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El imperio del extremo centro

Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016), ha pasado de ser un fenómeno de ventas a ser creadora de opinión

Miguel Martínez 20/12/2017

<p>Fragmento de un mural sobre Hernán Cortés, obra de José Clemente Orozco, en el hospicio Cabañas, en Guadalajara (México).</p>

Fragmento de un mural sobre Hernán Cortés, obra de José Clemente Orozco, en el hospicio Cabañas, en Guadalajara (México).

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En apenas un año, María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016), ha pasado de ser un fenómeno de ventas a ser creadora de opinión. Imperiofobia es el libro de historia del año en términos de difusión y cobertura mediática. A día de hoy, lleva 17 ediciones. Pero además Roca Barea ha concedido docenas de entrevistas a todos los medios de comunicación españoles, grandes y pequeños. El prestigio acumulado por el libro le ha ganado a su autora tribunas sobre la actualidad política en El País y El Mundo. Tras un año de éxitos, Roca Barea fue la encargada de conmemorar este año el 12 de octubre con una conferencia titulada “Hispanidad con futuro” en la sede del Instituto Cervantes de la calle Alcalá, uno de los cuarteles generales de la política cultural estatal. El Mundo publicaba el texto, con el mismo título y a toda página, el día de la fiesta nacional.

El libro ha atraído a un público inteligente y diverso, demostrando que existe un gran número de lectores ávidos de argumentos sobre el pasado imperial. Y no es difícil comprender por qué. Un sólido andamiaje de notas a pie de página, un repertorio bibliográfico en varias lenguas y un marco comparativo ambicioso parecerían dotar al libro de toda la seriedad del análisis histórico. Dice, con escasa convicción, no ser ni de izquierdas ni de derechas (p. 17). Es simplemente la Historia que viene a derribar el Mito; y con él, nuestros prejuicios acomplejados (p. 46).

Muchos lectores de Imperiofobia aseguran que el libro “dice muchas verdades” o que “está muy bien documentado”. Y tienen razón. Algunas de las puntualizaciones de Roca Barea sobre la Inquisición española, la administración imperial de América o las guerras de propaganda entre las potencias europeas de la edad moderna gozan de amplio consenso entre los historiadores. También hay, no obstante, demasiadas inexactitudes y errores en el libro, como ha señalado Juan Eloy Gelabert en una detallada reseña. Pero el problema, en mi opinión, no está ahí. El diablo, en este caso, no está en los detalles, sino en el conjunto: en el triple salto mortal desde los datos hasta el argumento. Con numerosos retazos de verdad, Roca Barea teje una monumental falacia, intelectualmente insostenible y peligrosa desde el punto de vista ético y político. Veamos por qué.

Algunas de las puntualizaciones sobre la Inquisición española, la administración imperial de América o las guerras de propaganda entre las potencias europeas de la edad moderna gozan de amplio consenso entre los historiadores

Para Roca Barea, las víctimas son los imperios. No son los imperios quienes vampirizan a los pueblos, sino que es la leyenda negra quien “vive parasitando los imperios” (p. 50). En el universo paralelo de Roca Barea el malo no es Pedro de Alvarado, sino Bartolomé de las Casas. “La imperiofobia”, nos dice, “es una clase de prejuicio racista hacia arriba, idéntico en esencia al racismo hacia abajo” (p. 31; el énfasis es de la autora). De la misma manera que es idéntica en esencia la hostia que te atiza el bully de la clase a tu lanzamiento de cara contra su puño. El argumento, basado en la irresistible belleza de la simetría, oculta la minucia de que la imperiofobia, tal y como la define Roca Barea, no ha matado a nadie. Los imperios y el racismo parecería que sí.

El libro desarrolla dos argumentos que en realidad son incompatibles. Uno sobre la imperiofobia, que sería universal, y otro sobre la hispanofobia, particularísima. Esta última es la que en realidad le interesa. Todos los imperios generan aversión, dice, pero el nuestro mucho más. Los casos de Roma, Rusia y Estados Unidos (parte I, capítulos 3-5) están en el libro a mayor gloria del imperio español, pues solo sirven para confirmar que “la leyenda negra de España es la mayor alucinación colectiva de Occidente” (p. 95). Inglaterra solo aparece en su papel de antagonista, pero no como potencia expansiva, porque explorar la propaganda antibritánica habría reducido al absurdo su vieja imagen de la pérfida Albión como máquina de odio hispanófobo (parte II, cap. 4). Así que hagámosle caso a la autora y centrémonos en su leyenda, rosiblanca y rojigualda, del imperio español.

