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Teatro frente a calle

El salón de bodas y el salón de té

El carnaval de Cádiz es un fenómeno cultural, social, artístico y etnográfico que va mucho más allá de unos días en rojo en nuestros almanaques

Miguel Ángel García Argüez 26/02/2018

<p>Escena del Carnaval de Cádiz.</p>

Escena del Carnaval de Cádiz.

Jesús Massó

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Desde el momento en que todo se reglamenta, hasta la diversión, siguiendo criterios políticos y concejiles, atendiendo a ideas de orden social, buen gusto, etc., el Carnaval no puede ser más que una mezquina diversión de casino pretencioso. Todos sus encantos y turbulencias se acabaron

Julio Caro Baroja

1

El carnaval no es una fiesta o una simple fecha en el calendario. No al menos el carnaval de Cádiz. Es mucho más que unos días de holganza, máscaras y subversión. Es mucho más que la ruptura del orden o la insumisión a las reglas. Caro Baroja nunca estuvo aquí. 

2

El carnaval de Cádiz es un fenómeno cultural, social, artístico y etnográfico que va mucho más allá de unos días en rojo en nuestros almanaques. El carnaval de Cádiz es, ante todo, las coplas. Más allá de los arrebatos precuaresmales y sus excesos, representa una forma muy singular de generar y vivir un trabajo artístico colectivo y una manera de expresión asombrosamente identitaria. Las coplas son el carnaval de Cádiz. Sin las coplas sería otra cosa, otro carnaval, otra fiesta. 

3

Las coplas: creadas y recreadas por gente que se reúne a poner en marcha colectivamente un proceso anual, apasionado, creativo y fugaz. Algo que ni ellos mismos llegan a entender del todo. Cientos. Miles de personas produciendo coplas. Coplas efímeras que arden pronto en la gran hoguera comunal de estos días de locura y fervor. Coplas que, como fogonazos, se encienden unas semanas y luego se apagan para siempre. Y las coplas del carnaval de Cádiz estallan invariablemente cada febrero en el teatro y en la calle. La calle y el teatro: dos universos que a menudo viven de espaldas el uno al otro. Cada cual con sus milagros. Cada cual con sus espantos. Pero de espaldas.

Las coplas son el carnaval de Cádiz. Sin las coplas sería otra cosa, otro carnaval, otra fiesta

4

Hablamos de calle y hablamos de chirigotas y romanceros. Chirigotas ilegales, básicamente, son aquellas que construyen sus repertorios sin atenerse a la normativa reglada, es decir, la del concurso. Hay callejeras que, aunque no vayan al concurso, podrían hacerlo, pues nacen bajo las premisas de la normativa. Las ilegales no podrían hacerlo, no encajan en el reglamento ni en sus angostas estéticas. Serían sin remedio descalificadas por el jurado y —lo que es más llamativo— refractadas mayoritariamente por el público. Así que, distingamos: no toda callejera es ilegal. Pero toda ilegal es, esencialmente, callejera.

Los coros en la calle son otro asunto. Aquí no hablaremos de eso.

5

Desde el mundo del Teatro a menudo se mira hacia las coplas callejeras/ilegales con desprecio o, en el mejor de los casos, paternalismo. La calle, dicen, es para quienes no valen para el concurso. La calle para los que no tienen talento. La calle para los losers. Es una categoría inferior. Cuatro amigotes de fiesta cantando a cuatro amigotes de fiesta. La calle solo interesa a quienes no gustan de la copla de veras. La calle es para echar el ratito. Eso, desde un lado, es lo que dicen.

Desde el otro lado, muchos de los participantes en el carnaval de calle sostienen a menudo que el concurso oficial (COAC) es una adulteración de lo popular, purita espectacularización donde priman lo zafio, lo burdo, lo chovinista y lo ramplón. Y por supuesto, el dinero. La calle, sin embargo, representa la pureza, la esencia, la libertad y, en fin, lo verdaderamente popular. El teatro es elitista, reaccionario y postizo. Eso dicen.

Pero por ambos lugares: Tópicos y tópicos. Miopía. Reduccionismo. Las cosas, como siempre, son maravillosamente más complejas. 

6

Pocas cosas son lo que parecen. Y más durante el carnaval.

