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El apartamento que, presuntamente, Odebrecht regaló a Lula da Silva, en el municipio de Guarujá.
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Se rumorea que el ayuntamiento de Guarujá, en el litoral paulistano, sopesa la posibilidad de ampliar la ruta del popular “trenzinho” que, durante los meses de verano, lleva a la chiquillería por los lugares más de ver de la ciudad con profusión de decibelios y spidermans de ademán simiesco y traje remendado. Se trataría de añadir una nueva parada delante del tríplex de Lula, derecho a selfie incluido. Es de creer que nada haría más feliz a la chiquillería que contemplar el lugar del que pende buena parte del futuro político del país. El turismo de la “perla del Atlántico”, y todo Brasil, se beneficiaría de ello.
Con esto que el turista llega a Guarujá esperando encontrar lo que no hay. Ni una mala placa indicativa: nada de nada. Pocos guaruyaenses son capaces siquiera de mostrar al interesado la exacta ubicación del predio, sito en la conocida como “Playa de Asturias”. “¿Y para qué quiere saberlo, acaso pretende invadirlo?”, le sueltan a uno. Menos son quienes recuerdan las andanzas de su presunto propietario por la ciudad con gran aparato de pompa y guardias de seguridad. “O lobo perde o pelo”, citan los más viejos del lugar a la que se les deja, “mas não perde o vício”.
El edificio, situado en primera línea de playa, no destaca especialmente. Una fachada de tono indeciso, entre un vainilla desvaído y un café con leche (poco café, mucha leche). Algunos vecinos de edad tomando el sol en las terrazas-solarium, poco más. Una red vaporosa a modo de gasa envuelve el conjunto, proporcionándole un aire fantasmal. Y, allá encima, los apartamentos presuntamente adquiridos por el expresidente Lula, o por su difunta esposa, Marisa Letícia, como inversión o regalo de un empresario agradecido, lo que diga Moro. La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte, y así. El acceso al inmueble está restringido a los propietarios e invitados debidamente acreditados.
El triplex más famoso del mundo se abre al Atlántico como una metáfora en forma de cruz (véase foto). “En realidad es un dúplex”, le dice a uno el vendedor de útiles playeros sin nada que hacer en un día como éste. “Lo que pasa es que la piscina con el gimnasio está encima y no se ve”, le corrige el enterado de turno. “Ah, bueno“, responde el primero.
Unos pocos bañistas disfrutan del sol y los espetos de camarón sentados en sus tumbonas, el nombre del expresidente bien visible en los traveseros. Por lo demás, la vida sigue igual en esta parte de Brasil, tan poco acostumbrada a las visitas fuera de temporada, destino de sol, playa y jubilados con graduación. Es un hecho: en Guarujá, no se habla de Lula, salvo en los menús de los self services, se me perdone el juego de palabras (“lula” = “calamar”).
Guarujá, en idioma aborigen, “atolero de ranas”, es tierra de paulistas en bermudas y de suicidas en ejercicio, tal que el ilustre pionero de la aviación, y santo patrón del Brasil todo, Alberto Santos Dumont, que aquí murió por propia mano, y desde cuyo lugar fue llevado al camposanto de San Juan Bautista, en Río. Por donde, el coche fúnebre que le condujo ha desaparecido de la vitrina en la que se hallaba expuesto, según se entra en la ciudad, a la izquierda, y hay quién le echa la culpa a Lula del suceso, con lo que la cosa va del suicidio del santo Dumont al vía crucis de Lula y los turistas en short. Quien aspira en volver a ser presidente en lugar del presidente, puede terminar sus días expuesto al escarnio público en forma de cruz, o de triplex. Claro que esto es lo que se ve desde dentro.
Ocurre que Lula, de fuera, es otro. En España, por ejemplo, donde la izquierda remanente le perdona su cosa con Obiang: que Guinea Ecuatorial ocupe un lugar entre las 8 naciones de la “lusofonía”. Asunto curioso, mérito de Lula, por cuanto, en Guinea, la lengua de Camoens y Machado de Assis es hablada por media docena más uno que vivió en Lisboa y regresó para contarlo. Frente a ellos, la mayoría hispano-castellano parlante. Sólo que a las autoridades españolas, el tema, como que les da repelús. Obiang, Guinea, cuanto más lejos, mejor.
La visita turística a Guarujá finaliza sobre las blancas arenas de la Asturias brasileña, donde tiene su asiento el tríplex, y Carlos y Edson, jóvenes, atléticos, pundonorosos, ponen a prueba su tubo-excavadora con el que escarban afanosamente en busca de unos anélidos de aspecto levemente repulsivo que los pescadores de la región utilizan como cebo. Su nombre: “corruptos”.
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Nota aclaratoria: estas líneas fueron escritas hace algunos meses, en lo que llamaríamos el “invierno brasileño” (temperaturas en torno a los 25 grados durante el día), a poco de eclosionar el “escándalo triplex” por el que el expresidente y posible futuro presidente de la nación va a ser juzgado.
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Autor >
José María García Martínez
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