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Congreso del SPD, el 21 de enero, para debatir sobre una eventual coalición de gobierno con Merkel.
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Sin partidos no hay democracia pero la democracia es un ave rara en el seno de los partidos, donde prevalece el amiguismo y la cooptación, cuando no la dedocracia. De ahí que resulte llamativo el método reglado que sigue el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) para decidir sobre un eventual gobierno de coalición con Merkel. Un congreso con más de 640 delegados ha aprobado en primera instancia (362 votos a favor y 279 en contra) la apertura de negociaciones formales, pero en el caso de que éstas concluyan en acuerdo todos los afiliados (más de 450.000) serán llamados a las urnas para convalidarlo. Vista la división del reciente congreso, que dedicó sus más calurosos aplausos al líder de las juventudes y portavoz del “no”, sería prematuro anticipar un resultado.
El SPD vive su peor momento en los casi 70 años de la República Federal. En las pasadas elecciones superó a duras penas el 20% de votos, lo que llevó a su candidato Martin Schulz a proclamar que en ningún caso renovaría la gran coalición. Y no dudó para ello en apelar al riesgo de desaparición del partido. Encuestas recientes rebajan su intención de voto al 18%. Pasados cuatro meses sin gobierno, tras el fracasado intento de subir a liberales y verdes al carro de Merkel, el SPD decidió abrir un turno de negociaciones previas por temor a que una eventual repetición de elecciones causara mayores pérdidas.
En el texto del preacuerdo, Schulz ha destacado la voluntad de profundizar en el proyecto del euro con un fuerte impulso económico alemán, el mantenimiento del vigente nivel de las pensiones y las mejoras presupuestarias en educación; a cambio ha tenido que aceptar que no habrá subidas de impuestos a las rentas más altas y la fijación de un límite anual de 200.000 demandantes de asilo. Una cifra restrictiva frente a los 850.000 acogidos en 2015, pero que debería provocar vergüenza a nuestros gobernantes, incapaces de cumplir su compromiso de acoger a 16.000.
Aún más humillante si cabe es la comparación en los métodos de toma de decisiones de nuestros partidos. A la luz de las reglas del SPD no hubiera sido ninguna extravagancia que la militancia del PSOE hubiera sido convocada en 2016 a pronunciarse sobre la votación parlamentaria en la investidura de Rajoy, lo que hubiera evitado el bochornoso espectáculo de aquel comité federal que desembocó en la dimisión de Sánchez. Y qué decir del PP, cuyo líder basa su legitimidad originaria en un lejano ucase de Aznar (septiembre de 2003), que le nombró jefe del PP en virtud de su real gana y que él se ha encargado de renovar en sucesivos congresos hechos a medida. De la democracia interna de Ciudadanos hay pocas noticias y de Podemos llegan cada vez más quejas, aunque sus estatutos proclaman una participación directa para elegir a sus candidatos y adoptar decisiones políticas de especial calado.
La decisión adoptada por el SPD tiene multitud de detractores, empezando por amplios sectores del propio partido. Aparte del debate concreto sobre el programa de Gobierno que aún está por cerrar, una de las consecuencias inmediatas de la gran coalición es que el grupo ultraderechista Alternativa para Alemania se convertirá en el primer partido de oposición, con la visibilidad añadida que esto le otorga en su primera incursión en el Bundestag. El tiempo juzgará el acierto o error de la decisión del SPD, pero nadie podrá discutir la ejemplaridad democrática de su método de decisión. Una lección que deberían aprender nuestros partidos políticos.
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