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Análisis

El leviatán de nuestro tiempo

Caminamos a pasos agigantados hacia una economía crecientemente autónoma del control público y de los contrapoderes sociales y, por ello, con mayor hegemonía de los agentes que mejor han sabido reaccionar al proceso globalizador

José Ángel Moreno (Economistas sin Fronteras) 22/01/2018

<p>La destrucción del Leviatán.</p>

La destrucción del Leviatán.

Gustavo Doré

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No es, desde luego, nada original traer a colación el inmenso poder de las grandes empresas transnacionales en casi todas las esferas de la vida, pero el recién finalizado 2017 nos ha seguido dejando abundantes señales que obligan a tenerlo muy presente (fusión Bayer-Monsanto, estimaciones de las muertes producidas por el “dieselgate” de Vokswagen, nuevas revelaciones de prácticas cuestionables en la industria alimentaria y de fraudes bancarios, financiación a políticos por la industria farmacéutica... ). Aunque quizás ninguna tan ilustrativa como la materializada por la tercera sesión del grupo de trabajo intergubernamental que, en el marco de Naciones Unidas, tuvo lugar en Ginebra entre el 23 y el 27 de octubre, con el objetivo de elaborar un instrumento jurídico vinculante a nivel internacional para regular la obligatoriedad de que las empresas (y sobre todo las transnacionales) respeten realmente los derechos humanos. Una reunión que, una vez más, evidenció de forma inocultable los denodados esfuerzos de los gobiernos de los países más desarrollados por frustrar el proyecto y evitar cualquier forma de control público firme a las grandes empresas en este terreno: por no limitar su cuasi impunidad práctica.  Buena metáfora de dónde reside el poder. Adoración Guamán dejó constancia de ello en un revelador relato en estas mismas páginas.

Es un poder, sin duda, que supone un problema nuclear de nuestro tiempo: un problema, además, que se ha venido acentuando a lo largo de las últimas décadas, al calor de la intensificación del proceso de globalización.  Porque la indudable pérdida de margen de maniobra de los Estados que la globalización propicia ha permitido a las grandes corporaciones transnacionales incrementar radicalmente su autonomía, su influencia, su capacidad de utilizar en su favor las diferentes regulaciones nacionales y su poder de control en la economía y en la sociedad. Todo ello comporta también evidentes problemas para la democracia: caminamos a pasos agigantados hacia una economía crecientemente autónoma del control público y de los contrapoderes sociales y, por ello, crecientemente hegemonizada por los agentes que mejor han sabido reaccionar al proceso globalizador y desenvolverse en la arena internacional.  Asistimos, así, a un salto cualitativo en la supremacía económica, social, política e incluso cultural de las grandes empresas. Un salto que nos acerca cada vez más a distopías que hasta hace no mucho nos parecían simples relatos de ciencia ficción.

No hay –insisto– nada de novedoso en esto: es una cuestión sobre la que se viene escribiendo y debatiendo largo y tendido desde hace mucho. Pero sí quisiera reparar en la incidencia que están teniendo tres fenómenos en este fortalecimiento del poder corporativo que, aunque tampoco estrictamente nuevos, sí son especialmente característicos de nuestro tiempo.

1. Absorción del poder político por el poder corporativo

En primer lugar, el hecho de que estamos ante un proceso que no sólo supone un condicionamiento creciente del poder político por el empresarial, sino una invasión –y una hibridación– cada vez mayor de este poder en el poder político: tanto en los Estados nacionales como en los organismos públicos internacionales. No faltan las manifestaciones: la obscena influencia de los lobbies empresariales en los ámbitos de decisión pública, el incremento de la dependencia de políticos y altos funcionarios respecto de las grandes empresas, el paralelo aumento de la irrupción de directivos empresariales en el mundo de la política y de la Administración Pública...

