Tribuna
Podem-Podemos o la oportunidad perdida en la ruptura catalana
Como realidad política organizada en un centenar largo de círculos y, sobre todo, como emergencia política en 2014, Podem es algo a lo que no se ha sabido prestar mucha atención. Paradójicamente, en los morados catalanes reside uno de los grandes secretos
Emmanuel Rodríguez 8/11/2017
Dante Fachín, exsecretario general de Podemos-Cataluña, durante una de sus últimas ruedas de prensa. 31 de octubre de 2017.
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Dante Fachín, el valiente político catalán al decir de tantos, ha probado estos días lo que es un partido plebiscitario cuando tú no eres exactamente su presidente. Acostumbrado a operar en su propio territorio como lo hacía Pablo Iglesias a nivel de Estado, ha entendido rápido quién manda en Podemos. Este lunes dimitía de su cargo como secretario general de Podem Catalunya, tras ser desautorizado por la dirección estatal; tras haberle impuesto una consulta interna sobre la alianza electoral con "los Comunes" de Ada Colau.
Aunque Dante ha seguido las reglas del juego de Podemos –haciendo la cama a sus enemigos, manteniendo el verticalismo de la organización, expulsando a los que no son de su cuerda– ha sido derrotado con un solo gesto de la dirección estatal. La razón es conocida. Dante se ha identificado con el ala izquierda del soberanismo contra la represión de Estado. En términos éticos, al igual que cualquiera que tenga una trayectoria activista en Catalunya, Dante merece todas las simpatías. Pero en términos políticos, hay algo que no acaba de encajar. Sus decisiones como dirigente de Podemos generan cierta disonancia con el timbre social de su organización. Basta contar votos. En esta consulta propuesta por Iglesias han participado más de 17.000 personas, un inusual 60% del censo activo, con un 72% de votos favorables al pacto. Resultados de la Bulgaria socialista. En la pasada consulta por el referéndum del 1-O, convocada por Dante Fachín, apenas participaron 7.600 inscritos.
Podem es algo a lo que no se ha sabido prestar mucha atención. Paradójicamente, en los morados catalanes reside uno de los grandes secretos de la realidad política de ese país
Es la radiografía de un plebiscito, convocado y ganado según el particular estilo de la dirección de Podemos. Pero ¿por qué esta adhesión de Podem Catalunya a quien la prensa catalana ha presentado una y otra vez como un xulo madrileny? O en otras palabras, ¿qué es Podem-Cat para que se subordine tan "servilmente" a "Madrid? Sin duda, nada homogéneo. Entre los inscritos hay indepes, hay españolistas, hay clase media, hay post-obreros, hay votantes de los Comunes, de las CUP y seguramente algunos socialistas. No obstante, como realidad política organizada en un centenar largo de círculos –por renqueantes que sean– y, sobre todo, como emergencia política en 2014, Podem es algo a lo que no se ha sabido prestar mucha atención. Paradójicamente, en los morados catalanes reside uno de los grandes secretos de la realidad política de ese país.
21 de diciembre de 2014, Pablo Iglesias llena el estadio olímpico de Vall d'Hebron, con un aforo para 4.000 personas. Habla de casta, también catalana, de que no se le verá abrazado a Artur Mas, de Vallecas y de Nou Barris. Muchos de los presentes reconocen un público que no es corriente en los actos políticos de Barcelona: son periféricos, mayores y jóvenes. A muchos todo les sabe y huele como en los viejos mítines del PSUC. Por esas fechas, las encuestas hacen aparecer a Podemos como tercera o incluso segunda fuerza en unas elecciones catalanas.
Existe una Cataluña singular, una realidad social que en todos los momentos cruciales de la política moderna, menos en este, ha resultado determinante. Una realidad que históricamente estuvo organizada bajo la rúbrica "movimiento obrero", y que tuvo espesor cultural y autonomía suficientes como para figurar como un sujeto social por propio derecho. Esta Catalunya se arremolina hoy en torno al área metropolitana de Barcelona, en la ciudad de Tarragona y en algunos barrios industriales de la Catalunya interior. Es una realidad plebeya, que hunde sus raíces en una tradición industrial con casi 200 años de historia. De acuerdo con las sucesivas olas migratorias, en los años setenta fue mayoritariamente xarnega. Y hoy simplemente se reconoce como un segmento social post-obrero y casi completamente excluido de la "nación política" (de la catalana, pero también de la española).
De esta Catalunya se puede decir que es un fantasma político. Durante décadas fue el gran caladero de votos del PSC. Previamente también lo había sido del PSUC. Pero se trata de un voto que lleva treinta años diluyéndose en la abstención y en las vidas anónimas de una clase obrera pulverizada. En muchos de estos lugares, el gesto más elemental de desafección política (el abandono del voto) supera de largo el 50%.
Su desaparición del espectro es compleja. Sin embargo, la respuesta de estos fallos en el radar reside en casi todo lo importante que haya podido ocurrir en Catalunya desde el año 73. Una economía industrial en picado que ha pasado de suponer más del 40% del PIB, a apenas rebasar el 20%. Una progresiva rarefacción y terciarización del empleo, cada vez más precarizado y peor remunerado. También una secuencia compleja de derrotas políticas que comienzan hacia 1976, cuando se quebró violentamente la oleada de huelgas de ese invierno-primavera, que detuvieron la actividad durante semanas en el Baix Llobregat y en buena parte del Vallés Oriental. Las prácticas asamblearias y autónomas del movimiento obrero catalán tuvieron, efectivamente, que ser "tamizadas" (subordinadas, sería una palabra más adecuada) por los pactos de la Transición. La integración del PCE-PSUC, los pactos de la Moncloa, el nuevo reparto político-electoral, la formación de una nueva burocracia sindical desmocharon al movimiento obrero catalán.
