Oprah Winfrey durante su discurso en la gala de los Globos de Oro.
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Tras su apoteósico discurso en los Globos de Oro y la ola de apoyos que obtuvo en las redes sociales, muchos diarios y medios norteamericanos empezaron a soñar con un cinematográfico Trump vs Oprah. Como suele suceder con EE.UU., discusiones que, en realidad, nos pillan muy lejos en su concreción se han convertido en un debate público de mucho interés también en nuestro país. Mientras la campaña del #MeToo avanza imparable también en China (#WoYeShi), y ahora que es un lugar común decir que el feminismo está de moda, un discurso feminista puede convertirse instantáneamente en la plataforma de lanzamiento de una candidatura a la presidencia. Cuando la mayor oposición social organizada contra el gobierno de Trump ha venido hasta ahora del movimiento de las mujeres, parece que tiene sentido de repente preguntarse si una estrella de la televisión, del coaching individual, del neoliberalismo de autoayuda, puede ser o no ser feminista. Al mismo tiempo que se multiplican las acciones y las protestas en todo el planeta y a todos los niveles, el debate sobre los límites y potencialidades del feminismo se dispara.
Queda poco tiempo para el 8 de marzo y por segundo año consecutivo parece que el tema central va a ser una huelga internacional que visibilice el trabajo de cuidados y su función social. El proyecto socioeconómico del feminismo, aunque sea solo por la luz que arroja en un lugar vital donde nadie mira, está tomando cada vez más peso. Especialmente a través de las diferentes ramas de lo que se ha llamado economía feminista. Tras cincuenta años de incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo y aquello que se ha denominado la revolución silenciosa, empezamos a comprender que el feminismo tenía mucho más que decir sobre cómo repartimos los recursos en nuestra sociedad y sobre cuáles son las cosas a las que damos valor. Y aquí también aparecen un sinfín de preguntas ¿Qué políticas públicas son feministas y cuáles no? ¿Los cuidados son el fundamento de la segregación sexual del trabajo femenino, o el núcleo de nuevas prácticas que ponen la vida en el centro? ¿Podemos acabar con la violencia contra las mujeres y con el machismo sin reordenar los roles económicos y el lugar secundario que ocupa la vida para la economía?
Aunque es probable que la mayoría de estos debates podamos encontrarlos en diferentes formas en la historia del feminismo, es indudable que la expansión de los mismos y el contexto mediático los hacen también cualitativamente diferentes. Los esfuerzos que desde hace décadas llevan haciéndose por construir alianzas teóricas y prácticas sólidas entre el feminismo y el resto de corrientes políticas transformadoras parece que colocan al feminismo también en una posición privilegiada de diálogo. La pregunta que nos hacemos entonces es sobre la relación que tienen algunos debates que siempre hemos reconocido como “los de la izquierda” con los del feminismo. Y si precisamente cambiar el lugar desde donde pensamos, poniendo en el centro el propio feminismo, nos puede servir para encontrar más salidas al momento histórico de impasse en el que estamos. Creemos, además, y esto tampoco es secundario, que en España contamos ahora mismo con un entorno excelente para el debate y con un movimiento feminista ágil y organizado en muchos espacios.
Las identidades políticas que se construyen son interesantes cuando nos permiten interpelar o llegar a los demás para incorporarlos a espacios políticos desde donde empujar en determinados conflictos
A lo mejor, un primer paso puede ser precisamente abandonar algunos de estos debates que tanto gustan a la izquierda y en los que tantas veces se queda enfangada. Puede ser que no tenga tanto interés si Oprah coincide más o menos con el feminismo que tenemos apuntado en los libros. Las identidades políticas que se construyen son interesantes cuando nos permiten interpelar o llegar a los demás para incorporarlos a espacios políticos desde donde empujar en determinados conflictos. Oprah no llega a las personas más o menos por su propio historial ni por su vinculación mayor o menor con el feminismo. Lo fundamental, y podríamos decir que lo feminista, es precisamente que nos estemos haciendo la pregunta: ¿Oprah presidenta? Esta pregunta es un síntoma de un contexto político que mantiene a las mujeres en una centralidad absoluta. Nos obliga a pensar si poner el feminismo en el centro no pasa efectivamente también por poner mujeres en el centro. Esta fotografía del panorama político era impensable en los años 90 y, probablemente, incluso hace 3 años. De la misma manera que también lo era la posibilidad de tener un presidente negro como Obama, con las contradicciones y avances que ello supuso para la izquierda y la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana. Este es el dato político desde el que creemos que tenemos que partir y que lo hace a priori diferente a cualquier otro.
