La vida no es eso
Tierra pura (3)
Última entrega del relato que el Ministerio propone como lectura de este fin de año
Víctor Sombra 29/12/2017
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Tigreca.
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Montbrulant y Sombra prosiguen su particular pesquisa sobre el asesinato de Bettina von Hagen. La identidad del criminal empieza a resultar menos importante que el engranaje del crimen y las razones de la víctima. Dos nuevas notas de Bettina arrojarán luz sobre la compleja naturaleza de Tigreca.
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10. Deslocalización
Al día siguiente, la puerta de Anne estaba de nuevo cerrada. Se la oía hablar por teléfono con sus colegas, aún más fuerte que el día anterior. A media mañana nos hemos puesto a preparar el almuerzo. Mientras pelaba las patatas, Sombra se quejaba de la dureza de Anne, de que sólo viera a Bettina como objeto de investigación. Protestaba contra la orientación que tomaban las pesquisas:
—Es como si el muerto se convirtiese en testigo. Admitamos que Bettina quiso que mirásemos el asunto de IG Farben, que dejáramos de lado las polillas. ¿Por qué habríamos de hacerle caso? —preguntó—. ¿Por qué su interpretación, la de un muerto, ha de tener más valor que otras lecturas?
—El muerto impone su interpretación porque lo sabe todo.
—Ya —dijo él—. Tú sabes más que el mar.
—Es como si Bettina validase en sí misma su vieja lectura de Hidalgo. Pura justicia poética —dije, girándome a la puerta por la que entraba Anne.
Llegaba con la bolsa de viaje al hombro. Nos ha dicho que tenía que adelantar su regreso a Kiel. La expresión del rostro era tan tensa como cuando llegó.
—No tengo apetito —añadió, al darse cuenta de que la mesa estaba puesta para tres.
He insistido en que se llevara al menos un sándwich y una fruta, que tomara un refresco con nosotros antes de salir. Ha dejado la bolsa en el suelo y se ha sentado entre ambos:
—Linda Blake ha aparecido muerta en un extraño accidente de submarinismo, un deporte que practicaba desde niña. Y Olga Grushenkova está desaparecida. Su tienda está cerrada desde hace cuatro días y nadie responde en su casa.
—Eso condena definitivamente a Henninger, a los otros cachorros de IG Farben —señalé, pero Anne no parecía convencida.
—¿Sabes Monty? —dijo ella—. Igual que hay deudas sin deudores puede haber crímenes sin condena.
—Henninger está bien localizado —dije.
—Justamente.
—Está también —añadí— la reunión que tuvo con los otros descendientes de IG Fabern. Los tres que pertenecen al consejo de alguna de las empresas sucesoras. ¿Qué medidas se tomaron en esa reunión?
—Ese es el problema, Monty. Ellos no se mueven, pero todo alrededor suyo desaparece. Contrataron a una empresa de seguridad uzbeka bastante turbia, especializada en protección de oligarcas y sus negocios, a menudo en escenarios de conflicto. Hemos conseguido una copia del contrato, que está definido en términos muy generales. Dice algo así como facilitar protección personal y patrimonial en toda circunstancia. Creemos que esta empresa subcontrató a su vez la tarea pero no es fácil comprobarlo porque la compañía se ha disuelto… Tiene pinta de haberse creado una cadena de entidades desaparecidas o ficticias para oscurecer identidades y diluir la responsabilidad.
Anne se pasó de nuevo la mano por el pelo. Dio un trago largo a su refresco:
—La cantidad entregada es un verdadero indicio inculpatorio. Eso sí, asciende a más de doce millones de dólares. Pero por ahora no podemos probar que los tres herederos supieran nada de los medios que se pondrían en juego para defenderlos, y ellos no parecen haberse mantenido en contacto con quienes recibieron el encargo.
—La actitud de Henninger, arrogándose el papel defensor de Bettina, acusando luego a Krauch, le pone en evidencia.
—Quizá, Monty, pero no prueba nada —dijo Anne—. Opiniones académicas, afinidades electivas… No hay una sola traza suya, ni de nadie que podamos relacionar con él, en la escena del crimen… Peor aún, estamos descubriendo que la motivación de Henninger y sus amigos podría ir más allá de la mera defensa contra las exacciones de Tigreca. Que podría estar también relacionada con sus proyectos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Sombra.