El libro desarrolla dos argumentos que en realidad son incompatibles. Uno sobre la imperiofobia, que sería universal, y otro sobre la hispanofobia, particularísima

El imperio en América fue un periodo de extraordinaria placidez: en trescientos años, nos dice, “no hubo ni conflictos importantes ni grandes convulsiones sociales, ni nada que pudiera compararse a la rebelión de los cipayos en el Imperio británico. La convivencia de las razas distintas fue en general bastante pacífica y hubo prosperidad” (p. 305). Así querría Roca Barea borrar con dos golpes de teclado las revueltas cimarronas de Nueva Granada, Tierra Firme y el Caribe, los tumultos generales de 1624 y 1692 en la ciudad de México, la guerra interminable contra los mapuches chilenos (que forzó al imperio a crear el primer ejército permanente en territorio americano), la larga historia de levantamientos indígenas en Chiapas o las rebeliones lideradas por Túpac Amaru y Túpac Katari en el Perú, que movilizaron masivamente a un conjunto diverso de pueblos indígenas y aliados mestizos suspendiendo de facto la autoridad colonial en torno a 1780. En realidad hay decenas, centenares de “conflictos importantes”. A Roca Barea no le interesa nada lo que hace ya muchos años Miguel León-Portilla llamó la visión de los vencidos—los relatos indígenas de la conquista—, pero le viene realmente mal la dignidad de los alzados, porque interrumpirían continuamente su película.

La película, de hecho, había comenzado con la vieja teoría de Menéndez Pidal de un Carlos esencialmente hispánico, más I que V, que tiene difícil curso legal en la historiografía contemporánea. Pero Roca Barea le da vía libre después de dedicarle exactamente media línea a la revuelta comunera (1519-1521) que enfrentó a buena parte del reino con los designios imperiales del monarca (p. 163).

Lo que hay detrás de esta sistemática omisión, además de mala práctica histórica, es un brutal gesto ideológico: el imperio es, nos dice al principio, una especie de “ley de la gravedad social"

La brocha gorda no se debe a descuidos ingenuos: es una violenta ocultación de las resistencias, no las fobias, que generó el imperio. Lo que hay detrás de esta sistemática omisión, además de mala práctica histórica, es un brutal gesto ideológico: el imperio es, nos dice al principio, una especie de “ley de la gravedad social”. Es un fenómeno físico irresistible, una determinación biológica: “Partamos del axioma de que el ser humano no es por naturaleza suicida y de que tiende a obrar en su mayor beneficio. Si esto es así, alguna ventaja ha debido hallar nuestra especie en estas macroestructuras políticas” (pp. 15-16). Claro. El problema es que unos (digamos, los conquistadores) hallaron más ventajas que otros (pongamos, los taínos de La Española).

“Es evidente que la población indígena disminuyó tras la llegada de los españoles” (p. 313). Así se despacha Roca Barea la catástrofe demográfica derivada de la expansión imperial, a la que dedica en total dos o tres párrafos en casi quinientas páginas (pp. 76, 313). Lo mal que nos quieren los protestantes queda claro en el libro a fuerza de reiteraciones. Pero las consecuencias inmediatas que tuvieron los imperios para la vida humana son apenas una anécdota. En un libro tan rico en datos y referencias, cuesta creer que la autora desconozca todas las investigaciones que desde la demografía histórica han tratado de cuantificar la mortandad de los indígenas americanos (la de las masacres y la de las epidemias) como consecuencia de la conquista. Las matanzas son menos relevantes que la inmotivada mala fe de los ingleses con los españoles.

Sobre Las Casas, piedra de toque fundamental en todo su argumento, Roca Barea reproduce viejas versiones de Philip Wayne Powell y Menéndez Pidal que la mayoría de los estudiosos consideran de una alocada parcialidad. La autora encuentra tan ridículas e hiperbólicas algunas de las prácticas militares de la conquista que reporta el fraile que ni siquiera se toma la molestia, como hace cuidadosamente en otros casos, de refutarlas. Pero el aperreamiento, la amputación de las manos, las quemas y matanzas generales están documentadas en numerosas fuentes que la excelente edición de José Miguel Martínez Torrejón coteja con escrúpulo—edición publicada no en oscuras editoriales académicas, sino por Círculo de Lectores primero y en la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española después. La naturaleza enfática y polémica de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, el texto icónico de Las Casas, no vuelve falso su contenido. De la misma manera que no es la naturaleza polémica y enfática de Imperiofobia lo que hace desbarata sus tesis. Son, como vemos, otras cosas.

La autora encuentra tan ridículas e hiperbólicas algunas de las prácticas militares de la conquista que reporta el fraile que ni siquiera se toma la molestia, como hace cuidadosamente en otros casos, de refutarlas

Son también, por ejemplo, las contradicciones que torpedean la línea de flotación argumental de Imperiofobia. A la autora le indigna mucho que la Inquisición se vincule subrepticiamente con la barbarie nazi en un documental de la BBC (p. 280). Pero no se corta a la hora de ligar obscenamente a Lutero y la reforma protestante con los mismos nazis (p. 182). Según Roca Barea, los imperios son por definición multinacionales y eso es una de sus muchas virtudes. Lo cual no le impide desresponsabilizar a los españoles del Saco de Roma de 1527 en razón de que la mayoría de los soldados en el ejército imperial de Carlos eran alemanes (p. 136). Igualmente, la autora arguye contra toda evidencia histórica que la guerra de los Países Bajos en realidad fue una guerra civil, dado que en los ejércitos de los Felipes (II, III y IV) participaron muchos soldados holandeses (quiere decir valones, como señaló Juan Gelabert).

Algunos lectores críticos comentan que, a pesar de todo, era un libro que necesitábamos. Pero en realidad no, no lo necesitamos. Ahí está, para quien lo quiera, el viejo libro de Julián Juderías, pero también El árbol del odio (1971) de Philip Wayne Powell, quizás el libro más citado en Imperiofobia y al que más se parece. El entusiasmo hispanófilo y el vigoroso anticomunismo de Powell, buen historiador de la América colonial, lo llevaron a solidarizarse abiertamente con el franquismo en el largo invierno de la guerra fría. Pero sobre todo no necesitamos el libro de Roca Barea porque tenemos mejores estudios sobre el tema y ahí están, entre varios otros, los trabajos sólidos de Ricardo García Cárcel, quien ha disputado públicamente las tesis de Imperiofobia

Ahora, en el también ya largo invierno de la crisis nacional, el libro de Roca Barea pretende ofrecer certezas identitarias a un pueblo, como diría Larra, ansioso de palabras. El día 5 de diciembre, ya en plena campaña electoral catalana, Roca Barea prestaba su firma a la eurodiputada de Ciudadanos María Teresa Giménez Barbat en una tribuna a cuatro manos de El País. Ahí se prolongaba la guerra de Flandes hasta nuestros días, con Puigdemont como nuevo e inesperado protagonista. El revival neocolonial de Roca Barea no ayuda en nada al debate sobre Cataluña, cualquiera que sea nuestra posición al respecto. Que Ciudadanos compre esta ajada versión del pasado imperial es consistente con su extrema derechización del extremo centro. Pero con toda seguridad, este no es el pasado que necesitamos para construir un futuro en común. 

Imperiofobia tendrá sin duda una mínima repercusión en el ámbito de la historia académica. Pero es urgente desmontar sus argumentos pseudohistóricos también en el terreno del discurso público, porque el libro lleva un año proporcionando munición ideológica al nacionalismo más autocomplaciente y reaccionario. La apertura y democratización del saber histórico debería ser exactamente lo contrario de este enroque imperial en las ruinas intelectuales del nacionalcatolicismo. 

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Autor >

Miguel Martínez

Miguel Martínez es profesor de literatura y cultura españolas en la Universidad de Chicago. Es autor de Front Lines. Soldiers’ Writing in the Early Modern Hispanic World (University of Pennsylvania Press, 2016).

