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La democracia es el régimen político menos imperfecto del que echar mano. La mentira de las promesas electorales, la manipulación mediática de las decisiones de los votantes, las ideas generales falsas sobre la política, heredadas en gran parte del largo período franquista, y un cierto descrédito del ejercicio político desfiguran las virtudes democráticas. Pero, a pesar de todo, algo queda. Las recientes elecciones catalanas acaban de demostrarlo. Los resultados permiten conocer el estado de la situación en el país autonómico. La evidente reacción contra las prácticas franquistas de la represión de la libertad, con presos políticos, exiliados y violencia institucional, se ha puesto de manifiesto en el fracaso histórico del partido del Gobierno, prácticamente borrado del mapa político catalán, al que le ha salido el tiro por la culata, prueba de su torpeza ejecutiva. El PSC ha sufrido las consecuencias de su dependencia electoral del resto del país, con un ojo en Cataluña y otro en España, para no molestar ni a unos ni a otros. El hundimiento de la CUP obedece a la irrealidad minoritaria de su extremismo, excesivo y fuera del tiempo. Y el triunfo de la derecha, representada por Ciudadanos, que ha sabido reciclarse, descargándose de la herencia franquista y apostando por una estabilidad ambigua y ligeramente crítica y conservadora, grata a las clases medias, pacatas y resignadas, fieles históricamente a las consignas de lo malo conocido, mejor que lo bueno por conocer, que nunca se sabe qué es. Y, finalmente, el éxito del independentismo, bajo nubarrones y amenazas, confabulaciones judiciales y campañas de descrédito, es el éxito de la libertad, puesta en práctica contra viento y marea, al margen de sus múltiples riesgos y de las presiones del omnipotente mercado único, del  pensamiento único y de la moral única. Lo dije aquí mismo, hace un año, el independentismo catalán, de larga tradición, es idealista y apasionado, fuera de la realidad político-económica universal, y por tanto en peligro de extinción, posiblemente violenta, contra la mayoritaria esperanza, expresada en las urnas democráticas.