Tribuna
La Ilusión ya es mayor de edad
Edgardo Oviedo 16/05/2018
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Hace cincuenta años se llamaba ilusión y se regía por tres virtudes cristianas que los malos tiempos habían convertido en cretinas: fe, esperanza y caridad. Nadie, ni los malos, imaginaban esta grand finale de la película. ¿Quién podía imaginar que en los años ochenta un cowboy de segunda, con las mejillas embadurnadas de colorete, y una matrona de pelo lacado que impulsó el experimento de Milton Friedman, iban a regir durante tanto tiempo los destinos del gran Imperio de Occidente e iban a perdurar con su herencia hasta nuestros días? ¿Que las astucias del club Bilderberg y la estulticia de Donald Trump camparían libres por sus fueros? ¿Que la película llena de románticas aventuras iba a terminar en chabacano y obsceno filme de horror? ¿Que, en fin, acabaríamos creyendo que la imaginación jamás accedería al poder?
Hansel y Gretel se las prometían muy felices, pero la artera bruja acabaría engulléndolos para el aperitivo. Caperucita terminó aliada con el lobo y hoy es una próspera traficante de armas. Los siete enanos, que supieron adecuarse, descubrieron, con Blancanieves, lo rentable que era la trata de blancas.
Los que no han sabido adaptarse hace tiempo que desaparecieron o bien merodean todavía por las escasas sopas bobas que han sobrevivido a la historia de la “idea de progreso”.
La primavera es hoy un poco más fría (la capa de ozono, ya se sabe) y a la caterva de imbéciles audiovisuales se las trae al fresco que por fin el verde mayo traiga correhuelas y albahaca: están mirando la muerte en directo de algún niño sirio o Juego de Tronos, tanto monta.
El aparente silencio espeso de Dios y la indigna bullanga del diablo se llevan cada año, desde aquella primavera de 1968, el oscar ex-aequo a la mejor banda sonora. Sus autores también comparten, todos los años, el del mejor guión, la mejor producción y la mejor dirección.
Así que hoy ya es mayorcita y sabe muy bien que aquello no había sido más que un loco sueño. Que Charlot, como Carpanta, no tendría pollos si no botines que llevarse a la boca. Que ayer fue primavera.
Hoy sabe que la luz de invierno alumbra pero no calienta. Que el comunismo –el de los hippies y el de la mala práctica que se hacía y renacía, entre glasnots y perestroikas, de sus propias cenizas– se perdió en la noche de los tiempos. Que al mal tiempo se le pone buena cara por aquello de seguir viviendo. Que entre bobos anda el juego.
Sartre y Camus son hoy cromos añejos que no casan con esta acre contemporaneidad de drones, selfies y metacrilato. El submarino amarillo de los Beatles se hundió para siempre y en la rápida vorágine del naufragio Barthes y Foucault, estrellas novas, unieron sus fulgores para ser devorados por el gran agujero negro que se tragó aquella infancia desmedida.
Hoy sabe que la luz de invierno alumbra pero no calienta. Que el comunismo –el de los hippies y el de la mala práctica que se hacía y renacía, entre glasnots y perestroikas, de sus propias cenizas– se perdió en la noche de los tiempos
Hoy tiene muchos años y sabe que ya no hay puentes extendidos sobre las aguas turbulentas. En ellas se ahogaron los maitres á penser, las sombras de Rudy Dutschke en la Iglesia del Recuerdo de Berlín Oeste y la de Daniel Cohn-Bendit, reciclado hoy en corsario, en la Universidad de Paris. Y los posters de Lumumba y de Martin Luther King ni siquiera son ya papel.
Se ha hecho mayor y sabe que solamente se vive una vez, que Caperucita, la Roja, supo salvar el pellejo y cambiar a tiempo el tontorrón "petardo" de maría por tecnocráticas rayas de coca a discreción. Que la Comuna Libre y la Asamblea Constituyente de la Sorbona y la noche de las barricadas son sólo fotografías con los bordes amarillentos. Que la petulante afirmación del general De Gaulle, "el poder no retrocede jamás" pareciera colear aún.
Aunque, al soplar sobre las velas, erre que erre porfiada incurable, como Charlot, como Carpanta, siga pensando en pollos y no en botines.
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Edgardo Oviedo es periodista y guionista.
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