Tribuna
Edipo en Madrid
Una parte de la izquierda prefiere afirmar su identidad frente al padre castrador, Montoro, antes que buscar la forma de seguir gobernando con mayor autonomía
Jorge Lago 19/12/2017
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Soy en la medida en que me opongo y me resisto. Soy, además, si niego a un otro que siento que me niega. De hecho, sin ese otro al que me enfrento… no sé qué soy. Este otro tiene, por cierto, las características del padre castrador: el que me digo todas las mañanas que no me deja ser. Y, claro, acabo siendo yo mismo solo si me convenzo, con razón o sin ella, de que ese padre me niega y reprime. Busco, por ello, cualquier oposición con él, cualquier tensión o pelea. Si no viene, le llamo. Si no me persigue y ofende, le busco para que lo haga. No vaya a ser que sin él, sin su poder castrador y represivo, me quede sin razones contra las que actuar. No vaya a ser que sin él, yo no sea nada.
Edipo recorre la política española. López Tena, el notario indepe que parece que ha leído a Lacan, identificaba este viejo complejo en el mismo procés, en su apuesta por estar en contra, por estar juntos en contra, y no tanto por construir una República con efectivo poder y autonomía jurídica, económica y territorial. Como si el procés necesitara al padre castrador ‘España’ para poder ser contra ese padre. No superarlo o aceptarlo (su muerte simbólica), sino utilizarlo para definirse y nombrarse (soy en la medida en que no me dejas ser, y por eso necesito que no me dejes ser).
Creo que Edipo se expresa y muestra estos días en Madrid, y que lo hace en la preferencia perversa –de una parte de la izquierda– en decirse y nombrarse –en afirmar su identidad e incluso sus verdades y razones– frente al padre castrador, Montoro, antes que en buscar la forma de seguir gobernando con la mayor autonomía de gasto (y por tanto de acción política) posible. Como si ante La Ley (esa fatídica regla de gasto que viene del fausto 135) importase más oponerse y afirmarse frente a ella de inmediato (¡resistir desde ya y con todo!) que en gobernar Madrid sorteando en lo posible sus efectos (es decir, con unos presupuestos propios y no intervenidos), mientras se eligen los espacios y tiempos más adecuados (y no los que marca y espera Montoro) para ganar una batalla decisiva.
Esa afirmación identitaria, esta necesidad de un padre castrador para poder afirmarte frente a él, no solo es patológica, sino perfectamente incompatible con el ciclo de cambio político iniciado en el 15M
Esa afirmación identitaria, esta necesidad de un padre castrador para poder afirmarte frente a él, no solo es patológica, sino perfectamente incompatible con el ciclo de cambio político iniciado en el 15M. Y es que algo relativamente novedoso y, por qué no decirlo, también apasionante, recorrió España hace unos años: el deseo pero también –y sobre todo– la voluntad de cambio. Mientras el deseo era viejo, porque siempre se tuvo y acompañó a los movimientos sociales, emancipadores, progresistas, izquierdistas (pongan el apellido que quieran), lo que resultaba relativamente inédito fue ese impulso o voluntad de poder que no solo nos sacó de nuestras pugnas identitarias (disputas por la verdadera izquierda, por la clave interpretativa cierta e indudable de las crisis políticas del tardocapitalismo; por, en fin, tener una razón en todo caso débil para la transformación social), sino que nos llenó de presente: ya no se trataba, mientras nos dejábamos la piel en una y mil luchas y batallas necesarias, de seguir esperando ese momento más o menos mágico en que todo cambiaría; no, nos empezábamos a ver capaces de gobernar. Nos permitimos a nosotros mismos vernos gobernando, además de desearlo y esperarlo.
Edipo, me temo, no termina de querer gobernar. Quiere, quizá, tener razón o dársela a sí mismo frente al poder. No busca tanto la transformación de lo posible como la ideación de lo deseable. Le cuesta tratar con la distancia entre lo que desea y puede, y tiende a refugiarse en un deseo sin capacidad de generar efectos y transformaciones reales. Un deseo impotente que busca reafirmarse, decirse quién es y contra quién, antes que pasar al acto y hacer. Y sí, creo que algo de esto es lo que está ocurriendo en el Ayuntamiento de Madrid estos días.
La pregunta que me hago es simple: ¿qué se conseguiría no aprobando los presupuestos (por una diferencia del gasto total que no afecta al 95% de las cuentas)? ¿De qué serviría enfrentarse desde el solo Ayuntamiento de Madrid a la regla de gasto (indudablemente injusta y perversa, pero aplicada sin excesivo ruido mediático o político en Zaragoza, Barcelona, Cádiz…) ¿Tendría sentido esperar a una victoria judicial, en absoluto segura, contra la regla de gasto (¿en cuántos meses o años tendría lugar esa victoria dados los tiempos de la justicia)? ¿O esperar a que el Congreso tumbe la ley por un recurso hace unas semanas admitido a trámite (pero cuya aplicación puede demorarse, de nuevo, un año o año y medio, amén de que en caso de que la ley fuese derogada se podría entonces modificar al alza el presupuesto ahora aprobado)?
Me temo que las respuestas son unívocas: estas posibles actuaciones que se esgrimen contra el Ayuntamiento no constituyen una hoja de ruta viable, no conducen, me temo, a nada… salvo que demos por válida la hipótesis de que Edipo anda suelto por Madrid, y de que en algunos sectores importa más la resistencia al poder que el poder de gobernar (con límites, claro, con zancadillas constantes del poder central, obvio, con unas estructuras de poder que no se cambian en cuatro años… evidente. Con un marco normativo austericida que hay que tumbar… sin la menor duda. Pero, por favor, sin perder por el camino lo ya conquistado).
El dilema está, para mí, claro: o convertir a Madrid en capital de la resistencia heroica frente a la austeridad, con sus instituciones y cuentas intervenidas y sin capacidad por tanto de llevar a cabo transformaciones políticas sustantivas, un Madrid mártir que juega en los tiempos y los lugares que nos marca Montoro, o seguir haciendo de Madrid un ejemplo incuestionable de que el cambio político no solo es un bello principio deseable, sino una realidad en marcha que puede (¡y debe!) llegar al conjunto de las instituciones del Estado.
Cabe preguntarse por qué esta vuelta de Edipo hoy, si responde a un simple repliegue identitario, al refugio en lo ideal cuando lo real se resiste a ser transformado… O si se trata, también, de la construcción de una imagen, un relato y un halo de resistencia, de heroica lucha contra el poder, de inmaculado pedigrí contestatario… en el contexto mismo de una pugna de poder interno dada una sucesión incierta. Quiero pensar que se trata simplemente de Edipo, pero esta otra interpretación no deja de ser compatible, además de convergente, con la anterior.
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Jorge Lago es editor y miembro del Consejo Ciudadano de Podemos
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Jorge Lago
Editor y miembro de Más Madrid.
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