Procesión del Jesús de Pasión de la Hermandad de la Amargura durante el Lunes Santo del 2017, Jaén.
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Samos, pese a que la mayor parte de la fama se la lleva la isla griega del mar Egeo, es también una población de Lugo, que debe su nombre al enorme monasterio que señorea el valle. Todo, pueblo, monasterio y valle, están al final de la agradecida primera bajada que se encuentran en el Camino de Santiago, después de llegar a Galicia, es decir, superado O Cebreiro, donde alguna de las leyendas artúricas sitúa el Santo Grial.
La fundación del monasterio se le atribuye a San Martiño de Dumio, el obispo que convirtió a los suevos al catolicismo en el siglo V, aunque la primera inscripción data del VII. V o VII, la importancia de Samos creció cuando se convirtió en, en la terminología actual, uno de los headquarters de la orden de San Benito, que impuso orden y jerarquía en el entonces caótico y semilibertario mundo monacal pos-suevo. Tuvo bajo su férula “doscientas villas y quinientos lugares” y propagó conventos e iglesias por todo el sur de Lugo, generando una auténtica sobredosis de románico, la mayor densidad del arco de medio punto de Europa (y por lo tanto del mundo, se supone).
Además del espiritual, en la abadía de Samos se expendían otros tipos de combustible. Tenía una estación de servicio, y una vez que paré a repostar con un amigo neozelandés, el hermano gasolinero lo sorprendió diciéndole que él había estado muchos años en el convento que tiene la orden en Perth, Australia (otro benedictino gallego que allí estuvo fue el que, con la mejor de las intenciones, introdujo aquí los eucaliptos). También elaboraban, con el aguardiente de la zona y las hierbas del huerto medicinal que todavía existe, un licor, se supone que similar al Benedictine, pero que por razones de copyright se llamaba Pax. La estación de servicio sigue, adosada al convento, aunque ya no la llevan los monjes, pero el licor, después de 500 años de existencia, dejó de fabricarse a finales del pasado siglo. En 1951, el convento ardió. El fuego se inició en la bodega donde se producía y almacenaba el licor, al parecer por alguna relajación en su elaboración o a consecuencia de su consumo. O eso es lo que creía el último fraile que conservaba la fórmula del licor, que rozaba los 90, y que se morirá con él, porque se niega a transmitirla para que no se repita la tragedia. Al menos eso me contaron la última vez que estuve, pero probablemente lo convencieron, o se arrepintió, porque hace un par de años reanudaron la producción.
El caso es que, después de aquel incendio, el monasterio se restauró en menos de cinco años, lo que entonces era a la velocidad del rayo, debido al empeño personal de Carmen Polo de Franco, que además de la señora esposa del dueño de los medios humanos y materiales de la época, Francisco Franco Bahamonde, era amiga del abad de entonces. Los monasterios románicos restaurados a la velocidad del rayo en épocas de penuria y autarquía quedan reguleros en cuanto a detalles. En el claustro grande (de hecho, el más grande que hay en España, según las guías), llamado del Padre Feijóo, quizás para compensar la ausencia de frescos medievales que se llevaron las llamas, o por mero afán decorativo, se le encargaron a tres pintores unos murales con escenas de lo que entonces se llamaba Historia Sagrada y de la vida de San Benito. Los artistas cumplieron aceptablemente, pero en algunos rostros se puede adivinar que pidieron prestadas las caras a algunas autoridades contemporáneas. O eso o los centuriones de Poncio Pilatos gastaban corte de pelo esculpido a navaja y bigotito franquista.
Eso fue, más o menos, en 1955. Hasta entonces, tradicionalmente pintores y escultores habían colocado las caras de esposas, amantes, primos y demás familia o gentes de paso en los cuerpos que presuntamente representaban a santos y vírgenes. Por razones utilitarias (no tenían el modelo real a mano, ni una foto) o por homenajear a la parentela. Pero no hay precedentes de que el retratado, o sus allegados, hayan protestado. De hecho, a Jesucristo, aka El Nazareno¸ se le representa a menudo con aspecto de cantante grunge, melenudo, arrubiado y con los ojos claros, y o mucho ha cambiado el fenotipo de la zona, o más bien debería tener aspecto de esos que intentan cruzar desesperadamente las fronteras orientales de Europa, huyendo de las guerras.
Todo esto –tradición, libertad de expresión, sentido del ridículo, convertir el remedio no ya en algo peor que la teórica enfermedad, sino en una auténtica epidemia– les ha dado igual a todos los cooperadores necesarios para que condenasen a una multa de 480 euros al joven que subió a su Instagram un montaje de su cara en la imagen del Cristo de la Amargura aka Jesús Despojado. La primera, la Hermandad del Santo Rosario y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor de la Pasión Despojado de sus Vestiduras, María Santísima de la Amargura, Madre de la Iglesia y San Juan Evangelista de Jaén (@amargura_jaen en la necesaria brevedad de Twitter), y de su Hermano Mayor, Ángel Damián Contreras Martos ―al que hay que felicitar si logra poner todo eso en una tarjeta de visita― y se supone que es quien ha interpuesto denuncia. Al fiscal del juzgado de lo Penal número 1 de Jaén, que solicitaba una sanción de 2.160 euros, y que no está recibiendo las felicitaciones que merece porque, a pesar de que representa al ministerio público, se ampara en la modestia del anonimato. Al igual que su señoría, autor de estas palabras que figuran en la resolución “con manifiesto desprecio y mofa hacia la cofradía […] Realizó una vergonzosa manipulación del rostro de la imagen, haciendo figurar en ella su propia cara y fotografía. La difusión fue un escarnio”.
A mí, sinceramente, el resultado se me parece a Peter O’Toole en sus momentos más desencajados, pero supongo que todos los hermanos, del mayor al menor, le tienen aprecio a la cara que en su día le puso al cristo (quizá la de su cuñado) el imaginero que lo creó. No sé a quién se le puede imputar ahora la difusión casi universal del escarnio. Supongo que esa incógnita pareja judicial, por junto o por separado, nos deparará, si no nos ha deparado ya, grandes momentos de la crónica de tribunales y en la historia de la jurisprudencia. Hay gente que considera que con esto volvemos a la Edad Media. Depende de a cuál. El claustro pequeño de Samos, conocido como el de las Nereidas porque en medio hay una fuente con estas ninfas marinas (sí, ninfas, en una abadía), lo construyó entre 1539 y 1582 un arquitecto monfortino, Pedro Rodríguez, que no se privó de grabar en una clave de bóveda la inscripción «¿Qué miras, bobo?». La que le caería al pobre Rodríguez en estos tiempos en algunos juzgados.
Samos, pese a que la mayor parte de la fama se la lleva la isla griega del mar Egeo, es también una población de Lugo, que debe su nombre al enorme monasterio que señorea el valle. Todo, pueblo, monasterio y valle, están al final de la agradecida primera bajada que se encuentran en el Camino de...
Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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