Lectura
Prólogo, o pequeña gran historia del Piolinato
Primeras páginas del nuevo libro del periodista Guillem Martínez: '57 días en Piolín. Procesando el Procés: el Caso, la Cosa, la Trila'
Guillem Martínez 9/05/2018
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«Hola, me llamo Procesando el Proceso y soy una sección muy dinámica, de manera que me iré actualizando periódicamente. Parto de esta idea: el Procés, snif, se acaba. De hecho, estamos en el Tercer Acto. Mi apuesta —no soy jugadora; soy una sección bien informada; la información consiste en ver hacia dónde se inclinan los objetos; generalmente caen del lado hacia donde se inclinan— consiste en que acabará, zas, en elecciones autonómicas. Las últimas-autonómicas-de-la-Historia 3.0. Fuera de esta certeza, sospechada y argumentada con información y análisis cultural, nadie sabe nada. Nadie sabe cómo se lo montará la Gene para quedar bien con su acción, y cómo se lo montará el Gobierno para quedar bien con su ADN. Que también es inquietante. Es decir, falta saber si el Gobierno recurrirá a la castración física o química. Si recurrirá a la Legión/el artículo 155, o facilitará un —otro; lo hizo en el Procés Catalonian Tour 2012-2015— happy end, que dé cierta vida al pack CDC. CDC, al fin y al cabo, es la opción del orden en Catalunya. Si no quieren el caos, o un proceso de autodeterminación real, o una intensificación de la crisis de fin de Régimen, tienen que conservar a Hiro-Hito en el trono. En fin. Mi sentido en la vida como sección es ir viendo los últimos movimientos de la partida a tiempo real y a la vez que ustedes. Cada semana. O cuando sea pertinente».
Así empezaba, en febrero de 2017, el primer artículo de la serie Procesando el Procés en CTXT. La serie pretendía ser un serio control a todo lo que emitían Govern y Gobierno en el Tercer Acto del Procés, la hora de la verdad, en la que se vería si el Procés era uno de los discursos propagandísticos más fuertes y sorprendentes en la Europa post-45, o era un programa serio y solvente para que un territorio europeo accediera a la autodeterminación. Hoy, como todo el mundo sabe —salvo, tal vez, snif, en Catalunya—, resultó ser lo primero.
Cabe señalar que, al inicio de la serie, los artículos eran un tocho ilegible. Es decir, una exposición de hechos, sin alma ni estilo, debidamente linkeados —esto dificultaba la lectura sobremanera— a noticias, que iban organizando la idea de que, bajo un discurso eléctrico, no había ningún hecho, salvo un discurso eléctrico. La serie, a su vez, era el fruto de una obsesión personal. Las obsesiones personales nos obligan, en fin, a coger una pala y empezar a cavar como posesos, si bien —son, lo dicho, obsesiones personales— nunca acabas de saber, hasta que es demasiado tarde, si estás excavando un túnel o un pozo.
Ya puestos, les hablo de esa obsesión personal. Se trata de los reparos ante la propaganda política. A principios del siglo XXI empecé a experimentar y a trabajar con la cultura democrática española, a la que denominé CT, o Cultura de la Transición. En una prensa poco sensible a hablar de ello y, más comúnmente, en la red, empecé a formular ese concepto, una serie de mecanismos culturales —es decir, voluntarios, invisibles— que dibujaban una cultura propagandística vertical, autoritaria, muy sensible a las opiniones de los Gobiernos, que con confiaba la cohesión social a mecanismos culturales —vamos, a la depuración de temas—, antes que al derecho, al bienestar, o la discusión problemática de opciones. Ciertamente, la descripción resultante visualizaba una cultura nacional rara, única en Europa, centrada en la propaganda y capaz de emitir puntas propagandísticas llamativas. Lo que no es bueno. La propaganda, como señala Chomsky, es en democracia lo que la violencia es en una dictadura. Una cultura democrática propagandística es, por todo ello, un fenómeno violento. Si no eres sensible y partícipe de ella, se te pone la cara del tonto del pueblo cuando le tiran piedras.