Se viene produciendo una progresiva pérdida de identidad propia del poder político: una dilución de su carácter diferencial, cada día más controlado por las grandes corporaciones

De forma tal que se viene produciendo una progresiva pérdida de identidad propia del poder político: una dilución de su carácter diferencial, cada día más controlado –por múltiples vías– por las grandes corporaciones.  Por eso empieza a resultar falsa la diferenciación entre ambos poderes: el corporativo engulle crecientemente al político. Es lo que Wolin1 ha llamado “totalitarismo invertido”: un sistema en el que “el poder corporativo se despoja finalmente de su identificación como fenómeno puramente económico, confinado principalmente al terreno interno de la empresa privada, y evoluciona hasta transformarse en una coparticipación globalizadora con el Estado”.

Y repárese en que es una colonización que se extiende así mismo al ámbito supranacional, tanto en los principales organismos internacionales como en procesos integradores. Por eso, las agendas globales que promueven esos organismos son muchas veces reflejo claro de los intereses de las grandes corporaciones transnacionales. Algo a lo que no es ajena la Unión Europea.

2. Activismo empresarial en foros globales

También a lo largo de las dos últimas décadas se ha venido produciendo otro fenómeno clave en la consolidación de la hegemonía corporativa: la participación creciente de grandes empresas en instituciones mixtas público-privadas y en plataformas y alianzas multiactores –en ocasiones impulsadas por Naciones Unidas y otros organismos internacionales– que se crean para afrontar problemas globales cuya gravedad parece exigir una aproximación plural. Marcos de reflexión y decisión que se empiezan a consolidar desde mediados del pasado siglo, pero que se expanden con rapidez desde finales de la década de los 90, al calor de la intensificación de la propia globalización, y que desde entonces se vienen convocando con frecuencia creciente para que  las diferentes partes más claramente afectadas por el problema concreto (empresas, sindicatos, organizaciones sociales, Estados, organismos internacionales, expertos...) puedan adoptar presuntamente planteamientos rigurosos, enfoques comunes y soluciones consensuadas. Instancias presentes ya en numerosos campos de la economía (comercio, inversión, sector financiero, sector agrario, economía digital...) y particularmente ante grandes problemas socio-económicos globales (desarrollo, salud, alimentación, cambio climático...) que las grandes empresas transnacionales han sabido valorar como esenciales para la promoción de sus intereses, y en las que han venido incrementando decididamente su participación y su activismo.  El reciente proceso de establecimiento de la Agenda de Desarrollo 2030 constituye un ejemplo muy característico2.

Tanto es así que muchas grandes empresas empiezan a apreciar cada vez más explícitamente este tipo de plataformas como el eje vertebral de un nuevo sistema de gobernanza global de claro interés para ellas. Una forma de gobernanza a través de supuestos acuerdos multi-partes que puede presentar aspectos socialmente positivos en teoría, pero en la que son evidentes peligros en la práctica. Ante todo, porque se trata de procesos de muy débil formalización, con reglas diferentes en cada caso, que suelen establecerse con escasa intervención intergubernamental, al margen de los procedimientos establecidos en el marco de Naciones Unidas y en los que existe muy poca transparencia en torno a los mecanismos de decisión, los sistemas de selección de actores participantes, el equilibrio entre ellos, los recursos disponibles o las obligaciones que asume cada parte. Procesos, además, en los que claramente el peso y la influencia de las grandes empresas es manifiestamente mayor que el de las organizaciones de la sociedad civil. No puede extrañar, por ello, que el tipo de acuerdos que se vienen adoptando tenga un claro sesgo en favor de los intereses de las grandes empresas ni que este tipo de planteamientos genere riesgos muy serios para los intereses populares y para el propio sistema democrático, contribuyendo a debilitar aún más el papel de los gobiernos y de los organismos internacionales en la gobernanza global.