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19 comentario(s)

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  1. Espectador

    De todas amneras ahora ahy qu eponerse a trabajar pero antes de eso hay que ver la reaccion de los llamdos Hisotriadores españoles En la suniversidades se han solazdo en repetir las mentiras Anglos y hasta en creerselas a pies juntillas Posiblemente su reaccion sera biliosa contra Doña Elvira al fin y ala postre sus estudios se han basado en repetir mentiras contra lso españoles ( es decir contra ellosmismos y su propio pueblo) un papelon penoso Aunque no es de extrañar que sea Doña ELvira al que hay podido escribir algo semejante precisamente porque no tiene formacion de historiadora y por consiguiente no esta meditizada por los prejuicios impuestos Anglosajones ni franceses Ademas su formacion en clasicas le permite descubri el paralelismo de temas y argumentarios entre el imperio Romano y el Español por eso ha podido escrinir su libro Quizas lo urgente de recuperar el PASADO sea que con él recuperemos el futuro Si no de España ( la actual la de la peninsula iberica) si la de Hispano America

    Hace 5 años 4 meses

  2. thierry Precioso

    No encuentro Roca Barea extremista sino demasiado extremada. Pero sus tonterias en Imperofobia (que las habrá) hacen contrapeso a las tonterias de la izquierda que llamo exquisita. De la misma forma me gustarâ leer por primera vez un libro de Tom Wolfe, srâ su ultimo acerca del Reino del lenguaje. Es que no veo aguantable como cierta izquierda trata a Chomsky como Dios. Eso es la derecha! En todo caso agradezco a Miguel Martinez la referencia a Gracia Carcel, bastante citado en Imperofobia, gracias a el voy na leer su libro de las Memorias historicas de España. Aunque el articulo es negativo para Imperofobia, a mi me gusta haber leido ambos. Gracias otra vez por incitarme a leer Gacia Carcel.

    Hace 5 años 8 meses

  3. David

    "En el universo paralelo de Roca Barea el malo no es Pedro de Alvarado, sino Bartolomé de las Casas", desde ahí he dejado de leer, nefasto artículo.

    Hace 5 años 10 meses

  4. Gran lingüista pero patético todo-lo-demás

    Pulso en "Quienes somos", al pie de esta página y leo: "El presidente de honor del Consejo Editorial es el filósofo y lingüista Noam Chomsky". No hay más preguntas, Señoría.

    Hace 6 años

  5. Pepón

    "En el universo paralelo de Roca Barea el malo no es Pedro de Alvarado, sino Bartolomé de las Casas. " Me da la impresión que quien ha divido la historia en buenos y malos es Miguel Martínez, porque Roca Barea en ningún momento habla de esa forma ni de Pedro de Alvarado ni de Bartolomé de las Casas.

    Hace 6 años 2 meses

  6. Jose

    Sorprende que se insinúa que el libro es una falacia cuando se cometen varias en el artículo, como la falacia ad hominen de intentar relacionar a Powell con el franquismo y decir que ese es el libro al que más se parece el de Elvira Roca. Decir que los argumentos de Bartolome de las Casas son correctos aunque exagerados es de risa, una contradicción y destacar que se describe a Inglaterra como antagonista y no como imperio sería lógico dada la definición que hace la autora de imperio y sabiendo que el imperio británico fue posterior al español. No creo que elvira Roca niegue los excesos de los imperios y eso no quita que un imperio si pueda ser víctima de una leyenda.

    Hace 6 años 2 meses

  7. Juan

    Grande Elvira y bien fundamentada y datada su obra. Lo que más me gusta es que todo queda bien explicado de forma coherente y basada en hechos históricos constatables. Bravo Elvira Roca.

    Hace 6 años 3 meses

  8. David

    A ver, todo el mundo puede hablar de lo que le plazca pero está claro que una filóloga tenga el atrevimiento de escribir un libro sobre un tema como este y que además se enfrente a y contradiga el trabajo de muchos cientos de historiadores de todo prestigio, origen y tiempo, sólo se justifica porque la presunta conclusión a la que llega es la que muchos nostálgicos quieren leer y creer. Que según dice en su biografía es profesora de un instituto de secundaria, este es el primer libro que escribe, que tiene la licenciatura de filología pelada, con un máster, creo, y ha tenido alguna actividad cercana al PSOE andaluz. Ah, y el segundo libro que ha escrito es una ficción [sic] sobre seis personajes europeos importantes. Supongo que dicen que es ficción porque aún es más ficción que el primero.

