1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Obituario

Tom Wolfe, la penúltima estrella del rock

No inventó nada. Por supuesto, no el Nuevo Periodismo. Pero tenía un talento descomunal y una pluma (y una lengua) tan afilada que lo convirtieron en único

Diego E. Barros 16/05/2018

<p>Tom Wolfe</p>

Tom Wolfe

Luis Grañena

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas (info@ctxt.es).

Tom Wolfe no inventó nada. Por supuesto, no el Nuevo Periodismo. Pero el hombre eternamente enfundado en un traje de tres piezas, en un universo cromático que siempre abarcó desde la vainilla al marfil, tenía un talento descomunal y una pluma (y una lengua) tan afilada que lo convirtieron en único. Tanto que quizás con él se fue ayer una de las últimas estrellas del rock literario estadounidense; esas que junto a nombres como Norman Mailer, Hunter S. Thompson o Jimmy Breslin, entre otros, fueron quienes cruzaron el inmenso Rubicón que separa el escaparate de las letras ribeteadas en oro que llamamos literatura, de su hermano bastardo, el periodismo. Estrellas del rock, porque quizás junto a Gore Vidal le deben su celebridad tanto a sus libros y artículos, como a su presencia (previa aceptación) en los saraos de las denominadas torres de marfil de la sociedad estadounidense: ese triunvirato tejido con una fina línea de hilo dorado que une la academia, la política y las finanzas y que, al final del día, o del año, ya sea en los apartamentos del Upper East Side neoyorquino o en las casas de vacaciones de la aristocrática costa de Massachusetts o NY (estado), acababan siempre por compartir cenas benéficas, chismes, parejas, cócteles y, por supuesto, drogas. De ese grupo que un día pretendió volar por los aires las oficinas de The New Yorker solo sobreviven Gay Talese y Joan Didion. Recuerdo de una América, o mejor un mundo, que ya no existe, y mucho menos su periodismo. El de hoy no es ni mejor ni peor, simplemente diferente. O quizá exactamente el mismo, pero infinitamente peor pagado, lo que ya supone una distancia sideral.  

Pero Wolfe, nacido en 1930, en el seno de la vieja aristocracia virginiana y educado, como se suele decir, en los mejores colegios –primero en Washington and Lee University, en 1951, y después en Yale, donde se doctoró en 1957–, decía, tenía tres dones que lo hicieron único. 

El primero, el don de la observación. Antes que nadie –quizá al mismo tiempo que algunos de sus coetáneos, pero con mayor fortuna–, fue capaz de ver que el mundo salido de la Segunda Guerra Mundial, la utopía de la América gloriosa y triunfante en la que todo era posible delante de las casas con porche, jardín, perro y dos coches en el driveway y sueldos de seis cifras; su mundo, había muerto al poco de estrenarse la década de los 60, al son de la contracultura y a caballo de las sustancias psicotrópicas. Toda utopía no es más que un escenario de cartón piedra y aquellos utópicos que solo querían matar al padre, aunque nos convencieron de que pretendían cambiar el mundo, no pasaron de pasearse en autobuses y comunas regados de química. Y fue así como los Ken Kesey y demás gamberros del hippismo, dieron paso al yupismo de los 80, devenido en esta mierda que hoy continúa ardiendo en una hoguera de vanidades inextinguibles. En ese camino, sus dos títulos más celebrados: Ponche de ácido lisérgico (1968) y La hoguera de las vanidades (1987), una crónica y una novela; esta última la enésima gran ballena blanca perseguida por todo juntaletras con ínfulas al otro lado del Atlántico, y que responde al nombre de la-gran-novela-americana. Entre medias Lo que hay que tener / Elegidos para la gloria (1979), la favorita del que esto escribe, una crónica sobre la carrera espacial norteamericana y el programa Mercury. En realidad, una disección de la principal capacidad de la sociedad americana: la creación de héroes mitológicos mortales. En una máquina, los produce en serie. El total, diecisiete libros, cuatro novelas y decenas de artículos publicados fundamentalmente en revistas como Harper´s, Esquire o New York. El último de ellos, The Kingdom of Speech, de 2016 e inédito en español.  

Su segundo don era el de la escritura. Barroca, plomiza y directa al mismo tiempo. A veces detallista hasta la extenuación, pero cargada de una sátira de precisión quirúrgica capaz de demostrar que detrás del escenario de la utopía no hay más que cenizas indigestas.   