—Que en último término puede que el crimen tenga la carga ideológica que tú buscabas —respondió Anne, girándose a Sombra—. Y que Henninger puede estar protegiendo también su modo de vida. —Y añadió, sacando el móvil—: Os estoy enviando las últimas notas de Bettina que hemos analizado: un par de textos, uno de hace dos meses y otro de hace casi treinta años, este último tiene hasta poemas…Ya me diréis.
Anne se ha levantado, pero ha titubeado ante la puerta, dándose la vuelta. Aunque nos hablaba a los dos me miraba a mí, fijamente:
—Mejor no me digáis nada. Me gustaría no volver a veros. Para mí Bettina es un caso cerrado. He presentado mi renuncia a la policía. Les ayudaré dos o tres semanas más, pero luego me iré de Kiel. No volveré a confundirme. No la conocía. Pasé dos años con una persona inventada. Y vosotros sois parte de su mundo.
11. Interruptor
Kiel, octubre de 2017
He seguido encontrando analogías entre las danzas de animales que describe Aby Warburg y las prácticas del mercado. Warburg visita a fines del siglo XIX distintas comunidades de indios pueblo, localizadas al suroeste de Estados Unidos. En San Ildefonso asiste a la danza de los antílopes en la que los oficiantes imitan a este animal mediante sus movimientos y con el uso de máscaras. Aby Warburg recuerda que “ponerse la máscara durante la danza significa apropiarse espiritualmente del animal y anticipar su captura”. Añade que “en la pantomímica danza de los animales, la imitación es un acto de culto que expresa con la más alta devoción la pérdida de identidad al lograr fusionarse con un ente extraño”.
Enmascarados en el dinero —una cartera bien repleta, o al revés, la escueta contundencia de una tarjeta de crédito, la leve manipulación de un teclado— es fácil sentir esa “metamorfosis de la personalidad” con la que el consumidor logra “ampliar y modificar su condición humana”. Enarbolando nuestra devoción mercantil nos adentramos sigilosos en la tienda virtual, sentados ante el ordenador, o en el espacio aséptico del centro comercial, atravesando pantallas y pasillos como praderas en las que acecha la mercancía, mimetizándonos con ella, a cada clic, con cada paso.
Esa identificación, que el indígena logra imitando los movimientos y expresiones del animal, la consigue el comprador probando la mercancía, ensayando su uso, vistiendo por ejemplo la ropa ante un espejo. De nuevo la finalidad no es el objeto en sí mismo, sino su “apropiación mágica” mediante la “metamorfosis de la personalidad,” el “aura” que el objeto confiere, en la expresión de un autor, Benjamin, cercano en muchos sentidos a Warburg. Los rituales de la compra y el pago cumplen la función social de reducir el miedo al mercado, confieren certeza y tranquilidad a la población que sufre sus estragos. El profuso simbolismo de la contemplación y la posesión de la mercancía se extiende al entorno virtual (escaparates, descripción de los objetos, lista de deseos, carritos de la compra, medios de pago), concebidos como una sucesión que conduce al clímax propietario, y que logra darnos una imagen estable y apaciguadora del capitalismo.
En la misma conferencia Aby Warburg describe la meticulosa preparación de la danza de las serpientes del pueblo de Walpi. Las serpientes de cascabel son capturadas en el mes de agosto, cuando han de llegar las tormentas, y guardadas cuidadosamente por los caciques en los adoratorios subterráneos (kiwas), donde se les hace pasar por una serie de ceremonias, incluyendo su lavado. “Se trata a la serpiente como si fuera un iniciado en el culto de los misterios, sumergiendo su cabeza a la fuerza en una especie de agua bendita.” A continuación la serpiente es arrojada al suelo sobre una pintura de arena que representa la tormenta y que acabará destrozando con sus movimientos, lo que la obliga “a obrar como propiciadora de los rayos y generadora de la lluvia”. Los indios acarician a las serpientes, a las que no se les han quitado los colmillos ni el veneno, y las colocan en un arbusto. En la fase culminante de la ceremonia se extrae a la serpiente de las ramas y, mientras varios indígenas la distraen, otro se la coloca en la boca, danzando con ella al ritmo de los cascabeles. Finalmente todas las serpientes son liberadas y enviadas a la llanura a conseguir la lluvia, como mensajeras de las plegarias de la comunidad.
La ritualización instrumental del mercado y otras instituciones capitalistas permite desatar sus fuerzas para propiciar una actividad concreta y confinarlas luego cuando resulte preciso. Y este es también el objetivo al que Tigreca dedica la mitad de sus ingresos: un proyecto de gestión automatizada de la empresa un tanto singular, inspirado en el cibernético soviético Viktor Glushkov y en los estudios de inteligencia colectiva de mis maestros Martin Lindauer y Karl von Frisch. En la actualizad Tigreca está finalizando los robots que se sentarán por vez primera en los consejos de administración de varias empresas. Se trata de introducir la robótica en la gerencia empresarial, pero de hacerlo en su vértice, de modo que la programación algorítmica garantice la compatibilidad de los intereses empresariales con el interés público. De hacerlo, además, respetando lo más posible las estructuras existentes, para que los cambios sean más aceptables para la comunidad empresarial y la sociedad en su conjunto.
Los robots consejeros supondrán un ahorro considerable para las empresas y fomentarán una mayor igualdad entre los trabajadores. Garantizarán la sintonía social de la empresa, mejorando su aceptación por los consumidores. Las primeras unidades están casi listas y hay seis empresas interesadas en participar en un plan piloto. Se pondrán gratuitamente a disposición de aquellas compañías que se comprometan a aceptar la dimensión social de su programación algorítmica. Tigreca apoyará con subvenciones la implementación de la administración robótica en la empresa.
Los miembros robotizados del Consejo de administración garantizarán el respeto al medioambiente y los derechos laborales y de los consumidores. En el futuro su programación estará sometida al escrutinio y la participación pública y la proporción de consejeros robotizados dependerá de la intensidad del interés público asociado a su actividad de cada empresa.
Un tratamiento ritual del capitalismo permite la liberación y restricción de sus fuerzas. Esa intervención ceremonial regula el voltaje de la serpiente. Traza su circuito y modula su corriente: la transforma, amplifica y despliega. Es el interruptor que la lleva del ovillo a la tormenta. Y es capaz de desconectarla cuando es preciso, cesando abruptamente su corriente.
12. Ficha de lectura: los muertos, los animales
Ginebra, diciembre de 1988
Adoro a Hidalgo por su inasequible alma de coleccionista, ajena al menor artificio. Prácticamente toda su obra poética se limita a una colección sobre muertos y otra sobre animales, que además llevan esos mismos nombres. El tal Monty es un personaje rebuscado y un punto fútil, pero reconozco su acierto al elegir “Los muertos” como nuestra primera lectura, a la que yo añadí luego “Los animales”, ya que me parecen inseparables. Me explico.
Cuando leo “Los muertos” solo quiere asentir, darle eco, expandir su onda sin freno.
“Yo sé que existe el mar; tú no lo sabes.
Yo sé que existe el mar, lejos, remoto,
y que la tierra late, dulcemente
bajo mi pie desnudo, si la toco.
Tú sabes más que el mar. Tan hondo vives,
que he llegado hasta ti y no te conozco.
La tierra no comprende tu mirada.
Solo a la eternidad miran tus ojos.”
Hidalgo tiene razón. Los muertos lo saben todo. Son nuestros dioses: puros, fríos, callados e infalibles.
“En lo alto, la luz a llamaradas.
Mis ojos, aún nacientes; sin recuerdos.
Y en la tierra tendida que pisase,
puros, hondos, desnudos sólo ellos.”
La sabiduría de la guerra civil española se concentra bajo las cunetas. Yacen callados sus doctores. Y calla la muchedumbre que se agotó en la producción de IG Farben, que aprendió del frío, el hambre, los golpes y el cansancio hasta saberlo todo.
En cambio, cuando se leen las once estampas de “Los animales” y se comprende su radical limitación, su forma roma, tosca, su pálido color, no invitan a reproducirlos sino a corregirlos, mejorarlos, combinarlos, impulsarlos. Esto ya lo anticipa Hidalgo en “Los muertos”
“Queremos habitar la brisa pura
de la luz inmortal, que arriba crece,
donde están dulcemente reposando
las almas de los cuerpos que se mueren.
Pero, torpes y bajos, nos ahogamos
en la nada fatal que nos sostiene.”
O como dice en otro poema, “Los amigos muertos”, del mismo libro:
“Pero estáis muertos, y no puedo
elevarme hasta vuestra muerte,
porque soy tierra, soy materia,
y vosotros luces celestes.”
La tierra está apagada, sujeta a esquinas implacables, y la redención de los animales solo puede venir de juntarlos en tropel o bandada, de combinarlos en quimeras y propulsarlos mediante la tecnología. Eso es lo que he tratado de exponer con un pequeño texto que combina sendos versos de Hidalgo, el Tigre, que yo llamo la Tigresa, y la Vaca. No he cambiado ninguna palabra pero al combinar los versos cambia el código y se levanta un nuevo engendro.
Tigreca
La selva estremecida y, en las luces
de los ojos, gacelas presurosas
huyen como horizontes asaltados,
mientras una triste saliva amarra al suelo
su mansedumbre de nube solitaria.
Con un son reposado cruje la garra
Sobre un verde paisaje de tristeza
Que mira maternal, cual si parido
De sus propias entrañas lo sintiera.
Por sus ojos eternos donde se mira el mundo,
Pasa el tiempo temblando entre los viejos árboles,
La sangre más ardiente de una vida
Deshojándose en la nieve de sus dientes.
Es un engendro afín a la tormenta, ella misma un vértice de garras y colmillos, pero que se descarga sólo por el sustento de todos. Estable y fulminante, detiene y da la muerte, regula quizá el paso entre el firmamento y la tierra.
Puesto que los muertos son perfectos merece la pena centrar nuestra devoción en los animales para mejorar una vida que no es pura ni inmutable. Transformar a los animales, uno a uno y uno con otro, en conjunto. No nos podemos conformar. Los muertos lo saben todo pero ese todo acaba con su muerte, el mundo se cierra con sus tumbas. Hasta Hidalgo reconoce que los muertos no saben con quien convivirán, anticipación que sí pueden intentar los vivos
“En la frente me suenan, dulcemente,
los que aún no han nacido y los despojos
de los muertos desnudos que algún día
vivieron, sin saberlo, entre nosotros.”
El futuro está abierto en cambio para nosotros, animales limitados e imperfectos. No nos podemos rendir. Ni aceptar en vida la sabiduría de los fuertes, la ciencia que los violentos quieren impartir en nuestro cuerpo, haciéndonos pasar las asignaturas del desprecio, la soledad, el hambre y la enfermedad, hasta graduarnos de cadáveres.
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NOTAS
La ilustración de la Tigreca que encabaza el relato es de Mikel Murillo.
Todas las citas a Aby Warburg provienen de El ritual de la serpiente, Sexto Piso, Madrid 2008, traducido por Joaquín Etorena.
Los libros de José Luís Hidalgo citados son:
Los animales, Santander, Proel, 1945.
Los muertos Madrid, [s.n.], 1947 (Gráficas Uguina).
Una buena actualización de los estudios de Martin Lindauer y Karl von Frisch sobre la toma de decisiones de las abejas puede hallarse en La democracia de las abejas de Thomas D. Seeley (Honeybee Democracy), Princeton University Press, 2010.
Estos son los versos originales de Hidalgo utilizados por Bettina von Hagen para escribir Tigreca, ambos procedentes de su libro Los animales:
Tigre
La selva estremecida y, en las luces
de los ojos, gacelas presurosas
huyen como horizontes asaltados,
como estampidos tenues cuyo sentido ignoro.
Con un son reposado cruje la garra
sobre el incendio verde de la selva,
un son de tempestad sordo y cerrado
que acecha desde el fondo de los músculos
la sangre más ardiente de una vida
deshojándose en la nieve de sus dientes.
Desde un norte de sangre hacia la muerte
el tigre avanza silenciosamente.
Vaca
Su madeja de yerba el viento ovilla
en el hueso silencioso de las astas
mientras una triste saliva amarra al suelo
su mansedumbre de nube solitaria
sobre un verde paisaje de tristeza
que mira maternal, cual si parido
de sus propias entrañas lo sintiera.
Por sus ojos eternos, donde se mira el mundo,
pasa el tiempo temblando entre los viejos árboles
que le dicen adiós en cada otoño
besándole la frente milenaria
el levísimo olvido de una hoja...
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