Cuando decimos que el feminismo está de moda, nos estamos refiriendo en realidad a que lo que se está colocando en el centro son las mujeres como sujeto, y no tanto el proyecto socioeconómico que lleva el feminismo detrás
Es importante que no perdamos de vista que, cuando decimos que el feminismo está de moda, nos estamos refiriendo en realidad a que lo que se está colocando en el centro son las mujeres como sujeto, y no tanto el proyecto socioeconómico que lleva el feminismo detrás. Aunque, como nos enseñó el feminismo de los años setenta, estas cosas siempre suceden al mismo tiempo y se entremezclan entre sí, la realidad política es que, para que suceda lo segundo, lo primero es indispensable. Por tanto, lo interesante para el debate es preguntarnos si para un orden social diferente es útil el hecho de que las mujeres estén en primera fila, aunque no sean verdaderamente feministas o de izquierdas, sea lo que sea que pueda significar esto hoy. Y responder a esta pregunta no es una tarea fácil ni tiene la misma respuesta en todos los contextos. Pero si asumimos la excepcionalidad del actual, no podemos dejar de tratar esta cuestión.
Si existen mujeres que no defienden el feminismo como proyecto, pero que empiezan a tener una presencia política fuerte, y si asumimos la premisa de que, para profundizar en el cambio político por el que lleva luchando el feminismo tanto tiempo, necesitamos que exista una presencia - masiva y no puntual - de mujeres, ¿qué podemos hacer? Ante esto, tenemos dos opciones: o bien criticarlas por no ser verdaderamente feministas o de izquierdas, y tratar de desvelar la manipulación a la que están sometidas las personas que se sienten identificadas con ellas; o bien podemos aprovechar la grieta que se está abriendo, seguir ensanchando los espacios que nos permitan poner el feminismo y su radical crítica a la sociedad en el mayor número de lugares posibles. Las mujeres como sujeto pueden constituir el núcleo de identidad desde el que articular un conjunto de estrategias de cambio. Una gran parte de los análisis que tratan de aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de “feminismo neoliberal” olvidan precisamente que una de sus características ha sido siempre su relación desigual con la izquierda. Precisamente la que desde los años 80 ha basculado entre la marginalidad política y nostálgica, y la pérdida de autonomía encerrada en los marcos de la hegemonía neoliberal. Quizá debamos resistirnos a seguir dándole vueltas a la autocomplaciente crisis de la izquierda y buscar caminos nuevos.
Para esto hay que aceptar una cierta dosis de incertidumbre que no siempre es fácil y que tiene que ver también con la manera en la que se ha hecho política hasta ahora. Imaginemos, por ejemplo, que, en una operación de este tipo, la política dejaría de depender exclusivamente de los espacios informales masculinizados, donde hasta ahora se han decidido casi todas las grandes cuestiones, y empezaría a depender también de espacios de mujeres que han sido los grandes desconocidos de la política de altos vuelos. Y no es menor la incertidumbre que crea en los propios hombres la presencia de espacios de decisión que escapan de sus códigos y aprendizajes sociales. Seducir a los hombres como aliados laterales de este proceso, poniendo en juego la doble dimensión de un proyecto socioeconómico radical y la fortaleza de un sujeto claro, no es una tarea sencilla ni falta de contradicciones. Con lo primero pueden sentirse cercanos sobre todo quienes vienen de tradiciones de izquierda, lo segundo va a implicar siempre una cierta inquietud que es probable que haya que asumir y trabajar.
Los debates tienen que estar a la altura del momento político que vivimos, y no van a ser fáciles nunca, como nunca lo han sido en el feminismo o en cualquier otro proceso político en construcción. Pero hay una cosa clara: la mejor oportunidad que tiene ahora mismo la izquierda y las fuerzas que quieren transformar lo que existe, pasa por el feminismo y por estas dos dimensiones que implica. Preguntarse si Oprah Winfrey podría ser presidenta es preguntarse si nos vamos a atrever a poner el feminismo en el centro del proyecto de emancipación del siglo XXI, con todas las contradicciones que eso implica.
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Ángela Rodríguez. Política feminista, diputada de En Marea y Vicepresidenta Segunda de la Comisión de Igualdad en el Congreso de los Diputados.
Alberto Tena. Investigador en Políticas Públicas y Sociales. Ha trabajado como asistente parlamentario para En Marea en el Congreso de los Diputados.
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