Su último don, quizás el más importante, era el olfato. Digo que no inventó nada porque lo que hoy llamamos Nuevo Periodismo –y que hoy conocemos con el rimbombante nombre de novela de no ficción (lo que es un oxímoron en sí mismo) o “postficción” en terminología de George Steiner, o “literatura de hechos”, según Timothy Garton Ash–, existía mucho antes que Wolfe. Incluso fuera de las fronteras de EE.UU., en países tan lejanos como Inglaterra, Argentina o España. Hay críticos que colocan el parteaguas del género en Diario del año de la peste, la crónica-novela de Daniel Defoe publicada por primera vez en 1722, un relato ficticio de las experiencias de un hombre durante el año de 1665, en el Londres víctima de la muerte negra. Ronald Weber describió en The Reporter as Artist (1974) una serie de ejemplos tomados de autores desde Twain a Hemingway que, según él, demostraban que el Nuevo Periodismo ni era nuevo ni era periodismo, sino sólo literatura hecha por periodistas. Por no hablar de nombres tan dispares como Jack London, George Orwell, Ernie Pyle, A.J. Liebling o John Hersey. Más allá de las discrepancias propias de cualquier género discursivo es fácil ver elementos del llamado Nuevo Periodismo en obras como Operación Masacre del argentino Rodolfo Walsh publicada en 1957. En el Relato de un náufrago(1955), de García Márquez e, incluso, tirando para casa, no hay que olvidar a Chaves Nogales o a Julio Camba. Por lo tanto, autores y escritos muy anteriores a los clásicos que se relacionan con el género.  

Vislumbrado todo lo anterior, como buen norteamericano, fue Wolfe si no el primero en darle nombre, sí el primero en hacerlo con éxito. Y en 1973 escribió un ensayo a medio camino entre lo personal y lo académico, pero sobre todo autojustificativo, que llevaba por título El Nuevo Periodismo (1937). Y boom. 

El propio Wolfe reconoce en el libro que desconoce quién concibió una etiqueta que, por otro lado, jamás le llegó a gustar. En todo caso, tal título, al que coetáneos suyos aludieron en algún u otro momento, surge en los años sesenta como una respuesta y a la vez reacción a los medios de comunicación de la época y sus formas discursivas tradicionales, incapaces para abarcar los cambios que estaban teniendo lugar en la sociedad, especialmente en el seno de la naciente cultura underground. La aproximación anónima, mecánica y pseudo objetiva del periodismo tradicional a los hechos comenzaba a ser denunciada en los escritos de algunos jóvenes periodistas, por lo que el llamado advocacy journalism o periodismo militante se fue abriendo paso en algunos medios tradicionales como New York, el suplemento dominical del periódico The Herald Tribune y especialmente en revistas como Esquire

Puede que todo comenzara con aquella frase: “Quizá deberíamos volar por los aires el edificio de The New Yorker”. La cita la recoge Marc Weingarten en su magnífico La banda que escribía torcido (2013), un libro publicado en España por Libros del KO, esa editorial que vale su peso en oro y cuyo –hasta la fecha–, mayor éxito, Fariña (2015), de Nacho Carretero, continúa, no sé si inexplicablemente o surrealistamente, secuestrado por una orden judicial. El volumen de Weingarten es un recorrido histórico por los orígenes del que sin duda es la corriente periodística más importante de la historia. Más allá de eso, si no lo han leído todavía, corran. Es probable que en sus páginas se encuentre todo lo que necesitan saber, no del periodismo, sino de la vida.

En cualquier caso, la antológica frase la pronunció Jimmy Breslin, otro de los veteranos periodistas de la época –haciendo tándem con Norman Mailer, ambos se presentaron a la alcaldía de Nueva York en 1969, la que probablemente sea la carrera electoral más loca de la historia–, y en ella había un significado mucho más profundo que la simple voladura de la mítica revista. Aunque también. Se trataba de lanzar un misil a la línea de flotación del icono por excelencia de la escritura, ficcional o no, de EE.UU. que era la revista neoyorquina. Era 1965 y The New Yorker celebraba ese año su cuadragésimo aniversario. Al final, el misil tomó forma de reportaje y fue escrito precisamente por Tom Wolfe. Diez mil palabras dedicadas a radiografiar el anquilosado proceso de redacción y edición que debía recorrer un texto antes de ser publicado en las páginas de la publicación más venerada del mundo. El título lo decía todo: “Pequeñas momias: la verdadera historia del rey del país de los muertos vivientes de la calle 43”. 

Era el 11 de abril de 1965 y al final sí hubo una explosión, al menos en sentido figurado. Una segunda parte del reportaje salió el domingo siguiente y su título era el colofón al ataque perfecto: “Perdido en la selva de los pronombres relativos”.

Lo novedoso de los textos de Wolfe estaba en el mismo titular, propio de cuentos humorísticos más que de cualquier naturaleza informativa. Wolf convertía los hechos en una trama y las personas reales aparecían caracterizadas como si de personajes de una novela satírica se tratase. Pero lo más importante: a pesar de las apariencias, todo era verídico, todo lo que allí se exponía procedía exclusivamente de las fuentes con las que había hablado Wolfe y, sobre todo, de sus propias impresiones como observador. La respuesta no se hizo esperar. Vino de Dwight Macdonald, uno de los intelectuales más importantes de Estados Unidos y también un fijo de The New Yorker desde 1951. Contraatacó desde las páginas del otro santuario de las letras estadounidense, The New York Review of Books, publicación a la que entregó trece mil palabras que serían publicadas en dos entregas. Denominando el texto de Wolfe de “paraperiodismo”, Macdonald calificó su estilo de “bastardo que juega a dos bandas, explota la autoridad fáctica del periodismo y crea atmósferas propias de la narrativa. El entretenimiento por encima de la información, ese es el objetivo de sus creadores y lo que desean sus consumidores” (Weingarten: 14). 

