El cuento del porno para ellas
Reconocer las infinitas formas de sexualidad femenina, en libertad y sin culpa, es otra cuenta pendiente aún por conquistar
Pilar Ruiz 31/05/2018
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Caitriona Balfe en Outlander (Serie de STARZ).
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“Lo que es pornografía para un hombre, para otro es risa del genio”
D.H. Lawrence (1885-1930)
¿Es pornográfica The handmaid’s Tale? Voces muy influyentes –The New Yorker, The Guardian– se han alzado contra la segunda temporada de la serie. La periodista y escritora Lisa Miller se pregunta: “¿Es feminista ver a mujeres ser esclavizadas, degradadas, golpeadas, amputadas y violadas? ¿Cómo estoy participando en una revolución de mujeres sentándome en mi cómoda cama y consumiendo esto? ¿Ha derrapado The Handmaid’s Tale en su segunda temporada pasando de ser un producto cultural elevado a porno de tortura?” Y luego afirma: “Ha pasado de ser una serie de terror feminista a entretenimiento misógino de lo más convencional”.
También criticada por aburrida –ritmo moroso, situaciones alargadas– y por “instagramera”, es decir; forzadamente esteticista, el éxito de la adaptación de la novela de Margaret Atwood parece tener muchos detractores, incluso desde filas feministas un tanto remilgadas, en ocasiones igualadas en cortedad de miras a los más vociferantes políticos conservadores incluso a obispos ultramontanos. Coinciden en el tiempo estas críticas con los aplausos a otra serie, La Catedral del Mar (A3, 2018) que incluye cuerpos desnudos, ensangrentados, de esclavas azotadas hasta la muerte. Este caso de refocile en la tortura a mujeres pasa desapercibida para sus espectadores, bien distintos –otro target– de los de El Cuento de la Criada. Muy propio de ficciones medievales regodearse en sucesos truculentos, al fin y al cabo, época oscura –aunque no tanto, según Huizinga– pero, ¿y las ficciones del futuro? Doblegar el mito del eterno progreso es otro tabú de la sociedad moderna: la distopía o utopía negativa es un topos narrativo que contradice el mantra optimista del “todo irá bien”. Un término acuñado por el gran filósofo y político John Stuart Mill, reivindicador de la igualdad de la mujer –¿casualidades?– desde su matrimonio con la pionera del feminismo Harriet Taylor (1807-1858).
“Es una distopía feminista pura y simple, donde todos los hombres tendrían más derechos que todas las mujeres. Con una estructura en dos capas: los hombres arriba, las mujeres abajo. Pero Gilead es el tipo de dictadura común: piramidal, con los poderosos de ambos sexos en la cima, generalmente los hombres por encima de las mujeres del mismo nivel” escribió Margaret Atwood en The Guardian.
¿Es feminista ver a mujeres ser esclavizadas, degradadas, golpeadas, amputadas y violadas?
Esta declaración no resulta suficiente: la escritora ha padecido todo tipo de “manswomanplanning” que explican su propuesta para descalificarla, acusándola de misoginia, por eso de que muchos hombres la encuentran feminista (¿?) o porque en su historia aparecen mujeres fanáticas convencidas de las bondades teocráticas. ¿Escritoras o cineastas retratando mujeres malvadas? Un desvío intolerable.
La segunda temporada de la serie de HULU, ya alejada de la letra original, narra en forma de sucesivos flashbacks qué es lo que ha ocurrido en EE.UU. para terminar convirtiéndose en una dictadura teocrática desde un presente idéntico al nuestro. Una sociedad con partidos ultra religiosos y nacionalistas, terrorismo supremacista, asesinato de periodistas y “disidentes sexuales”, censura y represión. Nada de ciencia ficción. Quizá parte de la audiencia encuentre en estas piezas de puzzle lo verdaderamente aterrador del cuento, mucho más que los castigos físicos a los que se someten las mujeres utilizadas como esclavas sexuales, úteros secuestrados por quienes tienen el poder: maternidad subrogada versión hardcore, una piedra más que lanzar a la criada. Puede que lo aterrador en El cuento de la Criada no sea lo distópico, sino lo reconocible.
“Para que la transgresión tenga éxito es necesario que se perfile sobre un fondo de normalidad. Por lo tanto, la película pornográfica debe representar la normalidad –esencial para que pueda adquirir interés la transgresión– tal y como cada espectador la concibe”, decía Umberto Eco con el propósito de reconocer qué es pornográfico y que no lo es.
Entonces, ¿es porno de tortura esta cuentista criada? ¿Qué es porno? ¿Qué es necesario contar o mostrar? ¿Por qué? Solo la suprema libertad del creador puede responder a esas preguntas. Sin ella, no existirían Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), en las que Buñuel cuestiona todas las normas morales y sociales de su tiempo. Tampoco La parada de los monstruos (Freaks, 1932): Todd Browning reflexiona sobre la naturaleza humana enfrentándola a la monstruosa con actores de circo deformes, monstruosos. Luis García Berlanga no hubiera filmado jamás El verdugo (1963), su comedia sobre la pena de muerte. Dalton Trumbo no podría haber firmado un alegato antibelicista como Johnny cogió su fusil (1971) –¿porno de tortura psicológica?–; ni mucho menos rodarse la escena de la violación de La naranja mecánica (Kubrick, 1971). ¿Cómo reflejar la pulsión del Thanatos sin la muerte orgásmica de El imperio de los sentidos (Oshima, 1976)? ¿Por qué contar el fascismo a través de la tortura en Saló o los 120 días de Sodoma (Pasolini, 1976)?
