REPORTAJE
Re-velando Túnez
En el país magrebí el islamismo político sigue ganando terreno, sin embargo no existe una legislación sobre la utilización del velo, lo que da margen a la elección de las mujeres
Pau González 25/04/2018
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Amanece y Marwa Attia se se cubre el pelo, se hinca en la pequeña alfombra junto a la cama y reza en dirección a la Meca. Rahma, su hermana, duerme profundamente en la cama de al lado, inmune a la rutina matutina de Marwa. Al terminar el rezo se quita el velo, también llamado hiyab (ese pañuelo que cubre la cabellera) y regresa a la cama para seguir durmiendo. Las dos hermanas son musulmanas.
Marwa reza cinco veces al día, Rahma lo hace muy de vez en cuando. Esto no es extraño, como ellas, tunecinas musulmanas hay de todo tipo. En cuanto al uso del velo hay quienes lo utilizan o no independientemente de si son jóvenes, viejas, ricas o pobres, feministas, doctoras, maestras, madres o hermanas. La diversidad de las tunecinas, se contrapone a la creencia de que el velo es una absoluta imposición.
Marwa
Marwa despierta por segunda vez, hace lo de cada día: bañarse, desayunar e ir a trabajar. Ya se le ha hecho un poco tarde, apresurada, toma su bata blanca, se pone el hiyab, y sale de casa. Marwa es bióloga, analiza muestras en un hospital y por las tardes termina de formarse como profesora de Corán para así poder enseñarlo a niños. La biología le encanta, pero su religión le apasiona: “quiero tener la oportunidad de enseñar que el Islam es una religión de paz y de mucho amor.”
Marwa siempre lleva hiyab fuera de casa, igual que sus hermanas Rahma y Safa. Sin embargo, varias de sus primas no, al igual que sus amigas, como la activista Nada Mrabet quien decidió dejar de llevar el pañuelo hace dos años: “Cuando lo usaba me sentía extremadamente cómoda con él”. Aunque lo haya dejado de usar, la cuestión sobre el uso de la prenda no le parece un problema: “Conozco mujeres que al igual que yo se lo han quitado, y por otro lado, tengo muchísimas amigas que disfrutan su velo.”
El uso del hiyab en Túnez no está reglamentado. En las calles de la capital, son tantas las mujeres con pañuelo, como aquellas con la cabellera descubierta, mientras que en áreas rurales, que suelen ser más tradicionales, su uso es más común.
Unas horas después de que Marwa se haya ido, Rahma (quien sigue de vacaciones), abre sus enormes ojos. Enseguida hace lo propio de toda joven de 22 años: coge el móvil y se pone al tanto.
Cuando agota sus deberes cibernéticos, decide levantarse. Se dirige a la cocina, saca de la nevera una enorme crema de chocolate, su favorita; leche, un trozo de pan y se sienta a desayunar. Comienza a pensar en la Revolución, esto siempre la hace sonreír: el recuerdo del júbilo de la gente por la calle y el aire de esperanza que se respiraba. Cuando Rahma era adolescente, en su país se hizo una revolución. Comenzó el 17 de diciembre de 2010, cuando el joven Mohamed Bouazizi se inmoló en protesta por la injusta confiscación de su puesto de frutas y verduras. El suceso desató una serie de protestas, lideradas principalmente por jóvenes, quienes buscaban la democratización del país. El 14 de enero siguiente, el presidente Ben Alí (que gobernaba desde 1987) dimitió.
Así Túnez inauguró las llamadas Primaveras Árabes, a partir de ella se despertaron las de Egipto, Libia y Siria. Al triunfar la Revolución, los tunecinos comenzaron su transición a la democracia. El autoritario Ben Alí, había sucedido en su día a Habib Bourguiba, quien gobernó desde 1955, año en el que Túnez consiguió independizarse de Francia. Hasta el 2011 el país magrebí sólo había tenido dos mandatarios. Ben Alí era el único presidente que las hermanas Attia habían tenido en toda su vida.
Rahma
Rahma Attia estudia Derecho en Sousse, ciudad en la costa a unas dos horas de la capital. Ha venido por vacaciones. Hoy ha quedado para ir a Sidi Bou Said y la Marsa. El primero un barrio histórico de color blanco y azul, el segundo es el barrio de moda, que por las tardes se inunda de jóvenes.
Está parada frente al armario, observando con detenimiento las cuatro repisas con ropa perfectamente doblada. Sobre la cama de su hermana, extiende una blusa morada, un hiyab y un pantalón rosa. Al lado pone un pantalón café, una blusa caqui y un elegante hiyab de tonos similares. Los observa meticulosamente y se decide por el segundo conjunto.
La casa de los Attia es de dos plantas. Abajo vive la abuela, su tío y la familia de este. Arriba Rahma, Marwa y su familia. Es un constante entrar y salir, por lo que la puerta principal a menudo queda abierta. Rahma escucha a alguien entrar.