Estoy orgulloso de haber podido describir dos nacionalismos inquietantes y cercanos a mí: el español y el catalán
Tras el 15-M, esa cultura nacional, ese puntal, ese idealismo del nacionalismo español, quedó seriamente —y, me temo, momentáneamente— tocado. Salvo en Catalunya, donde llegó a adquirir una originalidad mayor y más acusada. El Procés, en ese sentido, ha sido la verticalización de una cultura de por sí vertical, que ofrece a los gobiernos un acceso y una primacía descomunal sobre las sociedades. Después de haber iniciado la austeridad en España, el Procés ha sido una eclosión propagandística que ha posibilitado que un Govern no haya pagado ningún desgaste o naufragio por ello, sino que concentre en él, tal vez, el mayor consenso social ante un gobierno peninsular en años. Lo que se dice rápido. El Procés, básicamente, ha sido un modo de establecer la austeridad —esto es, el fin del Bienestar, la forma de democracia en Europa hasta hace bien poco—, sin coste político alguno. E, incluso, con premios. El mayor, seguir existiendo a pesar de una obra política de escasa calidad democrática y de escasos resultados —ninguno, vamos—. Por eso mismo, el Procés está cargado de futuro. En Catalunya, España o Lima. Por todo ello, en fin, era necesario describirlo. En ese sentido —déjenme fardar— estoy orgulloso de, en mi vida periodística, haber podido describir dos nacionalismos inquietantes y cercanos a mí. El nacionalismo español, vertebrado a través de mecanismos CT, y el nacionalismo catalán, vertebrado a través del Procés. Los nacionalismos, en fin, no suelen ser espontáneos. Mucho menos los que giran en torno a inquebrantables adhesiones al Gobierno que los emite y depura. Es importante describirlos. Es importante explicar su funcionamiento. Y eso, tan importante, es algo que no hacen los medios españoles o catalanes.
Sobre el volumen que el lector tiene en sus manos —o, dependiendo de la presbicia, en sus pies—, debo señalar que es una seria condensación de lo escrito. Se trata de un corpus de artículos que desprecia los artículos escritos antes de septiembre de 2017, omite muchos de los escritos en 2018 y se centra, reproduciéndolos a escala 1:1, en los escritos de septiembre a diciembre de 2017. Es decir, los días-en-los-que-vivimos-peligrosamente. Unos días en los que un Govern desobedeció —matizadamente—, unos días —57— en los que un barco repleto de policías con hambre de gol, en cuyo casco tenía pintado un Piolín gigantesco, amarró en el puerto de Barcelona, días en los que un rey reformuló, a través de un discurso histórico, la Democracia Española —haciéndola más vertical y autoritaria—, en los que un Gobierno empleó la fuerza de manera absurda, en los que la sociedad catalana quedó dividida en dos nacionalismos, equipados de serie con dos gobiernos y, finalmente, unos días en los que el Gobierno aplicó el 155, un artículo copiado de la Constitución Alemana. Es decir, ambiguo y sin sentido obvio en un Estado unitario, como sin duda lo es el español.
Con esta selección —el grueso, la totalidad de los artículos de septiembre, octubre, noviembre y parte de los posteriores—, el lector evita un error mío, formulado desde febrero a julio. Que el referèndum no se celebraría. Si bien, en efecto, no se celebró —se celebró una consulta inverificable, desarticulada por el Govern, que previamente había disuelto la Sindicadura Electoral, y sazonada de violencia por parte del otro Gobierno—, jamás pensé que el Govern la llegara a convocar. Que llegaría tan lejos. Lo hizo. En contrapartida, el lector puede ver mi descripción de cómo convocó esa consulta en las jornadas de septiembre, en las que el Parlament redescubría la democracia española/el desprecio a las minorías, y también puede verme metiendo la pata el 27-O, cuando durante unas horas —concretamente 4— llegué a pensar que, en efecto, el Govern había declarado una DUI.
Esos fallos del directo, y sus inmediatas correcciones a tiempo real, pueden orientar al lector sobre la dificultad de practicar el periodismo-no-de-declaraciones en una cultura propagandística, en la que un Gobierno no solo puede hacer lo que quiere, sino, más y mejor aún, puede no hacer lo que no quiere, camuflado en cortinas de propaganda. El punto de vista defendido en los artículos se ha visto luego confirmado en la realidad, tanto con la observación de la realidad, como con las declaraciones ante el juez por parte de los acusados, que han defendido que tanto el referèndum como la DUI fueron construcciones propagandísticas, paralelas a la realidad.