Por descontado, olvidan estos vigilantes anti-porno la condición imprescindible para tildar una obra de pornográfica: que quien la mire obtenga un placer sexual, verdadera intención de quien la ha creado. Y, como en el Cuento de la Criada, es difícil llegar a imaginar a nadie excitándose con las humillaciones, violaciones y asesinatos de Saló. Salvo que el espectador sea un psicópata fascista, claro.
No en la ficción, sino en la realidad diaria de las redes sociales, se censuran obras artísticas como El origen del mundo (1866) de Courbet, cuadro de encargo para un diplomático otomano quien lo mantuvo escondido tras una cortina durante décadas: solo la descorría para enseñarlo a otros voyeurs. El Origen ha pasado de pintura utilitaria para placeres privados a obra maestra del arte universal. Admirada de forma pública, sigue siendo ofensiva para los espíritus suspicaces ante las formas del sexo, pero insensibles a las del arte.
“Nada ejerce tanto poder sobre la imaginación como la naturaleza de las relaciones sexuales, y el pornógrafo tiene el poder de convertirse en un terrorista de la imaginación, un guerrillero sexual cuyo propósito es trastornar nuestras nociones más básicas de esas relaciones” dice la escritora y guionista Angela Carter (1940-1992) en La mujer sadiana.
¿Qué es porno? ¿Qué es necesario contar o mostrar? ¿Por qué?
Los medios de comunicación culpan, desde telediarios y programas, a la pornografía y sus golpes de click (90.000.000.000 de vídeos fueron consumidos el año 2016 en el portal Pornhub) de corromper a las nuevas generaciones como si el porno fuera una lacra exclusiva del siglo XXI, cuando en el pasado era común educar en el sexo a través de la prostitución. Educaciones masculinas, por supuesto; a las mujeres se les preservaba de estos males manteniéndolas en la más absoluta ignorancia respecto a su propia sexualidad. Esos mismos medios suelen olvidar al más famoso productor-guionista-coleccionista de cine porno pionero: Alfonso XIII y su Royal Films. De los gustos del monarca hace falta recordar la anécdota de la guionista Anita Loos en sus memorias (Adiós a Hollywood con un beso, 1974) expurgada de las ediciones españolas: al saber que el cómico Fatty Arbuckle había caído en desgracia por violar con una botella de champán a una starlet durante una orgía, asesinándola, el Rey de España exclamó: “¡Qué mala suerte! ¡Eso puede pasarle a cualquiera!” ¿Aficionado al porno de tortura o a algo más?
"Estar detrás de las cámaras es tomar el poder, es retratar nuestra sexualidad como nosotras la queremos ver, porque estamos hartas de ser victimizadas y usadas para satisfacer a otros. El cine pornográfico hecho por mujeres aporta la perspectiva del 50% de la humanidad. Es muy importante que las mujeres participemos con nuestras vivencias y que comuniquemos con otras mujeres, porque los hombres no lo han hecho de una manera muy bonita. Muchas mujeres están buscando un catalizador para su erotismo después de pasar por embarazos, lactancia o menopausia, cuando su sexualidad cambia” afirma la famosa realizadora de películas porno para público femenino, la sueca Erika Lust (Estocolmo, 1977).
El porno para mujeres existe y se cuela desde internet al mainstream: es fácil encontrar lo que muchos tildan de “porno encubierto para chicas” y algunas blogueras desprejuiciadas y con más gracejo, “series para calentorras” de “maromos nórdicos”, de “escandiNABOS”, o “de furcios” o sea; con escenas tórridas y señores de bandera despelotados sin que lo exija el guión: Espartacus, Vikings, True Blood, Black Sails, Sons of Anarchy, incluso Juego de Tronos. Aunque la más evidente en su juego de porno de tortura (para mujeres) sea Outlander y su capítulo-oda al sadismo con violación de guapo entre los guapos a manos del villano: fantasía parafílica escondida bajo la etiqueta de subproducto romántico.
Reconocer las infinitas formas de sexualidad femenina, en libertad y sin culpa, es otra cuenta pendiente aún por conquistar. Libre también quien quiera ofenderse por una ficción, siempre que no abogue por la censura de la creación: cambien de canal, pasen de largo. Pero, ¿no sería más razonable ofenderse por un problema real? Valga como ejemplo la realidad de las mujeres olvidadas, despreciadas, maltratadas, abusadas, explotadas o asesinadas en todos los lugares, en todos los tiempos.
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Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es El cazador del mar (Roca, 2025).
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