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Pedro Sánchez.
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¿Qué leches viene ahora? Pues, probablemente, leche vegana: sin gracia pero con buena imagen. Pedro Sánchez, presidente. No se lo cree nadie. España vive un instante estreñido. Jamás se había visto a tantas personas a la vez apretando para sacar la emoción y el entusiasmo sin conseguirlo de una manera creíble. Personas de izquierdas, porque la derecha decidió el mismo viernes 1 de junio que era hora de desempolvar los anillos de romper pómulos.
Nadie sabe bien qué modalidad de alegría corresponde a este momento histórico. Ahora hay que decidir dos cosas: los ministros y un tipo de sonrisa. Es importante porque de momento no hay consenso: vemos caras exageradas o boquitas que se humedecen frente a los micrófonos y luego se rinden. El viernes, al cerrarse la sesión, muchos diputados parecían el público a sueldo de programa de sábado noche. Unidos Podemos emitió un sí-se-puede perplejo que, quizá, se recordará como el sí-se-puede con el que la nueva izquierda se percató de que había olvidado qué era lo que tenía que poderse.
Podemos cantó como una culminación la aplicación de los presupuestos de Rajoy y el nacimiento de un Gobierno que se pronosticaba eminentemente socialista. La caída de Rajoy era necesaria desde hacía años: debía ser el primer paso de algo mayor, es decir, un trámite. Pero la simplificación de los discursos de oposición ha permitido al PSOE alcanzar la presidencia ofreciendo la menor dosis de cambio posible. El PP, gracias a su podredumbre límite y sentenciada, ha prestado un último servicio al Régimen del 78. Se había deslegitimado tanto, tan en su raíz, y a la vez había persistido tanto tiempo como una fuerza geológica, habíamos esperado tanto su huida o su expulsión del Gobierno que, al final, lo que debía ser solo el primer paso se ha terminado aceptando como el camino entero.
La actitud de Pablo Iglesias fue la de proyectar en esta nueva oportunidad una idea vaga pero expansiva de materialización de aquel sueño de cambio que lo llevó a las instituciones; la función de Sánchez fue la de dejarse ungir colateralmente. Podemos lo hizo quizá como compensación emocional para sí mismo, aun al precio de que Sánchez –su figura, su inminente presidencia– recibiera una bandera que no le corresponde ni va a utilizar. Es cierto, Iglesias expresó matices, fue duro en algunos puntos, pero en el balance final de su mensaje prevaleció la fe sobre el realismo. Queda la duda de si la población que sigue sufriendo una realidad rota se lo consiguió creer.
El 6 de junio conoceremos el nuevo Gobierno. En cualquier otro país, la correlación de fuerzas entre los dos partidos principales del vuelco llevaría a un reparto amplio de ministerios: es lo justo. En España, por algún motivo, esta posibilidad se definió hace tiempo más como una aberración que como una muestra de normalidad democrática. Según dijo José Luis Ábalos en Espejo Público, quizá haya cargos que caerán en Podemos: un menudeo.
Al terminar la moción, los periodistas rodearon a Pablo Iglesias y le preguntaron cuál sería la primera medida que debería tomar el nuevo presidente. Él dijo que la retirada de la distinción al torturador Billy El Niño. El asunto es vergonzoso, sin duda, pero esa no es la cuestión. La cosa es que cuando se le apremió a responder sobre el suelo, sobre lo realizable, Iglesias se refirió a un asunto necesario pero simbólico. Habrá quienes teman que Podemos haya aceptado reducirse a lo que en algún tiempo fue Izquierda Unida: la reserva moral de la izquierda.
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Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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