Algo que no implica rechazar el compromiso de las grandes empresas frente a los problemas de nuestro mundo. Pero sí recordar que se trata de una responsabilidad que debe estar regulada y controlada siempre por poderes democráticos. Ese mayor compromiso es deseable y necesario, pero, como prevenía el liberal  W. J. Baumol ya en 1991, sería lamentable permitir que gracias a él aumente “... el poder de interferencia sobre nuestras vidas” de las grandes empresas, que  “... es, probablemente, la última cosa que querrían aquellos que reclaman una mayor responsabilidad de éstas”3.

3. Mayor influencia en las reglas globales

Todo lo anterior se está materializando en la consolidación de unas normas de funcionamiento de la economía internacional cada vez más favorable para las grandes empresas

Todo lo anterior se está materializando en la consolidación de unas normas de funcionamiento de la economía internacional -en materia comercial, financiera y de inversiones- cada vez más favorable para las grandes empresas: nuevos marcos de regulación supranacional acordes a sus intereses. Es lo que se ha llamado la “lex mercatoria”: una normativa –canalizada en buena medida a través de los acuerdos internacionales de comercio e inversión de segunda generación– que garantiza, con contundencia, los derechos de las empresas en su operativa en el exterior, en tanto que contempla con mucha más suavidad el cumplimiento de sus obligaciones, y le permite en muchos casos incluso demandar a los Estados que desarrollen legislaciones que puedan empeorar sus condiciones de actividad ante tribunales privados de arbitraje (formados por expertos presuntamente neutrales, pero en los que aquéllas tienen una manifiesta influencia).

Toma cuerpo así una “arquitectura de la impunidad” notablemente opaca, insuficientemente controlada por los poderes parlamentarios y que empuja además continuamente a la baja la normativa de protección social y ambiental y la presencia pública en la economía de todos los países firmantes, en cuanto que puede perjudicar los derechos –y los beneficios– empresariales. Una arquitectura, por eso, que no sólo potencia el poder de las grandes empresas, sino que establece límites estrictos a la capacidad de actuación de los Estados y a la propia operatividad de la democracia: que abre el paso a una nueva capacidad normativa de las grandes empresas. La economía se va regulando paulatinamente así, mediante un ordenamiento jurídico progresivamente dependiente de las grandes empresas y crecientemente alejado de la pretendida independencia de la Ley. Es el orden legal de la globalización: un Derecho Corporativo Global cada día más extendido, exigente y efectivo.

Coda final

No parece, por tanto, fruto de radicalismos trasnochados pensar que el poder de este Leviatán corporativo constituye un reto básico para todo proyecto de avanzar hacia una sociedad más democrática, equitativa, justa, respetuosa de la vida y sostenible. No es posible en nuestro tiempo una política de izquierda que no afronte en todas sus dimensiones este reto. Lo que implica –dicho sea de paso– afrontar también la necesidad de desmontar el discurso con el que las grandes empresas pretenden legitimar su hegemonía: el discurso de una determinada concepción -voluntarista y unilateral- de la responsabilidad social corporativa (RSC), que presuntamente ennoblece y llena de sentido a su misión, pero que en la práctica cumple funciones esenciales para la estrategia corporativa: no sólo mejorar la imagen y la reputación de las grandes empresas, sino también potenciar su capacidad de actuación y negociación y legitimar su posición dominante en el funcionamiento de la economía. Todo al tiempo que refuerza su pretensión de escapar de la regulación pública. No cabe extrañarse, por tanto, de que esa forma mistificada de entender la RSC haya podido ser reivindicada sin el menor rubor por grandes empresas que al mismo tiempo exacerbaban sus malas prácticas y sus impactos sociales y ambientales negativos. Por eso, la búsqueda de un orden alternativo y mejor implica también una concepción radicalmente diferente de la responsabilidad social empresarial.

Quizás parte de la falta de claridad programática que manifiestan algunas fuerzas políticas que se reclaman de izquierda derive precisamente de sus ambigüedades frente a este –nada fácil– desafío.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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1. S. S. Wolin, Democracia S.A., Katz, Buenos Aires/ Madrid, 2008.