    Hace 6 años 3 meses

  9. Antonio Nieto

    El libro no presenta a los imperios como "víctimas universales", de hecho señala esa tendencia a universalizar so características. Ser víctima de un ataque propagandístico no implica ser víctima universal ni anula su aspecto de expansión violenta. La autora deja claro que eso era parte de su mecanismo de expansión al hablar de la conquista Estadounidense de América y la exterminación de los activos, de las batallas de los conquistadores, y del sitio de Numancia, por ejemplo. De hecho casi en el inicio se cita a otro historiador y a su distinción entre imperios “creativos” y destructivos”, para ilustrar la diferencia entre imperios expansivos, de los que trata el libro, y coloniales como el Británico, de los que no. En ese mismo párrafo se aclara rápidamente que todo imperio constructivo es destructivo también, pues para replicarse y construir un orden nuevo destruye lo anterior. No veo donde queda la victimización o anulación del aspecto agresivo de los imperios. El libro argumenta que es imposible que tales aumentos de territorio e incorporación de población distinta fueran sostenibles si los imperios no pudieran ofrecer mejoras a las clases medias o bajas de los territorios conquistados respecto a sus condiciones anteriores(una cuestión que se considera aceptada y de sentido común y no se discute en el caso Roma, por ejemplo, y que en el caso de los otros imperios mencionados se argumenta con distintos tipos de datos, demográficos principalmente en el de España, y observación en nuestra situación actual en el de Estados Unidos). El libro repite hasta aburrir que la leyenda negra de cualquier imperio tiene un germen de verdad el argumento es que se oculta todo aspecto positivo, que son precisamente los que explican que el imperio se sostenga, y que la necesidad de crear una leyenda negra precede al evento entorno a la que esta se articula. Es bastante diferente a presentaros como víctimas universales. El tema de "La mayor alucinación colectiva de occidente" no es una cita de ella, sino de Maltby, cosa que quizás quiera indicar en su artículo. El caso de España es el que más interesa a la autora, sin duda, pero si hay algo repetitivo en el libro es la idea de que no es ni único ni particular. La única mención al español siendo "más duradero" se atribuye a que ha pasado a formar parte del mito de formación nacional de varios países y que ha sido ligado a una corriente religiosa que no ha perdido poder suficiente como para ser inocua, y mientras una se aun problema existirá la leyenda asociada. Uno puede o no estar de acuerdo con eso, yo no estoy de acuerdo en la primera parte, pero es diferente a decir que es el peor o más excepcional en modo alguno. Similar con lo que comenta usted de despachar "en tres párrafos la catástrofe demográfica..:" etc. Es un tema que está aún estudiando y sobre el que hay feroz debate, como muchos de los que se mencionan, cad auno podría tratarse por tomos y no son parte del tema del libro, que es la forma selectiva en que estos hechos se tratan no su existencia o no, y podemos verlo en que se salta con igual alegría por encima de las masacres en américa del norte, o de las persecuciones de brujas y/o católicos en las a´reas protestantes, largo etc...Sobre el tema de Gran bretaña, desde el principio del libro en que se define que va a considerarse Imperio, como entidad que se expande replicándose a sí misma e integrando distintas poblaciones y culturas que hasta entonces no tenían nada que ver entre sí, frente a los imperios coloniales que extienden poder o control sobre territorios sin mezclarse ni replicarse en ellos, que el libro señala como inestables en cuanto a duración, como sería el británico, que por tanto no cumple los requisitos de la tesis inicial del libro, y que de tener una leyend a negra en realidad invalidará tal tesis por completo . Creo que hay v muchas interpretaciones sesgadas de este tipo en su artículo, y que ninguna es necesaria para estar o no de acuerdo con los datos ofrecidos o con la conclusión general. Lo que si tiene el libro, ciertamente, es falta de juicio moral contra los imperios, lo que no me aprece algo malo si el objetivo de este es analizar los mecanismos mismos por los que se los juzga.

