Tribuna
Hablemos de la universidad
No podemos dejar que nuestras universidades vengan a ser supermercados de títulos, productoras de resultados transferibles a un mundo empresarial que utiliza lo público para engrosar sus cuentas privadas
José Antonio Pérez Tapias 6/04/2018
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Quiero hablar de la universidad y lo voy a hacer conversando con quienes leáis estas líneas. No quiero hablar de la persona que pretende engañar a todo un país sobre el título académico que consiguió de la forma más artera, cometiendo irregularidades, provocando complicidades incluso presuntamente delictivas, consiguiendo un injusto trato de favor por parte de profesores y personal administrativo, falseando documentos públicos, riéndose en la cara de quienes tenían que cursar con todo su esfuerzo esos mismos estudios; abusando de su poder convirtiendo su relevante puesto político en posición de dominio, consiguiendo el amparo del partido político al que pertenece y que, en medio de la putrefacción de un caso de descarada corrupción, le jalea y aplaude… No quiero hablar de esa persona, ni siquiera mencionando su nombre. Su comportamiento es tan indigno que está condenada a no ser (políticamente) nadie, por mucho que trate de esquivar las críticas en la prensa, las preguntas parlamentarias, las comisiones de investigación, las mociones de censura… Y la universidad como institución, para más señas la universidad pública, que por ella se ve maltratada, denostada, acusada y reducida a ser el basurero de su miseria –y estercolero del partido que groseramente instrumentaliza la institución universitaria-, aun con todo, sobrevivirá, resistirá, seguirá adelante con su vocación milenaria. Por eso merece la pena que hablemos de la universidad.
Pero no quiero hablar de quien no tiene reparos a la hora de desprestigiar a la universidad con tal de salvar su puesto. Y eso que la universidad que hoy conocemos no es ningún idílico lugar donde florezcan a diario, sin mezcla de malas hierbas, las semillas del saber. Sabemos bien que es un territorio complejo donde se dan conflictos de poder, desigualdades injustificables y situaciones de clamorosa precariedad, ofensiva jerarquización de saberes y acceso discriminatorio a recursos, corruptelas e irregularidades varias…, como en tantas instituciones públicas donde entran, salen, viven y actúan cientos de miles de personas, como es el caso del sistema universitario español. Pero las universidades en que nos movemos muchos de nosotros son, a la vez, el espacio en que enseñamos y aprendemos, investigamos y publicamos, convivimos y trabajamos. No es un ámbito cerrado, aunque algo tiene de microcosmos. Por el contrario, es espacio poroso, abierto a la sociedad a la que se debe y empapado de la cultura que desde ese mismo espacio se recrea. En sus recorridos, como en todos los de las historias humanas, la universidad se muestra ambigua en tanto ella no se libra de que el terreno académico sea también terreno donde crecen juntos el trigo y la cizaña. Sí es verdad que la institución universitaria cuenta con medios para ir potenciando el crecimiento de lo que ha de suponer una buena cosecha, mientras que mantiene a raya las malas hierbas, a veces incluso plantas venenosas, que pueden agostar su territorio.
La universidad se muestra ambigua en tanto ella no se libra de que el terreno académico sea también terreno donde crecen juntos el trigo y la cizaña
Me resisto a hablar de quien a la vista de todos quiere humillar a la universidad, al profesorado y a sus estudiantes, a todo su personal de administración y servicios. Y sé que las universidades, las que de hecho existen –hablamos de las que lo son de verdad, es decir, seriamente, en ningún modo asimilables a los negocietes que tanto proliferan para mercadear con ciertas enseñanzas–, han de mantenerse ciertamente vigilantes si quieren ser resistentes. Es más, tienen que organizar las resistencias, pues a la vista está que el enemigo se les puede colar dentro y activar dinámicas muy destructivas. Las universidades, como organismos vivos, tienen que vacunarse contra el dogmatismo y las tentaciones fundamentalistas que proliferan en tiempos convulsos, como de igual manera han de recurrir constantemente a antídotos para contrarrestar las derivas autoritarias, elitistas, economicistas, antidemocráticas o de resabios patriarcalistas que puede inducir el clima imperante en el entorno social. Sin tales vacunas y antídotos, la universidad como tal puede fallar en la condición sine qua non para ejercer su misión –algo que implica más que una función (social)–: el espíritu crítico, sin el cual se bloquea la producción de saber y se ve viciada la transmisión del mismo.
No merece la pena hablar de quien pretende que la universidad calle, que transija con sus desmanes, que doble la cerviz ante su cínica insolencia. Y no quiero porque el espíritu crítico, que para la universidad es su oxígeno, es incompatible con las mordazas. La universidad es espacio de libre pensamiento y de libre expresión, de libertad de palabra y de diálogo abierto. La universidad no puede ser lugar de silencios impuestos, de sumisiones y servidumbres. Y sin embargo… Sí, hay que luchar sin descanso contra las apetencias de quienes mandan por controlar, someter, domeñar a las universidades, sea desde la política, sea desde la economía, sea desde poderes económicos que a su vez tienen subyugados al poder político.
Las universidades, como organismos vivos, tienen que vacunarse contra el dogmatismo y las tentaciones fundamentalistas que proliferan en tiempos convulsos
No quiero dedicar palabras a quien vende su honestidad por las lentejas de un título académico como objeto de compraventa a guisa de llave multiuso para futuras puertas giratorias. Y no se me escapa que las universidades nuestras han entrado por las horcas caudinas de una mercantilización de su quehacer que pone en peligro su misma producción y transmisión de saberes, toda vez, además, que desde un mercado en el que todo valor se reduce a precio, no cabe esa sabiduría de la dignidad humana que hace de la universidad ese espacio donde es posible aún hablar de verdad con sentido. No podemos dejar que nuestras universidades vengan a ser supermercados de títulos, meras troqueladoras de supuestas competencias, deshumanizadas canchas de competitividad desaforada o sólo productoras de resultados transferibles a un mundo empresarial que utiliza lo público para engrosar sus cuentas privadas.
Hay mucha indignación provocada por quien creyó que una universidad al alcance de su mangoneo era, como ya hizo con otras, una empresa –pública, es decir, pagada por todos- para sacarle rendimiento en beneficio propio. No quería hablar de esa persona, pero me ha sido imposible, por más que no haya dicho su nombre –lo cual, ciertamente, no hacía falta–. Pido mis disculpas. De verdad que quería que hablásemos de la universidad.
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José Antonio Pérez Tapias
Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).
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