Es Narciss, su amiga, que también es su prima lejana. Se abrazan y se besan. “¿Caminaremos mucho?”, pregunta Narjes con los ojos puestos sobre los tacones que visten sus pies. Rahma saca de la mesa de noche un gran estuche de maquillaje y lo lleva frente al espejo. Se aplica un poco de base; se delinea los ojos como toda una profesional; se riza las pestañas y las pinta con máscara. Del lápiz labial no está muy segura. Ante la duda, Narjes, saca uno de su bolso y se lo da. Rahma se vuelve a mirar en el espejo y sonríe: ha quedado muy satisfecha con su apariencia.
En camino a Sidi Bou Said, pasan junto al palacio presidencial, alguna vez ocupado por Bourguiba y Ben Alí, situado muy cerca del recinto arqueológico de Cartago, la histórica ciudad fenicia fundada en el siglo IX antes de Cristo.
Bourguiba, fue un mandatario con la vista clavada en Occidente, siempre intentando crear una buena imagen del país en el exterior. Para ello, adoptó medidas en diversos ámbitos entre ellos, reducir al mínimo las presencia de tradiciones islámicas. En 1981 prohibió el uso del velo en entidades gubernamentales y cuatro años después extendió la prohibición al sector educativo.
Por las limitaciones impuestas por el Estado, el hiyab se convirtió en un símbolo de resistencia para muchas mujeres. El gobierno de Ben Alí continuó con medidas restrictivas hacia su uso, incrementando las detenciones a mujeres veladas. Las opositoras al régimen lo usaron en forma de protesta y el velo adquirió un contenido transformador.
La playa
Han pasado algunos días desde su salida con Narjes, pero aún está de vacaciones, ahora en el mar. Rahma apoya el pie sobre las manos de su tía, quien la impulsa hacia arriba y sale volando. Da una voltereta y vuelve a caer en el mar. Pronto emerge del agua, con el burkini intacto y con una carcajada que contagia a sus primos que nadan alrededor. Ahora es el turno de Neeya, su prima. Neeya, no usa velo, se acomoda la parte de arriba del bikini, se amarra bien el cabello con una goma y se prepara para volar por los aires.
La semana pasada cumplió años Naima, una de las tías de las hermanas. Para celebrarlo, entre toda la familia han alquilado parte de una casa en Kelibia, un pueblo de playa a unas cinco horas de la capital. Marwa llega unos días después que el resto de la familia, sus vacaciones no han coincidido con las de ellos. El taxi la deja en la playa en la que está la familia, contenta de verlos a todos, pero más aún de estar finalmente en la playa.
Deja su equipaje sobre la arena y tal como está, con vestido y hiyab camina hacia la orilla del mar y se adentra en él. La llegada de su prima hace feliz a Aziz, el más pequeño de la familia: ahora hay un integrante nuevo para sus juegos. El entusiasmo con el que Marwa entra al mar contagia a todos, su madre, Afifa consulta rápidamente con sus dos hermanas. Las tres señoras se levantan de la arena y se adentran en el mar, ahora está toda la familia chapoteando.
Al regresar a la casa todos tienen arena, a alguien se le ocurre ir por la manguera. Rápidamente, cae en manos de Aziz quien empieza a mojar a todos. Naíma, la mayor de las tías, una mujer colosal y con un corazón de oro, al primer descuido, le quita la manguera a Aziz, ahora es ella la que persigue a todos. Su hermana es su siguiente víctima, pero para mojarla debe estar en el césped o empapará la terraza. Con jaloneos intenta arrastrar a Afifa al jardín, pero sus carcajadas y las de su hermana le quitan fuerza. Le intenta tomar de los brazos, de los hombros, tira de su vestido y también de su hiyab, finalmente Afifa se rinde y termina empapada en el jardín como el resto. Naíma sigue sin poder contener la risa.
El velo es complejo, pues tiene implicaciones sociales, culturales y religiosas, por lo que su significado tiende a dárselo quien lo usa. Con el fin de la dictadura, las restricciones al hiyab se eliminaron. “Muchas mujeres comenzaron a usarlo después de la Revolución, naturalmente, cuando estás oprimida y esa opresión termina, ejerces tu libertad”, explica Nada, quien a pesar de no usar velo, le molesta la frecuencia con la que la prenda es relacionada a la opresión o sumisión. “Se trata a la mujer con velo como si estuviera siendo forzada a usarlo. Seguro que las hay, pero en Túnez casi siempre es tu elección” concluye.
Amanece y Marwa Attia se se cubre el pelo, se hinca en la pequeña alfombra junto a la cama y reza en dirección a la Meca. Rahma, su hermana, duerme profundamente en la cama de al lado, inmune a la rutina matutina de Marwa. Al terminar el rezo se quita el velo, también llamado hiyab (ese pañuelo que cubre...
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