2. Puede verse sobre esto L. Pingeot, “ La influencia empresarial en el proceso post-2015, Plataforma 2015 y más, Madrid, 2014.

3. W. J. Baumol y S. A. Batey Blackman, Mercados perfectos y virtud natural, Colegio de Economistas de Madrid-Celeste Ediciones, Madrid, 1993.

José Ángel Moreno Izquierdo es Coordinador de Dossieres EsF, Vicepresidente de Economistas sin Fronteras y miembro del Consejo Asesor del Observatorio de RSC.

* Una versión más amplia y con algunas diferencias de este artículo se ha publicado en el nº 28 (invierno de 2018) de la publicación de Economistas sin Fronteras Dossieres EsF, que lleva por título genérico “El gobierno de la globalización”.

No es, desde luego, nada original traer a colación el inmenso poder de las grandes empresas transnacionales en casi todas las esferas de la vida, pero el recién finalizado 2017 nos ha seguido dejando abundantes señales que obligan a tenerlo muy presente (

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Autor >

José Ángel Moreno (Economistas sin Fronteras)

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5 comentario(s)

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  1. Godfor Saken

    Del artículo "On Letting Go", de Arran Crawford: In social psychology, terror management theory (TMT) has defined cultures as worldviews that function to provide meaning to individuals and collectivities by allowing them to cope with mortality.[10] Building on the work of Ernest Becker, cultures are shown to provide a sense of order and permanence that effectively manages thanatophobic existential anxiety.[11] TMT predicts that confrontations between competing worldviews threaten the validity of those worldviews for those that hold them, exposing individuals and collectivities to the abject dread they were designed and adopted to deny.[12] The inability to tolerate the potential collapse of these coping system leads to worldview defense strategies that strengthen conviction in those who hold them. This has been demonstrated for both conservative and liberal-progressive worldviews, making it possible to extrapolate it across all ideological distinctions.[13] Speculating from this perspective the clash between incompatible cultures is a direct existential threat, a matter of life and death, so that polarization and worldview defence increase in step with one another, producing escalating feedback that, left uncompensated, climaxes in a hot civil war. The coming of this war is only hastened by the temporal compression pressures of techonomic acceleration and the threat of regional infrastructural collapse in ecological disaster.[14] As signs of collapse multiply mortality exposure increases, every incompatibility is magnified, so voice multiples in response, becoming ever more vehemently asserted. The political temptation is to seek political solutions to the catastrophe of politics. The logic is that if politics is in a death spiral then more politics, the right politics, will be our salvation. Nick Srnicek and Alex Williams will insist that we must “never believe that technology alone will be sufficient to save us.”[15] In so doing they demonstrate the common hope that political solutions will be the salvation of humanity. Anti-guru UG Krishnamurti will reject this logic by stating that “the real problem is the solution.”[16] Krishnamurti was an Indian thinker who rejected the possibility of spiritual enlightenment despite being considered to have attained that state. In Krishnamurti’s milieu enlightenment is salvation, and when he talks about solutions he is talking about the need for salvation. He will tell an interviewer that the search for solutions eclipses any interest in problems. Krishnamurti will consistently deny the existence of any real problems by stating that the search for the solution is itself the process that generates problems. In this paradoxical logic solutions are what perpetuate and deepen the problems that we are unable to understand because our understanding subordinates these problems to the need for solutions. He will insist that “you have no problem there” and that “problems and solutions go together.”[17] They are interdependent phenomena that sustain one another in something like a positive feedback loop. The more intense the search for the solution, the more vigorously asserted the proposed solutions become, the more violent their imposition, and the more the problem is exacerbated. Krishnamurti will reject all previously proposed solutions in this way. He will state: The numerous solutions offered by these holy people, the psychologists, the politicians, are not really solutions at all. This is obvious. If there were legitimate answers, there would be no problems. http://sumrevija.si/en/sum9-arran-crawford-on-letting-go/

