¿El feminismo está de moda?
La cuestión es si elegimos la corriente neoliberal basada en una idea de libertad, igualdad e independencia de corte meritocrático, o aquella que apuesta por la paridad absoluta en la participación en todas las esferas de la vida social
Isabel Serra 9/01/2018
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En los últimos días del 2017 y los primeros del 2018, en los balances y propósitos, hemos visto cómo se hacía especial mención al feminismo. ¡2017 ha sido el año del feminismo! ¡2018 será año feminista! Y lo cierto es que es así; la capacidad de este movimiento para situarse en el centro del tablero político ha demostrado ser enorme.
Dada su transversalidad, su incidencia mediática y social y lo masivo de sus manifestaciones, nos surge una pregunta: ¿Está el feminismo de moda? Cuando hablamos de “moda”, lo que nos preguntamos es si la sociedad, consumista e individualista, ha convertido una demanda política en un eslogan, banalizándolo, vaciándolo de contenido y de potencia política y transformadora. Por parte de algunas feministas se asiente entendiéndolo como una desgracia, desde una actitud pesimista, como si fuese un síntoma de retroceso más que una oportunidad de éxito de la lucha por los derechos de las mujeres. Al otro lado están las ilusionadas, que identifican esta moda con un movimiento “ganador” y que confían, demasiado pasivamente, en que el protagonismo del feminismo (¿o de lo femenino?) nos llevará irrevocablemente hacia la libertad.
Ni una ni otra postura me convencen. Por una parte es necesario sospechar de ciertos elementos y posturas feministas que vienen aceptadas y promovidas por una sociedad y un sistema social, económico y político que no ha transformado casi nada en términos estructurales; hay que combatir las tendencias que vacían de contenido político las demandas sociales. Pero que nos parezca contradictorio éticamente que una empresa que explota a mujeres en Indonesia venda camisetas que han hecho esas mismas mujeres con la palabra “Feminismo” no quiere decir que debamos rechazar políticamente las oportunidades de que cientos de miles de mujeres quieran vestir dichas prendas. El capitalismo, y más aún en su interrelación con el patriarcado, no es un sistema perfectamente coherente, sino también contradictorio. Explorar esas contradicciones es parte de la lucha política.
El capitalismo, y más aún en su interrelación con el patriarcado, no es un sistema perfectamente coherente, sino también contradictorio. Explorar esas contradicciones es parte de la lucha política
Pero aún así creo que no está ahí el debate. Tampoco deberíamos centrarnos en la cuestión de si el feminismo hoy es o no ganador. Hace tres años se oía en demasiadas ocasiones que identificarnos con el feminismo era contraproducente para un proyecto político como Podemos, que era mejor hablar de “igualdad”. Hoy ya no hay nadie que lo diga. Porque cada día son más las mujeres que se identifican con el feminismo, que se reivindican feministas. No estuve nunca de acuerdo con ese enfoque y sigo pensando que fue un error; hoy un proyecto político será más aceptado socialmente cuando menos masculino y más feminista sea.
Tampoco ser ganador es lo mismo que ser hegemónico. A día de hoy, en términos gramscianos, la hegemonía cultural en esta sociedad sigue siendo tremendamente machista. Si el feminismo fuese hegemónico podríamos decir que hemos ganado, y sabemos que eso no es así. Por tanto, hay todavía una disputa abierta en la batalla por la hegemonía cultural. ¿Cuál?
La cuestión no es si el feminismo está o no de moda, ni tampoco si es ganador o no (aunque esto último sea importante tenerlo en cuenta para un proyecto político). Lo que debemos pensar como feministas es qué proyecto y qué tipo de feminismo necesitamos para avanzar hacia una sociedad de iguales. Como dice Nancy Fraser la cuestión es si elegimos un feminismo neoliberal basado en una idea de libertad, igualdad e independencia de corte meritocrático e individualista, o si por el contrario elegimos aquel que plantea una idea de libertad basada en la democracia radical que apuesta por la paridad absoluta en la participación en todas las esferas de la vida social. Ahí está la disputa. Porque el peligro evidente que corremos es que tanto en este país como en el mundo la lucha de las mujeres pueda terminar siendo hegemonizada, dirigida o incorporada a proyectos de ultraderecha como el del Frente Nacional en Francia, o el del Partido Popular en España, donde perfiles como el de Cristina Cifuentes pueden llegar a aparecer como defensores de los derechos de las mujeres, como en su momento y en sus partidos Thatcher o Clinton, aun cuando sus políticas reales estén en realidad en las antípodas del feminismo.
Por tanto lo importante es dotar de contenido a la palabra “feminismo” y de estrategia al movimiento. Huir de nociones basadas únicamente en valorizar lo femenino y apostar por cuestionar radicalmente la diferencia de roles y el reparto de poder dentro de esta sociedad; combatir el discurso de la igualdad de oportunidades aplicado a la lucha de las mujeres, así como la concepción de que el empoderamiento es algo individual, y combatir también las simplificaciones, siempre útiles a los privilegios masculinos, de que situar a mujeres en puestos de visibilidad servirá por arte de magia para “desmasculinizar” y convertir todo lo que tocamos en cuidadoso, amable y dialogante.
El feminismo transformador debe ir más allá del discurso, generando espacios de organización social de mujeres y redes de apoyo mutuo conformadas desde la experiencia de la lucha personal y política. También debe ir mucho más allá del discurso centrado en la denuncia de la violencia machista para cuestionar las estructuras mismas de poder y el modelo económico que se sostiene sobre la transferencia permanente de trabajo gratuito desde las mujeres hacia el conjunto de la sociedad y al sistema capitalista. Podemos llegar a pensar en un patriarcado desconectado del capitalismo depredador de derechos y del planeta, pero la realidad es que no es posible separarlos. El capitalismo actual tal como lo conocemos necesita del patriarcado para subsistir. Por eso el feminismo tiene que plantar políticas de cambio estructural y de defensa de los servicios públicos, poniendo en jaque los pilares fundamentales de esta sociedad y sus instituciones, como la judicial, por ejemplo, como ya está haciéndose; atreviéndose a poner en cuestión el poder masculino en su conjunto.
Cuando pensamos en por qué el año 2017 ha sido un año feminista vemos que no es baladí que la mayoría de medios de comunicación u organismos como Naciones Unidas se hayan centrado casi exclusivamente en el abuso sexual. Porque a pesar de que la campaña #MeToo haya demostrado que este abuso es sistémico, también puede ser fácilmente vinculado a problemas individuales de determinados hombres. No es casual tampoco que estas instituciones o medios estén muy dispuestos a centrarse en la violencia machista y muy poco en la precarización del empleo para las mujeres, el aumento de la pobreza entre ellas o la persistencia de la brecha salarial o en la lucha de las trabajadoras de Inditex. Así pues debemos poder generar memoria colectiva y construir nuestra propia agenda.
Que el movimiento feminista se ponga como objetivo una huelga mundial de mujeres el próximo 8M es sin duda un síntoma de que vamos avanzando, y mucho; síntoma también de que en la batalla importante, la de qué proyecto es capaz de hegemonizar y dirigir la lucha de las mujeres por independizarse y ser tratadas como iguales y libres, vamos ganando.
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Isabel Serra es diputada en la Asamblea de Madrid por Podemos.
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