrayente cartografía de la(s) violencia(s), dentro de la cual tiene una presencia muy importante –aunque no sea el único tema– el mapa del dolor del municipio natal del autor, Getxo y, partiendo de ese microcosmos, La Cosa, cómo no. Es un libro extraño, incómodo, que, curiosamente –o no–, es muy probable que se publique antes en inglés (en la editorial Archipelago Books de Nueva York) que en castellano (para que luego digan que el tema interesa muchísimo en el mercado español…). Otro libro que me parece reseñable es la primera novela de Katixa Agirre, Atertu arte itxaron (Elkar, 2015), cuya narradora y protagonista, a partir de un paralelismo vital entre los sangrientos sucesos del 3 de marzo en Vitoria y los atentados del 11-M en Madrid, construye una ficción en el que van entrelazándose diversos aspectos del conflicto vasco –el tema de los presos, el del tratamiento periodístico que se ha dado a La Cosa, las heridas que ha dejado en la sociedad vasca…–, aunque, al fin y a la postre, el foco de la novela parece desplazarse hacia asuntos más leves, lo que puede decepcionar un poco a quien acuda a la misma atraído por la denominación de origen del “subgénero” (la traducción al castellano acaba de ver la luz: Los turistas desganados, Pre-textos 2017).
(Me doy cuenta que estos últimos comentarios tienen que ver, en parte, con un prejuicio: el hecho de que un lector como yo, un poco obsesionado con La Cosa, espere que el asunto sea el centro de las obras que va a leer, si se le sirven con esa etiqueta. Eso ha sido así durante años, en el largo recorrido de la literatura en euskera sobre el conflicto vasco: el tema tenía tanto peso, tanta trascendencia, que era como si su fuerza gravitatoria absorbiera todo lo que se movía a su alrededor. De hecho, si alguien quería incidir sobre otro tema, la consigna era que casi mejor no lo mezclara con La Cosa; eso ocurría, por ejemplo, con la novela negra, que, en principio, como subgénero, parecería propicio para algo como La Cosa: pues, de hecho, salvo excepciones, en el mundo del género negro, hasta estos últimos años, el conflicto se obviaba por completo, lo que daba lugar a productos curiosos, como la por otra parte notable Rock’n’roll, de Aingeru Epaltza (Elkar, 2000), una novela situada en una Pamplona totalmente fuera del conflicto vasco, y sobre la cual el propio autor confesaba que había dejado de lado el tema para no incurrir en “distorsiones”. Puede que un signo de “normalización”, en lo que al conflicto se refiere, sea su aparición en las obras literarias no como tema o eje principal de las mismas, sino como telón de fondo o simple escenario, algo que viene ocurriendo desde hace ya algún tiempo: ahora, al contrario que cuando se publicó Rock’n’roll, está ocurriendo continuamente –a nuestra micro-escala, claro–, en el ámbito de la más bien anémica novela negra vasconavarra. Porque yo no soy de los que creo que estamos asistiendo a un sorprendente boom de la literatura de La Cosa, sino a un cambio paulatino, fruto de la tranquilidad que transmite el fin de las acciones armadas y de la misma distancia temporal: algo que ya estaba en marcha antes de que ETA parara y Aramburu patriara. No es algo súbito, no ha ocurrido “al amparo” de la multipremiada novela del donostiarra, y no estoy de acuerdo en que se haya tardado demasiado: hay un continuum, dentro del desarrollo del supuesto subgénero, como creo haber demostrado con esta especie de lista que he ido desgranando. El fin de los aspectos más violentos de cualquier conflicto abre las posibilidades de expresión: que el miedo desaparezca es importante, cómo no. Sobre todo para lo que podríamos denominar literatura testimonial, por ejemplo: en ese campo –está pasando ya– la producción va a aumentar notoriamente, me parece a mí. Pero ya he intentado señalar que, sobre todo desde los años noventa, la escritura de ficciones en torno al tema estaba creciendo, tanto en cantidad como en calidad, y ese es un capital literario del que, opino, no deberíamos prescindir a la hora de “leer” lo que nos ha ocurrido, y como punto de partida para las nuevas ficciones