“No nos dejemos coger” decían las protagonistas antes de acelerar hacia el acantilado en la película Thelma y Louise. Eso mismo parecía decir ayer Cristina Cifuentes agarrándose a Ángel Garrido, su posible sucesor al frente de la Comunidad de Madrid. Al igual que la película de Callie Khouri, la candidata del PP también se merecía ayer un Óscar.

Lo de Cifuentes muy probablemente no se arregle con una escayola

Durante estos últimos días, se han roto varias cosas en el Partido Popular. A Rajoy se le ha roto la falange de la mano derecha. No hay una forma mejor de explicar lo que se le ha roto al PP de Madrid con el caso del TFM. Sin embargo, lo de Cifuentes muy probablemente no se arregle con una escayola. Ayer, a las puertas de la Asamblea de Madrid, la sensación era la misma: se ha roto la confianza. Cristina Cifuentes era de las pocas caras visibles del PP que desdibujaba un poco esa imagen anticuada de la derecha: la motera moderna, combativa y que vestía chaquetas de cuero mientras se hacía fotos con cachorros. Era también la que no quería vacaciones y hacía “huelgas a la japonesa”. Lo que ya ha quedado claro, es que todos esos días de no vacaciones no le dieron el tiempo necesario para terminar (ni parece que para comenzar) su TFM.

El color gris del cemento que viste la fachada de la Asamblea de Madrid es igual de opaco que todo lo que rodea el caso: los periodistas bromeábamos con que lo único transparente que había allí era el pasillo acristalado que cruza el edificio. Al llegar a ese lugar, donde antes que ella han comparecido muchos otros compañeros de partido como Esperanza Aguirre (que debe estar ahora comiendo palomitas y acariciando a Pecas mientras disfruta del espectáculo) o Ignacio González, el escenario era el siguiente: 5 o 6 estudiantes de la Universidad Rey Juan Carlos, algunos periodistas y varias personas mayores cuyas caras nos sonaban por ser “los de siempre” (los mismos que luchan por las pensiones, las mismas señoras que fueron a Ferraz a protestar cuando echaron a Pedro Sánchez del PSOE). Bueno, “los de siempre” y una tuna que había llevado Gonzo (de El Intermedio) para animar un poco la cosa. Y menos mal.  

“Pues los máster ya no los regalan y un trabajo tienes que entregar”, cantaba la Tuna interpretando una versión de “Clavelitos” mientras nos iba llegando con cuentagotas lo que se cocía dentro: el cinismo de Cifuentes, a la que preguntaban por el TFM (lo más buscado en Amazon después de Fariña) y contraatacaba sacando el recibo del pago de la matrícula; le preguntaban por su asistencia a la universidad y leía mails de profesores. Cifuentes no estaba dispuesta a irse tan fácilmente: sacaba las garras y la bancada del PP aplaudía fuerte, como intentando recortar tiempo de la declaración de su compañera. “Cifuentes ya no es la candidata a la Comunidad de Madrid”, era el comentario que se escuchaba antes de saber que el PSOE había decidido presentar una moción de censura. “Lo que ha hecho hoy Cifuentes es coger la mano de Garrido y acelerar”, nos decía José Manuel López, de Podemos. Como en Thelma y Louise.

La “derecha buena” no puede dejar gobernar a la izquierda, pero puede esperar a que “la derecha mala” se queme

Justo antes de ese momento, Ángel Gabilondo, ese hombre con pinta de bonachón y de no enfadarse ni cuando se le cae el café encima del ordenador, comentaba a CTXT: “No estamos decidiendo quién tiene razón, sino quién tiene la responsabilidad de llevar la Comunidad de Madrid”. Y, en medio de todo este fregao, Ciudadanos espera su momento. Y no es ahora. Por eso no apoya la moción, y pide una comisión de investigación. La “derecha buena” no puede dejar gobernar a la izquierda, pero puede esperar a que “la derecha mala” se queme haciendo más ruido a través de comisiones de investigación.

Y va bien la cosa. Ayer por la tarde, frente a la Asamblea, era conocido ya por los periodistas y políticos que varios medios de comunicación sacarían hoy dos bombas más contra Cifuentes. “Y puede que no solo sobre el TFM”. Uf, se pone feo el asunto. La discusión ya no era si Cifuentes dimitiría, era cuándo. Antes del primer café de esta mañana, ya teníamos las bombas servidas, de “El Confidencial” y de “eldiario.es”: Una, que las profesoras de la universidad nunca se reunieron para evaluar a Cifuentes. La otra, que Cifuentes manipuló el nombre de su primer máster para añadirse méritos. Además de esto, como premio a su confianza, también planea ahora sobre ella la sombra de su plaza de oposición. Ay, las mudanzas, qué duras son. A ella que le gusta tanto la cultura nipona, ¿se estará haciendo el harakiri?