    Hace 5 años 9 meses

  2. Bryan Rolando

    CÓMO RECIBO UN PRÉSTAMO POR BRYAN ROLAND Soy Bryan Roland por su nombre, quiero utilizar este medio para alertar a todos los solicitantes de préstamos a tener mucho cuidado porque hay estafas en todas partes. Hace pocos meses estaba muy nervioso y debido a mi desesperación me vi estafado por varios prestamistas en línea. Casi había perdido la esperanza hasta que un amigo mío me remitió a un prestamista muy confiable llamado Sr. Stephen Williams (un temeroso de Dios) que me prestó un préstamo de 145,000 euros en 72 horas de trabajo sin ningún estrés. Le explico a la compañía por correo y todo lo que me dijeron fue no llorar más porque obtendré mi préstamo de esta compañía y también he tomado la decisión correcta de contactarlos llené el formulario de solicitud de préstamo y procedí con todo lo que se solicitó de mí y para mi sorpresa me dieron el préstamo. Si necesita algún tipo de préstamo, contáctelo ahora a través de: stephenswillsloan@gmail.com Estoy usando este medio para alertar a todos los solicitantes de préstamos por el infierno que pasé en manos de esos prestamistas fraudulentos. Gracias STEPHEN WILLIAMS Loan FIRM por tu ayuda