    Hace 6 años 4 meses

  10. Paloma

    Basta echar un vistazo a la Wikipedia o hablar con amigos a la hora del café para darse cuenta de lo insertada que está en el imaginario popular la imagen de una España imperial opresora, monacal, vaga, pendenciera e ignorante. Basta no ser de ‘derechas’, dedicarse al mundo de las Artes Plásticas y declararse agnóstica, como es mi caso, para tomar nota de que se tienen por verdades naturales e históricas meras construcciones literarias (porque el prejuicio es texto, que diría Derrida). Esta misma semana escuché decir a una historiadora colombiana de enorme impacto en los medios de comunicación, que en la España peninsular del siglo XVI solo podía haber pícaros y soldados (refiriéndose a que no había gente que trabajara de verdad), porque al expulsar los españoles a los árabes perdimos la capacidad de sacarle fruto a la tierra y al expulsar a los judíos perdimos toda competencia intelectual. Aparte de ladrones y soldados, terminó diciendo, había grandísimos artistas —¡cómo no!—, formidables escritores y pintores. Otra vez el tópico de que España solo puede producir arte y bellas conversaciones. En su opinión, que por su impresionante elocuencia y apariencia de erudición se presentaba como verdad incuestionable, la España contemporánea es heredera de esa España imperial porque casi no le ha dado tiempo a creerse otra cosa más que imperial. Las tentaciones del presentismo histórico se desatan en la barra de cualquier bar tanto como en los discursos de muchos especialistas, lo que resulta de una gravedad extrema. A medida que avanzo en la lectura de textos históricos (sean los de Roca Barea, Sánchez-Albornoz, Marías, Torrejón, García Cárcel o este último de Miguel Martínez), me asedia la visión de esa España en constante y dolorosa autorreflexión, coincidiendo en eso con muchos otros pueblos de Latinoamérica. Un país en necesidad permanente de pensarse a sí mismo en relación a una Europa que no termina de asimilarlo, y arrastrando una especie de orgullo laxo o de declarado bochorno entre lo que es y lo que debería ser. Veo a esa España del XVI tratando de justificarse frente a una Europa humanista que la rechazaba por impura, pero sobre todo por poderosa y por católica. Y luego también vilipendiada por antimoderna, incapacitada para el pensamiento filosófico y científico, amante del caciquismo, las corruptelas y la pereza moral aunque, eso sí, gloriosamente dotada de imaginación para la producción de arte y de bellas conversaciones. También desmerecida por irracional, apasionada, excesiva, caliente y primitiva (¡magnífico Dioniso, cómo te maltrata lo claro cartesiano!). Una de las lecturas más fuertes que propone Derrida, es que no hay una realidad objetiva, inmutable y verdadera más allá del lenguaje, sino que otorgamos sentido a las cosas a través del lenguaje y no al revés. Entender que las distintas teorías filosóficas son texto no nos parece muy controvertible. Ahora bien, aceptar que los derechos humanos, la democracia o la historia de los pueblos también son texto (es decir, ficciones) y no verdades absolutas nos escuece más. Esta línea de pensamiento empieza con Nietzsche quien expresa que “no hay hechos, solo interpretaciones”. Y es desde esta perspectiva desde la que defiendo a ultranza el texto de esta autora, igual que el de esta contestación de Miguel Martínez aunque no comparta enteramente su crítica (aunque sí parte de ella). Porque la aproximación a la verdad histórica solo se puede dar desde el análisis contrastado de los documentos, de las fuentes primarias, los epigramas, las misivas… y, sobre todo, en el ámbito del debate y de una cierta honestidad intelectual que lo aleje de los prejuicios inconscientes y, sobre todo, de las tentaciones del dichoso presentismo histórico. No creo que Roca Barea trate de santificar o dulcificar el proceso de conquista del Nuevo Mundo sino que intenta ponerlo en un lugar más ajustado a su realidad histórica. Creo que se está peleando con el propio concepto de colonización entendida a la manera anglogermánica (y también francesa), tratando de separar el trigo de la paja, exponiendo argumentos que demuestran que ese modelo no puede ser aplicado sensu stricto al contexto español, tratando de deconstruir el fantasma de la Leyenda Negra, ver sus orígenes, entender quién enuncia sus contenidos y ver a qué intereses respondió en su momento y sigue respondiendo. Por eso se centra necesariamente, creo yo, en unos contenidos y no en otros. Sería deseable que en los discursos de todos nosotros, especialistas de cualquier área o profanos, historiadores y críticos de arte, que todos introdujéramos cada uno de nuestros discursos bajo el auspicio de Baudelaire, a saber, que la crítica siempre es parcial, apasionada y política y que la pretensión de objetividad no es más que eso, una pretensión: "Para ser justa, es decir, para tener razón de ser, la crítica ha de ser parcial, apasionada, política, es decir, hecha desde un punto de vista exclusivo, pero desde el punto de vista que abra el máximo de horizontes".