Es una pena que los medios españoles y catalanes sean más proclives a la transferencia de consignas y puntos de vista gubernamentales, antes que al análisis
Creo que, a través de estos artículos, queda explicado, a tiempo real, el Tercer Acto del Procés. Queda descrito cómo un Govern fabricó una problemática / objeto —la independencia— para poder negociar con ella cualquier otra cosa con el Estado y, posteriormente, ofrecer a su sociedad ese éxito, reproduciendo, con todo ello, el rol que había cumplido el Govern ante su electorado en las tres últimas décadas. El Procés, en ese sentido, ha sido un intento desesperado, por parte de algo más amplio que la derecha catalanista, de volver a ser lo que había sido antes del Aznarato, cuando la derecha española descubrió no solo que se puede gobernar sin Catalunya, sino que es electoralmente positivo hacerlo contra ella. Hasta la segunda legislatura de Aznar, por ejemplo, el Govern -—de una descentralización autonómica modesta— se presentaba a sí mismo como el Gobierno de algo parecido a un Estado que, periódicamente, conseguía grandes logros y concesiones del Gran Estado. A su vez, queda descrita la actuación del Gobierno central y de algo más amplio —monarquía, grandes partidos, Justicia... lo que viene siendo Estado—. Contrariamente a lo percibido —solo se ha percibido, me temo, su éxito—, su actuación ha sido caótica y sin planificación alguna. El Gobierno se negó, en 2012, a hablar de un tema político. Es decir, se negó a ejercer la política. Posteriormente, penalizó jurídicamente la política. Es decir, sometió, con todas las letras, un problema político a causas penales. El 1 de octubre, utilizó la violencia, de manera desproporcionada e inquietante, para penalizar una protesta. A través del discurso del rey, se dio por buena esta política desordenada y autoritaria. Es más, se le dio categoría de política épica y deseable, si no de seña de identidad de la Democracia Española. El 155, finalmente, ha sido un jalón histórico, con el que un Gobierno ha intervenido, alegremente, una autonomía —esto es, una gura constitucional—, abriendo con ello la posibilidad de intervención directa en otras instituciones, como los ayuntamientos. Algo que, por otra parte, ya ha hecho.
El Procés, así descrito, tiene el morbo e interés de facilitar la descripción del funcionamiento de un sistema propagandístico, en Catalunya y España, pero también la reformulación del Régimen del 78 por parte del Estado. El Estado, después de la gran crisis económica, política y social, iniciada en 2008 —brutal, sin precedentes—, y después del 15-M formulado en 2011, se ha recuperado. Y con ello, ha mutado. Es más centralista, carece de una nueva propaganda al uso, pero no la necesita, pues parece que va tirando con su nuevo juguete, que es la acción jurídica. No es nada buena una democracia que confía, para la solución de conflictos sociales, en la propaganda —1978-2011—, pero no lo es, puede que sea aún peor, una democracia que confía como solución para todo en el Código Penal, una dinámica iniciada en 2011, pero intensificada, tal vez de forma definitiva, en 2017. En esta crisis han quedado formuladas las herramientas del Estado para las próximas décadas, pero también ha quedado formulada una crisis de Estado que se irá materializando en la erosión de instituciones. En este primer momento, por ejemplo, han quedado seriamente tocadas la monarquía, el Tribunal Constitucional y la Justicia. Es una pena, en ese sentido, que los medios españoles y catalanes sean más proclives a la transferencia de consignas y puntos de vista gubernamentales, antes que al análisis. Con unos medios competentes, esta crisis hubiera podido ser descrita. Por lo que sería mayor. Pero también sería mayor nuestra capacidad para leerla y para poder actuar con mayor seguridad y calidad. Nuestra capacidad para ser mejores. La propaganda, en fin, nos hace peores a todos. Incluso a los que la describimos, pudiendo describir otras cosas u otros futuros más importantes, si bien menos urgentes.
De hecho toda esta crisis catalana ha sido responsabilidad, en cierta manera, de los medios. Unos medios públicos y concertados catalanes, que no han descrito un sistema propagandístico —no hubo más que eso—, sino un proyecto político inapelable, maduro, planificado, perfecto, donde solo había propaganda y voluntad de negociar cualquier cosa que les ofrecieran. Y unos medios públicos y concertados españoles, que han descrito un golpe de Estado, una amenaza a la democracia seria y organi- zada donde solo había voluntad propagandística y, en absoluto, rupturista. Un país cuyos medios son una m***** pinchada en un palo, posee esa capacidad de maravillarnos. Seguirá pasando, pues esta crisis no ha supuesto ninguna catarsis, ninguna voluntad de jubilar a unos medios cuya fidelidad institucional ha supuesto tanta energía y violencia invertida y sufrida.
