En nuestra sociedad, por lo general enseñamos a los niños y niñas a compartir y a llevarse bien con los y las demás desde muy temprana edad. Tratamos de inculcarles valores de respeto, tolerancia, amistad, amor y no-violencia, y si no lo hacemos, deberíamos. También les decimos que no tiren la basura al suelo y que reciclen. A medida que se van haciendo mayores, los valores que les transmitimos, desde las figuras paternas y maternas y desde la escuela, se van transformando hacia otros valores menos pro-sociales o pro-ambientales. Llegado un determinado momento, y de forma muy sutil, transformamos nuestras expectativas y deseos hacia ellos/as: queremos que saquen muy buenas notas, que metan muchos goles jugando al fútbol, que si se meten con ellos/as se sepan defender, que tengan un determinado tipo de amistades, que no presten sus juguetes a cualquier persona, y otras muchas instrucciones que les inculcamos con el fin de que se integren de la mejor forma en una sociedad competitiva en la que no puedes fiarte de todo el mundo.

Cuando crecen y se hacen mayores de edad, algunos deciden ampliar sus estudios a través de la Universidad. Algunos estudios les fomentarán valores en pro de la sociedad y el medio ambiente, pero otros irán en su contra. Específicamente, en áreas relacionadas con la Economía no se incentiva la colaboración, el altruismo y la solidaridad, sino la competencia, el egoísmo y la codicia. De esta forma, si eligen estudiar Economía o un área afín recibirán una educación que les anime a transformar sus acciones en torno a una actitud anti-social y anti-ambiental, de forma diametralmente opuesta a lo que les transmitíamos cuando eran pequeños/as. A algunos de ellos ya se les habrá introducido algunas nociones en el instituto al respecto.

A través de la educación vamos creando el futuro de nuestra sociedad, y los y las estudiantes de Economía deberán adoptar decisiones que tengan un impacto a nivel social o ambiental. Este impacto puede ser reducido y más individual (reducir el consumo a nivel individual, firmar un contrato de trabajo con determinadas condiciones) o elevado y más de tipo colectivo al afectar en mayor medida a otras personas (diseñar impuestos ambientales, implantar un megaproyecto industrial, gobernar en un país). En ambos casos es de importancia que la Universidad y la educación en general transformen su visión sobre el tipo de formación que les prodiga a los y las estudiantes, para que se ajuste a los valores que la buena guía paternal pretende inculcar a sus hijos e hijas desde su más temprana edad. Esto implica una transformación cultural de aquello que los y las docentes enseñamos en el aula, y es uno de los mayores retos que tenemos en Economía y áreas afines. Estas ramas del conocimiento han evolucionado hasta el punto de alcanzar una solidez intelectual y formal que les permita ser reconocidas como ciencias, pero por el camino se han desprendido de los valores necesarios para permitir que las personas y las futuras generaciones tengan una vida buena.

El mayor reto es por tanto introducir la vida buena en la Economía, y siguiendo este camino quisiera en las siguientes líneas proporcionar algunos apuntes sobre cómo estas disciplinas pueden recuperar ciertos valores como la compasión y la no-violencia. De esta forma, se podría ejercer un efecto multiplicador que contribuya a que vivamos en sociedades más justas, más sanas y más felices. La educación es una oportunidad gigantesca, pues las nuevas generaciones son el presente y el futuro de nuestra sociedad.

Un cambio de paradigma: No confundir los fines con los medios

El mayor reto sustancial de la Economía es reconocer que el dinero, la maximización de beneficio y el poder es un medio para garantizar un determinado fin: el bienestar de los humanos y del resto de seres sintientes. De tal forma, las personas puedan satisfacer sus necesidades y vivir en armonía. El antiguo paradigma lo interpreta al revés, por lo que se hace necesario un cambio. Este cambio se resume en esta figura.

Si bien la descripción de lo que hay que cambiar es simple, realizar el cambio es complicado. Reconocer que las personas no son recursos humanos, y la naturaleza no son recursos naturales, sino que son mucho más, implica usar un cambio de lenguaje, pero además una descolonización de las ideas. Reproducimos lo que nos enseñaron, y si nos enseñaron la Economía de una forma como discentes tendemos a reproducirla de la misma forma a través de nuestros actos. En mi caso y el de mis compañeros y compañeras de profesión, ejercemos un efecto multiplicativo pernicioso como docentes si reproducimos este mensaje en las aulas. En general, el antiguo paradigma que recibimos por parte de nuestros profesores y profesoras como conocimiento científico nos condiciona a la hora de relacionarnos con las otras personas. Es necesario, por tanto, crear nuevos pensamientos, nuevos actos y sutilmente comenzar a generar nuevas emociones acordes al nuevo paradigma, que se presenta mucho más sano, no sólo para la sociedad, sino también para cada persona.

Motivación intrínseca: la llave de la felicidad

Existen dos formas de guiar nuestra motivación en la vida, de acuerdo con nuestros valores. Podemos guiarnos a través de valores que nos motiven un comportamiento extrínseco en la vida o valores que motiven un comportamiento intrínseco.

Aquellas personas con valores extrínsecos buscan el estatus, el dinero, el poder, la fama y proyectar una imagen de éxito y belleza, mientras que las que se mueven con valores o motivación intrínseca hacen las cosas por el placer de hacerlas. Los fines de la motivación intrínseca se identifican con las relaciones saludables y la vida en comunidad. Por el contrario, la motivación extrínseca se relaciona con el materialismo.

