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Ciudadanos ha atracado en el muelle de sus sueños: está, por fin, recogiendo ese voto de tipo fantasma del que se nutría el PP. Ese voto que no se reconoce a viva voz; el de la gente que evita hablar de política, o que habla mucho pero nunca confesaría que acabará votando a los naranjas. Se empieza a votar a Rivera de la misma manera que la gente casada ve porno (los cuarentones y eso, porque los millennials hasta presumen de consumirlo). Esto es: acuden a él primero a lo loco, con las gónadas atoradas y extraviados en toda clase de delirios que hasta les parecen razonables y posibles; pero cuando pase el tiempo lo harán, básicamente, porque no sabrán hacer otra cosa. En ambos estadios, la afición se mantiene en secreto.
El partido butano estimula ahora la primera fase del proceso pornopolítico. Los votantes a los que aludimos escuchan y sienten los discursos como una liberación íntima; les parece que el argumentario es incuestionable, que desviste la realidad y rompe el frenillo de lo políticamente correcto y señala lo que otros no se atreven a señalar. Es un momento bonito de fantasía, sueños y papel higiénico de doble cara (entiéndase, por dios, como metáfora: nos trae sin cuidado el onanismo de esta buena gente, si es que lo hay).
El caso es que en esa etapa no se han percatado del trampantojo. Tanto en el porno como en el discurso de Ciudadanos, la desnudez es una falacia. Desnudar, en términos de erotismo de la vida real, implica un cambio de estado, en cierto grado, imprevisto y, por lo tanto, revelador. En el caso del porno, el cuerpo ha sido preparado para el foco y, en consecuencia, adulterado. Como sugiere Slavoj Žižek, los planos de cámara distorsionan la naturaleza del cuerpo, desproporcionan partes, descomponen a la persona en apéndices autónomos, en instrumentos de consumo, es decir, niegan la verdad de lo humano. La pornopolítica ciudadana aplica esto a la descripción de la situación política: pensemos en el discurso sobre la manipulación y el adoctrinamiento independentista en las escuelas catalanas y valencianas y baleares y, por qué no, de Campo de Criptana y de Soria…
Este desmembramiento de la realidad es fundamental en el ejercicio del oportunismo político, que obliga a que las ideas carezcan de un fuerte arraigo filosófico y moral. Es una lógica económica, de consumo. Sólo existe un objetivo: sacar beneficio. Después ya se realiza un ejercicio de marketing para generar el mensaje más efectivo y, una vez encontrado, se le inyectan gramos y gramos de emotividad, misterio, épica... A poco que uno aguce el ojo, se da cuenta de la falsedad. Pero el porno y la política no engañan a nadie que no quiera o necesite ser engañado.
Y los naranjas, como buenos espadachines del rollito entrepreneurship, saben que no hay que crear remedios para subsanar una necesidad, sino al revés. Por eso cogen el problema territorial y lo exacerban para herir orgullos, para cabrear y que, al final, la gente vaya a las urnas con las gónadas atoradas. Porque hay que hacer lo que hay que hacer aunque suene mal, porque es cuestión de supervivencia, porque son ellos o nosotros. Mucha gente saldrá del colegio electoral como quien sale del baño y le preguntan qué hacía ahí tanto tiempo y responde que nada, que sólo estaba lavándose las manos.
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Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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