¿Y qué pinta Pablo Iglesias en todo esto? Seguramente poco o nada, al menos en el tiempo largo de la historia catalana. Pero en tanto "accidente" señaló algo importante. En diciembre de 2014, Iglesias fue comparado con Lerroux. No es una mala comparación. La historia de este presuntuoso, y a la postre incapaz, político republicano sirve de espejo invertido a determinada historia de Catalunya. Hacia 1899-1900, Lerroux fue un xulo madrileny (aunque era de Albacete) recién aterrizado en Barcelona. Primero como periodista, luego como político, se enfrentó a los catalanistas conservadores de la Lliga. Se labró una poderosa imagen de tribuno de la plebe y despertó el voto popular de Barcelona, hasta el punto de arrebatar la alcaldía a sus dueños tradicionales.
El lerrouxismo de Pablo Iglesias apareció en 2014 también como una posibilidad: la de "expresar" en términos políticos a aquellos segmentos sociales que habían perdido su lugar en la nación política. Por eso, Iglesias al mostrar esta realidad concitó tanta aversión. Tenía un poder cuya existencia había que negar. A toda costa. Como en 1901 o 1902, el xulo madrileny debía ser solo una palanca. En la mejor de las hipótesis, Podemos tendría que quedarse rápidamente pequeño para quienes formaban los círculos. En los años de la primera década de 1900, el relevo del lerrouxismo fue el sindicalismo revolucionario de Solidaridad Obrera y luego de la CNT. En los años diez del siglo XX apenas podemos saber en que podía haber terminado el primer Podem. Sea como sea, esta trayectoria quedó truncada.
Como sucedió a nivel estatal, Podem evolucionó rápidamente como organización oligárquica. El crimen obró primero en clave interna, cuando Iglesias, quizás de los pocos con la intuición suficiente para entender lo que se abría en Catalunya, impuso a una amiga suya, "del activismo y las ciencias políticas", como secretaria general. El principio de confianza le llevó a colocar a una dirección leal –que luego no lo fue tanto–, por encima de cualquier estrategia política a largo plazo. Y como en otros lugares, Podem fue rápidamente autofagocitado por la lucha entre fracciones frente a una base atónita de círculos menguantes que contemplaba impotente las peleas entre sus dirigentes. Al entusiasmo inicial le siguió el desencanto.
Hoy Podem Catalunya se ha convertido, de forma parecida a lo que ocurrió con el PSC, en una realidad subalterna. Este es el sentido último de la reciente consulta
Hoy Podem Catalunya se ha convertido, de forma parecida a lo que ocurrió con el PSC, en una realidad subalterna. Este es el sentido último de la reciente consulta. En términos electorales son el caladero de "voto popular" de los Comunes. Y los Comunes, a su vez, son una mezcla entre ese voto prestado a un cuerpo político hecho de notables provenientes del activismo y el apoyo de unas clases medias progresistas, que se comprenden, de una u otra manera, dentro del catalanismo político. De ahí, la ambigüedad consciente y controlada de Ada Colau o Xavi Domènech en todo lo que se refiere al procés y a la independencia. De ahí también su impotencia en la coyuntura actual.
Cabe imaginar (hipótesis contrafáctica), qué habría sido de la situación política catalana si este espacio, articulado en torno a Podem, hubiera logrado un mínimo de consistencia política. El suficiente para galvanizar alrededor suyo esa composición metropolitana y periférica. O de una forma más clara, si antes de Podem hubiera contado con organización, instituciones y propuestas políticas. Quizás entonces estaríamos ante una situación distinta, en la que los notables de los Comunes serían una aliado menor de esta fuerza social y política; al igual que ese partido, en buena medida hecho de postuniversitarios, que es la CUP, con toda su valiosa red de espacios y Ateneus. Quizás incluso el procés se hubiera decantado de otra manera, y estaríamos asistiendo a la reedición enésima del pacto eterno entre las élites institucionales (catalanas y españolas).
Curiosamente en esta alianza posible entre un movimiento metropolitano, notables del activismo y una juventud "postjuvenil", desclasada y radicalizada, estaba in nuce el famoso bloque histórico para una ruptura catalana, y de paso un ejemplo para procesos similares en el resto de Europa. En términos sociales, seguramente haya sido la ausencia o la falta de autonomía de este espacio social la que nos ofrece la mejor lectura "desde abajo" (curiosamente muy similar a la que se podría decir de Madrid hacia 2014-2016) de por qué la ruptura ya no sólo social, sino también política, en Catalunya puede quedar en algo más bien modesto.
No se esfuercen en desmontar esta hipótesis. Como he señalado es un juego contrafáctico. La Catalunya referida seguirá siendo un fantasma; un fantasma que pueda adquirir el monstruoso aspecto de un voto prestado ya no sólo a los Comunes o al PSC, sino también a Ciudadanos. Sea como sea, la posibilidad de hacer política (al menos una política de ruptura, una política de emancipación) está contenida en la gigantesca incógnita que emborrona los contornos de este fantasma. Un espectro que resultará cada vez más difícil de encontrar y reconocer, aunque solo sea porque las sucesivas olas migratorias le están dando colores y texturas cada vez más complejas.
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Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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