Frente a todo ello, creo que estos artículos, hoy recogidos en este volumen, supusieron cierta comunidad de sentido. Una comunidad de sentido no la funda un periodista. Un periodista es, básicamente, un mindundi, alguien que ve y organiza lo que ve y lo ofrece a través de un punto de vista que, por otra parte, debe ser ponderado por el lector y, por lo mismo, puede valer su peso en guano. Una comunidad de sentido se construye con la interacción del periodista con su medio y su comunidad de lectores, que a su vez interactúa con la realidad y valora lo recibido. En ese sentido, en la redacción de estos artículos, he disfrutado como un chinche a través de algo nuevo, que nunca me había pasado en su intensidad. El contacto con los lectores, en los días y momentos de mayor miedo e incertidumbre —hubo jornadas enteras en las que la única solución a este diálogo de besugos protagonizado por dos Gobiernos con escasa cultura democrática, era una matanza, avalada por un discurso Real, por cierto; no lo olvidemos; no lo olvidemos ni un solo segundo—, se volvió intenso. El lector, a través de la red, aportó matizaciones, información pura y dura, nuevos puntos de vista. E, incluso, nuevos puntos anímicos. Creo que, con todo ello, todos juntos construimos un punto de vista democrático, civil, no idealista ni nacionalista, donde no lo había ni se le esperaba. Eso, tan difícil, se construyó de manera sencilla y rápida, a través de algo inesperado. Una publicación, CTXT, que así lo pretendió. Una sola publicación, con un punto de vista cultural determinado y conscientemente minoritario, en fin, puede hacer mucho para emitir accesos de la realidad no previstos. Lo que debería animarnos, y es uno de los pocos mensajes positivos que se pueden extraer de toda esta crisis: algunos de los artículos más influyentes sobre el Procés y sus consecuencias jurídicas y democráticas se han publicado en una revista que solo tiene tres años de vida.
El libro no solo habla de lo que sucedió esos días, sino del nosotros que sucedió durante esos días
Bueno. En fin. La democracia española ha cambiado tanto que solo se podrá dibujar la calidad de sus cambios a través del tiempo. En Catalunya, objetos como el catalanismo y el independentismo han quedado seriamente dañados. Y, con ese descalabro, el modelo de convivencia catalán, único en un país con más de una lengua. Es posible que, de hecho, hayamos asistido al canto del cisne, o algo parecido, por parte de esos dos objetos. En España se ha puesto de largo un nuevo autoritarismo, que parece prescindir, como antaño, de la cultura como elemento cohesionador. Vamos, que ya ni se esfuerza en la cohesión. Tanto en Catalunya como en España, los nacionalismos parecen ser el gran elemento cargado de futuro, y la gran herramienta del poder que parece impedir cualquier cambio e intensificación democrática. Algo ciertamente impresionante, cuando aún no se ha cerrado la gran crisis sistémica iniciada en la primera década del siglo XXI, y cuando se empieza a intuir una nueva oleada de crisis económica en el Estado con mayor desigualdad social del occidente europeo, con peores medios, con mayor concentración de riqueza, y con menos salud democrática.
No tenemos ni idea del futuro. Del pasado, a veces. Y del presente, a ratos. En todo caso, todo este nuevo ciclo se empezó a dibujar en mayúsculas en torno a un barco con un canario monstruoso, de varios metros cuadrados, anclado en el puerto de Barcelona. ¿Qué podía salir mal?
Muchas gracias a todos ustedes por la complicidad que mantuvimos, durante el Piolinato, y durante los breves minutos de la lectura de este prólogo. Disfruten del libro como yo lo he hecho. No solo habla de lo que sucedió esos días, sino del nosotros que sucedió durante esos días.
Por último, me gustaría resaltar lo siguiente. Creo que el material que les ofrece este volumen es de calidad. Y, por ello mismo, quiero hacerles notar que está publicado en un medio humilde, que vive gracias a las suscripciones, y realizado por un periodista que, en toda la legislatura, no se quedó a comer en el Parlament, al que asistía a partir de las 14:00 horas como el perrito de Pavlov, y que utilizaba un teléfono con la pantalla rota, y un ordenador al que tenía que hablarle de usted, no sea que se changara más con la impresión. Es decir, que se puede hacer periodismo, gran periodismo o, incluso, el mejor y más determinante periodismo sobre un tema, sin más medios que la voluntad colectiva de hacerlo. Creo, en ese sentido, que este volumen, fruto de un gran esfuerzo personal y colectivo, es un pequeño gol por la escuadra, por tanto, no solo a la política española y catalana, sino a sus periodismos.
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'57 días en Piolín' es el segundo libro de la Colección Contextos, el sello editorial de la Revista Contexto junto a Lengua de Trapo. Compra tu ejemplar y te lo envíamos a casa en tres días.
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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