Tribuna
Cuidado con los “liberales”
Resulta imprescindible abandonar la confusión que reina en la doctrina para centrarse en aquello que realmente distingue al liberalismo: la defensa del individuo y su dignidad humana ante la crueldad y el miedo al poder del Estado
Marc Sanjaume-Calvet 4/05/2018
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Una de las aportaciones más valiosas de la teoría política es ofrecer definiciones precisas de conceptos políticos que suelen ser confusos en su uso cotidiano. La editorial Herder ha recuperado uno de los textos clave de la obra de Judith Shklar: El liberalismo del miedo, editado por primera vez en 1989. Su publicación en lengua castellana no podía ser más oportuna. La definición de liberalismo que expone la politóloga judía de origen letón, primera mujer catedrática de Harvard, es casi un producto de primera necesidad viendo el panorama político español. Proliferan a derecha e izquierda los líderes políticos que se definen como “liberales”. Sin embargo, cuando uno repara en sus propuestas y formas de gobernar se da cuenta de hasta qué punto carecen de una mínima noción del liberalismo político. Cunden los ejemplos en un Estado que ha desconocido, e incluso menospreciado, las tesis liberales durante la mayor parte de su historia.
El liberalismo de Shklar es de mínimos, parecido a la aproximación de Isaiah Berlin y alejado de construcciones más ambiciosas como la propuesta de John Rawls. Shklar no solo sospecha de doctrinas maximalistas, lo que sería poco novedoso, sino que lo hace del propio liberalismo. Su idea es que el fundamento del liberalismo debe ser evitar el mal, que identifica con la crueldad y la arbitrariedad del poder, y situar la dignidad del individuo en el centro de su acción política. La genealogía que justifica su posición, como en el caso del mismo Berlin o de la Arendt autobiográfica, parte de constatar que el desarrollo político de la humanidad ha estado marcado por el miedo. Tratar de minimizar el miedo del sistema político debe ser el objetivo prioritario de cualquier sistema liberal.
Sin embargo, hay que recordar que, siguiendo a Hobbes, la soberanía del Estado moderno nace y se justifica desde el miedo. De aquí que Shklar rechace ver en el filósofo inglés la paternidad del liberalismo como hacen muchos de sus correligionarios. Su posición va incluso más allá y nos recuerda que, si bien la separación de poderes inherente al nacimiento de la doctrina liberal y la democratización apaciguaron la naturaleza inicial del Estado absoluto hobbesiano, uno no debe confundir el Estado liberal con la consecución del liberalismo. De alguna forma el miedo es necesario, la existencia del Estado implica coerción, pero incluso en democracias liberales como la americana dicha coerción se transforma fácilmente en arbitrariedad y crueldad. Por eso resulta imprescindible abandonar la confusión que reina en la definición de la doctrina para centrarse en aquello que realmente distingue al liberalismo: la defensa del individuo y su dignidad humana ante la crueldad y el miedo al poder del Estado. La propuesta del liberalismo del miedo va más allá de la famosa “libertad negativa” de Berlin. En este caso no es solo una definición del fuero interno individual, sino un grito de alarma ante el autoritarismo y la brutalidad, ya sean explícitos o estén escondidos tras una fachada constitucional homologable.
Un aspecto que distingue al liberalismo del miedo es su carácter político, contrapuesto por ejemplo a la idea de derechos naturales, que guarda una relación íntima con la descentralización del poder. Se trata de hacer posibles las condiciones que impiden la brutalidad y la crueldad. Aquí Shklar es contundente: para dicha descentralización no vale una estructura democrática liberal formal. Es más, en sus obras (Legalism, 1964) la politóloga ya había desarrollado una crítica mordaz a lo que llamaba legalismo, entendido como una aplicación ciega del rule of law a la diversidad. Es decir, la doctrina de la democracia liberal convertida en la ideología del legalismo supuestamente liberal fácilmente se transforma en la enemiga y verdugo de la libertad individual al menospreciar valores como la tolerancia y la diversidad. Construir una sociedad liberal requiere la existencia de poderes reales que permitan limitar la capacidad de ejercer la crueldad del Estado.
Uno no puede restar indiferente ante las reflexiones de Shklar. Hechas hace casi treinta años cobran toda su vigencia en la España de 2018. Cabe preguntarse si ya es demasiado tarde para clarificar las enseñanzas de la doctrina liberal ante las versiones retorcidas de la misma que circulan en el sistema político, judicial, legislativo, policial y administrativo. Desde la playa de Tarajal hasta los presos políticos catalanes, pasando por la brutalidad policial en Murcia y otros tantos casos, el miedo parece ser el método de gobierno escogido. A la luz de la crítica liberal de Shklar, no sorprende demasiado que las autoridades y sus intelectuales insistan en pretender la homologación formal del sistema político español como democracia liberal al justificar la vulneración de derechos individuales fundamentales. Tampoco es extraño que algunos se definan como liberales mientras aplauden e incitan castigar con privación de libertad a miembros de la sociedad civil o representantes electos sin juicio previo ni delito conocido. Imbuidos de un legalismo enemigo de la libertad deforman el liberalismo para esconder el rostro del autoritarismo. Cuidado con aquellos que desde el poder se llaman a sí mismos “liberales”.
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Marc Sanjaume-Calvet es Profesor Asociado, miembro del Grupo de Investigación en Teoría Política (GRTP). Universitat Pompeu Fabra (UPF).
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