    Hace 6 años 1 mes

  3. Godfor Saken

    Del libro “La vida administrada. Sobre el naufragio social”, de Juanma Agullo (editorial Catarata): “El Estado y la tecnología: dos ámbitos de la destrucción organizada”. Las formas sociales de la construcción de nuestro mundo artificial han estado determinadas por dos instituciones —en el sentido más amplio del término— cuyo desarrollo y consolidación ha tenido lugar durante los dos últimos siglos. El Estado moderno y la combinación de ciencia y técnica, que aquí llamamos «tecnología», son dos campos de fuerza que han moldeado la sociedad que conocemos. Es decir, no son realidades añadidas a una realidad preexistente, sino determinaciones de las que emana el sentido de la realidad social contemporánea. A partir de ellas, sabemos lo que tiene realidad o no en el mundo; lo que está permitido y prohibido en la vida social; aquello que posee valor y lo que carece de él; en suma, lo deseable y lo indeseable dentro del proceso constante por el que la sociedad restaura continuamente sus equilibrios y desequilibrios. El proceso por el que se legitima un orden determinado de las cosas confiere influencia y poder a determinados grupos, dentro de la sociedad, y relega a otros a la servidumbre o la desaparición. Lejos de constituir un proceso natural de evolución hacia formas complejas de sociabilidad —tal y como el mito progresista relata—, las instituciones del Estado y la tecnología acaban combatiendo aquellas formas que, en la creación de la realidad social, se oponen a su imaginario. El Estado debe instituir la centralización y la burocracia como necesidades sociales, para después justificar su existencia en la necesidad de administrar con eficiencia el territorio imaginario que denomina «nación». Debe articular la organización social para acompasarla a la organización industrial de la producción. Y, para ello, se enfrenta a una miríada de formaciones sociales de carácter local o regional, a la autonomía de las ciudades, a las agrupaciones de trabajadores independientes, a las formas de trabajo autónomo y comunitario, al derecho consuetudinario. Se enfrenta a cualquier expresión de espontaneidad social que pretenda sustraerse a su regulación y control; desde las relaciones laborales hasta las pautas de consumo y, cada vez más, hasta los ámbitos íntimos del individuo, ya convertido en ciudadano. Y lo hace sin vulnerar su «privacidad», sino que la instituye como ámbito de preocupación pública y de gestión de los llamados «recursos humanos». Todo ello, en nombre de los más altos valores de la humanidad y del progreso social. Regula el derecho a la explotación y articula sobre el territorio, mediante sus infraestructuras, la expansión de la producción para la conquista del reino de la abundancia. Desarrolla su monopolio de la violencia para armonizar y amortiguar las consecuencias de la desposesión y el expolio. Orienta su aparato militar y la destrucción de sus guerras hacia el fin de lograr una «paz duradera». Finalmente, alza una arquitectura supranacional, una burocracia de expertos que, en nombre de la unidad de todas las naciones, da una última vuelta de tuerca al sometimiento de los pueblos. Trata por ello de determinar todas las formas de la vida social. Sin conseguirlo jamás. La tecnología, a su vez, instituye el marco por el que cobra sentido todo valor en la producción, aquello que constituye la riqueza y el desarrollo de las sociedades, por oposición a todo lo ineficiente y atrasado. Y lo hace mediante su enfrentamiento con formas de creación cuyo sentido escapa a esas determinaciones. Organiza el trabajo humano en torno a los criterios de la máquina, y en su desarrollo no es tanto que se «autonomice» respecto a la realidad de la que surge como que construye la realidad misma. Como decía Neil Postman, en determinado momento «ya no es la televisión dentro del mundo, sino el mundo dentro de la televisión». El trabajo humano, determinado tecnológicamente, se convierte en una simple mediación entre los procesos de distintas y cada vez más complejas máquinas. La determinación es, en este caso, doble: en la transformación material por la que hace surgir objetos, herramientas, procedimientos y subproductos de desecho que no se encontraban antes en el mundo (mientras destruye otros cuya realidad data de milenios), y en el ámbito simbólico, por el que se concibe cada una de esas realizaciones como una «liberación» respecto al yugo de la necesidad natural. La tecnología no crea la explotación ni nos libera de ella. Instituye sus propias formas de opresión, y en su culminación contemporánea determina aquello que es posible realizar en sociedad y aquello que está condenado a desaparecer. Toda forma de creación, conocimiento y relación con nuestro mundo artificial se ve remitida a la determinación tecnológica. Aunque su totalización sobre el mundo social tampoco se llega a completar nunca. Cuando los más alucinados entusiastas de las nuevas tecnologías de la comunicación hablan de la navegación por Internet como un acto de libertad supremo, es inevitable pensar que en realidad estamos asistiendo a los últimos actos del naufragio social. En la medida en que el Estado y la tecnología se convierten en entidades que pretenden determinar la totalidad de nuestra existencia, inevitablemente se convierten también en ámbitos de destrucción de otras formas sociales. Nada surge en sociedad a partir del vacío; y lo que los progresistas suelen entender como la historia del avance de la civilización sobre un mapa en blanco es también el proceso constante de destrucción de equilibrios previos, y la articulación de nuevas formas de opresión que se suceden en el tiempo. La culminación de la vida administrada ha llegado a alterar las condiciones de la reproducción biológica en la Tierra. Sus formas de construir nuestro mundo artificial —en lo material y en lo simbólico— son, por ello, eminentemente destructivas. Lo que no quiere decir que otras anteriores no llegasen a serlo también. Si nuestra situación presente es excepcional en algo es en que es la única sobre la que tenemos capacidad de actuar, aunque esa capacidad se haya visto reducida de manera drástica en el curso de los dos últimos siglos. Es posible que la violencia organizada del Estado y la producción organizada de la industria en su forma tecnológica hayan propiciado destrucciones cuya magnitud difícilmente podremos evaluar mientras estemos envueltos en su vorágine y cuya reversibilidad será, en muchos casos, imposible. Por ello, guardar memoria de aquello que ha sido aniquilado se convierte en condición indispensable para sostener un proyecto social distinto al que surge de esos dos ámbitos de la destrucción contemporánea. Tratar de impedir nuevas destrucciones forma parte de una praxis radical contra la vida administrada. Pero la praxis no puede reducirse a este aspecto, ya que, por definición, es indeterminada. Aunque constantemente nos veamos tentados a producir una determinación aún mayor para combatir la que se nos impone, caer en esa tentación supone acabar sometidos a contradicciones insuperables y callejones sin salida. Quizá la radicalidad de nuestra praxis se cifre en la capacidad que tenga para restaurar ciertos equilibrios e impedir algunas destrucciones, sin tratar de determinar de una vez y para siempre las formas sociales que surgirán de ella.