    Hace 6 años 9 meses

  11. HGadling

    Qué pérdida de tiempo, qué mal la gente que se dedica hoy por hoy a comentar los artículos. Qué falta de comprensión lectora, qué "aquí he venido yo con mis ideas, a la mierda las suyas" y qué manera de escribir mal, enrevesado, raro. Yo, que tantos artículos de Guillem Martínez he leído. Se entiende perfectamente la motivación y los argumentos que se exponen, y como se ha puesto de moda discutir señalando al "y tú más" hoy por hoy, y como "Imperiofobia" cae una y otra vez por ahí. Gracias por la advertencia y por el buen periodismo.

    Hace 6 años 10 meses

  12. Alfonso

    La primera universidad americana, la Santo Tomás de Aquino, se erigió en la isla de La Española (1537-1558). A finales del siglo XVIII, había 26 centros universitarios en los virreinatos españoles, que impartían Filosofía, Teología, Leyes, Medicina, Botánica, Matemáticas, Física y lenguas indígenas. En las colonias inglesas de Norteamérica, el primer centro universitario fue Harvard, fundado en 1636, un siglo después del primero española. La imprenta se llevó a América para colaborar en la evangelización de los indios. El primer libro se publicó en México en 1536. Una Real Cédula de 1558 declaró libre el oficio de impresor en la capital de la Nueva España, por lo que surgieron otras imprentas. Se calcula que en la Nueva España se publicaron durante el imperio 11.642 títulos. En 1593, se estableció una imprenta en Manila, otra en Puebla de los Ángeles en 1640, en Guatemala en 1641…La primera imprenta en las colonias inglesas la llevó Stephan Daye a Massachussets en 1638. Gracias a la imprenta, sobrevivieron las lenguas indígenas, ya que se publicaban gramáticas y diccionarios para que los misioneros las aprendiesen y predicasen en ellas. La evangelización fomentó la expansión de las lenguas generales (quechua, aymara, guaraní…) en perjuicio de las menos habladas.

    Hace 6 años 10 meses

  13. Alfonso

    La primera universidad americana, la Santo Tomás de Aquino, se erigió en la isla de La Española (1537-1558). A finales del siglo XVIII, había 26 centros universitarios en los virreinatos españoles, que impartían Filosofía, Teología, Leyes, Medicina, Botánica, Matemáticas, Física y lenguas indígenas. En las colonias inglesas de Norteamérica, el primer centro universitario fue Harvard, fundado en 1636, un siglo después del primero española. La imprenta se llevó a América para colaborar en la evangelización de los indios. El primer libro se publicó en México en 1536. Una Real Cédula de 1558 declaró libre el oficio de impresor en la capital de la Nueva España, por lo que surgieron otras imprentas. Se calcula que en la Nueva España se publicaron durante el imperio 11.642 títulos. En 1593, se estableció una imprenta en Manila, otra en Puebla de los Ángeles en 1640, en Guatemala en 1641…La primera imprenta en las colonias inglesas la llevó Stephan Daye a Massachussets en 1638. Gracias a la imprenta, sobrevivieron las lenguas indígenas, ya que se publicaban gramáticas y diccionarios para que los misioneros las aprendiesen y predicasen en ellas. La evangelización fomentó la expansión de las lenguas generales (quechua, aymara, guaraní…) en perjuicio de las menos habladas.

    Hace 6 años 10 meses

  14. Bujarin

    El autor, o bien desconoce o soslaya u oculta -a debida cuenta de las prisas- la historia del idealismo alemán, que nace con Lutero y Melanchthon y que, a través de su reconversión secular, se implanta políticamente a través de Kant, Schlegel, Herder, Fichte y Schelling. Omite, por supuesto, la profunda inspiración de estos autores y su ontología, igual que con el romanticismo, en su formulación bismarckiana -contra socialistas y católicos- y cuya máxima expresión, mal que le pese, es el campo de exterminio nazi -y si no, que vuelva a repasar a Arendt y su Eichmann en Jerusalem. Y no reconocer esta distinción materialista de la ontología entre Reforma y Contrarreforma, es grave para un profesor universitario. Pero como su rédito ideológico -que él llama fidelidad para con la Historia- es proporcional a las expectativas previas de esta revista, este comentario es más autoindulgente que crítico. Es su problema que siga en la ecualización monista, y por tanto falaz, de atribuir a España=Franco. Recuerde: es problema suyo.