Aquellas personas con valores extrínsecos buscan el estatus, el dinero, el poder, la fama y proyectar una imagen de éxito y belleza, mientras que las que se mueven con valores o motivación intrínseca hacen las cosas por el placer de hacerlas

Estudios del psicólogo Tim Kasser y coautores han determinado que la motivación extrínseca está asociada con menores niveles de bienestar, peor salud mental y peor autoestima, así como menor comportamiento pro-social y pro-ambiental. Sin embargo, el materialismo se entiende perfectamente con los fines trazados por el sistema capitalista actual, cuyos preceptos descansan sobre el antiguo paradigma. Cuanto más personas materialistas haya, mayor consumo habrá, y por tanto mayores niveles de beneficio de las compañías, mayor crecimiento económico y mayor recaudación impositiva. Por otro lado, la motivación intrínseca se relaciona con una mayor autosatisfacción que redunda en mayores niveles de felicidad y generosidad.

El antiguo paradigma que usa a las personas y a la naturaleza como medios se asocia con la motivación extrínseca, mientras que el nuevo paradigma que sustenta la vida como un fin está conceptualmente ligado a la motivación intrínseca.

No es lo mismo producir cañones que mantequilla

A la hora de explicar las opciones de producción de una empresa o una nación, el economista Paul Samuelson ponía el ejemplo de cañones frente mantequilla. Si todos los recursos se destinan a producir cañones, no se puede producir mantequilla. Pero si se destinan parte de esos recursos a producir mantequilla, será a costa de producir menos cañones.

La cuestión es que la mantequilla tiene un impacto en la sociedad y el medio ambiente bastante distinto que el de los cañones. La mantequilla alimenta, aunque su exceso puede ser perjudicial, y los cañones matan. No es lo mismo producir bienes y servicios que matan, como cañones o fondos de inversión especulativos, que bienes y servicios que crean bienestar, como medicamentos, educación o arte. La producción violenta se asocia al viejo paradigma, que no hace distinción de los determinados tipos de producción en cuanto a su efecto en la vida del planeta.

Por otro lado, si ponemos a las personas y al medio ambiente como fin último, la producción de armas carece de sentido. Debemos de considerar que la producción implica una destrucción previa. Para hacer mantequilla o cañones hay que destruir naturaleza, que a través del proceso de producción y gracias a la mano de obra de las personas se transforma en algo que, en teoría, debe de ser más valioso que lo destruido. Pero, ¿cómo producir algo que destruye como los cañones puede ser más valioso que una destrucción previa que implica su producción? Poniendo a las personas y al medio ambiente en el centro de la decisión, tenemos una teoría del valor que orientaría la producción al bienestar social.

Si en esta teoría del valor pretendemos que el valor de lo producido sea mayor que el valor de lo destruido, lo producido debe llegar a las manos adecuadas. Las personas que mayor valor pueden dar a la producción son las más desfavorecidas, aquellas que no satisfacen sus necesidades. Es por ello que los mecanismos de distribución deben ser adecuados, y deben de ir mucho más allá de los mercados. No hay que olvidar que a los mercados sólo pueden acceder las personas que tienen dinero, independientemente de su nivel de satisfacción de necesidades.

Por ello, toda producción debería de pasar el criterio de si su valor es mayor que el valor de lo que se ha destruido para elaborarlo.

Un malentendido: la empatía es rentable

Al llamado padre de la Economía, Adam Smith, se le reconoce por su defensa del egoísmo, por un desafortunado párrafo del libro la Riqueza de las Naciones, donde trataba el egoísmo como motivación de los vendedores y compradores del mercado. Dedicó sin embargo todo un libro a tratar valores como la empatía y el amor propio no egoísta, la Teoría de los Sentimientos Morales, que pasó desapercibido entre el gremio economista.

Existen numerosas investigaciones empíricas que constatan que el comportamiento pro-social (como donar dinero) y pro-ambiental (como reciclar y comprar productos orgánicos) aumentan la felicidad de aquellas personas que los llevan a cabo, además de generar un impacto beneficioso al medio ambiente. Estudios sobre mindfulness y meditación, que pretenden aumentar la empatía de las personas, demuestran que a su vez también aumentan los niveles de bienestar. La empatía y la generosidad hacia los demás implican situar a los demás como un fin en lugar de un medio. Es mucho más rentable el cambio de paradigma que mantenerse en la mala interpretación que los economistas hemos hecho sobre los fines sociales y sus medios.

Es necesario reconocer nuevas formas de interpretar la Economía que sean más humanas, feministas y ecológicas, pues estas interpretaciones permiten garantizar el bienestar y el de los demás en mayor medida, al apoyarse en el nuevo paradigma. Es necesaria una nueva forma de concebir la ciencia que impida que se administre un daño a terceros a través de nuestras acciones. Hace falta una perspectiva no-violenta que nos permita alcanzar el bien común, y que tenga una especial consideración a las personas más desfavorecidas.

La iniciativa no puede quedar tan solo en meras palabras que se reproducen en un texto: la transformación global comienza con una transformación interna de nuestros pensamientos, emociones y acciones, y se debe plasmar en acciones y políticas colectivas para crear un impacto elevado en la sociedad. Como decía Gandhi, debemos de ser el cambio que queremos ver en el mundo; y ese cambio debe comenzar por cada persona de acuerdo con sus posibilidades. Cómo hacer el cambio resulta un reto importante. Pareciera que es una combinación de pensamiento (imaginación y conocimiento) y voluntad (disposición), para poder engendrar amor hacia uno mismo y hacia el resto de vida.

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Jorge Guardiola es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Granada.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.