De hecho, si pasamos un escáner sociocultural al público y a los participantes del que llamamos Carnaval de Calle, el retrato robot podría ser el de un hombre/mujer, mayor de treinta años —quizá la media de edad sea en realidad más alta— con estudios universitarios (con o sin empleo), profesión liberal, funcionario y, desde luego, cierta solvencia cultural. Sangre azul sociológica. El público de la calle no es tampoco diferente a sus actores. Podrían intercambiarse artistas y público. Nadie notaría la diferencia. Esto propicia, sin duda, la sofisticación de los textos en las coplas, la constante experimentación musical, la hondura conceptual del humor, pero también la incorporación poderosa de la mujer como elemento activo o el claro predominio de un imbatible discurso progresista —nadie espere en la calle oír cantar una apología del 155 o un elogio a la banderita o a la Constitución—. En fin, coplas para los paladares exquisitos, para las mentes desenvueltas y, desde luego, para la cofradía del librepensamiento. Todo ello con una pátina canalla de nocturnidad, libertinaje, ebriedad y subversión. Una pequeña Zona Temporalmente Autónoma para las flores maduras de la generación del tardofranquismo que toman de madrugada estas calles caracoleras y umbrías. Una cartografía callejera de clandestinidad simbólica que huye de la masificación y busca el rinconcito oscuro y apartado, casi secreto, que quien frecuenta se jacta de conocer. Un carnaval, a ojos de la multitud, semidesconocido y secreto. Una isla para piratas.

Muy difícil resulta, desde luego, ver por estos espacios de coplas ilegales a menores de veinticinco. No digamos a pandillas de teenagers. Ni rastro de ellos por aquí.

¿Dónde están?

Pues justo al otro lado del muro.

7

Del COAC, por el contrario, rápidamente nos llaman la atención algunas constantes antitéticas a la calle: la presencia mayoritaria de testosterona proletaria. Y, sobre todo, varones jóvenes. Hombres, muchos hombres. En el público y en artistas, jóvenes de clase trabajadora con formación académica básica (salvemos la excepción del gremio de autores, donde el número de universitarios maduritos aumenta) y cada vez más juvenil. Chicas en el público se observan en número aplastantemente mayor que el que vemos sobre el escenario. Y letras escritas por mujeres, inexistentes (o casi). A partir de aquí, ya imaginamos: humor fácil con tendencia a la zafiedad, gags televisivos, cuñadismo ideológico, patrioterismo morcillero. Pero por encima de todo, eso sí, pasión: una pasión desbordante latiendo desde lo hondo, inexplicablemente misteriosa, y unas coplas vehementes y encrespadas que, a pesar de su mayoritaria ramplonería, consiguen conectarnos a través de misteriosas descargas eléctricas. Un no sé qué que queda balbuciendo por todo el teatro, y a veces por sus ecos asombrosamente masivos en las redes. En la calle triunfan el humor sofisticado y el descreimiento cínico. En el teatro, la emoción gregaria y el chiste chanflón. El COAC serpentea por ese territorio difuso que separa —o une— lo popular y lo masivo. Lo fingido y lo real.

8

Así que no podemos estar seguros de que lo popular esté en la calle pero tampoco podemos negar a la calle su carácter de vanguardia artística y social. De igual manera, menospreciar el concurso es menospreciar a lo verdaderamente popular y masivo. Reducir el concurso a una especie de feria de la fachenda y el negocio es mirar el bosque con ojos de miope. El pueblo vibra masivamente en el COAC. La élite se reconoce en la calle. El pueblo cruje con el concurso. El concurso es copla de salón de bodas, bautizos y comuniones. La calle es copla de salón de té.

9

Por eso, amamos la calle y amamos el concurso. En cuál de ambos espacios se encuentren la pureza o la verdad nosotros no lo sabemos, básicamente porque ni la pureza ni la verdad  nos interesan demasiado.

y 10

Y una última reflexión, esta vez en torno a los espacios. El Gran Teatro Falla, ese edificio ultraburgués –que la mayoría de vecinas y vecinos jamás pisa durante todo el año– es asaltado atropelladamente cada carnaval y tomado ruidosamente por la gente común en un extraño ritual colectivo en el que público y artistas comparten protagonismo invirtiendo el habitual sentido del espacio escénico y haciéndose dueños durante un largo mes del lugar diseñado para óperas, teatro y conciertos. Las calles y las esquinas, por el contrario, se convierten en el ecosistema imprescindible para las copas ilegales de una élite subversiva y con autoconciencia de minoría que se autoexcluye orgullosamente del mainstream.

Es una –otra más– asombrosa y mágica inversión de roles y espacios que sólo un contexto de subversión como es el carnaval podrían permitir.

Caro Baroja, definitivamente, no estuvo aquí.

Pero debería haber estado. 

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Miguel Á. García Argüez es escritor, profesor y letrista. 

 

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Miguel Ángel García Argüez

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1 comentario(s)

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  1. Blanca

    Nunca he estado en el Carnaval de Cádiz, pero creo que ahora, por primera vez, creo entender de qué va realmente. Gracias.

    Hace 6 años

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