literarias que vayan a surgir a partir de ahora. El tiempo traerá nuevas perspectivas, nuevos enfoques, pero no tiene por qué traer mejor –ni peor– literatura sobre el tema. Sí será, sin duda, distinta, porque, como oí explicar a Edurne Portela a raíz de la presentación de su novela Mejor la ausencia (Galaxia Gutemberg, 2017), por primera vez están publicando a la vez al menos tres generaciones literarias distintas: la coetánea a la que fundó ETA –y, por lo tanto, puede sentirse en parte responsable, por palabra, obra u omisión, de “lo que nos pasó”–; la que, habiendo vivido toda su vida con el problema, conoció diversas encarnaciones del mismo –la ETA antifranquista; los tiempos de represión y violencia de la Transición; los años de plomo; la etapa de la “socialización del sufrimiento”, los grupos por la paz y el “todo es ETA”: esta es a la que yo pertenezco–; y la más joven, que sólo ha asistido en directo a la lenta agonía de La Cosa, en el contexto de la decadencia de una ETA muy desprestigiada, y que, por eso mismo, puede que se sienta más libre, más desprejuiciada, o con menos responsabilidades –y culpa– a la hora de hacer literatura sobre el tema. De esa interacción –porque los viejos también aprenden leyendo a los jóvenes– no sería improbable que surgieran nuevas visiones sobre La Cosa, nuevas obras que tener en cuenta dentro del canon del género, tanto en euskera como en español. Con la ventaja de que muchos de esos nuevos autores, no pocas veces bilingües, conocen y respetan las dos “tradiciones” literarias, a diferencia de muchos escritores castellanoparlantes, que ignoraban por completo, incluso aunque estuvieran traducidas, las obras sobre el conflicto vasco publicadas en euskera).
Pero, vale, estoy hablando ya de un posible futuro y lo que El Ministerio de CTXT me ha enviado a buscar aquí son pruebas de que en la Zona Negativa se ha escrito hasta la fecha sobre el tema en cuestión; tampoco es para alarmarse, el parámetro tiempo suele sufrir vaivenes acusados en este universo paralelo, y no es extraño que pasado y futuro se entremezclen en ocasiones. En todo caso, he podido hacerme con más de una veintena de referencias que, sin duda, recomendaría para entender literariamente lo que ha pasado en el País Vasco en las últimas cinco o seis décadas, y unas cuantas más que me parecen también interesantes, aunque quizá no en la misma medida. Me he dejado fuera, es decir, dentro de la Zona Negativa, muchas más que no se me antojan tan dignas de atención –ya he dicho al principio que si de esta expedición salía una lista iba a ser, por fuerza, muy subjetiva–, o que me parecen directamente malas; de hecho, hace tiempo que le doy vueltas a la idea de confeccionar un ranking de los libros sobre La Cosa à éviter absolument. Pero creo que será mejor dejarlo para otra ocasión.
Ahora, toca cerrar el portal, quitarse el traje de astronauta y volver al mundo real. Un mundo en que nunca, jamás se ha escrito hasta ahora sobre el conflicto vasco, y menos aún en una lengua ignota como el euskera. O, si se ha hecho, no lo ha sido de una manera homologada, pasteurizada y apta para un consumo “políticamente” correcto. No sé cuánto durarán en este plano de la realidad las muestras que he recolectado en la Zona Negativa, ni siquiera intentando fijarlas en negrita, porque sus moléculas son muy inestables, incluso en dicho estilo tipográfico. En todo caso, mientras persistan, espero que den fe de que otra literatura de La Cosa es posible, e, incluso, de que otras literaturas de La Cosa han sido posibles, desde el principio de sus tiempos.
Amén.
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Iban Zaldua ha escrito, entre otras cosas, libros de cuentos como Etorkizuna (Alberdania 2005, traducido como Porvenir, Lengua de Trapo 2007), Biodiskografíak (Erein 2011; Biodiscografías, Páginas de Espuma 2015) e Inon ez, inoiz ez (traducido al catalán como Enlloc, mai, Godall 2015), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo 2005) y ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo 2012).
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