    Hace 6 años 2 meses

  4. Godfor Saken

    From the book “World on Fire” by Michael Brownstein: I’ll pick one corner of the mechanism to describe. Later you can use your imagination to transfer its workings into other dark corners— Borrowing countries service their international debts by increasing their borrowing. The more they borrow, the more they depend on borrowing, and the more their attention is focused not on development but on obtaining more loans. Exactly like heroin. Exactly like the systems crash that diabetics experience. Integrating domestic economies into the global economy means removing import barriers. This virus undermines the integrity—the self-definition—of nations. Increasing the export of natural resources and agricultural commodities drives down prices of export goods in international markets—creating pressure to extract and export even more, simply to maintain earnings. The very process of borrowing creates indebtedness that gives the World Bank and the IMF power to dictate policy to these nations, whose leaders, in order to stay in power, can only become more and more corrupt. Diabolique. Foreign loans enable those governments that have bought into the process to increase expenditures without the need to raise taxes— always popular with wealthy decision makers. This artificial jolt—does it remind you of cocaine, a thousand times more potent than the coca leaf? Does it remind you of amphetamine? Does it remind you of petrochemical fertilizers, driving plants to a frenzy of artificially induced growth? Parallels everywhere—economic, environmental, psychological, physical. Drug addiction equals petrochemical addiction equals global capital’s addiction. Nothing is arbitrary, nothing occurs in isolation. Nothing is left to chance. Returning to the matter at hand— Those officials who sign foreign loan agreements tie their people to obligations outside public review or consent. This becomes especially outrageous when the projects displace the poor, pollute their waters, cut down their forests, and destroy their fisheries. repay the loans. The bottom line, the arithmetic of need: too much foreign funding prevents real development and breaks down the capability of a people to sustain themselves. The system works to increase production of more things that people who are already well-off want to buy. Luxury items for the first world. Poor people seldom buy imported goods. Their needs are met by simple locally produced goods. From the standpoint of transnational corporate capital, peoplecentered development is a major problem. It creates little demand for imports. It creates little demand for foreign loans. It favors local ownership of assets. Whereas the “structural adjustment” policy of the World Bank means building dependence on imported technology and experts. It means encouraging consumer lifestyles, displacing domestic products with imports, driving millions of people from lands and waters on which they depend for their livelihood. It means recolonization of poor countries by transnational capital. It means hidden subsidies for petroleum and transport so food from the other side of the planet costs less than local. It means replacing intrinsic value with utility value. Diabolique.

    Hace 6 años 2 meses

  5. Godfor Saken

    Sociopaths are among the most successful in business, industry, and medicine; ruthless pragmatism, lack of conscience, and freedom from fuzzy touchy-feely emotions like empathy are prerequisites of success in today’s corporate environment. In fact, corporations themselves, as legal entities, meet all the diagnostic criteria for clinical sociopathy under the DSM-IV. (..) it is interesting to note how many sociopaths show up in the world’s upper echelons… How ruthlessness and bottom-line self-interest are so lauded up in the stratosphere, while anyone showing those traits at ground level gets carted off into detention. After all, corporate executives are most successful when their competitive drives are unhindered by empathy, remorse, or self-consciousness. Since “natural selection doesn’t care about motives ”, a good enough mimicry will likely be successful. Corporate executives will themselves gradually take on the characteristics of the companies they serve. As Cunningham puts it: At least one thing an automaton lacks is empathy; if you can’t feel, you can’t really relate to something that does, even if you act as though you do. When asked straight out if he is really saying that “the world’s corporate elite are nonsentient ”, Cunningham hedges a bit: “maybe they’re just starting down that road”. But the direction of their development is clear. Steven Shaviro, “Discognition”.

    Hace 6 años 2 meses

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