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“Hay una infinidad de orificios goteantes dentro de cada uno de nosotros”, escribe Adam Lovasz en la introducción a Darkening Places, de Mark Horvath. “La heterogeneidad y la homogeneidad, lejos de contradecirse, componen en realidad una única serie caosmótica”. En esta serie caosmótica las oposiciones binarias tradicionales, tales como público y privado, se hacen imposibles. La diferencia entre propio y ajeno, convencionalmente empleada para definir la individualidad de los especímenes complejos (a propósito, por ejemplo, del sistema inmune) o la barrera de la especie ya no son una líneas claras de separación, todos los espacios son al mismo tiempo íntimos y comunes, simultáneamente propiedad individual y compartida, dependientes de la interacción continua de fuerzas desterritorializantes y reterritorializantes que actúan sobre la contingente cristalización de conjuntos temporales de relaciones.
Escribir contra la información no significa encontrar nichos o espacios subterráneos sino desarrollar inesperadas estrategias de redundancia
Dice Agustín Fernández Mallo que solíamos crear desde el conocimiento pero ahora los hacemos desde la información. Sin embargo, incluso este enfoque es desafiado por la producción de textos que se arrastran en las profundidades del pantano de desinformación para desatar el camuflaje, el poder infeccioso de las metáforas ocultas. El camuflaje extremo --bien sea del autor, de la intención, del sentido o del propósito poético de una obra-- se convierte en una práctica común en entornos cognitivos donde cada gesto es susceptible de secuestro por enjambres de máquinas productoras y depredadoras de contenido: en estas condiciones, la ocultación intencionada tiende a seguir la xenología del parásito transformante. Lo que Adam Lovasz revela sobre La Cosa, de John Carpenter describe perfectamente el funcionamiento de las estrategias contemporáneas de escritura: “La línea de vuelo de la Cosa lo conduce a la tierra, revelando esta entidad como un gusano vehicular. De un modo inusual, no podemos tener idea alguna del aspecto que el monstruo pudiera haber tenido originariamente. No hay garantía alguna de que el visitante de otro mundo no estuviera ya infectado.
La estética de la ocultación está estrechamente relacionada con el proyecto artístico modernista. Sin embargo, para los modernistas --y en gran medida para los postmodernista--, o bien el objetivo crítico se alcanza cuando ciertos códigos son descifrados y el significado se revela, o bien consiste en la intencionalidad misma de proceder a descifrarlo. Para los modernistas y posmodernistas todavía existen sujetos, y la posibilidad de un análisis hermenéutico a través del cual el significado se hace reinsertable en el sujeto. Pero esto ha cambiado: en un entorno red/plataforma, la única manera de seguir adelante es borrar la propia historia y, en el proceso, borrar los rastros de la propia identidad, no mediante el simple anonimato u ocultándose tras un conjunto de heterónimos sino auto-insertándose en nuevos ámbitos tecnológicos de camuflaje donde todos tienen el mismo nombre: “Pasó algún tiempo en otros foros, pero su favorito era /1404er/. El lugar de donde sacó su nombre. Todo el mundo se llamaba /1404er/ allí” (BR Yeager, Amygdalatropolis).
Estrictamente, no hay nada privado en la mente humana, ya que cada aspecto de nuestra condición es producto de la acción/percepción compartida. La división de espacios cognoscitivos en públicos y privados depende de los enredos particulares que conforman los procesos de individuación y socialización --procesos de ficcionalización que están determinados por lo que podríamos llamar, de manera muy amplia, tecnologías de comunicación. Escribir contra la información en un mundo organizado en plataformas no significa agazaparse en una cripta encriptada, sino emitir un ruido constante e interminable: signos falsos, cuentas falsas, libros falsos, sitios-espejo, robots piratas… En una geografía definitivamente colapsada no hay lugar para lo que solía denominarse privacidad: las plataformas son públicas y privadas al mismo tiempo, la propiedad de la plataforma está distribuida --aunque no uniformemente; el contenido se comparte, pero es al mismo tiempo propiedad del autor y de la plataforma, por lo que las políticas que controlan su disponibilidad son, a la vez, censura y legítimas decisiones empresariales. Además, el espacio-plataforma funciona topográficamente: la ubicación no corresponde a una posición específica en un mapa continuo, sino que es relacional y fluída, por lo que la única manera de esconderse en su interior es multiplicarse y diversificarse. Escribir contra la información no significa encontrar nichos o espacios subterráneos sino desarrollar inesperadas estrategias de redundancia. La estética del camuflaje es, entre otras muchas cosas, una respuesta caosmótica e infiltrativa al espacio príblico (privado/público) no sólo por su capacidad de infectar los multiformes discursos postdigitales, sino, y sobre todo, porque impide determinar si alguno de esos discursos—el artístico, el político, el técnico, el científico, el personal—pudiera haber estado o no previamente infectado.
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Autor >
Germán Sierra
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