Nótese en este párrafo la puesta en escena de conceptos que resultan familiares si recordamos muchos de los ataques que cualquier manifestación artística que atenta contra el supuesto canon sufre por parte de los defensores a ultranza del mismo canon como única vía de conocimiento y cultura. También el juego establecido entre los guardianes de la vieja idea de cultura, los apocalípticos de Eco, y aquellos que no vieron en la llamada cultura de masas ningún peligro más allá de ser el resultado de la propia evolución de la sociedad, los integrados. A pesar de todo, no se equivocaba Macdonald en una cosa, la escritura de Wolfe y compañía era bastarda, con un pie en el periodismo, pero con la mente puesta en la literatura destinada a permanecer más allá de los papeles de usar y tirar. 

En El Nuevo Periodismo, en el que Wolfe tuvo a bien introducir textos de Gay Talese, Hunter S. Thompson o Norman Mailer, a modo de ejemplo, se refería a la composición de un reportaje que él mismo había escrito en 1965, por encargo del New York Herald Tribune, sobre una convención automovilística. Llegó a escribir dos versiones de la misma historia: el reportaje llevaba por título “The Kandy-Kolored Tangerine-Fake Streamline Baby” (1965) y se publicó en el diario. Posteriormente, Wolfe envió una nueva versión a Esquire, esta vez titulada “There Goes (Varoom ! Varoom !) That Kandy-Kolored (Thphhhhhh !) Tangerine-Flake Streamline Baby (Rahghhh !) Around the Bend (Brummmmmmmmmmmmmmmmmm)…”. El hombre de los trajes blancos se explicaba de esta manera: “lo que me interesó no fue sólo el descubrimiento de que era posible escribir artículos muy fieles a la realidad empleando técnicas habitualmente propias de la novela y el cuento. Era eso… y más. Era el descubrimiento de que, en un artículo, en periodismo, se podía recurrir a cualquier artificio literario, desde los tradicionales dialogismos del ensayo hasta el monólogo interior y emplear muchos géneros diferentes, o dentro de un espacio relativamente breve… para provocar al lector de forma a la vez intelectual y emotiva.” 

Es evidente que Wolfe piensa en el sancta sanctorum del medio, el reportaje. El reportaje es el género periodístico que más libertad otorga al redactor y que hoy en día goza de mayor prestigio. Sin embargo, no siempre fue así. A mediados del siglo pasado en la prensa norteamericana, el reportaje era el término periodístico “que denominaba un artículo que cayese fuera de la categoría de noticia propiamente dicha” (Wolfe 1973: 23). Lo incluía todo y sus autores eran poco menos que seres un tanto marginales en las redacciones. “Los redactores guardan sus lágrimas para los reporteros de guerra. En cuanto a los que escriben reportajes… cuanto menos se hable, mejor”, decía Wolfe en 1973. Era evidente en la mente de Wolfe que el destino manifiesto de los autores de reportajes era escribir la-gran-novela-americana ya que, ayer más que hoy, el novelista era el gran héroe y según Wolfe “no había sitio para el periodista, a menos que asumiese el papel del aspirante a escritor o de simple cortesano de los grandes”. 

Todo eso cambió a mediados de los años sesenta con el “descubrimiento” de un periodismo que se podía no sólo escribir con elementos propios de la novela, sino que también podía leerse como tal. Ese fue el gran triunfo de Wolfe coronado –y admitido– desde el punto de vista editorial, con posterioridad, con A sangre fría (1966), de Capote. 

En el fondo, Wolfe, que siempre quiso ser parte de la torre de marfil que satirizó con saña en buena parte de sus textos, acabó por ocupar uno de esos áticos con vistas a Central Park. El suyo tenía 12 habitaciones. Por eso, quizás, el mejor retrato de Wolfe lo escribió en 1971 aquel tarado genial que fue Hunter S. Thompson: “el problema de Wolfe es que es demasiado frágil como para participar en sus propias crónicas. La gente con la que se siente cómodo es mediocre y aburrida, una mierda pinchada en un palo, y las personas que, al parecer, lo fascinan son tan raras que lo ponen nervioso. La única novedad y originalidad en el periodismo de Wolfe es que es un reportero excepcionalmente bueno; es capaz de reproducir diálogos y tiene una cierta comprensión de aquello que John Keats llamaba Verdad y Belleza”. 

Lo peor que se puede hacer con los mitos es tenerlos. Lo mejor que se puede hacer con los mitos es matarlos. Y en casos como el de Tom Wolfe, leerlos. 

Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Diego E. Barros

Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí