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Que sí, hombre, que basta ya de perseguir a los tíos, que esto se está convirtiendo en …. en algo absolutamente inesperado. Cada vez que leo un artículo o una declaración en la que, caiga quien caiga, se alteran los ánimos con las feminazis, el puritanismo macartista o los chicos buenos, que también los hay, faltaría más, me entran ganas de enrolarme en algún grupo radical. Y caer, van cayendo en todos los mundos, de momento cine y política, y me temo que habrá más, porque lo hay. Y todas lo sabemos, y que se incluyan ellos, por favor, que las que lo saben parece que somos más. Así que, a mi modo de ver –siempre inferior, por supuesto– se está destapando una olla hipócrita y resignada, pero igualmente insoportable, que ya era hora.
Me too. Hace ya algunos años, en una reunión absolutamente informal de chicas (bueno, de señoras) en la que se hablaba con confianza, resulta que todas habíamos sufrido, en algún momento de nuestra vida, al menos una agresión sexual. De mayor o menor gravedad, pero todas. Y hablo de agresiones violentas y directas. Creo que ninguna confundía eso con insinuaciones, coqueteos o “avances” más o menos impertinentes –el muy dudoso derecho a molestar que se habrán encontrado en el contramanifiesto francés de Catherine Millet encabezado por Deneuve– porque el flirteo es un deporte maravilloso que ninguna renunciamos a seguir practicando. Incluso a una edad provecta, ay. Y se puede. Y se debe. Recomiendo el que fue el último libro de Betty Friedam, La fuente de la edad, que da estadísticas y eso, o darse una vuelta por cualquier residencia de la tercera edad. Así que de viejas también, no digamos cuando las hormonas no se habían batido en retirada.
Las todas a las que me refería antes eran profesionales de distintos órdenes, con estudios, con lo que podrían llamarse vidas normales. De la burguesía acomodada. No es una muestra significativa, pero lo es. Y las marcas que hubieran dejado esas agresiones –he visto cómo también se han puesto en cuestión– cada una se las había arreglado para vivir con ellas. Por suerte, la vida es fuerte. Pero ninguna habíamos denunciado. Que por qué? Porque no se podía. Bueno, ahora se puede. Y se debe.
Al borde del ámbito de las agresiones brutas, que ha existido y existe –las estadísticas de violación son espeluznantes– se trata de otro tema, que también es viejo como el mundo: el del cruce de los apetitos sexuales con las relaciones profesionales. Y que no se escandalicen los colegas y los señores académicos, pero hasta las más tontas como yo sabemos de carreras que se han hecho pasando por la cama conveniente, y también de otras, abortadas o muy dificultadas por no pasar por la piedra. Y como estas cosas son suficientemente comentadas en los grupitos, no nos llamemos a engaño, por favor. Que la hipocresía es muy fea. Y cualquier debate serio que se precie tiene que empezar por una cierta honestidad intelectual. Y un respeto.
Lo cierto es que asistimos, algunos con ansiedad y cierta nostalgia, otras con admiración y excitación, a la caída de un orden, arrancado del derecho de pernada. Y tolerado durante el siglo de las mujeres, como se toleraba en el XIX, y en el XX, que el señorito le hiciera una barriga impune a la joven criada de servicio. Ahora, con esto del ADN, la cosa se complica. Pero el uso y abuso del poder, allí donde no hay grandes adeenes por medio, allí donde sólo hay palabras, está empezando a revolverse. Ahora, de manera insólita, las mujeres toman cada vez más la palabra. Y esa es la diferencia de nuestro tiempo con los inmediatamente anteriores. Que unas palabras que habían sido silencio durante milenios, ahora suenan y resuenan. Y la palabra del poder (masculino) se encuentra contrastada y contestada definitivamente. Aunque Trump no lo quiera, este es un proceso irreversible. Han venido para quedarse. Hemos, aunque una ya no tanto.
Estos días pasados, en París, había dos temas mediáticos: la nieve, y las acusaciones de violación a un ministro de Macron. Dos, que ya hacen un patrón de conducta. En España, que yo sepa, todavía no pasa nada. Pero pasará, porque aquí también ocurre. En el mundo del cine, que es el primero en dar la cara, en el de la política, en los medios y en las empresas, grandes y pequeñas.
Y dicho todo esto, me gustaría matizar, o largar al ruedo del debate, un tema al calor de caso Woody Allen, y la reacción de los más papistas que el papa. Primero, afirmar la presunción de inocencia de cada acusado, y su derecho a la defensa, tan importante, a mi modo de ver, como el derecho a denunciar de las víctimas. Después, una pregunta: qué pasa con la autonomía del arte? Si las vidas personales, incluso la maldad o la impiedad de los artistas, conllevaran la desaparición de sus obras y su prohibición, no tendríamos arte. Directamente. Obviamente, el tema de la relación entre ética y estética ha sido vertebral en la reflexión sobre la creación artística, y también sobre la vida y las vidas. Una mirada de género -y no de género, si se quiere- podría esclarecer un poco una cuestión escamosa, que quiere relacionar las posiciones contra el abuso de poder masculino en el terreno sexual, con una visión puritana y limitadora de las relaciones sexuales igualitarias. De la libertad sexual. Que no hay que olvidar que ha sido, y debe seguir siendo, una bandera del feminismo. La igualdad pasa, lo sabemos, por la libertad sexual. Y, desde luego, y pienso en la censura a Egon Shiele o a Balthus, por su libre expresión. Al margen del buen o mal gusto, siempre opinable.
Las denuncias de Me too, y las demás, están reivindicando también a las mujeres como sujetos sexuales y eróticos. Porque en la libertad está, también, el decir no. Y forzar y mezclar y presionar y amenazar es cosificar. Si se hace desde el poder -y siempre se hace desde el poder- es abuso. Así que los hombres buenos, que claro que son muchos, pueden estar tranquilos, que esto no va contra ellos. Ni es una caza de brujos: las brujas no suelen salir de caza. Es una olla a presión que, algún día, tenía que explotar. Y ese día parece que está llegando.
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Autora >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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