    Hace 6 años 10 meses

  15. José

    La reseña de Gelabert es positiva, no negativa. Al autor del artículo lo que le preocupa no es que Barea haya hecho un libro para combatir la leyenda negra, sino que la leyenda negra pueda dejar de ser parte, o debilitarse, del argumentario político actual. Lamentablemente, parte de la izquierda ha caído en la trampa de creer que la nación española es una especie de conclusión lógica de Recadero a Franco, lo cual es una imbecilidad, pero es básico en el discurso de Podemos o de los independentistas de ERC.

    Hace 6 años 11 meses

  16. invitado

    “Partamos del axioma de que el ser humano no es por naturaleza suicida y de que tiende a obrar en su mayor beneficio. Si esto es así, alguna ventaja ha debido hallar nuestra especie en estas macroestructuras políticas”. Apesta a sociobiología. Viva la "ciencia" al servicio del Orden!

    Hace 6 años 11 meses

  17. minimum

    >>>Imperiofobia tendrá sin duda una mínima repercusión en el ámbito de la historia académica. ¿POR QUE? >>>Pero es urgente desmontar sus argumentos pseudohistóricos también en el terreno del discurso público ¿CUALES?

    Hace 6 años 11 meses

  18. Alfonso

    A ver si me aclaro; Colon y Pizarro eran de Ciudadanos, ¿No?. aquí van pruebas de LA “tiranía” hispanica sobre América: «Por la Ley VI, Libro III, Título VI, Felipe II, en 1593, ordena: “Todos los obreros trabajarán ocho horas cada día , cuatro en la mañana y cuatro en la tarde en las fortificaciones y fábricas que se hicieren, repartidas a los tiempos más convenientes para librarse del rigor del Sol, más o menos lo que a los Ingenieros pareciere, de forma que no faltando un punto de lo posible, también se atienda a procurar su salud y conservación”. Esta ley es tan sorprendente cuando se ve que con 370 años de anticipación, la Corona de España reglamentó el trabajo de ocho horas, y que hoy se la tiene como una conquista de los pueblos civilizados y de los movimientos obreros a nivel mundial, en las Constituciones moderna y en los Códigos del Trabajo. Resalta además el aspecto de la previsión social, cuando ordena que “también se atienda a procurar su salud y conservación.”» Y por si fuera poco, sus leyes protectoras no se limitaron a América, en 1589 prohíbe la esclavitud en las Islas Filipinas. Fuente-Dr. Pedro J. Larrea Peñaherrera, La Legislación del Trabajo en la Audiencia de Quito [Siglo VXI]; en Cultura Hispánica Vol. III - N° 7, revista del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, Quito, 1964. (Consultado en http://hispanismo.org/hispanoamerica/16908-sobre-las-8-horas.html)

    Hace 6 años 11 meses

  19. Jon Wein

    Interesante, pero excesivamente tendencioso amigos de Contexto. El artículo de Gelabert no es una refutación ni invalida el libro para nada, incluso agradece su oportunidad como clave de debate. Los pequeños palos históricos que puede recibir "imperiofobia", muchos, tantos como cualquier libro de historia que se postule, están fuera del radio de control aplicable a un libro de "divulgación histórica". Aún así, Gelabert le da categoría positiva de "libro de historia", y eso no es poco. No seré yo quien asuma los propuesta de este libro de "tesis histórica", no soy propenso a ello. Ni mi acuerdo es cercano al 50% con las ideas de Roca Barea, que cae en lastimosos prejuicios de "combate". Igualmente no cierro los ojos a la estrategia legitimadora de ciertas ideas convenientes al aire de las crisis nacionalista que vive hoy el Estado español, que no se diferencia mucho de la que vive Europa. La unanimidad mediática en torno a los postulados y valía de la profesora Roca Barea, es sospechosa como estrategia ideológica, pero no es sospechosa por cuanto la solvencia de la autora. Concedamos aportaciones, que las hay, a la divulgación de ciertas ideas sobre lo que podríamos llamar "aparato" o "mecanismo" histórico, y aprendamos de ellas, que hace falta en estos tiempos tan extrañamente engañosos.

    Hace 6 años 11 meses

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